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domingo, 31 de mayo de 2009

Ford T: un automóvil en cada casa


El 19 de diciembre de 1999, un jurado internacional eligió el Modelo T de Ford el Coche del siglo, asegurando de este modo la prominencia de Henry Ford como innovador industrial.

El Modelo T fue el primer coche fabricado completamente en la Ford Motor Company, fundada en 1903 en Detroit, con la intención de popularizar el uso del automóvil. El objetivo se cumplió con creces. En palabras del propio Henry Ford: “Hoy lo que más se demanda es un coche barato dotado de un motor lo suficientemente potente y fabricado con los mejores materiales (…) Debe ser lo bastante fuerte para circular por las carreteras norteamericanas y transitar por cualquier lugar por el que pasen los carruajes de caballos sin que el conductor tema por el coche”. El Modelo T disponía de un motor de cuatro cilindros, dos marchas para circular hacia delante y una marcha atrás –el conductor utilizaba un pedal para efectuar el cambio de marchas- y, al principio, una capota de lona con paneles laterales.

Fabricar coches era un trabajo lento al comienzo del siglo XX. Cada uno era construido a mano por separado y por varios equipos de trabajadores. Había partes no estándar que se hacían individualmente, o en pequeño número, a medida que se necesitaban. El resultado final solía ser una fina pieza de mano de obra, pero era cara. Si se pudiesen hacer los coches más rápidamente, podrían ser más baratos. Si fueran más baratos, se podrían vender más. Henry Ford fue la primera persona en poner esto en práctica.

La fabricación en serie exigía como requisito previo que todos los componentes se manufacturaran con suma precisión, para lo cual el propio Ford en persona ideó numerosas máquinas y herramientas. Sin embargo, el Modelo T no se fabricó en una cadena de montaje desde el principio. Además, Ford no inventó el trabajo en cadena. Se había estado empleando desde hacía bastante tiempo en varias fábricas de alimentación. Hacia 1870, una fábrica conservera de carne en la ciudad de Cincinnatti estaba utilizando una línea colgante para trasladar el ganado muerto de un trabajador a otro. Cada trabajador permanecía de pie en un lugar y hacía su corte particular cuando los animales pasaban junto a él.

El principio que Ford aplicó a la construcción de automóviles fue el mismo: llevar el trabajo al trabajador. La producción en serie de Ford comenzó en 1913. Los empleados se colocaron frente a una cinta móvil que transportaba los diversos componentes. El proceso de fabricación seguía el ritmo ininterrumpido del flujo constante de materiales y componentes. Incluso para ahorrar más tiempo todo el trabajo se colocaba al nivel de la cintura para que los hombres no tuvieran que inclinarse.

Ford y sus ingenieros jefe Sorensen y Martin realizaron varias pruebas de este revolucionario trabajo, lo ensayaron y después lo aplicaron en un área de trabajo tras otra. Como consecuencia se produjo un importante incremento de la producción unido a un abaratamiento paulatino de los precios. Así, en 1909 se fabricaron 14.000 automóviles, pero en 1916 la suma se había elevado a 585.000. Durante el mismo período, el precio de venta del coche bajó de 950 dólares a 360 dólares. La posición de Ford era tan óptima que pudo permitirse vender su coche en un solo color –negro- durante muchos años. Se negaba a desarrollar los aspectos estéticos. Era más rápido usar el mismo color para todos los coches que salían de la cadena y el negro fue elegido, al parecer, porque era el que secaba más rápido.

Conducir un Modelo T era completamente distinto de cualquier otro automóvil de la época. Al parecer era tan fácil que cualquiera lo podía hacer. En un caso de emergencia se podía hacer que fuera más despacio pisando uno cualquiera de los tres pedales. Por eso no importaba que el conductor se equivocara. No era muy cómodo de manejar, pero marchaba bien. Conducir por entre los campos no era problema.

Con una generosidad poco corriente, Ford publicó dibujos y descripciones detalladas de sus instalaciones. Con el paso del tiempo se modificaron en casi todas las partes del coche, aunque los cambios fueron siempre de naturaleza técnica y no estilística. En 1921 Ford estableció un record: el 55% de todos los automóviles norteamericanos eran un Modelo T.

Pero en 1926 las acciones de la empresa cayeron un 30%. La Ford Motor Company se enfrentaba con la dura competencia de General Motors, cuyo departamento de diseño se denominaba Art and Color Studios y cuya política de crear anualmente modelos nuevos poniendo énfasis en el diseño y el estilo le granjeó un gran éxito entre el público. El diseño se había convertido en valor visual añadido.

En 1927, tras haber fabricado quince millones de unidades del Modelo T, la producción cesó de manera abrupta y enseguida se optó por un sucesor más moderno: el nuevo Modelo A. Incluso en la actualidad, el Modelo T ejemplifica el considerable impacto del diseño en la producción industrial y automovilística.
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jueves, 28 de mayo de 2009

¿Azar o Destino?


Un día de 1993, desde su oficina, Ron O´Mullane marcó en el teléfono un número local de seis dígitos, de Nueva Gales del Sur, Australia. Su hija contestó en otro estado en un número de nueve dígitos. El 8 de abril de 1994, volvió a marcar un número telefónico local y respondió otra de sus hijas, en Calgary, Canadá, esta vez en un número de 15 dígitos.

