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domingo, 30 de septiembre de 2012

El gazpacho


La palabra “gazpacho” –con que hoy designamos la sopa fría hecha a base de una emulsión de aceite en agua fría, a la que se agregan vinagre, sal, tomate, pimentón, trozos de pan remojado y otros diversos ingredientes, según la zona- puede tener su origen en el prerromano “caspa”, que significa “residuo” o “fragmento”, llegando al castellano a través del portugués caspacho. En su segunda égloga, el poeta romano del siglo I a.de C. Virgilio hablaba ya del gazpacho al describir la comida que Testilis preparaba para que los segadores recuperasen sus maltrechas fuerzas, majando ajos, serpol y otras hierbas aromáticas.

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jueves, 27 de septiembre de 2012

Violencia en las gradas y en las canchas - El precio de la derrota






En 1993, el equipo argentino de fútbol Boca Juniors fue derrotado 2 a 0 por el River Plate, su rival tradicional. A la salida, dos aficionados del River fueron muertos a tiros. Horas después, un hincha del Boca comentó por televisión: “empatamos a dos”. Éste es un claro reflejo del enorme grado de violencia que rodea al deporte concebido como espectáculo público, lo que, lejos de ser un fenómeno moderno, se remonta a sus propios orígenes.

La historia del deporte desde la antigüedad está salpicada de violencia. En los antiguos Juegos Olímpicos, se cometían ya actos de inusitada crueldad. Luchadores que mataban a sus adversarios, transgresores de las normas que eran azotados en público… La mayoría de los deportes practicados eran violentos en sí mismos, pero quienes los contemplaban llegaban a superar con creces la violencia empleada por sus deportistas más admirados.

En el Imperio Romano, el deporte adquirió, si cabe, mayor importancia social que en la antigua Grecia; con ello crecieron las manifestaciones de violencia. El papel de los espectadores comenzó a definirse en términos parecidos a los actuales, apareciendo grupos de seguidores que se enfrentaban violentamente entre sí. La peor catástrofe de la que se tiene noticia ocurrió en Roma en elj año 512, cuando miles de personas murieron en una guerra callejera que durante días enfrentó a dos hinchadas enemigas de carreras de cuadrigas y que a punto estuvo de hacer caer al propio emperador Justiniano.

En comparación con aquéllos, los excesos de algunos deportes actuales parecen nimios. Entonces, el nivel de tolerancia a la violencia física en el propio desarrollo del deporte era infinitamente superior. Afortunadmante, con el paso del tiempo, desaparecieron depjortes cuya finalidad era nada menos que la muerte del rival, mientras que otros evolucionaron positivamente gracias a la introducción de reglas que limitaban considerablemente su violencia.

Es el caso del boxeo: al principio, los pugilistas se cubrían los dedos con tiras de cuero reblandecido
para amortiguar los golpes; más tarde, se usó cuero duro e, incluso, se añadía metal para aumentar el peso. En 1743, un campeón británico, John Broughton, formuló un conjunto de reglas en que se eliminaban prácticas como la de golpear al rival caído o tirarle de los pelos. En 1857, entraron en uso las reglas redactadas por el duque de Queensberry, que prohibían las peleas con los puños desnudos, la lucha libre, golpear al oponente indefenso y pelear sin tiempo límite. Las Reglas de Queensberry ayudaron a rebajar la imagen salvaje del boxeo, al poner el acento en la habilidad de boxear y en la agilidad ´mas que en la fortaleza y en la agresividad.

Además del boxeo, otros deportes, modernos o no, también son intrínsecamente violentos, en cuanto a que su práctica exige mucho contacto físico –por ejemplo, las artes marciales, el rugby y sus variantes americana y australiana, o el hockey sobre hielo-; sin embargo, habitualmente no generan en sus espectadores la agresividad que se manifiesta en otros deportes de práctica mucho menos violenta, como el fútbol.

El fútbol estuvo acompañado en su origen de prácticas brutales entre sus participantes. Fue creado en Inglaterra como un enfrentamiento desordenado entre facciones rivales –pueblos, comunidades…-, en el que tomaban parte una gran cantidad de jugadores. Una sucesión de edictos reales trataron infructuosamente de acabar con el fútbol popular; posteriormente, la élite social inglesa se adueñó del nuevo deporte, haciendo de él un juego disputado entre caballeros y proponiendo que el futbolista debía comportarse noble y respetuosamente. Lejos de estos ideales, la evolución y la internacionalización del fútbol –sobre todo su alto grado de comercialización- consiguieron que en él predominara el ansia de victoria casi a cualquier precio, lo que generó actitudes violentas tanto dentro como fuera del terreno de juego.

