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viernes, 24 de febrero de 2012

Historia del movimiento pacifista (2)

(Continúa de la entrada anterior)

Junto con el pacifismo antinuclear de los cincuenta, se iniciaron, impulsadas por Martin Luther King, una serie de campañas de los negros por la obtención de los derechos civiles en EEUU, que culminaron con la Marcha sobre Washington de 1963. Estas campañas coincidieron con el movimiento contra la guerra de Vietnam. En esta época comenzó a tomar cuerpo la investigación para la paz que le dio al movimiento un mayor peso teórico para hacer propuestas alternativas. También cobró fuerza la pedagogía de la paz, el estudio de los comportamientos agresivos y violentos y la apuesta por unas formas de socialización y educación diferentes, basadas en la comprensión del conflicto como un elemento constitutivo de la sociedad y en su resolución desde la no violencia, promoviendo valores como la solidaridad y la justicia social.

Durante los años sesenta y setenta, la doctrina de la no violencia influyó en los movimientos de descolonización de África y Asia, dando lugar a formas de resistencia pacífica y desobediencia civil frente a las autoridades coloniales. Sin embargo, estos movimientos se vieron difuminados por las acciones violentas de otros grupos o la presencia de tropas guerrilleras revolucionarias.

En los años setenta, junto a la lucha contra el armamento nuclear, se insistió en la eliminación de las desigualdades e injusticias de la sociedad y, al mismo tiempo, en lograr el equilibrio y el control ecológicos. Comenzaron los estudios sobre la vinculación de la paz con los derechos humanos, las cuestiones feministas y la crisis ambiental.

En EEUU, el pacifismo se opuso al rearme del gobierno de Ronald Reagan, mientras que en Europa Occidental se criticaba el despliegue de nuevos misiles crucero de la OTAN de alcance intermedio, los Pershing II, dotados con armas nucleares. Europa Oriental, entretanto, desarrollaba un movimiento de oposición y disidencia a los regímenes comunistas en el que emergían conceptos antimilitaristas y antinucleares y prodemocráticos.

Las manifestaciones contra la instalación de una nueva generación de armas nucleares en Europa dieron lugar a situaciones que fortalecieron la imagen del movimiento. Entre ellas cabe destacar el campamento permanente en el que vivieron desde 1981 a 1990 miles de mujeres alrededor de la base militar de Greenham Common, en Gran Bretaña.

En Japón, país con una poderosa tradición pacifista desde el final de la Segunda Guerra Mundial, también hubo un rechazo al rearme de EEUU y a su presencia en el Pacífico a través de las fuerzas navales nucleares. El mismo tema fue enarbolado por los pacifistas neozelandeses y, en parte, los australianos, además de hacer campañas en contra de las pruebas nucleares de EEUU y Francia en el Pacífico Sur. A estas cuestiones se sumaron otras, como el rechazo al intervencionismo de EEUU en América Central o a las violaciones de los derechos humanos en Turquía.

Aunque algunos analistas consideran que fueron el presidente Ronald Reagan con su política de acoso económico y militar a la URSS y el secretario general del Partido Comunista en aquel país, Mijail Gorbachov, los que más colaboraron en el desmantelamiento de la política de bloques, el movimiento por la paz promocionó conceptos que luego fueron adoptados por foros gubernamentales como la Conferencia (ahora Organización) de Seguridad y Cooperación en Europa, que elaboró alianzas con movimientos democráticos en Europa Oriental y dio voz a futuros líderes democráticos como el checo Vaclav Havel, además de democratizar el debate sobre la seguridad entre Estados.

De alguna forma, el pacifismo hizo en aquellos años lo que los movimientos antiglobalización pretenden hacer en el siglo XXI: poner a disposición de la sociedad un debate hasta entonces restringido a los expertos y polemizar con éstos (ayer la OTAN, hoy la Organización Mundial del Comercio o el FMI) sobre cuestiones que nos incumben a todos.

A partir de 1985 –con el inicio de la Perestroika en la URSS y la firma de nuevos acuerdos de control de armas nucleares- se produjo en EEUU y Europa un descenso de las actividades pacifistas y de su incidencia. Así, el movimiento no pudo responder adecuadamente al proyecto de la Iniciativa de Defensa Estratégica (SDI), popularmente conocido como “guerra de las galaxias”, aunque poco después fue abandonado por fantasía irrealizable.

La guerra del Golfo provocó un cierto resurgimiento del pacifismo. La invasión de
Kuwait por parte de Irak, en 1990, produjo debates sobre si se debía apoyar o no la guerra que para liberar al pequeño país petrolero lanzó una coalición de países liderados por EEUU, Gran Bretaña y Francia. A pesar de sus diferencias internas, el movimiento tuvo capacidad de respuesta: en EEUU, contra la voluntad del presidente George Bush de entrar en guerra descartando la negociación y las sanciones; en Alemania, para que el gobierno no enviase tropas; en España, contra la cesión de bases de apoyo a las fuerzas aliadas y la presencia simbólica de tres buques en zonas lejanas al combate.

Cuando se firmó el Acta de París para la Nueva Europa (1990), parte del pacifismo y sus expertos se aferraron a la Conferencia de Seguridad y Cooperación en Europa (CSCE) como un marco que podría dar lugar a un sistema de seguridad en común. Al mismo tiempo, desde una CSCE fuerte se podría establecer una política de cooperación no intervencionista con el Tercer Mundo. Paralelamente se propugnaba que se utilizara el modelo de negociación de la CSCE en regiones conflictivas. Pero los países más fuertes de la comunidad atlántica prefirieron reforzar a la OTAN en detrimento incluso de las Naciones Unidas.

Por otra parte, las constantes crisis humanitarias que han asolado el mundo desde los noventa, desde Somalia hasta Chechenia, pasando por Haití, Ruanda, Sudán, ex Zaire, Bosnia y Kosovo, entre otras; así como las revueltas armadas contra tiranos reconocidos (Egipto, Túnez, Libia, Siria, Yemen), han llevado a los pacifistas a tener que replantearse la aceptación o el rechazo del uso de la fuerza en casos en los que se trata de defender a poblaciones amenazadas de violaciones masivas de sus derechos. Dado que los Estados y organizaciones como la OTAN actúan de forma selectiva, defendiendo a algunas víctimas y dejando de lado a otras, para el pacifismo se trata de un dilema muy difícil por no decir imposible: combinar la crítica al uso de la fuerza con la demanda de que el sistema internacional cumpla sus compromisos y defienda a las víctimas.