Pocas vidas humanas están libres de coincidencias. Por ejemplo, una coincidencias de 100.000 a 1 parece un suceso poco probable, pero éstas son las oportunidades para ganar algunas loterías, lo que ocurre todos los días. El fenomenologista estadounidense Charles Fort, muerto en 1932, especulaba que las coincidencias eran organizadas por una fuerza que él llamaba el Bromista Cósmico. En Das Gesetz der Serie (La Ley de las series) publicada en el año de 1919, el biólogo austriaco Paul Kammerer definió las coincidencias como la manifestación de un principio natural que actúa independientemente de causas físicas.


La serie de la rosa “Peace” habría fascinado a Fort y a Kammerer. Durante la Segunda Guerra Mundial, la American Rose Society decidió llamar “Peace” a una rosa francesa recientemente cultivada. La ceremonia de titulación sería el 29 de abril de 1945, precisamente el día de la caída de Berlín. Ese año, la sociedad regaló una rosa “Peace” a los delegados de la primera reunión de las Naciones Unidas. Ese mismo día se firmó el alto el fuego en Europa. La rosa recibió el premio All-America el día de la rendición de Japón, y la medalla de oro de la sociedad el mismo día en que se firmó el tratado de paz con Japón. Esas fechas de la rosa “Peace” se planearon mucho antes de que ocurrieran los sucesos descritos.

En 1952, Carl Gustav Jung acuñó el término “sincronicidad” para describir “una coincidencia en el tiempo de dos o más acontecimientos no relacionados, que tienen un significado igual o similar”. Entre los ejemplos que cita en Synchronicity: An Acausal Connecting Principle se encuentra el relato del señor Deschamps quien, siendo niño, recibió una vez un budín de ciruelas de un tal señor de Fortgibu. Diez años después, Deschamps pidió un budín de ciruelas en un restaurante de París, pero el último se lo había llevado… el señor de Fortgibu. Mucho tiempo después, mientras saboreaba un budín de ciruelas en una fiesta, Deschamps bromeó diciendo que aquel budín se le había escapado al señor de Fortgibu. En ese momento llegó un anciano que se había equivocado de dirección. Deschamps reconoció al instante al señor de Fortgibu.

Jung cuenta también un relato del escritor Wilhelm von Scholz sobre las fotografías que una alemana le tomó a su hijo. Entregó la película en Estrasburgo para que la revelaran, pero el inicio de la Primera Guerra Mundial impidió que la recogiera. Dos años después, en Francfort, la mujer compró una película para fotografiar a su hija pequeña. El laboratorio descubrió que la película había sido doblemente expuesta: las imágenes de debajo eran las de su hijo, tomadas en 1914. La película original había vuelto a circular y había viajado entre dos ciudades.

Una coincidencia más reciente afectó al actor británico Anthony Hopkins. Tras obtener un papel importante en la versión cinematográfica de The Girl from Petrovka, de George Feifer, en 1971, buscó la novela en las librerías de Londres, sin ningún éxito. De regreso a su casa, encontró un ejemplar en un asiento de la estación del metro Leicester Square. En 1973, en el escenario de la película en Viena, Feifer dijo a Hopkins que le había prestado el último ejemplar de la novela a un amigo de Londres, quien lo había perdido. Hopkins descubrió que era el mismo libro que tenía, ya que las anotaciones de Feifer se encontraban en su interior.

Las coincidencias también pueden aportar beneficios inesperados. En febrero de 1994, el australiano Peter Burns perdió su reloj en el mar en Byron Bay, 700 kilómetros al norte de Sydney. Unas seis semanas después, en una imprenta ubicada en Sydney, mencionó casualmente el hecho a un empleado que llevaba un reloj similar. “Creo que es el suyo”, le dijo el joven. Su madre lo había encontrado en la playa de Byron Bay.

Contrariamente a la visión pesimista de la vida que expresa Gloucester en El Rey Lear de Shakesperare, al decir que “los humanos somos para los dioses como las moscas para los niños juguetones: nos matan para su recreo”, las coincidencias sean naturales o maquinadas por alguna fuerza cósmica, son más favorables que negativas…
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lunes, 18 de mayo de 2009

¿Cual es el mayor ser vivo?


Es un champiñón.

Y ni siquiera uno particularmente raro, sino uno que habitualmente se encuentra en cualquier jardín o en los troncos de los árboles muertos. Se trata del Armillaria ostoyae o seta miel.

Si resulta que tienes uno en tu jardín, reza porque no alcance la talla del mayor espécimen registrado. Está en el Malheur National Forest, en Oregón (EEUU) y cubre una superficie de 8,9 km2, lo que lo convierte en el mayor organismo conocido por superficie. Su edad se estima entre 2.000 y 8.000 años. La mayor parte está bajo tierra en la forma de una alfombra de micelios (el cuerpo vegetativo de un hongo, el equivalente a sus raíces) de color blanco que se extienden por las raíces de los árboles y chupan su savia, matándolos y asomando por entre el suelo aquí y allá como inocentes racimos de setas miel.

Durante algún tiempo se discutió si se trataba de un solo organismo individual o bien una colonia de clones compuesta de numerosos individuos, pero tests recientes parece que han demostrado que todos tienen el mismo mapa genético.

Si esta información resulta un poco decepcionante, podemos saltar al siguiente ser vivo por tamaño, uno bastante más impresionante. Se trata del General Sherman, una sequoia gigante que crece en el Sequoia National Park, en California (EEUU). Tiene un volumen de 1.487 m3 y mide 83,8 metros de altura. Sólo el peso de su tronco se estima en 2.000 toneladas.
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domingo, 17 de mayo de 2009

1967-Marilyn Monroe (Andy Warhol)


La reacción contra el dominio del expresionismo abstracto se materializó en el movimiento conocido como pop art. En la década de 1960, los artistas estadounidenses y británicos rechazaron los principios según los cuales el arte debía expresar lo más profundo del alma del artista, y se mostraron a favor de una iconografía más abierta e “impersonal”. Las creaciones del pop art parodiaban, adoptaban y capitalizaban los símbolos del consumismo, el éxito y la fama, así como la cultura de masas.