Hoy, no es extraño ver cómo un jugador agrede y lesiona voluntariamente a un rival o cómo dos equipos rivales al completo se enzarzan en auténticas batallas campales. Una violencia incontrolada del a que no parece escapar nadie: hay ocasiones en las que ni los mismos entrenadores se salvan de las agresiones… de sus jugadores. Así le ocurrió, en marzo de 1974, a Guadalberto Díaz, entrenador del equipo uruguayo Rampla Juniors, quien tuvo que ser protegido por algunos aficionados de los golpes que le propinaron sus propios jugadores tras perder un importante partido. Sin embargo, otras veces son los propios entrenadores quienes fomentan la violencia en el terreno de juego, incitando a sus jugadores a emplear juego sucio. Carlos Bilardo, prestigioso entrenador argentino, fue famoso, además de por su palmarés, por elaborar auténticas estrategias para que sus jugadores agredieran verbal o físicamente a sus rivales, llegando incluso a analizar sus vidas privadas para poder provocarles en el transcurso del partido. Pero quienes nunca escapan a la violencia son los árbitros, objeto de multitud de insultos, de amenazas e incluso de agresiones por parte de jugadores y espectadores disconformes con su actuación. Esto no sólo ocurre en el deporte superprofesional, sino también en el aficionado.

Muchas veces, esa agresividad de los propios protagonistas del fútbol es el desencadenante de otra violencia que se desarrolla en las gradas; sin embargo, ésta no parece necesitar siempre una chispa que la encienda. Hoy, no hay equipo de fútbol que no tenga una hinchada más o menos violenta, protagonista de auténticas barbaridades.

Entre 1970 y 1990, la violencia entre hinchadas –especialmente entre los tristemente famosos hooligans británicos- aumentó hasta límites insospechados, alejando a muchos espectadores de los estadios. Los desórdenes antes, durante y después de los partidos y las batallas campales en las calles se convirtieron en algo común. Hubo desastres graves con numerosos muertos y heridos: en 1971, en el Ibrox Park de Glasgow; en 1982 en el Estadio Lenin de Moscú; en 1985, en el estadio Heysel de Bruselas y en el estadio inglés de Bradford; en 1989 en Hillsborough, Inglaterra, y en 1992 en Bastia, Córcega.

En 1994, en la ciudad colombiana de Medellín, un hincha mató a tiros al futbolista local Andrés
Escobar por el mero hecho de haberse metido un involuntario gol en propia puerta durante el Mundial de Estados Unidos que hizo perder por 2-1 a su selección. Cinco años antes, el 15 de noviembre de 1989, el árbitro Álvaro Ortega murió también tiroteado días después de haber anulado un gol al Independiente de Medellín en un partido que éste perdió frente al América. Más recientemente hemos visto los serios disturbios producidos en las calles de varias ciudades egipcias tras los partidos de fútbol.

Éstos son hechos que, al producirse fuera de los estadios, escapan a cualquier medida de seguridad. Sin embargo, dentro de los estadios se han multiplicado en los últimos años las exigencias de seguridad impuestas por las federaciones nacionales y los organismos continentales, ya que la mayoría de las situaciones potencialmente catastróficas se produce en las gradas. Pero, a pesar de las mejoras de los últimos años, muchos estadios no son apropiados para reunir a miles de seguidores apasionados: gradas de madera o cemento en malas condiciones, vallas que se convierten en ratoneras, puertas de salida cerradas por imprevisión o negligencia… son algunos de los factores que provocan muertes al coincidir con situaciones de pánico colectivo tras tumultos violentos.

Ante tal cantidad de violencia, podría afirmarse que la agresividad humana se halla posiblemente en el centro de la actividad deportiva. Vista la agresividad como un instinto humano, cabe preguntarse si puede ser o no controlada. Lo que parece claro es que muchas actitudes contribuyen a su desencadenamiento. La agresividad se observa en el propio vocabulario de los medios de comunicación: atacar, defender, vencer, disparar, golpear…, así como en las gradas, tanto en el grito de ánimo como en el insulto o en el gesto amenazante.

