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domingo, 28 de febrero de 2010

El origen del sandwich


Se dice que John Montagu (1718-1792), cuarto conde de Sandwich, un empedernido jugador de cartas, inventó el sandwich al ordenar a su cocinero –según la tradición, a las 6 de la madrugada del 6 de agosto de 1762- que le sirviera un bistec emparedado entre dos rebanadas de pan, para así no tener que interrumpir la partida que disputaba en aquel momento. Pero el apellido de este personaje, además de dar nombre al emparedado, también fue aplicado por el capitán James Cook a unas islas que descubrió en el Pacífico –y que, andando el tiempo, se rebautizarían Hawai-, en homenaje a quien había dirigido el Almirantazgo británico durante la revolución americana y, sobre todo, a quien había equipado sus buques.

Pero la figura humana de lord Sandwich estuvo algo por debajo de tales honores. Titular de su condado desde los 11 años y educado en las mejores escuelas inglesas –Eton y Cambridge-, fue nombrado sucesivamente ministro (dos veces), lord del sello Privado, administrador general de Correos y primer lord del Almirantazgo, pero su labor estuvo marcada por el desorden, la corrupción, el soborno y sobre todo, la incompetencia. Se cuenta incluso que la revolución americana podría haber acabado de otra manera si no hubiera mediado a favor de los insurrectos norteamericanos su impericia al mando del Almirantazgo británico

De este mismo lord Sándwich se cuenta una buena anécdota parlamentaria. Cierto día en que cruzaba improperios con John Wilkes, que en otro tiempo había sido su mejor amigo y compañero de casi todas sus juergas, pero con el que después mantuvo un enconado enfrentamiento político, dijo lord Sándwich: “Wilkes, usted morirá en el patíbulo o de sífilis”. Wilkes, famoso por su ingenio, le replicó suavemente: “Eso dependerá de si abrazo sus principios o a su querida”.

Y es que si su actividad pública fue un dechado de ineptitud y una continua piedra de escándalos, no lo fue menos su vida privada –que fue, por lo demás, más bien pública-. Famosas fueron sus andanzas con Margaret Reay, una plebeya de vida licenciosa a la que se unió cuando ella tenía 16 años y que, después de ser educada en París a expensas del lord, le dio cinco hijos en los veinte años que convivieron –Margaret moriría en 1779, asesinada por un pretendiente despechado-. También destacó lord Sandwich como activo participante en un club de orgías y misas negras llamado Club Fuego Infernal. No es extraño que muriera en 1792 amargado y totalmente desacreditado socialmente, y que su único legado perdurable sea el de haber dado nombre al emparedado.
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lunes, 22 de febrero de 2010

¿Cuántas galaxias se pueden ver a simple vista?


¿Cinco mil? ¿Dos millones? ¿Diez mil millones?

La respuesta es cuatro –aunque desde donde estás ahora sentado, sólo podrás ver dos; y una de ellas es la Vía Láctea, nuestra propia galaxia.

Dado que se estima que hay más de 100.000 millones de galaxias en el universo, cada una conteniendo entre 10 mil y 100 mil millones de estrellas, este dato es un tanto decepcionante. En total, sólo podemos ver cuatro galaxias, sólo dos de las cuales se pueden ver al mismo tiempo (dos en cada hemisferio). En el hemisferio Norte, podemos ver la Vía Láctea y Andrómeda (M31), mientras que el hemisferio sur tiene vistas sobre las dos Nubes Magallánicas.

Algunos con una excelente vista dicen ser capaces de ver también M33 en el Triángulo, M81 en la Osa Mayor y M83 en la constelación de Hidra, si bien semejante agudeza visual es difícil de demostrar.

El número de estrellas que supuestamente se pueden ver a simple vista varía mucho, pero el consenso general es que el total es bastante menor de 10.000. Todos los software informáticos para astrónomos amateur usan la misma base de datos, en la cual se clasifican como “visibles a simple vista” 9.600 estrellas. Pero nadie se cree realmente esta cifra. Otras estimaciones son 8.000 o incluso menos de 3.000. Se solía decir que había más cines en la antigua Unión Soviética (alrededor de 5.200) que estrellas visibles en el cielo nocturno.

