span.fullpost {display:none;} span.fullpost {display:inline;} saber si ocupa lugar: septiembre 2011

lunes, 12 de septiembre de 2011

El ataque terrorista del futuro (1)


Un atentado con armas nucleares es posible, pero no es la principal amenaza. Al Qaeda ha dado muestras de perseverancia y claridad de objetivos. El atentado del 11-S fue el segundo intento de destruir los rascacielos del World Trade Center y, probablemente, el éxito superó con creces sus expectativas más optimistas. No es fácil meterse en la mente de un terrorista, pero vamos a intentarlo. ¿Qué es más probable, que intenten algo nuevo y extremadamente difícil –armas nucleares-, o que adopten una estrategia parecida a la que tan buenos resultados les ha dado ya? Me imagino que lo segundo. Hay bastantes probabilidades de que en su próximo atentado los terroristas no empleen tecnología punta occidental, sino que aprovechen nuestro propio nivel de desarrollo para atacarnos. Veamos qué actos puede llevar a cabo Al Qaeda con baja tecnología.

1-Atentados con combustible aéreo

Dentro de las armas de baja tecnología, la gasolina perfectamente podría seguir siendo la favorita de los terroristas. Es poco probable que vuelvan a intentar secuestrar un avión comercial, más que nada porque otro atentado así estaría abocado al fracaso. La prueba está en la rebelión de los pasajeros del vuelo 93 de United Airlines, el cuarto de los aviones del 11-S. La cólera de los pasajeros también quedó de manifiesto en la suerte que corrió Richard Reid, el “terrorista del zapato”, al que unos viajeros tan atentos como enfurecidos le impidieron encender sus explosivos.

Con todo, un ataque aéreo con gasolina sigue siendo posible. Pensemos en la historia de los terroristas del 11-S. Antes de atentar contra las Torres Gemelas, Mohamed Atta visitó varios aeropuertos rurales con el fin de aprender todo lo posible sobre avionetas fumigadoras. ¿Por qué este tipo de aparatos? Mucha gente da por hecho que estaba interesado en sembrar el terror biológico o químico en una gran ciudad, pero no hay pruebas de que Al Qaeda tuviese reservas de sustancias de este tipo. En Afganistán no se encontraron laboratorios químicos ni biológicos, ni tampoco hay pruebas de que la organización terrorista tuviese acceso a reservas en Estados Unidos.

Hay más datos que corroboran el interés de Al Qaeda en las fumigadoras. A Zacarías Moussaoui,
condenado por secuestro aéreo y asesinato de ciudadanos estadounidenses en los atentados del 11-S, se le intervino un disco duro con información sobre estos aparatos. En el juicio a los cuatro acusados de los atentados cometidos en 1998 contra las embajadas estadounidenses en Kenia y Tanzania, Essam al Ridi, testigo de la acusación, declaró que Osama Bin Laden quiso comprar una empresa de fumigación de cultivos. Según Johnelle Bryant, antigua directora de una agencia agrícola asociada al ministerio de Agricultura de Estados Unidos, Mohamed Atta, el cabecilla de los atentados del 11-S, acudió al citado ministerio y solicitó un crédito para comprar una avioneta fumigadora y modificarla de modo que pudiese cargar más gasolina.

El hecho de que un terrorista se interese por los aeroplanos fumigadores resulta lógico cuando se analiza desde el punto de vista de la física. Una avioneta Air Tractor 505 es mucho más pequeña que un 767, pero no deja de ser una cisterna volante. Además de los contenedores de fertilizante, capaces de transportar más de 1.200 litros, tiene un depósito de gasolina de 490 litros, y como vuela raso, pasa desapercibida a la mayoría de los radares. Basta llenarla con 1.700 litros de gasolina, para que transporte el equivalente a unas 32 toneladas de TNT.

¿Qué podría hacer un piloto suicida con una fumigadora llena de combustible? Podría estrellarse contra un estadio deportivo durante una final, o contra la ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos. Las víctimas mortales, incluidos los muertos por aplastamiento, podrían superar a las del 11-S, y las televisiones de todo el mundo retransmitirían en directo el atentado. Otra posibilidad es que el piloto escogiese como objetivo una planta petroquímica o un cementerio nuclear cercano a una gran metrópoli.