Sin embargo, es posible también que la violencia no sea resultado de una pulsión agresiva innata, sino
una respuesta a la tensión social, ya sea por temor, frustración o privación de diversa índole.

Sea como fuere, puede pensarse que el deporte no es el que incrementa el nivel de agresividad de la sociedad actual, sino sólo un escaparate donde se manifiesta esa violencia. Por ello, quizá convendría que, desde el propio deporte, se diera ejemplo a la hora de controlarla aprendiendo de los propios errores del pasado.
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lunes, 24 de septiembre de 2012

¿Cuál es el elemento más denso de la Tierra?

 O el osmio o el iridio, dependiendo del sistema de medida que utilicemos.

Ambos metales son muy similares en cuanto a su densidad y han intercambiado puestos en la tabla periódica varias veces a lo largo de los años. El tercero más denso es el platino, seguido del renio, el neptunio, el plutonio y el oro. El plomo está muy abajo en la lista –es tan sólo la mitad de denso que el osmio o el iridio.

El Osmio (Os) es un elemento metálico de color plateado-azulado muy raro y duro. Fue descubierto –junto con el iridio- en 1803 por el químico inglés Smithson Tennant (1761-1815). Tennant era el hijo del vicario de Richmond, y también fue el primero que demostró que el diamante es una forma de carbono puro.

Bautizó al osmio a partir del término griego “osme”, “olor”. Emite tetróxido de osmio, muy tóxico y con un fuerte e irritante olor que puede dañar los pulmones, la piel y los ojos además de causar fuertes dolores de cabeza. El tetróxido de Osmio se ha utilizado en la toma de huellas digitales porque su vapor reacciona con diminutas trazas de la grasa que dejan nuestros dedos, formando en el proceso una capa negra.

Su extrema dureza y resistencia a la corrosión lo hacen muy útil en la fabricación de agujas para brújulas o puntas de las estilográficas de calidad –de ahí el nombre de la famosa marca de plumas Osmiroid-. El osmio tiene también una temperatura de fusión muy alta: 3.054 ºC. En 1897, esto inspiró a Karl Auer a crear un filamento de bombilla de osmio que mejorara los fabricados por Edison, que eran de bambú. El osmio acabó siendo reemplazado por el tungsteno, que se funde a 3.407 ºC.

La producción mundial anual de osmio no supera los 100 kilos.

Por su parte, el Iridio (Ir) es un metal amarillo-blanquecino que, como el osmio, tiene propiedades cercanas a las del platino. El nombre proviene de “iris”, la palabra griega para “arco iris”, debido al despliegue de colores que producen sus compuestos.

El iridio tiene, como el osmio, un punto de fusión muy alto (2.446ºC), y se utiliza sobre todo para fabricar los crisoles de las fundiciones y para endurecer el platino. Es uno de los elementos más difíciles de encontrar en la Tierra, si bien existe una inusual concentración en la delgada capa geológica conocida como Límite KT, que separa el periodo Cretácico del Terciario, y que fue creada hace unos 65 millones de años. Los geólogos creen que el iridio sólo puede haber venido del espacio, lo que apoyaría la hipótesis de que en esa época un meteorito se estrelló contra la Tierra causando la extinción de los dinosaurios.

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viernes, 21 de septiembre de 2012

1628-El hundimiento del Wasa


El buque insignia Wasa se hundió en la bahía de Estocolmo durante su viaje inaugural el 10 de agosto de 1628.

Su construcción obedeció a la situación política imperante en la Europa de entonces y más concretamente en el norte del continente. La lucha por el dominio del Báltico se debatía entre Suecia y Dinamarca y la flota sueca era un instrumento de la política de ese país.

Por aquel entonces, Suecia era un país pequeño y pobre. Bajo el reinado del rey Gustavo Adolfo II, luchaba por ganarse un lugar como potencia europea. Cuando aún no había cumplido 17 años, Gustavo Adolfo tuvo que sobrellevar una pesada carga. El reino que recibió se encontraba participando en una difícil guerra en varios frentes. En el este, los enemigos eran Rusia y Polonia; en el sur, la lucha era contra Dinamarca, la más seria competidora por el dominio del Báltico.