Y, por cierto, en esta dirección puedes regalarle a alguien una estrella (mejor dicho, poner el nombre de alguien a una estrella) por 73 dólares canadienses, incluyendo un certificado. En esta página afirman que hay 2.873 estrellas visibles a simple vista, si bien ninguna de ellas está “disponible” porque todas tienen desde hace mucho tiempo nombre históricos o científicos. Leer Mas...

viernes, 19 de febrero de 2010

204-222-Heliogábalo: el excéntrico sibarita


La larga lista de emperadores romanos contiene ejemplos de todo tipo, desde grandes gobernantes a tiranos enloquecidos. En esta última y nefasta categoría de excesos y desmanes se encuadró Heliogábalo.

Vario Avito Basiano nació en el otoño de 203 o la primavera de 204, hijo de un senador, Vario Marcelo, y de Julia Soemias, sobrina de Julia Domna madre de Caracalla. Fue precisamente por parte de la familia de su madre de donde le vendría al joven su destino.

Con el asesinato de Caracalla, y la subida de Macrino al poder, la familia del primero urdió un plan para destronar al nuevo emperador. La conspiración consistía en anunciar que Vario Avito Bassiano era hijo bastardo del malogrado emperador Caracalla, y que, por tanto, era a él a quien verdaderamente correspondía vestir la púrpura. Los esfuerzos de Julia Domna, tía abuela de Vario Avito, y el comandante Valero Comazón tuvieron éxito, y el 8 de junio del 218, a la edad de catorce años, fue proclamado emperador por los legionarios como Marco Aurelio Antonino. Sin embargo, pasaría a la historia como Heliogábalo, nombre que asumió por haber sido sacerdote del dios solar Elabagal en Emesa, ciudad siria de la que era originaria su familia.

Muerto su competidor Macrino, Heliogábalo mandó una carta al Senado explicando todos los hechos e indicando que no quería ningún título guerrero, dando a entender así que solo quería paz y prosperidad para Roma. Pero en realidad, instauró una tiranía depravada y corrupta que aterrorizó a Roma.

Para empezar, el Senado fue obligado a aceptar al dios Elagabal (de donde había cogido años atrás su nombre) como máxima deidad imperial, construyéndole templos en su nombre en Roma y otras partes del Imperio. Este dios sol sirio era venerado con la forma de un piedra de forma cónica y era venerado por todos los sátrapas y reyes bárbaros vecinos, que enviaban todos los años riquísimas ofrendas. Rodeado siempre de magos, Heliogábalo celebró los ritos de los misterios de Cibeles así como los autos de Adonis.

Igualmente, el proceso de orientalización del Imperio quedaba reflejado en el gusto del emperador por vestir al estilo bárbaro: túnicas púrpura, bordados con hilos de oro, y grandes mangas, largas hasta los pies o cubriendo sus piernas hasta las caderas con zapatos adornados de oro y púrpura y cubriéndose la cabeza con una mitra decorada con piedras preciosas.

Mientras Heliogábalo dejaba de lado los asuntos de Estado, daba cada día mayores muestras de perversión sexual, algo que había estado presente en su carácter desde bien temprano. Su desfile de coronación, a los 14 años, lo hizo sobre un carro tirado por mujeres desnudas. Su primer acto como emperador fue casarse con una sacerdotisa vestal (acto considerado enormemente sacrílego) por el simple placer que le producía aquella provocación. Y aunque aquél matrimonio sólo duró un año y que luego se casó varias veces, no tendría ningún hijo porque su predilección sexual siempre fueron los hombres.

Su gusto por la transexualidad queda reflejado en este párrafo de Elio Lampridio: “representaba en la corte la leyenda de Paris, haciendo él mismo el papel de Venus, de tal manera que, inesperadamente, dejaba caer sus vestidos hasta los pies y se ponía desnudo, de rodillas, con una mano en pecho y otra en los genitales, echando hacia atrás sus nalgas y presentándoselas a su amante. Depilaba todo su cuerpo y configuraba además su rostro con la misma figura que a Venus, pues se consideraba capaz de satisfacer la pasión de muchísimas personas.”

Su transexualidad era tan explícita, que llegó a ofrecer unas enormes cantidades de dinero a aquél que fuera capaz de operar sus genitales para cambiar su sexo. Naturalmente, semejante operación estaba fuera de las posibilidades médicas de la época y hubo de conformarse con una circuncisión.

Como otros emperadores romanos antes que él, vagaba por las calles de la ciudad, después de anochecido, disfrazado como mujer, ofreciendo su cuerpo a los desconocidos para el intercambio físico. A veces, visitaba los burdeles, revelaba su identidad, arrojaba a las prostitutas y contentaba a los clientes.