Por suerte para nosotros, la Air Tractor 502, por ejemplo, es muy difícil de pilotar, sobre todo cargada hasta los topes, y más aún a una altura lo bastante baja como para eludir los radares, luego no es probable que los terroristas vayan a usarla como arma en el futuro. Seguramente sea más fácil maniobrar con un Boeing 767 siempre que no haga falta aterrizar. Además, el gremio de los fumigadores es muy pequeño, cerrado y receloso. Antes incluso del 11-S, en Estados Unidos, no dejaron a Atta fotografiar sus avionetas, ni siquiera sentarse en las cabinas. Casi con seguridad, cualquier visita sospechosa a un servicio de fumigación aérea –al menos en Norteamérica- se notificará sin dilación al FBI.

No obstante, la dificultad de obtener y pilotar una fumigadora tampoco debe tranquilizarnos más de la cuenta, ya que también se pueden utilizar aviones de otro tipo. La gasolina es un explosivo de bajo riesgo y para comprarla no hace falta ningún permiso especial. Así que, cuidado. Si los miembros de Al Qaeda se proponen asesinar y sembrar el terror, es muy probable que elijan un arma que se venda en la tienda de la esquina.

(Continúa en la siguiente entrada)
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sábado, 10 de septiembre de 2011

El inicio de las temporadas en la Moda

Nada más normal para los contemporáneos que, con la llegada del mes de septiembre, empezar a interesarnos por la moda de otoño/invierno, los vestidos del nuevo curso. El rito se vuelve a repetir en el mes de marzo: es entonces cuando la moda de primavera/verano sale a la calle. Aunque la vorágine de los tiempos actuales pretende que la moda es una creación constante, aún perduran las normas que el viejo sistema de la Alta Costura inventó a finales del siglo XIX: dos veces cada año se activan las pasarelas, se movilizan las marcas y comienza el desfile de la creación aplicada a nuestros vestidos.

Más de cien años han establecido la costumbre de que existan todavía diferencias entre los vestidos para la “temporada de invierno” y para la “temporada de verano”. Hoy a todos nos parece normal que así sea, aunque los nuevos sistemas de calefacción y aire acondicionado están comenzando a cambiar esa idea. Si en un futuro desapareciera esta organización de nuestros vestidos “por temporadas” no deberíamos extrañarnos; hasta el invento de la Couture, expresión francesa equivalente a Alta Costura, datada por el historiador François Boucher en 1858, a nadie se le había ocurrido cambiar de vestidos según la época del año. Lo normal era sobreponer unas prendas a otras cuando hacía frío.

Todo cambió cuando de la mano de una española, Eugenia de Montijo, esplendorosa e imitadísima emperatriz de Francia, llegó a la corte francesa un costurero inglés, Charles Frederick Worth, cuya firma perduró, tras cuatro generaciones de modistos Worth, hasta 1954. En 1858, el inglés tenía 33 años, estaba asociado con un sueco, Boberg, y se hizo famoso al instante por el estilo opulento y lujoso con que vistió a la Emperatriz. Eugenia de Montijo era el centro de todas las miradas y se convirtió en una magnífica plataforma para la difusión de las nuevas ideas de Worth.

La Emperatriz siguió la tradición francesa de promover la incipiente industria textil, y Worth entendió el encargo complicando la estructura del traje, al que añadió crinolinas, encajes, cintas, concibiéndolo como un auténtico espectáculo. Cuentan que la Emperatriz llamó a esos espectaculares vestidos sus “trajes políticos”. La Alta Costura fue también el nacimiento de una marca genérica que prestigió la forma de vestir en la gran etapa histórica de la burguesía.

Cuando Worth empezó a tener encargos, gracias a la promoción que de su estilo hacía la Emperatriz, tuvo la idea de presentar una colección de vestidos que pudieran ser contemplados por sus clientas sobre maniquíes de carne y hueso. Hasta entonces, los costureros enseñaban dibujos o explicaban sus diseños a sus clientas de forma individual, con la ayuda del tejido.

Con la invención de “la colección” y del “desfile” de los vestidos sobre maniquíes, Worth ahorraba tiempo y ampliaba su clientela. Pocas de aquellas privilegiadas mujeres eran capaces de resistirse ante la espléndida visión de una bella modelo luciendo un espectacular atuendo. Su sistema de colecciones fue el que introdujo la costumbre del cambio instituido “por temporadas”: vestidos ligeros para el verano y vestidos más abrigados para el invierno.