Uno de los cuadros más conocidos de ese movimiento es la reproducción de múltiples imágenes de la fotografía de Marilyn Monroe, coloreada sin atención al detalle y con tonos extremados, contribuyó a extender la fama de la actriz y convertirla en un icono cultural. Marilyn, la seductora niña-mujer, el sex-symbol que quitaba el aliento, la inalcanzable diosa del cine, representaba su vida bajo la mirada devoradora de un público amplísimo, que nunca tenía bastante de ella. La aclamaban sin medida, dominaba los titulares, llenaba las columnas de chismorreos y encarnaba los sueños de una década. Detrás del oropel, el glamour y aquella seductora sonrisa que cautivaba al mundo entero, había una mujer inmadura y vulnerable.

Tuvo una infancia terrible. Decía que probablemente fue un error, que su madre nunca quiso tenerla. No conoció a su padre y fue dando tumbos de casa de su madre a toda una serie de hogares de acogida. Su madre tuvo una crisis nerviosa y Marilyn pasó dos años en un orfanato. Nunca acabó la enseñanza secundaria y se casó a los dieciséis años, quizá para evitar que la volvieran a enviar al orfanato. Más tarde comentaría que su matrimonio no fue infeliz, pero tampoco dichoso. Su marido y ella tenían poco que decirse el uno al otro.

Su descubrimiento se debió a la campaña bélica. Mientras su esposo luchaba en la Segunda Guerra Mundial, Marilyn estaban en una fábrica, comprobando paracaídas. Ronald Reagan envió a David Conover, un fotógrafo del ejército, a que retratara obreras jóvenes y alegres de las fábricas de municiones. Conover observó a aquella joven que lograba sacarle más a una pose que cualquier otra persona que hubiera visto en su vida. Los publicistas se apoderaron de su descubrimiento y crearon a “Marilyn Monroe”, el icono del Hollywood de la posguerra. Era extrañamente distante y lejana; decía que siempre tenía la sensación de que no era real, de que era algo parecido a una falsificación bien hecha. Murió la noche del 4 de agosto de 1962, en circunstancias no aclaradas, pero su leyenda ha seguido viva e incluso ha crecido.



Andy Warhol, hijo de inmigrantes checos, empezó su carrera artística en publicidad. Fue el primero de los artistas americanos que más tarde engrosarían la nómina pop que se instaló en la ciudad. La cuna del arte pop había sido Gran Bretaña, donde en los primeros cincuenta se habían perfilado sus características. La nueva escuela, nacida en una sociedad industrial abocada al progreso y obligada al consumo, elevaba a categoría artística todo tipo de objetos y se nutría de lo cotidiano y de la cultura popular. Este movimiento pasajero, barato, joven, ingenioso y rentable, llegó a fines de los cincuenta a EEUU, donde se extendió con rapidez, se convirtió en la alternativa al subjetivismo del expresionismo abstracto y encontró en Warhol a su mejor representante.

A principios de los sesenta creó sus series litográficas de Marilyn, Liz Taylor, james Dean, los dólares, las botellas de Coca Cola… Son símbolos de la sociedad de consumo sin significado, no esconden ningún sentido oculto como tampoco hay denuncia. Warhol sólo reflejaba la apariencia de las cosas, no juzgaba, no opinaba, no tenía nada que decir.

En su pintura, además del uso de imágenes sacadas de la vida diaria –práctica habitual entre los artistas del pop- hay otra constante: la repetición en serie de cada uno de sus temas. Esta característica está muy ligada a su particular proceso creativo: Warhol había abandonado el contacto personal con la obra al utilizar técnicas de arte aplicado –fotografías proyectadas en la tela, calcos similares a las técnicas de frotado, sistemas industriales como el serigráfico-. A Warhol le gustaba el aspecto impersonal en que desembocaba este sistema de trabajo. La misma cara famosa retratada en serie resaltaba la superficialidad y banalidad de la fama.


Warhol acabó siendo un personaje de culto, como la propia Marilyn. Su “Marilyn Monroe” es un icono artístico del siglo XX. De su obra dijo que era irrelevante decidir si sus vivos colores la convertían en un símbolo o no y que, si los colores eran bellos, era porque ella lo era. Este cuadro es una de las mejores muestras de la nueva relación que se estableció entre el arte y la cultura popular, haciendo del artista un creador de imágenes icónicas que todo el mundo podía identificar.
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martes, 12 de mayo de 2009

Sobrevivir en el ascensor


Cualquiera que haya entrado en un ascensor ha pensado alguna vez: ¿qué podría hacer yo para sobrevivir si de repente el ascensor se soltara y se desplomara en caída libre? ¿Valdría de algo saltar justo antes del impacto en el fondo del hueco del ascensor?

En primer lugar, pese a los tópicos de Hollywood, es casi imposible que un ascensor caiga por su hueco. Ello es gracias al freno de seguridad sensible a la aceleración que patentó Elisha Otis en el siglo XIX. En el momento en que el ascensor empieza a caer, brotan múltiples brazos cargados de muelles y lo inmovilizan en el hueco.