En 1613 se había firmado la paz con los daneses en Knäred, una paz firmada imponiendo duras condiciones para los suecos. Dinamarca había conquistado las fortificaciones de Älvsborg, que era la única protección de la Suecia de entonces, con su apertura hacia el mar del Norte. Esto obligó al país a pagar a los daneses una fuerte suma de dinero durante seis años. El pago de ese tributo exigió grandes sacrificios al pueblo, que ya cargaba sobre sí los gastos de la guerra.

En el frente oriental, el desarrollo de las acciones bélicas era incierto, pero decantándose hacia el lado sueco. La firma de la paz de Stolbova fue importante para la política báltica de Suecia, ya que las cesiones territoriales incluidas en el acuerdo marginaron a Rusia de la región y Suecia quedó con las manos libres para centrarse en sus ambiciones meridionales, más concretamente Polonia. Había comenzado la Edad de Oro de Suecia, los años en los que se convirtió en una potencia a tener en cuenta.

En ese contexto, la flota sueca jugaba un papel fundamental. Gustavo Adolfo había heredado a la
muerte de su padre, Carlos IX, una gran flota naval casi en desuso al hallarse destrozada por el clima y los combates. En el año 1621, la flota estaba integrada por casi 100 unidades, pero más de las dos terceras partes eran barcos de guerra pequeños con una capacidad de combate insignificante. En 1616, el rey se había visto obligado a completar su flota de guerra con navíos mercantes alquilados en Holanda. Gustavo Adolfo decidió cambiar la situación y en 1620 dio comienzo un programa de construcción naval sin precedentes en el país. En todos los astilleros de la nación floreció la vida y la actividad. El Wasa nació como fruto de ese esfuerzo.

Es casi seguro que los constructores del Wasa fueron obligados a trabajar con prisas. Muy a comienzos del verano de 1628 fue colocado el lastre a bordo y en julio todo estuvo listo para situar en sus puestos los 64 cañones. El 10 de agosto de 1628, domingo, se había reunido una multitud para despedir a los marinos. Además de la tripulación compuesta por 135 personas, se encontraban familiares de la gente de a bordo, entre los que había mujeres y niños, habiendo obtenido permiso para viajar en el barco un corto trecho en la singladura inaugural.

Así, el Wasa zarpó desde Estocolmo con un tiempo sereno y despejado, con una leve brisa que soplaba del suroeste. Se levaron anclas y se ajustaron las jarcias. El Wasa se deslizó lentamente y se iniciaron las maniobras del velamen, desplegando sólo cuatro velas de los 1.200 metros cuadrados de lona con que contaba. El navío acababa de disparar unas salvas de saludo cuando una ráfaga de viento repentino lo hizo escorarse. Pero se recuperó y continuó deslizándose lentamente. Una nueva ráfaga y el barco vuelve a escorarse, pero esta vez no puede recuperar el equilibrio. La inclinación del barco aumenta y pronto el agua comienza a entrar a raudales a través de las cañoneras. Con sólo 1.500 metros recorridos, el navío se hunde. Se botaron los botes salvavidas y aquellos que no cupieron fueron rescatados del agua por barcos que acudieron al lugar. En las excavaciones que se hicieron en época moderna en el lecho marino en el lugar del naufragio, se encontraron restos de sólo 18 individuos pero se cree que murieron alrededor de cincuenta personas.

El destino del buque insignia generó inmediatamente una gran conmoción. Ya al día siguiente
comenzaron los preparativos para un interrogatorio en el castillo anejo al Consejo del Reino. La investigación se inició el 5 de septiembre ante un tribunal de diecisiete miembros nombrado especialmente para el caso. En el banquillo de los acusados se hallaba, entre otros, el propio capitán del barco –quien fue salvado en el último momento- además de su contramaestre y el empresario constructor. Algunas actas de la época señalan que se trató por todos los medios de culpar a los miembros de la tripulación, enredándolos con preguntas capciosas.

Al final se llegó a la conclusión de que el navío había sido bien construido, el lastre era adecuado y los cañones habían estado bien situados. No hubo manera de encontrar un motivo para la tragedia y al final todos los que estuvieron vinculaos con el accidente fueron puestos en libertad. Hubo un guardiamarina que afirmó que el barco era demasiado angosto de fondo y que le faltaba una mayor manga, pero mientras el Wasa permaneciera a 32 metros de profundidad, no había pruebas disponibles para apoyar una u otra tesis.