En la actualidad funcionan numerosas asociaciones de carácter pacifista con muy distintos
objetivos: educación para la paz, investigación sobre el gasto militar y el comercio de armamento, objeción e insumisión, protestas contra las intervenciones militares, campañas por la transparencia en el comercio de armas, contra las pruebas nucleares y la fabricación de minas antipersona o movilizaciones por la paz en diferentes conflictos. A lo largo de las últimas tres décadas, el pacifismo como ideología se ha ido integrando en movimientos como los medioambientalistas, feministas, de derechos humanos, cooperación al desarrollo y acción humanitaria. La guerra es una parte de la realidad social que probablemente nunca se pueda abolir. Pero igualmente, mientras la guerra exista, existirán los pacifistas que se oponen a ella.
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jueves, 23 de febrero de 2012

Historia del movimiento pacifista (1)


El pacifismo es el conjunto de ideas y de actitudes que se caracteriza por una oposición moral a la guerra como método para alcanzar fines políticos y resolver conflictos. Existen múltiples formas de pacifismo. Los radicales piden la disolución de los ejércitos y el fin de la fabricación y venta de armas. Otros activistas realizan campañas por cuestiones específicas (por ejemplo, detener las pruebas nucleares o controlar el comercio de armas ligeras). Unos grupos propugnan la oposición a la guerra usando formas de resistencia no violenta, mientras que otros impulsan el entendimiento, la cooperación y la mediación entre partes en conflicto y la promoción de la justicia social, al entender que la paz se logra en el marco de sistemas sociales justos. Además, el movimiento por la paz se ha ido diversificando en distintas tendencias, como el pacifismo religioso, el internacionalismo socialista y los movimientos de objeción de conciencia y de insumisión, entre otros.

En ocasiones, acciones individuales provocan respuestas que impulsan o dan fuerza a campañas concretas, como la de aquel soldado israelí de 19 años que a principios de este siglo se negó a participar en una misión dentro de los Territorios Autónomos alegando que esas zonas palestinas no son su país. Ante los jueces declaró: “Esta no es mi guerra”. Su caso constituye un símbolo para el movimiento pacifista israelí, opuesto a la guerra contra los palestinos, y su frase es la base de una campaña.

El pacifismo como movimiento social tiene menos de dos siglos de vida, pero sus orígenes se
remontan a las primeras culturas conocidas. En la antigua Grecia se creó una confederación de ciudades-Estado compuesta por doce tribus, cuyos miembros acordaron no atacar ni cortar el suministro de agua a los demás. Los Juegos Olímpicos tuvieron también una función “pacifista”. Las ideologías religiosas o filosóficas desempeñaron asimismo un importante papel. Muchas tradiciones religiosas valoran la paz, pero sólo en unas pocas ocupa una posición central. Entre éstas se encuentra el budismo que, en sus orígenes, exigía a sus adeptos la abstención de cualquier acto de violencia.

De igual manera, en sus orígenes, la Iglesia cristiana tuvo rasgos pacifistas. Durante los primeros siglos después de Cristo, los cristianos fueron perseguidos por el Imperio romano por negarse a servir en sus legiones. Su renuncia a las armas se inspiraba en las enseñanzas de Jesús, sobre todo en las del Sermón de la Montaña. Tras la conversión del emperador Constantino y la aparición de los cristianos realistas, estas posturas fueron consideradas herejes.

Erasmo de Rotterdam (1466-1536) fue uno de los más destacados pensadores renacentistas cristianos que condenaron la guerra. A pesar de que el clima de opinión en su época era de apoyo a la “guerra justa”, Erasmo representa uno de los primeros intentos humanistas de cuestionar el derecho divino de los reyes a emprender guerras. Abogaba por una renovación radical de la conciencia cristiana. Fue partícipe del ideal de una paz religiosa universal.

Jean Jacques Rousseau (1712-1778) afirmaba que la guerra entre los estados europeos constituía el obstáculo principal al progreso de las reformas propugnadas por la ilustración. Por ello, la razón exigía su desaparición, pero eso sólo se podía lograr mediante la formación de una federación de Estados europeos. Más tarde se convenció de que ninguno de los distintos países de Europa se sometería a una efectiva autoridad federal.

Por su parte, Immanuel Kant (1724-1804) ejerció una gran influencia en el desarrollo del derecho internacional del siglo XIX. Opinaba que la guerra es “opuesta al derecho”, aun cuando es inevitable. Mantuvo la necesidad del reconocimiento por parte de las naciones de la paz perpetua como meta. Actualmente, Kant es un referente para los que proponen que el sistema internacional funcione a base de pactos sobre cuestiones que configuran el bien común de la humanidad, como la protección de los derechos humanos, del medio ambiente o la paz.

Leon Tolstoi (1828-1910) condenaba no sólo la violencia de la sociedad contemporánea sino las condiciones socioeconómicas que la provocaban. Defendía la insumisión desde la no violencia, al tiempo que negaba la legitimación del Estado como monopolizador de la violencia institucional y social. Su concepción de la vida, basada en un sentimiento religioso antiautoritario, consistía en la confraternización igualitaria y libre de los seres humanos, la vida sencilla y natural opuesta al artificio de la modernidad, de los aparatos burocráticos y coercitivos institucionales.

El pacifismo moderno tiene su origen en las numerosas sociedades antibelicistas que se forman en EEUU y Gran Bretaña en los siglos XIX y XX. Grupos religiosos como los cuáqueros serán fundamentales para la generación de ligas por la paz y congresos internacionales. Otra fuente importante de la tradición pacifista procede del movimiento socialista internacionalista, que, sin embargo, se mostró muy contradictorio frente a las guerras mundiales. La Primera Guerra Mundial fue denominada “la guerra que nadie quería”. Los grupos pacifistas socialistas hicieron campañas contra el reclutamiento, pero se produjo una división. Un sector, que se denominó internacionalista, defendía la confrontación al considerar que se trataba de una “guerra para acabar con las guerras”. Otro, pacifista a ultranza, se negaba a luchar en cualquier guerra.

El referente mundial en el uso de la no-violencia lo constituyen las campañas de desobediencia
civil lideradas por Gandhi en la India contra la dominación colonial británica. Muy influido por Tolstoi, combinó en su doctrina elementos religiosos de los antiguos libros hinduistas y budistas, del Antiguo y Nuevo Testamento con tendencias anarco-pacifistas. A partir de la idea de “ahimsa” (ausencia de violencia), procedente del hinduismo, desarrolló la no violencia como filosofía y método de lucha colectiva. Con un alto nivel de concienciación y de compromiso moral y ético con la justicia, propugnó la renuncia a la violencia, apostando por cambios revolucionarios en la mentalidad de los seres humanos en los sistemas y estructuras. Comenzó su trayectoria luchando a favor de los derechos de los indios en Sudáfrica (1907-1914), organizando la huelga de fábricas de Ahmedabad, en la India (1917) y la campaña a favor de los intocables (1924-1925). Su famoso Movimiento de Desobediencia Civil (1930-1934) se oponía al empobrecimiento rural, a la cartelización de la industria textil impuesta por el Imperio británico, que discriminaba a la India, y al sistema de castas. En 1942, Gandhi propició otro movimiento a favor de la descolonización (“Quit India”) que desembocó en la Conferencia de la Mesa Redonda de Londres y sentó las bases de la posterior independencia de la India.