En cuanto a mejorar las posibilidades de supervivencia, saltar justo antes del impacto no haría más que demorar el propio impacto unos cuantos milisegundos. Además, no habría manera de saber cuándo hacerlo. Adelantarse un instante en el salto significaría pegarse con la cabeza en el techo para luego verse lanzado al suelo en cuanto el ascensor llegara al fondo.

Aunque se pudiese cronometrar con exactitud el salto, para que sirviese de algo se habría de ejercer la misma fuerza que haría falta para saltar hasta la altura de la que cayó el ascensor (por ejemplo, si cayó cincuenta metros, sólo alguien capaz de saltar cincuenta metros en el aire podría salvarse de ese modo). Y si pudiese hacer eso, probablemente no tendría necesidad de ascensor. Aún así, se supone que incluso un pequeño salto aminoraría el impacto. Menos es nada.


Probablemente, lo mejor que podría hacerse es tumbarse boca arriba en el suelo y poner las manos bajo la cabeza para reducir al máximo el impacto, aunque sería difícil de hacer en caída libre. Otra posibilidad es coger todos los objetos blandos que se lleven consigo, ropa por ejemplo, y colocarlos debajo antes del impacto. Esto aumentaría el tiempo de desaceleración de la colisión y reduciría ligeramente el daño que podría producirse. Si no importan demasiado las piernas, se podría intentar permanecer de pie y hacerlas actuar como “zonas de absorción del impacto” aunque seguro que el resultado sería bastante desagradable.

En fin, que no merece la pena pensar mucho en ello. Es poco probable que el ascensor se desplome. Y si sucede, será tan rápido que no habrá tiempo para pensar en algo y menos para llevarlo a cabo.
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domingo, 10 de mayo de 2009

El lugar más seco de la Tierra


Cuando se piensa en el lugar más seco de la Tierra, seguramente vienen a la cabeza imágenes de mares de dunas y sol abrasador. Pues bien, no es así. El número uno en la clasificación de aridez es un sitio tan poco obvio como la Antártida. Hay lugares de ese continente donde no ha llovido en dos millones de años.

Un desierto se define técnicamente como un lugar que recibe menos de 254 mm de precipitaciones al año. Así, el Sáhara recibe sólo 25 mm de lluvia al año. La Antártida recibe más o menos lo mismo, pero el 2% de su superficie, conocido como los Valles Secos, están libres de hielo o nieve y nunca, nunca llueve o nieva.

La extraordinaria condición de esos Valles secos es debida a los llamados “vientos katabáticos”. Las temperaturas en el interior de la Antártida pueden bajar hasta los -89,6ºC y hacen que el aire sea extraordinariamente denso y pesado. El casquete de hielo está modelado como una especie de domo gigante por lo que este aire pesado y superfrío se desliza por las grandes pendientes hacia las costas, ganando velocidad gracias a la fuerza de la gravedad. Estos vientos, de hasta 320 km/h se denominan katabáticos y evaporan toda la humedad –agua, hielo y nieve- en su camino.

El siguiente lugar en la lista es el desierto de Atacama, en Chile. En algunas zonas no ha llovido desde hace 400 años y su media anual es un minúsculo 0,1 mm de lluvia. En conjunto –si exceptuamos los valles secos de la Antártida- es el lugar más seco del mundo, 250 veces más seco que el Sáhara.

Se han dado en Atacama periodos de hasta 20 años sin registrarse una sola gota de lluvia. La ciudad de Calama padeció una sequía de 400 años, hasta 1971, y en los puertos de Iquique y Antofagasta sólo caen lluvias fuertes de dos a cuatro veces por siglo. Como la sequedad del aire permite que la intensidad de la luz solar sea mayor, la zona también recibe una de las radiaciones solares más altas del mundo.

Dos factores básicos explican la aridez extrema de Atacama: primero, la alta presión atmosférica de esa zona del Pacífico sur, que genera un anticiclón, masa de aire homogénea, estable y reseca que inhibe toda precipitación; y en segundo término, la corriente marítima fría de Perú o corriente de Humboldt, con aguas muy frías traídas de la Antártida, que chocan contra los acantilados. Ello causa un doble efecto: la temperatura desciende –esta región tropical debería ser calurosa, pero oscila entre los 13 y los 21ºC de día y los 0º de noche- y aparecen nieblas y nubes bajas conocidas como “camanchacas”, que en vez de soltar lluvias desecan el ambiente, pues al entrar a tierra se calientan y su humedad desciende. Los vientos húmedos de la cuenca amazónica, al este, nunca llegan al Atacama, ya que son detenidos por los Andes. Todo contribuye a formar “la región más árida del planeta”.
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sábado, 9 de mayo de 2009

El Pony Express


El servicio de Pony Express iniciado en 1860 por Russell, Majors & Waddell puede que no haya sido el primero de su clase, pero fue el más famoso. Los mensajeros portadores de correo al galope tendido han existido desde mucho antes –la noticia de la victoria de Waterloo en 1815 fue despachada urgentemente a Londres en parte por jinetes de esas características, por ejemplo- pero Russell, Majors & Waddell fueron los primeros que crearon estaciones de relevo y planificaron una ruta y unos tiempos. Lo que siguió –de una duración muy breve- fue una epopeya del aguante de los animales y los hombres, muchos de los últimos perdidos en la oscuridad del olvido.