La catástrofe sirvió como advertencia para cambiar los modelos de construcción en el sistema de licitación que se habían utilizado hasta la fecha. A partir de 1630, se comenzaron a construir barcos más anchos.

La noticia de la catástrofe del Wasa se difundió rápidamente fuera de las fronteras de Suecia. Hubo muchos que pensaron ganar fama y fortuna (simplemente los cañones de bronce ya eran piezas muy preciadas en la época) realizando una operación de rescate que a todas luces parecía simple. El barco estaba en el fondo de la protegida bahía de la capital sueca y la profundidad no era de más de 35 metros. Había constancia histórica de hazañas realizadas por submarinistas desde los tiempos de los griegos, pero lo cierto es que los recursos técnicos eran de mala calidad y los utensilios utilizados muy primitivos. El primero que se atrevió a poner en práctica un intento de rescate del velero fue el inglés Ian Bulmer. Comenzó a trabajar en ello tan sólo tres días después del hundimiento. Bulmer consiguió en muy poco tiempo asentar al Wasa sobre su quilla. Cómo consiguió hacerlo no lo sabe nadie, pero le hizo un gran favor a quienes finalmente tuvieron éxito en la tarea siglos después.

Muchos otros siguieron intentándolo, pero el peso de la nave siempre fue demasiado. Los equipos de
levantamiento no resistían. Durante diez años se trató denodadamente de rescatar al Wasa. Luego vinieron dos décadas en las que no se hizo absolutamente nada. Entre 1663 y 1664 dos suecos entusiastas utilizaron una campana sumergible de estructura simple con una forma parecida a una campana de iglesia. Ya por aquel entonces se había aprendido a vestir a los buceadores con ropas cálidas de cuero, bien cerradas. Llevaban incorporados a la campana de madera una cantidad de herramientas especiales como sierras, garfios y alicates para facilitar el trabajo en las profundidades. Utilizando este primitivo sistema consiguieron rescatar alrededor de 50 cañones, cada uno de ellos con un peso de una tonelada y media. Una hazaña encomiable.

Según algunas actas de aduana de la época que se han conservado, se sacaron del país con destino a Lübeck 53 cañones del Wasa en 1665, cañones de los que hoy se ha perdido la pista. Después de esto se desvaneció el interés y el navío descansó en paz durante trescientos años. Entretanto, las técnicas de buceo y rescate fueron perfeccionándose.

En 1920, el historiador sueco Nils Ahnlund revivió el interés por el buque hundido pero a principios del siglo pasado todavía no había recursos suficientes para dedicarlos a una empresa de esta magnitud. En agosto de 1956, el investigador privado Anders Franzén logró finalmente sacar un pedazo de encina negra con una sonda especialmente construida para esta misión. Se contactó entonces con el jefe de buceadores de la marina, y la Escuela de Buceo trasladó sus prácticas habituales a este lugar. Todo estaba ya listo. Franzén logró con su entusiasmo atraer a personas influyentes que apoyaron el proyecto y se contrató a la empresa Neptun, especialista en estas tareas.

Se excavaron seis túneles por debajo del navío de cerca de 150 metros de largo y con ayuda de
pontones de carga fue por fin sacado a flote en abril de 1961. Apenas transcurridas dos semanas, el velero pudo ser remolcado a un dique sequo. Ahora había que limpiarlo, sacarle el lodo y el lastre, secarlo y proteger la madera. En definitiva, restaurarlo y estudiarlo. Una tarea que todavía no ha finalizado.

El Museo Wasa abrió sus puertas en 1962, si bien las instalaciones actuales datan de 1990. Millones de personas lo han visitado, maravillándose por poder contemplar tan de cerca un barco magnífico. Lo que una vez fue una catástrofe se transformó en un final feliz en nuestro tiempo al abrirse una fascinante puerta hacia el mundo de la navegación en el pasado.
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lunes, 17 de septiembre de 2012

Tierra y Luna: ¿cuál gira alrededor de cual?


Ambas. Las dos giran una alrededor de la otra.

Los dos cuerpos celestiales orbitan un centro de gravedad común situado a unos 1.600 km bajo la superficie de la Tierra, así que la Tierra realiza tres rotaciones diferentes: alrededor de su propio eje, alrededor del Sol y alrededor de ese punto.