Para las ocasiones en que no podía salir, estableció un burdel especial en el palacio donde, ataviado como mujer, permanecía en el umbral y solicitaba intercambio sexual con los que pasaban por el corredor.

Para colmo mezclaba sus perversiones sexuales con la religión, ofendiendo profundamente al pueblo romano: realizó un complicado ceremonial en Roma, donde la deidad priápica Baal fue casada simbólicamente con Juno, la diosa de los fornicadores y las rameras. En otra ocasión, convocó al Senado en sesión especial para celebrar ritos obscenos en honor de su dios Elabagal, matando animales y muchachos, quienes eran mutilados y sus falos presentados al dios.

También era tristemente conocido por su retorcido sentido del humor. Una de sus diversiones predilectas era invitar a cenar a los siete hombres más gordos de Roma. Se les sentaba en almohadones llenos de aire que eran pinchados de improviso por unos esclavos, derribando a los obesos comensales. A menudo la comida que se servía era artificial, elaborada con cristal, mármol y marfil o contenía arañas y excrementos. La etiqueta romana exigía que la comieran y el emperador disfrutaba viendo como lo hacían. Otra de sus brillantes ideas fue la de derramar pétalos de rosa sobre sus invitados. A simple vista no parece muy peligroso, pero lo que ocurrió fue que se arrojaron tal cantidad de pétalos, que algunos de los asistentes se asfixiaron. En otra ocasión, al final de un banquete, cuando la gente ya estaba atiborrada de vino y comida, el emperador hizo cerrar todas las salidas de la habitación y soltar dentro un montón de fieras salvajes. Es fácil imaginar el pánico de los asistentes, que ignoraban que el emperador había ordenado extraer los dientes y las zarpas a las bestias para que, al menos, no se comieran a nadie.

En ocasiones se hacía construir un baño suntuoso, lo utilizaba una sola vez y luego lo mandaba destruir. Se dice que fue el primero de los romanos que usó vestidos confeccionados totalmente en seda, llamando mendigos a los que usaban por segunda vez una vestimenta que se hubiera lavado. Jamás emprendió un viaje con menos de sesenta carruajes y disponía de carros cubiertos de piedras preciosas y oro despreciando los que estaban hechos de plata, marfil o bronce.

Como administrador fue un completo desastre poniendo a sus preferidos, gente de clase baja e iletrada, al cargo de tareas importantes de gobierno. Ejemplo de ello fue el auriga Cordio, que fue nombrado Praefectus Vigilum; o cómo dejó buena parte de su fortuna en manos de un mulero, de un corredor, un cocinero o un cerrajero sucesivamente. Aparte de estas muestras de incompetencia y corrupción, el joven emperador estaba demasiado ocupado en sus rituales y orgías, por lo que dejó el gobierno en manos de su abuela Julia Mesa y Julia Soemias su madre, que participaron como augustas en las reuniones del Senado, algo que nunca había sucedido. Soemias era conocida por su vida disoluta y sus rarezas, creando un Senado de mujeres para debatir las leyes sobre las matronas, leyes tales como los vestidos que podían llevar las mujeres, o los adornos de los zapatos.

No puede extrañar que en Roma cundiera el descontento, más aún cuando Heliogábalo, enfurecido por tal rechazo, condenara a muerte a mucha gente, requisando de paso sus bienes para el Estado.

Julia Mesa, abuela del emperador y verdadera reina en la sombra, comprendió que Heliogábalo no era el más indicado para perpetuar la dinastía y que la situación estaba abocada al desastre. Comenzó de nuevo sus maniobras políticas: obligó a Heliogábalo a adoptar a su primo, Bassiano Alexiano, propagando el rumor de que éste era también un hijo bastardo de Caracalla. Alejandro había recibido una educación tradicional romana y aunque aún era muy joven (12 o 13 años), gozaba del favor popular.

En 221, Bassiano Alexiano fue nombrado césar con el nombre de Marco Aurelio Severo Alejandro. Un año después, sin ninguna oposición del Senado, fue elegido cónsul. Heliogábalo que empezó a recelar del nuevo césar quiso deshacerse de Alejandro, pero ya era demasiado tarde. Sus locuras habían llegado a un punto extremo.

Se había enamorado de un esclavo de colosal estatura llamado Hieracles. Ordenó un nuevo casamiento en el que él era la mujer, seguido de una impresionante escena de "desfloración" y "luna de miel". Acabó tiranizado por ese gigante, siéndole fiel y efectuando los deberes domésticos y sexuales de una buena "esposa". Pero fue su grotesco plan de abdicar en favor del esclavo, convirtiéndolo en emperador, mientras él, Heliogábalo, reinaba como emperatriz, la gota que colmó el vaso.