El pacifismo de los años cincuenta nació a partir de que EEUU lanzara la bomba atómica contra Japón en 1945. En Inglaterra comenzó, en 1958, la Campaña por el Desarme Nuclear (CND), que agrupó a científicos, intelectuales y profesionales. El pacifismo antinuclear experimentó auges y caídas, hasta alcanzar su momento de máxima intensidad en los ochenta, cuando se puso en marcha una extensa campaña europea (European Nuclear Disarmament), mientras la CND contaba con más de 100.000 miembros. Al mismo tiempo, el movimiento se extendió hacia otras áreas geográficas como África, Oriente Próximo o el Pacífico Sur.

(Finaliza en la siguiente entrada)
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miércoles, 22 de febrero de 2012

Tenedores, cuchillo, cuchara y servilleta: compañeros de mesa

Miniaturas de tenedores, los ejemplares más antiguos conocidos de este instrumento, fueron desenterrados en las excavaciones arqueológicas de Catal Huyuk, en Turquía, y datan aproximadamente del 4.000 a.de C. Sin embargo, nadie sabe con exactitud qué misión desempeñaban, dudándose de que se utilizaran en la mesa.

Los primeros tenedores utilizados con toda certeza para comer surgieron en la Toscana del siglo XI –la primera ilustración que se conoce del uso del tenedor en una mesa europea nos la ofrece un manuscrito de 1022 encontrado en el monasterio italiano de Montecassino-, siendo en su gran mayoría de dos púas, suscitando fuertes suspicacias, sobre todo entre el clero.

El tenedor había sido importado a Roma, donde los habitual era comer con los dedos –con los cinco, los plebeyos; con sólo tres centrales los patricios, que nunca ensuciaban sus anulares ni sus meñiques- desde Bizancio por algunos mercaderes venecianos, pero continuó siendo un capricho, casi con categoría de adorno, y casi siempre también de extravagancia, en la casa de las familias más ricas. Por ejemplo, en un inventario de la plata de Eduardo I de Inglaterra, datado en 1297, se consigna que el rey inglés posee un único ejemplar de este instrumento –otro inventario de 1307 consigna seis tenedores de plata y uno de oro-.

El tenedor había sido introducido entre los británicos, al parecer en 1160, por Thomas Beckett, arzobispo de Canterbury y canciller de Enrique II. En 1328, la reina Clementina de Hungría tenía 30 cucharas y 1 tenedor. Al parecer por aquel entonces el tenedor sólo se utilizaba, en ocasiones excepcionales, para comer algún tipo especial de fruta –por ejemplo, peras o fresas-, pero no la carne o el pescado, o para trinchar las viandas.

Según la mayoría de los investigadores de estos pormenores históricos, el primer uso público del
tenedor en Europa no se dio hasta 1582, en que fueron utilizados en el restaurante La Tour d´Argent, de París. En la Francia del siglo XVI, el tenedor era considerado un utensilio afeminado. La razón residía en que este cubierto empezó a ser usado por Enrique III, que era homosexual. En España, en el siglo XVI, Felipe II y su valido Francisco de Sandoval fueron los grandes introductores del tenedor. Sin embargo, su uso no se popularizaría en todo el mundo hasta que comenzara a ser utilizado en Francia, en el último tercio del siglo XVIII, por los nobles y aristócratas como signo de lujo, refinamiento y superior categoría.

Pero también se puede comer con palillos. Por razones socioculturales, pero también higiénicas, los chinos prefirieron comer con palillos desde tiempos inmemoriales. Los palillos de madera, hueso o marfil eran perfectamente adecuados para llevar hasta la boca los bocados previamente cortados en la cocina –pues se consideraba de mal gusto servir un asado entero-. La palabra china que designa este utensilio, Kwai-tszé, significa “los rápidos”.

En cuanto a los cuchillos, ¿cómo es que los de mesa tienen punta redonda? Durante siglos, todos los hombres poseían su propio cuchillo. Y todos ellos, casi sin excepción, poseían una punta afilada. Los cuchillos de mesa tienen punta redondeada desde que el cardenal Richelieu mandó primero limar los de su casa y después fabricarlos con punta roma al ver, asqueado, que el Canciller Pierre Séguier utilizaba este instrumento para limpiarse los dientes con la punta.

¿Y las cucharas? Se han encontrado cucharas en excavaciones efectuadas en Asia, que datan del paleolítico, hace unos 20.000 años. También se han encontrado ejemplares de madera, marfil, piedra y oro en antiguas tumbas egipcias. Los griegos y romanos de las clases altas utilizaban cucharas de bronce y de plata, en tanto que el pueblo las tallaba de madera. En Roma se daba el nombre de “cochlear” a un cucharón pequeño y de mango puntiagudo, y ésta es posiblemente la raíz de nuestra palabra “cuchara”.

Las cucharas que han llegado hasta nosotros desde la Edad Media son, sobre todo, de hueso, madera y estaño. Durante el siglo XV, fueron muy populares, sobre todo en Italia, las llamadas cucharas de apóstol, cuyo mango ostentaba la figura del santo patrón de su poseedor. En España abundaban ya durante el siglo XVIII las cucharas de plata –eran famosas las fabricadas en Reus-, aunque también las había de madera –natural o repujada- y asta de buey.

En cuanto al último compañero de mesa, las antiguas servilletas tuvieron un diseño bien distinto del actual: dado que se comía con los dedos y sin tantos remilgos como en la actualidad, los trozos de tela que se utilizaban para limpiarse tenían un tamaño muy superior al actual –siendo, en realidad, más parecidas en tamaño a las actuales toallas-. No obstante, entre los egipcios, griegos y romanos fue más habitual utilizar para limpiarse los dedos pequeños cuencos llenos de agua aromatizada. Durante el reinado de Tarquinio el Soberbio, séptimo y último rey de Roma (siglo VI a.C.), la nobleza romana comenzó a dar un segundo uso a la llamada mappa: envolver con ella las golosinas que el anfitrión disponía sobre la mesa con el fin de que los comensales se las llevaran a casa. No hacerlo así era considerado una imperdonable grosería.
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martes, 21 de febrero de 2012

La trampa maltusiana (2)


(Sigue de la entrada anterior)

Es comprensible que la trampa maltusiana se conozca a menudo como la catástrofe o el dilema maltusianos. Distintos expertos siguen en la actualidad usando este problema para defender la necesidad de controlar el tamaño de la población mundial, y muchos movimientos de defensa del medioambiente lo han adoptado para ilustrar la insostenibilidad de la raza humana.