¿Confuso? Incluso Newton afirmó que pensar sobre el movimiento de la Luna le daba dolor de cabeza.

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miércoles, 12 de septiembre de 2012

¿Qué es la erosión?


 
La erosión es una parte del proceso natural que, desde hace miles de millones de años, se encarga de modelar el relieve de la Tierra. A las tremendas fuerzas telúricas generadoras de montañas, cordilleras y otros plegamientos del terreno se opone el lento y paciente proceso de desgaste ocasionado por agentes erosivos tales como el agua, el viento o los cambios de temperatura.
Dice la sabiduría oriental que hasta la más imponente de las montañas acaba siendo vencida por la paciente labor de la lluvia y del viento. Y es cierto que el paisaje que vemos es fruto de una continua transformación de la capa más superficial de la corteza terrestre en la que intervienen dos mecanismos opuestos. Uno capaz de generar plegamientos y crear relieve, y otro que tiende a nivelar el terreno mediante el desgaste de picos y salientes y la deposición de sedimentos en las zonas más bajas.

Muchos son los agente que intervienen en este proceso de desgaste: el agua y el viento son, sin duda, los más importantes, pero no los únicos; en cualquier caso, su acción se ve modulada por una serie de circunstancias tales como el clima, la composición del terreno y la influencia ejercida por los seres vivos, entre ellos, el hombre.

La fuerza abrasiva del viento o del río no sería la misma si no estuviese asociada a la presencia de otros materiales, tales como el polvo en suspensión y otras partículas de roca desprendidas anteriormente por efecto de complejas reacciones químicas y físicas. Podríamos decir que el ciclo erosivo comienza en el momento en que una roca es atacada por las condiciones atmosféricas. El agua de lluvia, con todas las sustancias que arrastra a su paso a través de la atmósfera –dióxido de carbono, partículas de sal, etc-, reacciona químicamente con los diferentes minerales a inicia un proceso de corrosión que acaba destruyendo la homogeneidad de los materiales rocosos.

Esta corrosión, unida al efecto de dilatación y de contracción que sufren las rocas con los cambios de
temperatura, hace que se formen grietas. El efecto se multiplica cuando las grietas se llenan de agua que, al congelarse, aumenta su volumen, produciendo un efecto de cuña y rompiendo la roca en fragmentos cada vez menores. Los fragmentos, sobre todo los más pequeños, son arrastrados con facilidad por el viento o por corrientes fluviales, incrementando el poder erosivo de estos dos agentes.

Por supuesto, en todo este proceso, interviene como factor fundamental el lento paso del tiempo: se estima que, en un clima templado y con una humedad media, se necesitan más de 100.000 años para que el granito se debilite lo suficiente como para descomponerse al tacto; un periodo de tiempo considerable desde el punto de vista humano, pero apenas un instante a escala geológica.

El viento que se mueve por una superficie mineral sólida –como por ejemplo, roca firme o arcilla endurecida- es incapaz de provocar por sí mismo un cambio apreciable debido a que la fuerza cohesiva del material excede la presión ejercida por él. Únicamente en los lugares donde existan pequeñas partículas minerales sueltas puede el viento manifestar todo su poder de erosión y transporte. Es entonces cuando se habla de “erosión eólica” –de Eolo, dios griego de los vientos-.

Como formas de erosión eólica más importantes se pueden citar la deflación –es decir, el levantamiento y el arrastre de partículas sueltas a las que colectivamente se llama “polvo” –y la corrasión –que no corrosión-, en la que granos minerales duros arrastrados por el viento golpean la superficie rocosa desbastándola como si de un poderoso cincel se tratase. Debido a su peso, los granos de arena son levantados a poca altura, por lo que la mayor parte de su poder erosivo se manifiesta a escasos metros del suelo, atacando sobre todo a la base de las rocas. Este mecanismo da lugar a paisajes muy peculiares, con columnas de piedra que sostienen masas pétreas que parecen desafiar la ley de la gravedad.

Mención aparte merece la erosión de las olas de temporal, en la que casi todo el oleaje marino está generado por el viento y representa una transferencia de energía del aire al agua. Las olas producidas por un temporal ejercen gran presión de impacto sobre los acantilados rocosos, provocando un rápido retroceso de las costas cuando encuentran materiales poco resistentes.