El Pony Express fue un invento de Russell Majors & Waddell cuya compañía Overland California and Pike´s Express Company estaba ya muy consolidada cuando se inauguró el Pony Express en 1860. La rivalidad por obtener los lucrativos contratos del gobierno para despachar el correo animó a los socios a pensar en términos de un servicio de correos a caballo para acelerar las entregas. Los dos socios de Russell no compartían su entusiasmo personal, pero accedieron a su propuesta con la esperanza de que si era un éxito el Congreso les reembolsaría los gastos y los primiaría después con una franquicia para la ruta central más corta a través del continente, la que seguirían sus jinetes.


Hasta entonces, el correo tardaba aproximadamente un mes en recorrer la distancia entre Missouri y California, unos 3.200 kilómetros. Desde la costa este, se transportaba en tren hasta Tipton (Missouri), después atravesaba en diligencia los accidentados territorios de Arkansas, Texas, Nuevo México, Arizona y California y, por último, se desviaba hacia el norte, hasta Sacramento. El Pony Express se proponía reducir a la mitad el tiempo del viaje.



En febrero de 1860 la compañía puso un anuncio pidiendo doscientas yeguas rucias “de cuatro a siete años de edad, que no pasen de 15 palmos de alzada, acostumbradas a la silla, con pezuñas negras y adecuadas para servir al “Overland Pony Express”; un mes más tarde la prensa publicó otro anuncio: “Se buscan jóvenes enjutos y resistentes menores de 18 años. Deben ser jinetes expertos dispuestos a arriesgar la vida todos los días. Preferentemente huérfanos”. Los seleccionados debían prometer solemnemente no probar el alcohol, no blasfemar y no pelearse con los compañeros. Todo ello por 25 dólares a la semana, que era más de lo que muchos aparceros podían ganar.

Se crearon una serie de estaciones de relevo desde St.Joseph, Missouri a Sacramento, California, a una distancia de unos 25 km unas de otras –la máxima distancia que un caballo podía recorrer a galope tendido. Cada 120-160 kilómetros un jinete relevaba al anterior.

La primera salida desde St.Joseph, en Missouri, se hizo el 3 de abril de 1860 y el coste de las cartas era de 5 dólares por cada 30 gramos. Envuelto en seda untada de aceite para protegerlo del tiempo, el correo se metía en bolsillos cerrados en una mochila de cuero que se colocaba en la silla de montar y era fácil de sacar. Aquel primer envío llegó a Sacramento el 13 de abril, después de 10 días de viaje. Cabalgando noche y día, los 200 jinetes de la compañía recorrían una media de 322 km diarios.

Los jinetes desarrollaron pronto un estilo propio para montar y desmontar. Cuando se veía llegar a un jinete a una estación de relevo se sacaba fuera su nueva montura ya ensillada sujeta por un mozo. Al llegar, el jinete saltaba a toda prisa en la silla de la cabalgadura fresca que le entregaba el mozo. Saltaba después sobre la silla y espoleaba al caballo… ¡todo en menos de treinta segundos!

Los peligros eran muchos: indios hostiles, salteadores de caminos, el mal tiempo en los desiertos y las montañas… Y la necesidad de seguir adelatne aseguraba que los jinetes no perdieran un momento. Al principio iban armados con uno o dos revólveres colt Navy y a veces con una carabina Colt; pero la compañía escatimaba el peso y redujo la carga a un revólver y todo lo más un cilindro cargado de repuesto que se llevaba en el cinturón.

La fama de los “jinetes del pony” era tan grande que a los viajeros, tal y como atestigüó Mark Twain, les encantaba encontrárselos cabalgando y adelantando las diligencias. Años después, Buffalo Bill Cody afiirmó que había trabajado como jinete del pony, pero sus servicios se limitaron a actuar como chico de los recados entre las oficinas de la compañía en Leavenworth y el fuerte que se encontraba a unos cinco kilómetros de distancia varios años antes de que se organizara el Pony Express. Pero aun así publicó su relato épico con éxito por todo el mundo.

La empresa de Russell, Majors & Waddell acabó en un desastre financiero, no consiguieron la franquicia ansiada y en octubre de 1861, cuando la Western Union Telegraph Company llegó a Salt Lake City para enlazar con la línea existente a San Francisco, el Pony Express original se acabó. De la noche a la mañana, los 500 jóvenes y veloces correos de la compañía se quedaron sin trbajo. El Pony Express no podía competir con el telégrafo. Pero varios servicios “pony express” semejantes continuaron operando en algunas de las regiones menos pobladas (el más famoso fue el de Wells, Fargo & Co.).

El Pony Express pudo ser un desastre financiero, pero en términos de esfuerzo humano, valentía e inspiración fue un éxito clamoroso.
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martes, 5 de mayo de 2009

¿Cuántas esposas tuvo Enrique VIII?


La respuesta es dos. O una si se es católico.

1-Catalina de Aragón: Catalina se había casado en primeras nupcias con el hijo de Enrique VII, Arthur, Príncipe de Gales, en 1501. Sin embargo, tan sólo un año después, ambos enfermaron de una epidemia que asolaba la región en la que se encontraban. Él, contando sólo 15 años, murió y ella a punto estuvo de seguirle antes de empezar a recuperarse. La muerte de su hermano convirtió a Enrique en el nuevo heredero, con el título de príncipe de Gales. Justo entonces se planteó un problema que determinaría la vida y el reinado del futuro Enrique VIII: el de la joven viuda de Arthur, Catalina. El matrimonio había durado más de cinco meses y la disposición enfermiza del muchacho parece que hizo inviable la consumación del enlace. En este punto, Enrique VII se encontró con el dilema de cómo devolver a la viuda a su padre.