Malthus, sin embargo, se equivocaba, al menos en parte. Desde la aparición de su obra, la población mundial, que en su opinión se aproximaba ya a su máximo natural, ha pasado de 980 millones a 6.500 millones. Se calcula que para 2050 superará con creces los 9.000 millones. No obstante, la mayoría de las personas del planeta están mejor alimentadas, son más saludables y tienen vidas más largas que nunca antes en la historia. Malthus se equivocó en dos cuestiones:

1-Los seres humanos tienen un buen historial en el diseño de tecnologías para resolver problemas de este tipo. Fue Condorcet quien acertó al predecir que las herramientas de la Revolución Industrial contribuirían de un modo significativo al rendimiento agrícola. Así, Condorcet, expuso el defecto fundamental al rendimiento de Malthus: que dado que el alimento y la energía requeridas para nuestra supervivencia proceden, en última instancia, del Sol, y éste tardará miles de millones de años en apagarse, los métodos que podemos concebir para aprovechar ese energía son virtualmente ilimitados.

Gracias en parte a las leyes de la oferta y la demanda, que han animado a los productores a idear medios mejores y más eficaces de generar alimentos, el mundo ha sido testigo de una serie de revoluciones agrícolas, cada una de las cuales ha incrementado de forma espectacular los recursos disponibles. Los humanos, con la ayuda del mercado, han resuelto, al menos en parte, el problema de la comida (y más su producción que su distribución).

2-La población no siempre crece de forma exponencial, y después de cierto tiempo de
crecimiento tiende naturalmente a estabilizarse. A diferencia de las células en la placa de Peltri, que se multiplican hasta llenarla por completo, los humanos tienden a reproducirse menos una vez que han alcanzado cierto nivel de riqueza. De hecho, en épocas recientes, la fertilidad humana ha estado cayendo de forma significativa, y en toda Europa y países como Japón, Canadá, Brasil y Turquía las tasas de natalidad son insuficientes para impedir la despoblación. El aumento de la esperanza de vida implica que la población se esté haciendo gradualmente más vieja, pero ésa es otra cuestión.

En su polémico libro “A Farewell to Alms” (“Adios a la limosna”), el historiador económico Gregory Clark sostiene que hasta 1790 los seres humanos estaban realmente atascados en una trampa maltusiana, pero que Inglaterra logró escapar de ésta debido a una combinación de factores que se dieron después, entre ellos, la muerte de los más pobres a causa de las enfermedades, la necesidad de reemplazarlos con hijos de las clases medias y altas (“movilidad social descendente”) y la propensión de estas clases a trabajar con mayor ahínco. Clark afirma que muchas partes del mundo que no han padecido una experiencia de este tipo siguen estancadas en la trampa.

Ahora bien, lo que ciertamente no estaba equivocada era la teoría que había detrás del
maltusianismo: la ley de los rendimientos decrecientes. Esta teoría tiene lecciones importantes para las empresas. Pensemos, por ejemplo, en una granja o una fábrica pequeñas. El gerente decide sumar cada semana un trabajador adicional a la plantilla de personal. Al principio, cada nuevo empleado contratado se traduce en un aumento importante de la producción. Sin embargo, algunas semanas más tarde, llegará un momento en el que el aporte de cada nuevo trabajador será menor que el del anterior. Cuando el número de campos o máquinas en las que se puede trabajar es finito, la diferencia que puede suponer un par de brazos adicionales es limitada.

La forma en que la mayor parte de lo que hoy llamamos el mundo occidental (Europa, Estados
Unidos, Japón y un puñado de economías avanzadas más) salió de la trampa maltusiana fue aumentando la productividad agrícola, al tiempo que la población tenía menos hijos a medida que se hacía más rica. Esto, junto con la invención de nuevas tecnologías, ayudó a lanzar la Revolución Industrial, y finalmente, catapultó los niveles de riqueza y de salud todavía más arriba. Por desgracia, otras partes del mundo siguen atascadas en la trampa.

En muchos países del África subsahariana, la tierra produce tan poca comida que una gran mayoría de la población tiene que dedicarse a la agricultura de subsistencia. Cuando el uso de nuevas tecnologías de cultivo aumenta la producción agrícola, la población de estos países se dispara, pero las hambrunas que a menudo siguen a las malas cosechas impiden que el crecimiento se mantenga y la población se enriquezca en los años siguientes.

Con todo, los teóricos sociales pueden ser juzgados por las preguntas que plantean más que por
las que contestan. Si bien Condorcet tenía razón en relación a que la tecnología podría superar el problema de la comida, Malthus fue mucho más allá. Incluso más allá que Adam Smith en “Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones”: introdujo el tema de los ecosistemas en la filosofía política contemporánea, enriqueciéndola en grado sumo. Los hombres podemos ser más nobles que los monos, pero no dejamos de ser seres biológicos. En consecuencia, Malthus sugirió que nuestros políticos –nuestras relaciones sociales- se ven afectados por las condiciones naturales y las densidades de población de la Tierra.

La teoría geométrico-aritmética de Malthus de cómo la pobreza es consecuencia del exceso de población fue sólo un ejemplo de su tesis más amplia sobre las relaciones entre paz social y provisiones. En 1864, John Stuart Mill señaló en defensa de Malthus que “hasta el lector más ingenuo sabe que Malthus no hizo hincapié en este desafortunado intento de dar precisión numérica a cosas que no la admiten, y cualquier persona sensata debe comprender que esto es completamente superfluo en su razonamiento”. De hecho, Malthus revisó su ensayo seis veces, y abandonó su argumento numérico al mismo tiempo que mantenía la tesis central: que la población se dilata hasta los límites impuestos por sus medios de subsistencia. Y puesto que los aumentos de provisiones conllevaban incrementos de poblaciones (por lo menos en las sociedades preindustriales y protoindustriales a las que Malthus se refiere), esa deducción era razonable.

Allí donde la comida escasea, ya sea por causa de los precios, la mala distribución, la malversación
política o la sequia, a menudo se han producido conflictos o padecido enfermedades. En Etiopía y Eritrea, en los años ochenta, una sequía causada en parte por factores climatológicos y el agotamiento del suelo por una población en aumento intensificaba el conflicto étnico, que, a su vez, fue manipulado por un régimen etíope asesino. La gente no exhibe pancartas que rezan: “Ahora que somos tantos, actuaremos de manera irracional”. Las explosiones demográficas no provocan agitación por sí mismas, pero agravan las tensiones étnicas y políticas existentes, como en Ruanda y en el archipiélago indonesio, por ejemplo.