Las corrientes de agua suponen una de las fuerzas erosivas más importantes. Un medio de erosión
simple es la acción hidráulica, la que ejerce la presión y el empuje del agua en movimiento sobre el fondo y las riberas. El otro es la abrasión, que tiene lugar cuando las partículas de roca arrastradas por la corriente chocan con la roca firme del cauce.

La velocidad del caudal de un río determina las características físicas del lecho y su capacidad de erosión. Cuanto más fuerte y rápida es la corriente, mayores son los fragmentos de piedra que puede arrastrar. En estas condiciones, el río es capaz de excavar el terreno con mayor facilidad, sobre todo cuando cruza por estratos minerales más blandos, produciendo a menudo el característico valle fluvial en forma de V.

Otro tipo de corriente de agua, en este caso, en estado sólido, también tiene una gran importancia como agente erosivo: se trata de los glaciares. Estos auténticos ríos de hielo ejercen una formidable presión sobre los terrenos por los que discurren, desgajando rocas y guijarros, que son arrastrados por la lengua de hielo y que, a su vez, arañan las rocas más compactas. Los paisajes alpinos, con montes cortados en profundas aristas y valles con forma de U, son característicos de la acción de los glaciares, al igual que el paisaje de fiordos típico de la península escandinava.

En todos los mecanismos erosivos anteriores se ha hablado de procesos que duran miles e, incluso, millones de años. Los diversos paisajes que componen la superficie terrestre son obra del paso detenido y paciente del tiempo. Sin embargo, recientemente se ha venido a sumar un agente erosivo desconocido en la historia geológica de la Tierra: el hombre.

La actividad humana ha alterado en gran manera los procesos naturales, de forma que en unos pocos
miles de años –un periodo ínfimo a escala geológica- hemos sido capaces de alterar paisajes con una energía destructiva mayor que la de cualquier agente erosivo natural. La alteración de la cubierta vegetal por culpa de la sobreexplotación agrícola e industrial, unida a los efectos de la contaminación y de la lluvia ácida hacen que el proceso de desertización haya aumentado peligrosamente en tan sólo unas décadas.

Con todo, la erosión, como las otras fuerzas generadoras del paisaje, lleva actuando desde hace miles de millones de años y lo continuará haciendo miles de millones de años después de que la especie humana haya desaparecido de la Tierra. Quizá, después de todo, nuestra influencia no sea más que una pequeña muesca en esa escultura eternamente inacabada que es nuestro planeta.
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sábado, 8 de septiembre de 2012

¿Qué tipo de enfermedades contraen los insectos?


Las bacterias y los virus pueden plantear problemas a los insectos; algunos insectos sufren la amenaza de avispas parasitarias u otros parásitos. No obstante, los insectos poseen sistemas inmunitarios muy efectivos para luchar contra enfermedades.

Cuando alguna bacteria penetra en una herida, las células sanguíneas del insecto se movilizan con rapidez para rodear y digerir a la invasora; al mismo tiempo, el cuerpo graso (un órgano análogo al hígado de los mamíferos) produce grandes cantidades de proteínas antibacterianas. Esta respuesta inmunitaria de los insectos se parece mucho a la de los mamíferos, y en años recientes los científicos han estudiado la drosofila común con el objeto de profundizar en los fundamentos inmunitarios tanto de los insectos como de los mamíferos.

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lunes, 3 de septiembre de 2012

¿Se puede tragar cuando estamos cabeza abajo?


La comida o los líquidos que llegan muy atrás en el espacio faríngeo se tragan de forma refleja. De ello se ocupan diversos músculos en la boca y el cuello que permiten que las sustancias vayan desde la cavidad bucal hasta el estómago. Simultáneamente, la epiglotis cierra la tráquea para evitar que la papilla alimenticia no se pueda colar por ella. Sin embargo, aunque ocurra esto, si algo entra por el “mal sitio”, el cuerpo reacciona con otro reflejo. Tose e intenta eliminar de la tráquea el cuerpo extraño. Cuando alguien está apoyado sobre la cabeza puede tragar perfectamente. Y no sólo hacia abajo, sino también hacia arriba. Esto se puede hacer pues el proceso de tragar tiene lugar a base de unos músculos, y no es la comida la que, por sí misma, baja por la garganta.

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