Tras no pocas discusiones con los ingleses, con el objetivo de mantener la alianza con España contra la siempre amenazante Francia, hicieron que Catalina se casara con el hermano menor de su primer esposo. Dicho matrimonio dependía de una dispensa papal, debido a la relación de parentesco de ambos maridos. Catalina testificó que su matrimonio con Arthur nunca llegó a consumarse. El asunto se consideró de importancia menor en aquellos años, porque al fin y al cabo el Papa –en ese momento Julio II- tenía la autoridad de pasar por encima de cualquier objeción al matrimonio, tanto si se ajustaba a la ley religiosa como si no.

Pero el muchacho era menor de edad y la pobre Catalina tuvo que vivir como una reclusa en Durham House, en Londres. Los esponsales se celebraron en junio de 1509, siete semanas después de la muerte de Enrique VII. Enrique tenía 18 años y ella 23. A continuación se coronó al joven como Enrique VIII. Catalina gozó de popularidad entre el pueblo británico y parece ser que la unión fue feliz, al menos hasta que Enrique comenzó a preocuparse por tener un heredero varón. Su primer hijo, una niña, sólo vivió 52 días. El segundo, nacido en 1513, sobrevivió unas pocas horas. La tercera niña nació muerta y la cuarta, bautizada como Mary (más tarde María I de Inglaterra) fue la única que sobrevivió a la infancia. Para Enrique, la cuestión del heredero era esencial. La dinastía Tudor era relativamente nueva y su legitimidad estaba todavía por demostrarse. Existía, además, una tradición histórica de guerras civiles dinásticas que el rey no quería resucitar.

2- Ana Bolena: La incapacidad de su esposa para darle un heredero se juntó en Enrique con sus intensas inclinaciones mujeriegas, que le habían llevado a tener numerosas amantes y varios hijos naturales, entre ellos dos varones que, por ser ilegítimos, no podrían nunca sucederle. Finalmente, fue una dama de la corte, Ana Bolena, quien lo convenció para que diera el último paso.

Ana resistió los intentos de su rey de seducirla, negándose a convertirse en su amante, como había hecho su hermana María Bolena. Esto sólo hizo que Enrique se encaprichara más y reforzara su persecución.

Es posible que la idea de la anulación hubiera surgido ya antes de la aparición en escena de Ana Bolena. En cualquier caso, el lord canciller y arzobispo de York, Thomas Wolsey, fue enviado junto con otros consejeros a Roma para realizar gestiones ante el pape Clemente VII para obtener la nulidad de su matrimonio con Catalina. El argumento esgrimido es que la bula otorgada por el Papa Julio II para que Enrique se casara con Catalina había sido obtenida con mentiras, puesto que el matrimonio sí se había consumado.

Los ejemplos previos de matrimonios anulados por el Papa en circunstancias semejantes no son escasos y, a decir verdad, si las bases para pedir la anulación eran discutibles, no lo eran menos las razones alegadas por el Papa para denegarla. Y es que, en realidad, el primer deseo del pontífice era no airar al emperador Carlos V, sobrino de Catalina de Aragón, al que necesitaba como espada contra el avance de la Reforma protestante. No podía olvidarse el Papa que en 1527 las tropas de Carlos habían ocupado Roma y aún lo retenían prácticamente cautivo en el castillo de Sant´Angelo. Mantuvo por ello una posición ambigua: aunque Clemente no rechazaba las peticiones de Enrique VIII, en realidad impedía satisfacerlas.

Así que el Papa prohibió al rey inglés tomar iniciativa alguna en tanto la Santa Sede no resolviera el caso. En Roma se constituyó una comisión para analizar la validez de la bula papal de Julio II. Durante dos años, los argumentos teológicos y jurídicos fueron esgrimidos por los partidarios de Enrique y por los de Catalina, quien se negaba a aceptar el divorcio. En 1529 se hizo evidente que el Papado no iba a aceptar la nulidad matrimonial. Tanto Enrique como Ana Bolena responsabilizaron a Wolsey del fracaso de sus gestiones, por considerar que se había mostrado demasiado sumiso ante el Papa. Wolsey fue privado de sus cargos y sus bienes expropiados; cada vez más acosado, murió en 1530.

Si Enrique quería casarse con Ana Bolena, no le quedaba más remedio que romper formalmente con Roma. Esto es lo que hizo en 1531, cuando fue proclamado por el parlamento Protector de la Iglesia de Inglaterra y dejó de pagarle al Papado el diezmo acostumbrado. Catalina fue expulsada de la corte y sus habitaciones las ocupó Ana, cuya influencia en el ámbito político y cortesano iba creciendo cada vez más. En 1532, habiendo obtenido del rey de Francia, Francisco I, el apoyo para proceder a casarse de nuevo, contrajo matrimonio secretamente con Ana. Pronto se quedó embarazada y, tal y como era costumbre entre la realeza de la época, se realizó un nuevo servicio religioso en Londres, en enero de 1533, oficiado por el nuevo arzobispo de Canterbury, Thomas Cranmer, (quien además había anulado el matrimonio con Catalina).

En junio de ese mismo año, Ana, abierta partidaria de la reforma protestante, fue coronada reina y en septiembre nació Isabel, futura monarca de Inglaterra. Anteriormente, Catalina había sido desposeída de sus títulos y su hija María pasó a ser considerada ilegítima, siendo reemplazada en la línea de sucesión por Isabel.

El Papa declaró el segundo matrimonio de Enrique ilegal, por lo que, estrictamente hablando y si se es católico, no “cuenta”.