Malthus escribe que siempre habrá “vicio y miseria” y que el “mal moral es absolutamente necesario para la producción de excelencia moral”, ya que la moralidad requiere la elección constante del bien sobre el mal. “Según esta idea –sigue diciendo-, el ser que ha visto mal moral y ha experimentado desaprobación y repugnancia al respecto, es esencialmente distinto al ser que sólo ha visto bien”. Sin mal no puede existir virtud. Es decir, la voluntad de hacer frente al mal con fuerza en los momentos propicios es el sello de un gran estadista.

Aunque ahora damos por supuestas estas observaciones, Malthus sigue provocando más resentimiento que cualquier otra figura de la Ilustración. Los humanistas le rechazan debido a su determinismo implícito. Trata la humanidad como una especie en vez de un conjunto de individuos obstinados. Luego están los que, como el economista clásico Julian Simon, entienden que el ingenio humano resolverá cualquier problema de recursos, obviando que ese ingenio suele llegar demasiado tarde para anticiparse a la agitación política: la Revolución inglesa de 1640, la Revolución francesa de 1789, las revueltas europeas de 1848 y numerosas rebeliones en los imperios chino y otomano acontecieron sobre un fondo de gran crecimiento demográfico y escasez de alimentos.

Los neo-maltusianos sostienen que aunque el ingenio humano ha conseguido retrasar la catástrofe un par de siglos, estamos nuevamente al borde de otra crisis. En este sentido, afirman que si bien los argumentos de Malthus giraban alrededor de la comida, hoy podemos hablar del petróleo y las fuentes de energía como los principales “medios de sustento del hombre”. Estando cerca de alcanzar el “cénit del petróleo” o habiéndolo superado ya, la población mundial pronto llegará a niveles insostenibles.

Malthus –el primer filósofo que consideró las repercusiones políticas del empobrecimiento del
suelo, el hambre, la enfermedad y la calidad de vida entre los desfavorecidos- es un agente irritante porque ha definido el debate más importante de la primera mitad del siglo XXI. A medida que la población mundial aumente de los actuales 7.000 millones a 10.000 millones de habitantes antes de la estabilización prevista, poniendo a prueba el medio ambiente del planeta como nunca antes –con más de 1.000 millones de personas acostándose hambrientas y violencia (política y criminal) crónica en las regiones pobres del mundo- el término “malthusiano” se oirá cada vez con mayor frecuencia en los próximos años.

Esta situación no puede sino verse exacerbada por el calentamiento del planeta, que un equipo de científicos de las Naciones Unidas cree que provocará grandes inundaciones, enfermedades y sequía que interrumpirán la agricultura de subsistencia en muchas partes del mundo. El calentamiento del planeta, como fenómeno del mundo físico, es otro ejemplo del dogma de Malthus en el sentido de que los ecosistemas tienen una incidencia directa en la política.

Aun dejando de lado el calentamiento del planeta, los políticos deberán enfrentarse al peligro de
grandes poblaciones urbanas, políticamente explosivas, que habitarán zonas de inundación y terremotos por primera vez en la historia, ya sea en el subcontinente indio, en el delta del Nilo, en los tectónicamente inestables Cáucaso, Turquía e Irán, o en China, donde dos tercios de la población, que generan el 70% de la producción industrial, viven por debajo del nivel de inundación de ríos caudalosos. Y a medida que la ciencia aprende a predecir el tiempo y otros fenómenos naturales, los políticos querrán saber qué deparara el futuro a esas regiones ecológica y políticamente frágiles. Esto añadirá otro elemento malthusiano a la política exterior.

Si Malthus se equivoca, ¿por qué es necesario demostrarlo una y otra vez, en cada década y cada siglo? Quizá porque, hasta cierto punto, existe un miedo corrosivo a la posibilidad de que tenga razón. Nadie puede prever si funcionarán los avances tecnológicos por venir y los controles de población que antes impidieron que las tesis de Malthus se hicieran realidad. ¿Y si no lo hacen…?
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La trampa maltusiana (1)

Es paradójico que una de las teorías económicas más populares, potentes y perdurables se haya revelado errónea generación tras generación. No obstante, hay pocas idea más cautivadoras que la que sostiene que la raza humana está creciendo y explotando los recursos del planeta con tanta rapidez que se dirige a su autodestrucción inevitable.

Es probable que sus clases de biología le hayan familiarizado con esas imágenes microscópicas del proceso de multiplicación celular. Se empieza con un par de células, cada una de las cuales se divide para formar otro par; las células se multiplican con rapidez, segundo a segundo, y se esparcen hacia el límite de la placa de Petri hasta que, finalmente, ya no queda espacio libre. ¿Qué ocurre entonces?

Pensemos ahora en los seres humanos. La humanidad también se reproduce exponencialmente. ¿Es posible que estemos multiplicándonos demasiado rápido para ser capaces de mantenernos? Hace dos siglos, el economista inglés Thomas Malthus estaba convencido de que así era.

A pesar de sus ideas -que fueron las que llevaron a Thomas Carlyle a etiquetar la economía deciencia lúgubre”-, Thomas Malthus era un realidad una persona bastante popular, divertida y sociable, que gozaba de muy buena consideración. Sexto hijo del adinerado y liberal Daniel Malthus (quien se había relacionado con los filósofos David Hume y Jean-Jacques Rousseau), nació en 1766 con un labio leporino y paladar hendido. En Cambridge estudió matemáticas, historia y filosofía, pero en parte por su defecto de habla decidió entrar en la Iglesia y llevar una vida un tanto retirada en el campo. Padre e hijo estaban muy unidos, y el joven Malthus, un escéptico conservador, mantuvo muchas discusiones amistosas con su progenitor, influenciado por los ideales utópicos de Rousseau y la Revolución francesa. Aunque no estaba de acuerdo con su conservador hijo, Daniel Malthus se sintió tan impresionado por el razonamiento del joven que le convenció para que plasmara sus pensamientos en papel.

La economía era considerada un asunto tan proteico que la mayoría de las universidades no la reconocían como disciplina, de modo que Malthus empezó estudiando y enseñando matemáticas en el Jesus College de Cambridge. Sin embargo, a comienzos del siglo XIX se convirtió en el primer profesor de economía de la historia al encargarse de la materia en el Colegio de la Compañía de las Indias Orientales (el actual Haileybury), un testimonio de la popularidad de la nueva disciplina. Su nombramiento como miembro de la Royal Society en 1818 en reconocimiento a su trabajo pionero en economía sería una señal todavía más clara de la importancia del campo.