Los pretorianos, que estaban de parte del joven Cesar Marco Aurelio, asesinaron sin miramientos al emperador y a su madre ahogándolos en una letrina, arrastraron sus cuerpos por las calles y los tiraron al Tíber. Era el 11 de marzo del 222 y Heliogábalo tenía 18 años. Sus memorias fueron condenadas, el culto al dios Elagábal fue perdiendo importancia y solo fue recordado por sus locuras e inmoralidades.
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martes, 16 de febrero de 2010

¿Qué pasa si no nos bañamos?


Por supuesto, lo primero que se nos viene a la cabeza son palabras como "guarro", "maleducado".... pero más allá de las ramificaciones meramente olorosas y la inevitable disminución en las invitaciones de amigos y familiares, hay consideraciones más serias de tipo médico.

Pensemos por un momento lo que pasará si dejamos de bañarnos:

1- Empezaremos a oler mal
2- Nuestra piel y cabello se ensuciarán cada vez más.
3- Las posibilidades de infección se incrementan
4- Nuestra piel y pelo van a picarnos mucho y esto aumenta todavía más el riesgo de infección.

Un cuerpo humano normal está recubierto por dos metros cuadrados de piel, la cual contiene unos 2,6 millones de células sudoríparas además de miles de pequeños pelos. Sudamos continuamente, aunque no nos demos cuenta de ello. Existen dos tipos de células sudoríparas: ecrinas y apocrinas. El sudor de las segundas contiene proteínas y ácidos grasos, dándole una consistencia algo espesa y un tono lechoso o amarillento. Ésa es la explicación de que las manchas de sudor en las axilas de las camisas tengan un color amarillo.

Resulta que el sudor en sí no tiene olor. Entonces, ¿por qué huele tanto una persona sudada? Pues porque cuando las bacterias que viven sobre nuestra piel y pelo metabolizan las proteínas y los ácidos grasos, dan como "subproducto" un olor desagradable.

Una persona normal puede llegar a sudar de 1 a 3 litros por hora dependiendo de la temperatura ambiental. Vamos a ponernos en lo peor y supongamos que estas sudando unos 3 litros a la hora. Como tu piel y el vello corporal (incluido el de la cabeza) están húmedos, se vuelven pegajosos y capturan aún más suciedad de lo normal. Estamos hablando de porquería superficial, normal, porque los microorganismos que viven habitualmente sobre nuestra piel (hongos y bacterias) no suponen una amenaza en tanto permanezcan donde deben estar... porque si llegan a la corriente sanguínea las cosas se complican.

Hay cierto número de causas que pueden provocar picores, como son los ácaros u hongos. Normalmente éstos no constituyen un problema serio y se puede solucionar con alguna pomada o loción. Pero si lo que ocurre es que hemos decidido ahorrar agua en duchas y permanecemos cierto tiempo sin bañarnos, la piel empezará a picarnos de verdad y existe la posibilidad de que nos rasquemos tanto que la rompamos. Si da la casualidad de que en ese momento, alrededor del arañazo o herida, tenemos rondando alguna bacteria poco amistosa -como un estafilococo- y ésta encuentra la ruta hasta el sistema circulatorio, la situación puede llegar ser tan grave que nos lleve a la tumba.

Las buenas noticias es que las probabilidades de que eso suceda son escasas. Además, lo más probable es que sea nuestro propio olor el que nos haga volver a utilizar de nuevo el agua y el jabón...
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martes, 9 de febrero de 2010

Tigre: el felino amenazado


El tigre es el mayor de los felinos de nuestro planeta y uno de los animales más hermosos con el que la biodiversidad nos ha obsequiado. Pero el gran gato asiático está en grave peligro de extinción. La destrucción de sus hábitats, la caza furtiva para la utilización de sus huesos en la medicina tradicional china y la cotización de su piel lo han situado al borde del abismo.

Nadie sabe con exactitud el número de tigres (Pantera tigris) que se encuentran aún en estado salvaje. Algunos de los métodos utilizados para estimar el tamaño de las poblaciones han resultado un fracaso. Muchos conservacionistas bienintencionados han sido demasiado alarmistas, haciendo estimaciones a la baja en la mayoría de los casos. Por otro lado, y ahora que el ecoturismo y los viajes de aventura están de moda, contar en un país con una fauna que goce de buena salud es un motivo de orgullo y una buena fuente de ingresos, por lo que las cifras gubernamentales suelen hincharse, volviendo a arrojar datos erróneos.