La vida conyugal no fue feliz. La pareja disfrutaba de periodos de calma y confianza, pero las frecuentes infidelidades de Enrique enfurecían a su esposa, que reaccionaba con ataques de ira y lágrimas. Por su parte, a Enrique le molestaba el temperamento irritable y violento de Ana. Tras un embarazo imaginario en 1534, Enrique contempló este “fallo” en aportar un hijo como una traición personal. Aquel mismo año comenzó a discutir con sus más cercanos la posibilidad de abandonar a Ana sin tener que volver junto a Catalina, problema que en 1536, con la muerte de ésta, se resolvió solo.



Aquel año, Ana quedó embarazada de nuevo y era muy consciente de las consecuencias que podía tener para ella si las cosas no salían bien. Su vida podría peligrar, ya que con ambas esposas muertas, Enrique estaría libre para volverse a casar sin que nadie pudiera argumentar una posible ilegalidad. Cuando Ana se enteró de que Enrique había sufrido graves heridas durante un torneo, sufrió un shock que le provocó la pérdida de su hijo de 15 semanas. Paradójicamente, esto ocurrió el mismo día del funeral de Catalina de Aragón, el 29 de enero de 1536. Para muchos observadores, este fue el principio del fin del matrimonio.


3- Jane Seymour: Mientras Ana se recuperaba, Enrique comenzó a afirmar que el matrimonio había sido producto de la hechicería. La nueva amante del rey, Jane Seymour, fue acomodada en la corte. Cinco hombres, incluyendo el propio hermano de Ana, fueron arrestados acusados de incesto y traición, con cargos de haber tenido relaciones sexuales con la reina. El 2 de mayo de 1536, Ana fue arrestada y llevada a la Torre de Londres. Se la acusaba de incesto, adulterio y alta traición. Aún hoy los historiadores no saben si decantarse por los delirios del rey o por sus deseos de congraciarse con Carlos V pero el caso es que, aun cuando las pruebas no eran sólidas, se la encontró culpable y fue condenada a muerte. El 19 de mayo, la reina fue trasladada a la Green Tower, donde se le concedió la gracia de sufrir una ejecución privada. Como quiera que este matrimonio fue anulado también por Enrique antes de la ejecución, tampoco “cuenta” (lo cual era bastante absurdo: si el matrimonio nunca había tenido lugar, Ana no podría haberlo “traicionado”).

Tras la ejecución de Ana en 1536, Enrique se comprometió con Jane. Se casaron diez días después. Jane le dio un hijo, el futuro Eduardo VI, en 1537. El parto sufrió complicaciones y la reina murió en el palacio de Greenwich el 24 de octubre de aquel mismo año. Henry consideró a Jane como su “auténtica” esposa, siendo la única que le había podido dar un heredero varón. Él mismo, a su muerte, fue enterrado junto a Jane.

4- Ana de Cleves. En 1540, Enrique deseaba casarse de nuevo para asegurar la sucesión. Thomas Cromwell, mano derecha del monarca, le propuso como candidata a Ana, la hermana católica del Duque alemán (y luterano) de Cleves, a quien se consideraba un importante aliado protestante en caso de un ataque de los católicos a Inglaterra. Cromwell nunca se declaró formalmente protestante (de hecho, murió como católico), pero había favorecido y fomentado la difusión del pensamiento luterano en Inglaterra y creyó que la alianza con un significado noble alemán reformista podría incrementar la influencia de la monarquía inglesa. Sin duda también pensaba que su propia situación personal en la corte resultaría beneficiada.

La pobre Ana no tuvo mucha suerte. Se encargó al pintor de la corte, Hans Holbein el Joven, hacer un retrato de la dama, pintura que, sin duda, resultó demasiado favorecedora. Basándose en él y por los comentarios favorables sobre la joven que le dieron sus cortesanos, el monarca accedió a casarse con Ana. Cuando llegó a Inglaterra, Enrique la encontró tremendamente fea, además de inculta e incapaz de hablar el inglés.

Aunque ambos se casaron en enero de 1540, el matrimonio no se consumó. Rápidamente se vio que el enlace había sido un mal negocio también en términos políticos, pues el duque de Cleves estaba en disputa con el emperador Carlos V y a Enrique no le interesaba mezclarse en el conflicto. Así, el rey ordenó el proceso de nulidad matrimonial. Ana podía ser poco agraciada pero fue lo suficientemente inteligente como para no oponerse al deseo de Enrique de anular el matrimonio. Éste argumentó, otra vez, que el matrimonio no se había consumado (afirmó que entraba en la habitación de Ana y sólo la besaba en la frente antes de retirarse a sus aposentos). Además, Ana estaba ya prometida a Francis, Duque de Lorraine, cuando se casó con Enrique. En aquellos tiempos, el acto formal de prometerse era un impedimento para casarse con otro.

Así que el matrimonio se disolvió y Ana hubo de conformarse con el título de “Hermana del Rey” y el castillo de Hever, la antigua residencia familiar de Ana Bolena. Menos suerte tuvo el urdidor de la trama, Thomas Cromwell, que fue condenado por traición y decapitado en la Torre de Londres. Al igual que había hecho con Tomás Moro, el monarca ordenó que hirvieran la cabeza de su ministro y que la expusieran empelada en el Puente de Londres.