Sin embargo, su obra de 1798, “Ensayo sobre el principio de la población”, perturbó intensamente la paz. Malthus, un hombre tranquilo y jovial, al que no importunaban nunca las interrupciones (especialmente de los niños, a los que dedicaba toda su atención), fue humillado por la élite literaria de la época, entre otros por Wordsworth, Coleridge y Shelley. Este último calificó a Malthus de “eunuco y tirano” y “apóstol de los ricos” por su realista declaración, basada en la observación empírica, de que “no podemos esperar excluir a los ricos y la pobreza de la sociedad”. En “Canción de Navidad”, de Dickens, el personaje Ebenezer Scrooge, que había comentado que los pobres podrían morir y “reducir el exceso de población”, satirizaba a Malthus. Friedrich Engels tachó el ensayo de Malthus de “blasfemia repugnante contra el hombre y la naturaleza”.

Según Malthus, el hombre necesita comida para sobrevivir y se multiplica con rapidez. Calculó que la humanidad crecía mucho más deprisa que sus recursos alimenticios. En términos más específicos, consideró que la población humana crecía geométricamente (esto es, por multiplicación: 2,4,8,16,32…), mientras que los alimentos disponibles lo hacían aritméticamente (esto es, por adición: 2,4,6,8,10…).

Su conclusión era la siguiente: “Sostengo que el poder de la población es indefinidamente más grande que el poder de la tierra para producir la subsistencia del hombre. La población, cuando no se la controla, crece en proporción geométrica. Las subsistencias sólo aumentan de forma aritmética. Un conocimiento mínimo de los números permite apreciar la inmensidad del primer poder en comparación con el segundo”.

Desde su punto de vista, la raza humana se encaminaba a una crisis inevitable. A menos que se redujera voluntariamente su tasa de natalidad (lo que le parecía inconcebible), la población se enfrentaría a uno de los tres frenos impuestos por la naturaleza para mantenerla dentro de unos límites sostenibles: el hambre, la enfermedad o la guerra. Los pueblos no tendrían que comer, sucumbirían a una peste u otra, o lucharían entre sí por unos recursos cada vez más escasos.

Las ideas de Malthus eran una reacción al optimismo de los pensadores preeminentes de la época, de manera destacada William Godwin en Inglaterra y el marqués de Condorcet en Francia, alentados por la proximidad de un nuevo siglo y el ambiente de cambio y libertad que barría Europa después de la Revolución Francesa (las guerras napoleónicas todavía no se atisbaban en el horizonte).

Godwin creía que los hombres, guiados por la razón, eran perfectibles, y que su racionalidad les permitiría vivir pacíficamente en el futuro sin leyes ni instituciones. En lugar del Estado, proponía comunidades dotadas de autogobierno. Condorcet –que recibió con entusiasmo el comienzo de la Revolución francesa para morir después en prisión como una de sus víctimas- creía, como Godwin, que los seres humanos eran capaces de progresar infinitamente hacia una perfección absoluta, con la consecuencia lógica de la destrucción de la desigualdad entre naciones y entre clases.

Malthus replicó que la perfección humana contradecía las leyes de la naturaleza. Este mismo
punto de vista fue suscrito por Tucídides a principios del siglo V.a.C., Maquiavelo en el siglo XVI, Hobbes en el XVII, Edmund Burke y los Padres Fundadores de la Constitución americana en el XVIII e Isaiah Berlin y Raymond Aron en el XX. Aun cuando las sociedades ideales imaginadas por Godwin y Condorcet llegaran a existir, argumentaba Malthus, la prosperidad , por lo menos al principio, incitaría a la gente a tener más hijos que vivirían más tiempo, lo que daría lugar a un crecimiento de población que provocaría, a su vez, sociedades más complejas, con elites cerradas y subclases. El ocio, agregó Malthus, causaría tanto perjuicio como beneficio. En cuanto a la satisfacción humana, escribe: “Las sedas finas y los algodones, los encajes y demás lujos ornamentales de un país rico pueden contribuir de forma muy considerable a aumentar el valor canjeable de su producción anual; sin embargo, contribuyen en un grado muy pequeño a aumentar el volumen de felicidad en la sociedad. “.

Cuando Charles Darwin leyó el ensayo de Malthus en 1838, anunció: “Por fin he encontrado una teoría con la que trabajar”. Darwin veía de qué manera la lucha por los recursos en una población en aumento podía preservar las variaciones favorables y acabar con las desfavorables, conduciendo así a la formación de nuevas especies. En 1933, John Maynard Keynes escribió acerca del ensayo de Malthus: “Está profundamente arraigado en la tradición de la ciencia humanística (…), una tradición caracterizada por el amor a la verdad y una lucidez sumamente noble, por una cordura prosaica exenta de sentimiento o metafísica, y por un inmenso desinterés y espíritu público”.

(Continúa en la siguiente entrada)

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domingo, 19 de febrero de 2012

Crinolina o miriñaque


Aunque representan la moral rígida y represiva del siglo XIX, los vestidos de crinolina o miriñaque fueron una vez la declaración obligatoria de moda para las mujeres de todos los niveles sociales de la época. En aquel entonces, las telas de los vestidos eran muy pesadas y requerían varias capas incómodas de enaguas para sostenerse. La introducción de los ligeros armazones de aros metálicos liberó a las usuarias de la tiranía de los enredos de las enaguas. El acero del armazón era lo bastante amplio y ligero para doblarse y después recuperar su forma cuando, por ejemplo, la dama pasara por una puerta estrecha o hubiera de subir a un carruaje.

Sin embargo, el diámetro se ensanchó cada vez más, hasta llegar a un máximo de 1.80 m y para 1860 los escritores satíricos ridiculizaban sin piedad las “jaulas enormes” que usaban las mujeres debajo de sus faldas. Se decía que en un salón normal sólo cabían dos o tres mujeres con este tipo de vestido. Además, a menudo fueron causa de vergüenza. Si la dama se sentaba sin extender primero de forma adecuada sus enaguas, el armazón podía levantar el vestido hasta su rostro. También se balanceaban con el viento y levantaban el vestido para revelar partes de las piernas o de la ropa interior. Y las señoritas debían utilizar pesadas y apretadas fajas, necesarias para soportarla. A finales de la década de 1860, los fabricantes de vestidos comenzaban por fin a presentar estilos más rectos.
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jueves, 16 de febrero de 2012

¿Se depilan las piernas los deportistas para mejorar la aerodinámica?


A los entusiastas de la natación y del deporte de la bicicleta se les oye decir en ocasiones que se depilan las piernas para ser más rápidos. Presuntamente el afeitado, igual que la velocidad del viento, favorece la aerodinámica. Es absurdo que éste sea un motivo para que incluso los aficionados se depilen las piernas. Es natural que los auténticos profesionales utilicen todas las oportunidades que les pueda aportar la aerodinámica para reducir la resistencia del aire y así poder arañar al tiempo cualquier mínima décima de segundo, pero nunca ahorrarán ese tiempo por el hecho de eliminar el vello.