Pero lo cierto es que, exceptuando al lince ibérico, el tigre es probablemente el felino más amenazado del planeta. De las ocho subespecies que habitaban el continente asiático en la década de los años cuarenta, sólo sobreviven cinco. Una de ellas –el tigre de China meridional, Pantera tigris amoyensis- cuenta con un total no superior a los 30 ejemplares en estado salvaje.

Mientras las poblaciones de tigres van disminuyendo de manera alarmante con el paso de los años, las poblaciones humanas experimentan niveles de crecimiento que hacen cada vez más insostenible la convivencia entre ambas especies. La continua demanda de zonas cultivables y la defensa de las cabezas de ganado –cuando no las propias- de los habitantes del subcontinente indio, Indochina e Indonesia han puesto a ambas especies en pie de guerra.

A todo ello hay que sumar la amenaza de los cazadores furtivos en busca de huesos, órganos y otras partes del cuerpo de estos felinos para su uso en la medicina tradicional china. En una sola noche en Nueva Delhi, la policía india ha llegado a incautar alrededor de 280 kg de huesos de tigre destinados al comercio de medicinas en China, 8 pieles de tigre, 60 de leopardo y más de 160 pieles de diversos animales. Un total de casi 600.000 euros en el mercado negro.

Y es que para la tradición china, el tigre es un animal mágico, símbolo de fuerza y poder. Cuando alcanza la mitad de su vida se convierte en un majestuoso felino blanco. Significa que es aún más temible porque aunque deja de devorar seres vivos, se dota de portentosos poderes sobrenaturales. En caso de ser cazado, para la medicina oriental no existe dolor o enfermedad que un bálsamo de tigre no pueda curar, lo que explica su irresponsable caza furtiva. Sus garras y sus dientes son algunas de las partes más solicitadas porque con ellos se elaboran afrodisíacos. En el sudeste asiático se cree que el más enérgico vigorizante sexual se compone de astas de ciervo y huesos de tigre triturados y una cuarta parte de la población mundial considera que el mejor remedio contra la artritis es una rótula de tigre macerada en alcohol. En Beijing y Yakarta se cotiza el kilo a más de 1.500 dólares.

Entretanto, los ejemplares que escapan de la cacería han de subsistir en un hábitat cada vez más reducido. Necesitan espacios extensos, con vegetación densa y un clima húmedo, como los ecosistemas con marismas, para sobrevivir.

El Centro de Información sobre el Tigre estima que cada día muere uno de estos felinos a manos de los batidores clandestinos. En torno al bosque menguante en que habita este felino se elaboran y se tiran por tierra leyes, proyectos y planes de conservación de forma prácticamente continua. Y todo ello a pesar de que el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) administra el tratado que prohíbe el comercio internacional de tigres. Una de las cifras más alarmantes nos la da el Tigre de Sumatra, reducido a unos 400 ejemplares, cuando hace apenas treinta años se contabilizaban más de mil. Ello a pesar de los esfuerzos del Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF) que en 1972, a instancias de la primera ministra de la India, Indira Gandhi, puso en marcha el “Proyecto Tigre”, un plan para desarticular las maniobras de los furtivos y preservar las condiciones del ecosistema del tigre. Se cuenta entre los proyectos conservacionistas más exitosos aun cuando al menos uno de los parques incluidos en él, el Sariska Tiger Reserve, ha perdido todos sus ejemplares debido a la caza furtiva.

Prácticamente ningún otro país en el mundo había dedicado tanto esfuerzo para salvar a un depredador tan extraordinario y, a la vez, tan peligroso para el propio ser humano. Todo ello vino de la mano de un país que, además, debía afrontar numerosos problemas de muy diversa índole. Pero el asesinato de Indira Gandhi en 1984, supuso un duro revés para los esfuerzos dedicados hasta entonces a la conservación de los tigres. Con todo, en mitad del desastre, el tigre de Bengala (Pantera tigris tigris) es el que goza de mayor éxito poblacional. La población de tigres de esta especie en la India, Nepal y Bután hasta 1984 era de unos 4.500 individuos; los últimos estudios estiman unos 1.500. El tigre de Siberia (Pantera tigris altaica) está aún en una situación más dramática si cabe. Existen 450 ejemplares en libertad, la mitad de los que se hallan repartidos por los zoológicos de todo el mundo.