5-Catherine Howard. El 28 de julio de 1540 (el mismo día que Thomas Cromwell era ejecutado) Enrique se casó con la joven Catherine Howard, la prima de Ana Bolena. Disgustada por la convivencia con un marido mucho mayor que ella y terriblemente obeso, no tardó Catherine en iniciar un romance con el cortesano Thomas Culpeper. Además, nombró secretario a Francis Derehman, con quien ya había tenido relaciones antes de su matrimonio. Cuando las noticias de esto llegaron al rey, inició una investigación que, al final, implicó a Catherine. Ésta podría haberse defendido argumentando que existía un acuerdo previo para casarse con Dereham, lo cual habría invalidado el matrimonio automáticamente. En cambio, dijo que aquél la había obligado a tener relaciones incestuosas con él. Para complicar aún más las cosas, Dereham reveló las relaciones de ella con Thomas Culpeper. El matrimonio se anuló y estrictamente hablando, siendo que nunca existió legalmente, no pudo haber existido adulterio. Esto no detuvo al despechado Enrique a la hora de ejecutar a los dos hombres en 1541 y a Catherine en febrero de 1542. Tenía sólo 18 años.

6- Catherine Parr. Enrique VIII se casó con su última esposa, la acaudalada viuda Catherine Parr, en 1543. Catherine era oficialmente protestante, por lo que discutía frecuentemente con Enrique, que seguía manifestándose católico. Pese a ello, sus relaciones fueron apacibles y Catherine se mostró lo suficientemente sumisa como para que el matrimonio siguiera adelante. Ayudó a la reconciliación de Enrique con sus dos hijas, las princesas María e Isabel. En 1544, un Acta del Parlamento devolvió a ambas a la línea de sucesión tras Eduardo, Príncipe de Gales.

En resumen, el monarca inglés contrajo matrimonio seis veces, siendo ejecutadas dos de sus esposas por alta traición. La cifra es ciertamente elevada, pero, por ejemplo, Felipe II se casó cuatro veces y, con seguridad, no hubiera dudado en ejecutar a cualquiera de sus esposas si hubieran cometido alta traición. Ni Enrique VIII ni Felipe II ni otros monarcas fueron ejemplos de conducta ejemplar en cuanto a comportamiento sexual.


Total, que la respuesta a la pregunta de cuántas esposas tuvo Enrique VIII si se es católico es de una, Catalina de Aragón, porque todos los demás matrimonios fueron nulos según la ley de la Iglesia de Roma, nunca llegaron a tener auténtica validez. En cambio, si se es protestante, las esposas "legales" sólo fueron dos: Jane Seymour, que murió de causas naturales; y Catherine Parr, que sobrevivió al monarca; los demás matrimonios fueron todos anulados: legalmente nunca tuvieron lugar.
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domingo, 3 de mayo de 2009

¿Dónde está la montaña más alta conocida?


La montaña más alta conocida… está en Marte.

El volcán gigante Monte Olimpo –o Olympus Mons, en su denominación topográfica latina- es la montaña más alta del sistema solar y del Universo conocido.

Con 22 kilómetros de altura y 624 kilómetros de anchura, es casi tres veces más alta que el Everest y tan ancho que su base podría albergar cómodamente a países como Portugal o Gran Bretaña. El cráter de la cima tiene 72 kilómetros de anchura y tres kilómetros de profundidad, lo que significa que la ciudad de Londres cabría cómodamente en su interior.

Mons Olympus no se ajusta a la idea que tenemos habitualmente de una montaña. La parte superior es plana –una especie de gran llanura en mitad de un mar reseco- y sus laderas no son siquiera empinadas. Su leve inclinación de entre 1 y 3 grados harían la ascensión tan fácil que ni siquiera sudaríamos.

Tradicionalmente medimos las montañas por su altura. Si lo hiciéramos por su anchura, no tendría sentido aislar una montaña del sistema en el que están integradas. Teniendo esto en cuenta, el Monte Everest empequeñece al Olympus: es parte del colosal sistema Himalaya-Karakorum-Hindu Kush-Pamir, que se alarga unos 2.400 kilómetros sobre la superficie terrestre.

¿Y qué hay de la Tierra? Pues, en realidad, la montaña más alta no es el Everest… sino el Mauna Kea, en la isla de Hawai. ¿Cómo es eso?


Ese volcán inactivo se levanta “sólo” a unos modestos 4.206 metros sobre el nivel del mar, pero si lo medimos desde su base, en el lecho marino, entonces tenemos una longitud de 10.200 metros. Lo que ocurre es que la convención geográfica para medir montañas es tomar la altura que se alza sobre el nivel del mar. Así que mientras el Everest, se alza a 8.848 metros sobre el nivel del mar, su longitud total no es tan alta.

Medir montañas es más complicado de lo que uno podría pensar. Es fácil ver dónde acaba, pero no tanto dónde está su base. Por ejemplo, hay quien dice que el Kilimanjaro, en Tanzania -5.895 metros de altura- es mayor que el Everest porque se levanta sobre la llanura africana, mientras que el Everest no es sino una más de las muchas cimas que coronan el macizo de los Himalayas.



Otros argumentan que lo más lógico debería ser tomar la medida de la cima al centro de la Tierra. Como la Tierra no es una esfera perfecta sino que está achatada por los polos, el ecuador está 21 km más alejado del núcleo terrestre que los polos. Eso son buenas noticias para la reputación de aquellas montañas cercanas geográficamente al ecuador, como el Chimborazo en los Andes- pero también significa aceptar que incluso las playas de Ecuador son “más altas” que el Himalaya.

Por cierto, que aunque impresionantemente masivo y colosal, el macizo de los Himalayas es muy joven: cuando se formó los dinosaurios llevaban extintos 25 millones de años. Como cualquier adolescente saludable, sigue creciendo a la no muy excitante velocidad de 4 milímetros al año.
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