Lo hacen exclusivamente porque en caso de una eventual caída o lesión la atención de las heridas se puede hacer mejor y con más higiene. No cabe ninguna duda de que la vanidad también juega aquí su pequeño papel, pues unas piernas musculosas destacan aún más si están libres de vello. Esto puede impresionar al espectador aunque, evidentemente, no a la resistencia del aire.
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martes, 14 de febrero de 2012

1917-DESNUDO CON COLLAR - Modigliani


Su nombre era sinónimo de escándalo. Amedeo Modigliani era un asceta salvaje, acorde al estilo de su tiempo. Adoraba a Nietzsche, Baudelaire, Oscar Wilde y Gabriele D´Annunzio; fumaba hachís, bebía absenta, bailaba desnudo encima de las mesas de cafés de tercera categoría, se peleaba con la policía y pasaba más de una noche encerrado en una celda. Se supone que tuvo muchas amantes, modelos de pintor y prostitutas. En un tiempo alumno modelo, también era tuberculoso y la escritora inglesa Beatrice Hastings lo abandonó cuando él decidió buscar la felicidad y la salud en el alcohol y las drogas. Estaba harta de levantarse temprano cada día para escribir los artículos y los poemas que ponían la comida en la mesa, mientras él dormía hasta el mediodía.

El joven italiano, que se había trasladado a París en 1910, no tardó en olvidarla. Conoció al amor de su vida en Jeanne Hébuterne, una joven catorce años más joven que él. Los amigos le advirtieron que se mantuviera alejado de ella, porque procedía de una familia que había engendrado a varios clérigos célebres. Además, sus padres lo considerarían un personaje repugnante. Pero Modigliani no desistió. El trágico asceta que, pese a los excesos de su vida en París, conservaba a los treinta y tres años el atractivo de su juventud, se había enamorado profundamente. Encontraba que ella era la encarnación de la “dama del cuello de cisne” que había pintado cientos de veces.

Fue amor a primera vista para ambos y el poder de ese amor eliminó todos los obstáculos. Jeanne desafió a su familia para convertirse en la modelo permanente de Modigliani. Su fama creció, en especial debido a la serie de pinturas a la que pertenece “Desnudo con collar”. En 1919, el crítico francés Francis Carco escribió sobre esta serie: “Nunca la flexibilidad animal, esa espera, inmóvil, abandonada de sí misma, con una languidez deliciosa, ha sido interpretada de forma más reveladora por un pintor”. Otros alabaron los desnudos poéticos de Modigliani como “himnos a una belleza sensible”.

La melancolía elegíaca de esas obras refleja la tragedia y la incertidumbre de la propia vida del creador. Por primera vez, tenía el suficiente dinero para vivir; sin embargo, su salud se desmoronaba. Murió de meningitis el 14 de enero de 1920. Tenía treinta y seis años y era un alcohólico incurable. Jeanne Hébuterne, que estaba embarazada de casi nueve meses, se suicidó a la mañana siguiente, tirándose por una ventana del quinto piso de la casa de sus padres.
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jueves, 9 de febrero de 2012

Susana

Susana, que en hebreo significa “lirio”, era la hermosa y virtuosa mujer de un judío rico que tenía una elegante casa con jardín en Babilonia en tiempos del exilio judío. Un día, dos jueces judíos tan poderosos como corruptos vieron bañarse a Susana en el jardín de su casa e intentaron seducirla, pero ella se negó y empezó a gritar pidiendo ayuda. Los jueces, sin embargo, hicieron correr la falsa historia de que la habían descubierto bajo un árbol del jardín en compañía de un hombre joven y la acusaron de adulterio. En un primer momento, todo el mundo creyó la versión de los jueces y Susana fue condenada a muerte.

Pero el profeta Daniel, bajo la inspiración de Dios, intervino y declaró que los jueces estaban mintiendo. Tras interrogarlos por separado, observó que cada uno de ellos le decía un tipo diferente de árbol, por lo que su falso testimonio quedó al descubierto y Susana fue puesta en libertad. De acuerdo con la ley judaica, el testimonio en falso se castigaba con el mismo castigo que le habría correspondido a la persona falsamente acusada, y que en el caso de adulterio era la pena de muerte por lapidación, por lo que los dos jueces fueron condenados a morir lapidados.

En las catacumbas romanas ya se encuentran representaciones de Susana, quizá como símbolo de la virtud y la valentía en situaciones de adversidad. Desde el renacimiento en adelante, el episodio del baño y los dos jueces gozó de una gran popularidad, ya que permitía a los pintores retratar un desnudo femenino.

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sábado, 4 de febrero de 2012

1918- La declaración de los derechos del pueblo trabajador y explotado (y 3)

Los pasos inmediatos dados por Lenin se dirigieron de manera directa a afianzar la incipiente dictadura. En primer lugar, creó un Gobierno (denominado Consejo de Comisarios del Pueblo) compuesto por bolcheviques. El 20 de diciembre, ordenó a un bolchevique polaco llamado Félix Dzershinsky que constituyera una policía secreta (la famosa Cheka) cuyos métodos pronto se harían trágicamente famosos. La Cheka constituiría un instrumento de terror temible y apenas a una semana de su constitución estaba realizando fusilamientos en masa de civiles cuyo único delito era en no pocas ocasiones el tratar de huir del gobierno bolchevique.

La articulación de este formidable instrumento de terror, el abandono del II Congreso de los Soviets por parte de la oposición y, sobre todo, el colapso del Gobierno provisional infundieron en los bolcheviques la convicción de que el poder estaba firmemente sujeto en sus manos y que podrían celebrar las elecciones a la Asamblea Constituyente con garantías de mantenerse al mando. Los resultados obtenidos por los bolcheviques fueron, sin embargo, considerablemente desalentadores: En la mayoría de los distritos electorales, la votación se celebró el 25 de noviembre, aunque en algunos casos se retrasó a los días 1 y 7 de diciembre. De un total de 41.686.000 votos emitidos, los bolcheviques sólo consiguieron 9.844.000, es decir, algo menos del 24%, mientras que los eseristas lograron 17.940.000; los socialistas ucranianos, aliados a ellos, 4.957.000; los kadetes, 1.986.000; los mencheviques, 1.248.000 y los musulmanes y otras minorías étnicas, 3.300.000. En número de diputados, los eseristas obtuvieron 370 de los 707 totales y lograron la mayoría absoluta; los eseristas de izquierda, favorables a un acuerdo con Lenin, 40; los bolcheviques, 175; los kadetes, 17; los mencheviques, 16; y las minorías étnicas, 89. El pueblo ruso, en las elecciones más libres de su historia, votó por el socialismo democrático moderado contra Lenin y la burguesía.