Se cree que llegaron a existir unos 100.000 tigres en libertad. En la actualidad sólo sobreviven 2.000 en estado salvaje y 20.000 en zoológicos. ¿Parecen muchos? No lo son. La calidad genética está deteriorándose rápidamente debido a la escasa variedad de los diferentes grupos.

Aunque hoy en día la máxima población de tigres se concentra en la India, originariamente se encontraban repartidos por todo el territorio asiático. Deben su nombre técnico, Panthera tigris, a su antepasado, la pantera de las nieves, original de Manchuria (nordeste de China). Pero los cambios climáticos obligaron a la familia a extenderse por el continente asentándose y aclimatándose a los nuevos biotopos y dando lugar a ocho subespecies de tigres. Tal y como los conocemos hoy en día, existen desde hace dos millones de años, pero sólo tuvimos conciencia de su presencia gracias a la campaña de Alejandro Magno en India.

Su fisonomía se estructura de acuerdo al gran carnívoro que es, cazador de nobles piezas. Su fuerte musculatura le dota de capacidad para alcanzar altas velocidades y la longitud de sus patas posteriores, mayores que las delanteras, le permite dar saltos de hasta seis metros. Se diferencia de otros félidos como los leones o los guepardos, que gozan exhibiéndose en ambientes abiertos, porque los tigres prefieren espacios protegidos. En el claroscuro de la selva, el pelaje rayado del tigre lo hace virtualmente invisible.

Es un cazador solitario que, al caer el sol, aguarda a su presa escondido y en silencio, agudizando la vista y el oído. En una sola noche puede seguir a su víctima a lo largo de 20 kilómetros sin que ésta se dé cuenta de su presencia. Gracias a que sus zarpas están dotadas de almohadillas, el animal camina sin hacer el menor ruido. Pacientemente evalúa la situación y no ataca hasta no estar convencido de alcanzar el éxito.

Un gruñido sordo de satisfacción indica que ha llegado el momento oportuno. Su pelo se eriza y salta, impulsando sus 160 kg de peso, atrapando el cuello de su presa desde atrás. Los tigres matan a sus víctimas estrangulándolas, como demuestran las marcas de sus colmillos en el cuello de las presas. Tras matarla, la arrastra hasta algún rincón cercano al agua. Dependiendo de su hambruna, puede llegar a ingerir 35 kilos de carne de una sola sentada, aunque lo normal es que le basten unos 15 kilos diarios.

Los tigres son animales solitarios. El núcleo familiar lo forman la madre y sus crías. Una hembra de tigre ha de afrontar la difícil tarea de conseguir una presa para ella y para sus pequeños. Tan pronto como los pequeños cobran fuerza y confianza en sí mismos comienzan a acompañar a su madre para aprender las difíciles técnicas de caza.

Los adultos sólo se emparejan durante el corto período de celo, que no dura más de tres semanas, durante las cuales pueden aparearse una media de cincuenta veces al día. En los ambientes tropicales los acoplamientos se producen en cualquier momento, mientras que en las zonas frías se limitan a los meses invernales. Tras escasos cien días de gestación nacen tres o cuatro retoños ciegos y de un kilo escaso de peso, de los que sobreviven la pareja más fuerte. El periodo de lactancia dura 45 días. Los pequeños dependen completamente de la madre durante dieciocho meses, aunque no se emancipan hasta los dos años y medio. Poco después las tigresas, que han alcanzado la edad reproductiva a los tres o cuatro años, están preparadas para afrontar una nueva maternidad.

Los tigres adultos respetan sus espacios interpretando las señales que los delimitan: marcas de orina, heces, arañazos en los árboles… Las hembras emplean el mismo código para anunciar su disponibilidad para la gestación una vez crecida su anterior camada. Para ellas la importancia del territorio está determinada por la abundancia de comida; para un macho, por la presencia de tigresas que garanticen la prolongación de su progenie.

Los tigres de las subespecies septentrionales tienden a ser más grandes y poseer pelajes más claros y densos que los de las zonas meridionales. Esto es especialmente evidente en el tigre de Siberia, el cual ha de soportar temperaturas de 30ºC bajo cero. Su denso abrigo de piel de tigre alberga un animal de más de 320 kg de peso y casi 4 metros de longitud, incluyendo la cola, lo que lo convierte en la subespecie de mayor tamaño y, por tanto, en el mayor de todos los felinos que habitan el planeta.