La buena estrella de Worth hizo que los avances textiles impulsaran definitivamente su propuesta; así, el algodón y la seda fina encontraron terreno abonado en los frescos vestidos para el calor, y el terciopelo, la lana y la seda gruesa se convirtieron en calientes y elegantes indumentarias invernales.

La Alta Costura recogió como clientes, desde sus inicios, a las mujeres más bellas y más
admiradas del mundo. La realeza y la aristocracia, pero también, y sobre todo, la riqueza de la nueva gran burguesía, configuraron un mundo de exclusividad, distinción y elegancia que dio a la Alta Costura su prestigio e influencia decisiva como motor de la moda. Ésta fue la genial aportación de Worth: la Alta Costura fue la impulsora de la industria de la moda y consolidó a París como su capital mundial.

A la muerte de Worth, en 1895, el sistema de colecciones y temporadas, una verdadera empresa de creación y comercialización de prototipos de vestidos, estaba consolidado y había sido adoptado por otros costureros que, como Worth, se enorgullecían de su profesión. La saga de los Worth, los hijos Jean Philippe y Gaston, los nietos Jean Charles y Jacques, así como los biznietos Roger y Maurice, mantuvieron la casa abierta en París y Londres hasta 1954, cuando la moda ya era completamente diferente de la que vio nacer la Alta Costura.
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miércoles, 7 de septiembre de 2011

El tetrabrik: leche empaquetada


Tetra Pak es el nombre comercial de una empresa sueca que inventó y comercializó en 1952 un sistema de empaquetado o envasado (pak) en cartón impermeabilizado, especial para productos alimenticios, preferentemente líquidos, con cuatro –en griego tetra- caras y dos bases. Este tipo de paquetes, de variados tamaños, bautizados también como “tetra brik” por su forma de ladrillo (brik), fueron introducidos en España en 1963, y en su modalidad aséptica en 1969. Leer Mas...

sábado, 3 de septiembre de 2011

El origen de la plancha: la arruga no ha sido siempre bella


En el siglo IV a.C., los griegos empleaban una barra de hierro calentada, similar a un rodillo de amasar, que se pasaba sobre las ropas de lino para marcar los pliegues. Dos siglos más tarde, los romanos ya planchaban y plisaban con un mazo plano, metálico que, literalmente, martilleaba las arrugas. En el siglo VIII, los chinos utilizaban para asentar la seda unas planchas de carbón que parecían pequeñas sartenes con mangos muy largos. Los vikingos del siglo X utilizaban una pieza de hierro en forma de hongo invertido, que movían adelante y atrás por encima de la ropa húmeda.

Hacia el siglo XV, las familias acomodadas de Europa utilizaban la plancha llamada caja caliente, provista de un compartimiento para carbón o un ladrillo previamente calentado, mientras que las familias más humildes utilizaban planchas de hierro candentes. En todo caso, las planchas no se hicieron casi imprescindibles hasta el siglo XVIII, con la proliferación de la prendas de algodón. Las planchas de gas, conocidas desde 1850, cedieron el paso a las eléctricas a finales del siglo XIX.

La plancha eléctrica fue inventada por el estadounidense Henry W. Weeley –o Seely- en 1882, de Nueva Jersey, aunque se trataba de un modelo aún poco práctico. Sólo se calentaba –lentamente- enchufada a su soporte, y se enfriaba –rápidamente- una vez separada de él y en pleno uso. Otro grave inconveniente de este modelo es que, en la época de su invención, pocos eran los hogares que contaban con abastecimiento de electricidad.

El primer intento serio de lanzar una plancha verdaderamente útil lo protagonizó el estadounidense Earl Richardson en 1906, fabricando un modelo al que llamó precisamente “plancha”. En 1926, las primeras planchas de vapor estuvieron en el mercado, aunque estos primeros modelos –que presentaban un solo agujero para la salida de vapor- no obtuvieron el éxito comercial deseado por sus fabricantes. Pasarían aún dos décadas más hasta que su uso se fuera generalizando en Occidente, tras ser lanzada al mercado una plancha de vapor ya muy similar a las actuales inventada en 1938 por el estadounidense Edmund Schreyer.

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