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sábado, 2 de noviembre de 2013

Las cosquillas




Probablemente ya sabes que no puedes hacerte cosquillas a ti mismo. Si coges una pluma para hacerte tú mismo cosquillas en la barriga o en la planta de los pies, ni siquiera pestañeas. Las cosquillas pueden causar incontrolables ataques de risa o pasar por delante de nosotros sin dejar ni rastro. Y aunque seas capaz de hacérselas a un extraño, tu cerebro rápidamente te disuadirá de llevar a cabo una práctica tan inaceptable socialmente. ¿Cuál es la diferencia? ¿Por qué se reacciona con un acto reflejo de risa cuando nos hacen cosquillas?

La respuesta se remonta a los orígenes del hombre. Cuando aún no existía el lenguaje, los congéneres se entendían por medio de gritos o llantos, y también se utilizaba la risa, que significaba la carencia de peligros. Como los roces no siempre se consideran peligrosos, un Homo sapiens que fuera rozado por alguien podía avisar a su tribu utilizando la risa: “No me está haciendo nada. Es sólo un juego”.

Cuanto más sensible sea la región del cuerpo, más cosquillas tendremos, y también será mayor la amenaza cuando nos quieran tocar allí. Esto lo podemos comprobar fácilmente si primero pasamos suavemente un dedo por el reverso de la mano y, a continuación, lo pasamos por la palma. No nos vamos a reír con nuestro propio roce y esto no debe resultarnos extraño, pues no se crea ningún peligro cuando uno se toca a sí mismo. Es el cerebro el que decide la reacción. Por este motivo en cuanto nos vamos haciendo mayores tenemos menos cosquillas, pues reaccionamos de una forma más tranquila frente a las personas que tenemos cerca.

El caso de los niños pequeños es bien distinto. La risa como respuesta a las cosquillas se ya en los primeros meses de vida. Es una de las primeras formas de comunicación entre los bebés y los cuidadores. Aquéllos se ríen cuando los risueños padres les hacen cosquillas, pues entienden este proceso como inofensivo. Pero si le hace cosquillas un extraño cuya mirada no le resulte satisfactoria al bebé, se vuelve inseguro y no emite con su risa ningún mensaje de falta de alarma.

A los niños les encanta hacerse cosquillas entre sí, lo cual, según los científicos, no solo favorece la vinculación entre pares, sino que también puede estimular los reflejos y las habilidades de autodefensa. En 1984, el psiquiatra Donald Black, de la Universidad de Iowa, se dio cuenta de que muchas partes del cuerpo propensas a las cosquillas, como el cuello o las costillas, son también las más vulnerables en el combate. Dedujo así que los niños aprenden de este modo a proteger esas partes durante los juegos con cosquillas.

Hacer cosquillas puede estar en el origen de la misma risa. El “jaja” de la risa humana es seguramente
una evolución de los jadeos típicos de los niños, tal y como puede observarse en los jadeos que se producen entre los simios que se hacen cosquillas mutuamente, como los chimpancés y los orangutanes.

Como adultos, nuestra respuesta al cosquilleo cesa alrededor de los 40. Es ahí donde se acaba la diversión. Por razones desconocidas, las cosquillas parecen ser cosa de jóvenes.

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