El tigre de Sumatra (Panthera tigris sumatrae), en cambio, con su tamaño relativamente modesto, es el pequeño de la especie. El de Sumatra, como las demás subespecies, es un amante del agua. Además de ser un excelente nadador, pasa horas refrescándose en los ríos y en los lagos que encuentra durante sus largas caminatas. El tigre de Sumatra era tan abundante a principios del siglo XX que muchas aldeas fueron abandonadas por el riesgo que implicaba convivir tan cerca del gran depredador. Entonces comenzaron a ofrecerse recompensas por su captura, de manera que los tigres eran abatidos a razón de 100 ejemplares por año. En la actualidad, no sobreviven más de 400 en toda la isla, principalmente confinados en los parques nacionales.

El declive de las distintas poblaciones de tigres arranca desde principios del siglo XX. Ningún cazador que se preciase podría carecer de un abominable y esperpéntico mosaico de pieles inertes tapizando la gigantesca pared del salón de su casa. Subidos a lomos de un elefante asiático, los cazadores abrían fuego contra los tigres en interminables jornadas de caza en la jungla.

Afortunadamente, hoy –si se exceptúan las incursiones de los furtivos- los elefantes portan todavía cazadores, pero cazadores de imágenes, cuyas ráfagas de disparos se efectúan desde una cámara fotográfica. Como ocurre con las ballenas en la Baja California, los osos polares en el Ártico o los orangutanes en Borneo y Sumatra, los tigres pueden empezar a suponer más dinero vivos que muertos. En Corea del Sur, por ejemplo, un autobús repleto de turistas acude diariamente a algunos parques en los que los tigres devoran enormes trozos de carne que cuelgan por fuera del vehículo mientras los visitantes descargan sus cámaras a través de los cristales.

Convertir a un animal de este tamaño –o de cualquier otro- en un actor de circo tal vez sea preferible a poner fin a su vida, pero no cabe duda de que tal recurso no es más que el reflejo de una situación de agonía para una especie que ha sido, y sigue siendo, por derecho propio, todo un símbolo para los asiáticos y una pieza única del maravilloso engranaje de la biosfera.
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domingo, 7 de febrero de 2010

1488-Bartolomé Díaz: la ruta a las Indias

Bartolomé Díaz era un caballero perteneciente a la corte portuguesa del rey Juan II, superintendente de los almacenes reales y capitán de la nave “San Christovao”. Se sabe que había estado dedicado al transporte de marfil de Guinea a Portugal a finales de la década de los setenta del siglo XV y que en 1481 había mandando una carabela en un viaje a Elmina, la principal fortaleza portuguesa y puesto comercial del golfo de Guinea. Estaba, por tanto, familiarizado tanto con las embarcaciones como con la costa africana cuando el rey Juan II le nombró el 10 de octubre de 1486 comandante de una expedición compuesta de dos carabelas y un buque de provisiones, que pretendía llegar a los confines australes del continente africano. Debía dar la vuelta al continente y hallar la ruta marítima a las Indias.

Tras diez meses de preparativos, Diaz dejó Lisboa a finales de julio o principios de agosto de 1487. Entre sus compañeros se hallaba Pero d´Alemquer, que escribiría años más tarde el relato del primer viaje de Vasco de Gama. También llevaban a bordo a seis negros (dos hombres y cuatro mujeres llevados a Portugal por otros navegantes) cuya misión sería explicar a los nativos que encontraran en las costas el objetivo de la misión. Iban vestidos a la europea y se les dejaría en diversos puntos de la ruta. Se esperaba que acabarían llevando noticias de la corte portuguesa al mítico Preste Juan o, al menos, avivarían el interés de los nativos por el comercio con los europeos.

Díaz puso rumbo en primer lugar hacia la desembocadura del Congo, siguió la costa africana y erigió el primero de sus padraos cerca la actual Angra Pequenha. Hizo escala en una bahía abrigada a 29º de latitud sur que ahora se conoce con el nombre de Alexander Bay, cerca de la desembocadura del río Orange, en la actual Sudáfrica. Los vientos soplaban tan fuertes desde el sur y el sudoeste que el torpe barco de provisiones no lograba avanzar. Díaz decidió que permaneciera en la bahía. Durante los siguientes cinco días navegó por la costa con el viento en contra pero a la larga la maniobra resultaría imposible hasta para las carabelas más marineras.

Entonces Díaz tomó una decisión temeraria. En lugar de declararse vencido por la corriente y los vientos en contra y regresar derrotado a Portugal, se arriesgó a navegar mar adentro. Estuvo dando bordadas en medio del océano en espera de los vientos del oeste. Durante trece días llenos de peligro las naves se deslizaron con las velas recogidas al empuje de un temporal. Al llegar a unos 40º de latitud sur, las velas latinas en forma de ala recogieron los vientos del oeste que impulsaron las naves de vuelta a África. Todos los días don Bartolomé esperaba que la costa occidental del continente reapareciera al norte o al sur del horizonte. No fue así. Díaz hizo que las naves voltearan el norte y tras varios días llenos de zozobra por fin avistó tierra. Un grupo de montañas se alzaba ahora en el horizonte. Díaz debió de haber tenido una revelación estremecedora. El litoral no iba de norte a sur, sino del este al oeste. Se hallaba en el extremo de África. Había dado la vuelta al continente.

Unos dicen que Díaz fue impulsado mar adentro por una tormenta; otros, que tomó la decisión conscientemente. Si la primera interpretación es cierta, tuvo suerte; si lo es la segunda, fue un navegante genial. La explicación más probable es que los barcos, efectivamente, se vieron en medio de una galerna y que Díaz, en vez de luchar contra la tormenta, decidió internarse en el océano y continuar al sur, evitando así los vientos y las corrientes en contra. Lo cierto es que por accidente o por intuición, Díaz había dado con la forma más eficiente de bordear África: mar adentro, hacia el oeste y luego hacia el este y el norte. Esa ruta fue la seguida por todos los navíos de la era de la vela en los siglos siguientes.

La primera tierra avistada por Díaz desde el mar, el 3 de febrero de 1488, fue la actual Mossel Bay, en Sudáfrica, a 300 km del cabo de Buena Esperanza. A fin de tener la certeza absoluta de que había dado la vuelta al continente, navegó cierta distancia mas allá de la actual Port Elizabeth, donde la costa hace un giro preciso al norte. Sin lugar a dudas se trataba de la costa oriental de África. Sabemos que Díaz quería seguir avanzando, pero la tripulación se lo impidió. Tal vez deseaba adentrarse en el Océano Índico y continuar hasta la India. Las carabelas hacían agua; los aparejos estaban hechos jirones, las provisiones escaseaban y había que navegar muchísimo antes de volver al hogar. Los marineros amenazaron con amotinarse, por lo que Díaz decidió dar vuelta atrás.

Es posible que la realidad fuera menos dramática de lo que las crónicas cuentan. No era raro que oficiales y tripulantes se comunicaran unos a otros su punto de vista, especialmente en el caso de una flota pequeña en una misión de exploración. Cuando quedó claro que naves y equipo estaban hechos fosfatina y que la mayor parte de la tripulación deseaba regresar a casa, Díaz les pidió que firmaran un documento a tal efecto –probablemente por temor a que el rey lo responsabilizara a él por no haber continuado hasta la India-.

En el camino de vuelta, Díaz divisó un imponente promontorio que penetraba audazmente en el mar y contra el que chocaban las olas deshaciéndose en espuma blanca contra la base rocosa. Creyó que era el punto más meridional de África y lo llamó Cabo de las Tormentas, puesto que los enfurecidos vientos le habían impedido verlo en el viaje de ida (El topónimo fue cambiado por el rey Juan, quien tenía tan grandes esperanzas en la nueva ruta abierta que decidió llamar a ese promontorio Cabo de Buena Esperanza, nombre que perdura hasta hoy.

En el viaje de regreso a Portugal se detuvo en Alexander Bay para recoger el barco de provisiones, descubriendo que la mayor parte de los hombres que había dejado con él habían muerto de hambre, enfermedades o en luchas contra los nativos. Recogió al puñado de supervivientes y continuó. En diciembre de 1488, Díaz regresaba al hogar tras una aventura que había durado 16 meses y 17 días.

Podemos comprender que la gran alharaca suscitada en Lisboa por el regreso de Díaz tenía que ver ante todo con el descubrimiento de la ruta marítima alrededor del continente africano. En 1497, Vasco da Gama la utilizaría para iniciar el comercio de Portugal con las Indias. Cristóbal Colón, que estaba en Portugal en aquel momento tratando de vender su proyecto al rey, más tarde dijo haber estado presente cuando Díaz dio su informe. Si es así, debió haberse dado cuenta con desmayo que, entonces más que nunca, los portugueses no tendrían ningún interés en comprar su aventura. Toda su atención quedaría enfocada en la ruta por el este.
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