Aquellos resultados dejaban a los bolcheviques en una situación muy delicada. Por un lado, su origen democrático era innegable, por lo que resultaba muy difícil su desacreditación; por otro, habían dejado de manifiesto que su peso político era insuficiente para reclamar el Gobierno del país. La reacción de Lenin fue la de no permitir que la Asamblea llegara a desempeñar sus funciones pero, al mismo tiempo, poniendo cuidado en que esto se hiciera de tal manera que, como en el golpe de octubre, lo que era un ataque contra la democracia quedara disfrazado so capa de medidas populares. La Declaración de los Derechos del Pueblo Trabajador y Explotado desempeñaría un papel excepcional en esta trama encaminada a aniquilar definitivamente la democracia rusa y sustituirla por una dictadura bolchevique.

La fecha de apertura de la Asamblea quedó fijada para el 18 de enero de 1918. Lenin había decidido que ésta nunca debería celebrarse y, a la vez, era consciente de que en una ciudad como Petrogrado, donde sólo el 15% había votado a los bolcheviques, el único recurso decisivo al que podían recurrir era la fuerza armada.

Los mencheviques y los eseristas decidieron celebrar la apertura de la Asamblea mediante una manifestación cívica y pacífica que llegaría hasta el palacio Táuride. Como respuesta, los bolcheviques difundieron el rumor de que se trataba de una manifestación burguesa, distribuyeron por la ciudad unidades de tiradores letones, marinos de Kronstadt y guardias rojos, y ordenaron que fondearan en el Neva algunos cruceros y submarinos. Mientras la manifestación cívica se desplazaba por una de las calles que concluía en el palacio Táuride, las unidades mandadas por los bolcheviques dispararon sobre ella sin ninguna advertencia previa. El resultado fue un centenar de muertos y heridos entre los que no faltaron ancianos y mujeres.

Ni siquiera el derramamiento de sangre impidió la apertura de la Asamblea que, finalmente, se
llevó a cabo a las cuatro de la tarde. A pesar de lo acontecido por la mañana, la mayoría socialista se negó a dejarse amedrentar y ocupó sus escaños. Sin embargo, cuando, de acuerdo con la costumbre, el diputado de mayor edad, el antiguo eserista Shvetzov, se disponía a tomar la palabra en la tribuna, los bolcheviques se lo impidieron. En medio de un coro de voces contrariadas por aquel comportamiento dictatorial, el bolchevique Sverdlov se lanzó sobre Shvetzov, lo expulsó de la tribuna de un empujón y declaró que el Comité Ejecutivo Central del Soviet de Diputados de obreros, soldados y campesinos le había comisionado para abrir la sesión de la Asamblea Constituyente. Se trataba de un texto redactado por Lenin, Stalin y Bujarin: la Declaración de los Derechos del Pueblo Trabajador y Explotado.

El texto, leído por Sverdlov constituyó un paradigma de lo que iba a significar la captación del poder por parte de los comunistas y cómo se traduciría en la identificación automática de las decisiones del partido con los intereses del pueblo, la desaparición de sectores enteros de la población y la liquidación de la democracia.

No deja de ser significativo al respecto que el texto comience señalando que la Asamblea Constituyente (cuya apertura se intentó impedir con el derramamiento de sangre inocente y cuya celebración se impidió con la violencia) proclama la República de los soviets y el traspaso de todo el poder a éstos:

La Asamblea Constituyente decreta: 1.1.Queda proclamada en Rusia la República de los Soviets de diputados obreros, soldados y campesinos. Todo el poder, tanto en el centro como en las localidades, pertenece a los mencionados Soviets. 2.La República Soviética de Rusia se instituye sobre la base de la unión libre de naciones libres como Federación de Repúblicas Soviéticas nacionales.

Tras esta afirmación, que no se correspondía con la realidad pero que además iba en contra de la voluntad expresada en las urnas, la Declaración señala una serie de finalidades, entre las que se encuentra la desaparición de la explotación, la instauración de una organización socialista de la sociedad y el triunfo del socialismo en otros países, pero de las que se hallan ausentes, por ejemplo, el respeto a las libertades decretadas por el Gobierno provisional o a la voluntad popular expresada democráticamente. Los fines perseguidos por los bolcheviques se conseguirían estatalizando la propiedad (algo muy distinto del reparto de tierras esperado por los campesinos), eliminando a sectores enteros de la población y creando un ejército con un contenido ideológico concreto:

1.Habiéndose señalado como misión esencial abolir toda explotación del hombre por el hombre, suprimir por completo la división de la sociedad en clases, sofocar de manera implacable la resistencia de los explotadores, instaurar una organización socialista de la sociedad y hacer triunfar el socialismo en todos los países, la Asamblea Constituyente decreta, además: 2.Queda abolida la propiedad privada de la tierra. Se declara patrimonio de todo el pueblo trabajador toda la tierra, con todos los edificios, ganado de labor, aperos de labranza y demás accesorios agrícolas. 3.Se ratifica la ley soviética sobre el control, obrero y del Consejo Superior de la Economía Nacional, con objeto de asegurar el poder del pueblo trabajador sobre los explotadores y como primera medida para que las fábricas, talleres, minas, ferrocarriles y demás medios de producción y de transporte pasen por completo a ser propiedad del Estado obrero y campesino. 4.Se ratifica el paso de todos los bancos a propiedad del Estado obrero y campesino, como una de las condiciones de la emancipación de las masas trabajadoras del yugo del capital. 5.Se establece el trabajo general obligatorio, con la finalidad de acabar con los sectores parasitarios de la sociedad.
6.Se decreta el armamento de los trabajadores, la constitución de un Ejército rojo socialista de obreros y campesinos y el desarme completo de las clases propietarias, con la finalidad de asegurar la totalidad del poder de las masas obreras y eliminar cualquier posibilidad de restauración del poder de los explotadores.

En tercer lugar, la Declaración ponía de manifiesto su deseo de “obtener, cueste lo que cueste, por procedimientos revolucionarios, una paz democrática entre los pueblos, sin anexiones ni indemnizaciones, sobre la base de la libre autodeterminación de las naciones”, y aprobaba la “política del Consejo de Comisarios del Pueblo, que ha proclamado la completa independencia de Finlandia, ha empezado a retirar las tropas de Persia y ha anunciado la libertad de autodeterminación de Armenia”.

Finalmente, el texto indicaba que el tiempo de la democracia había concluido. Nunca volvería a haber unas elecciones como aquellas de las que había nacido la Asamblea y el poder pasaría a unos órganos supuestamente populares que, en realidad, ya habían comenzado a controlar los bolcheviques:


Elegida sobre la base de las candidaturas de partidos, confeccionadas antes de l
a Revolución de Octubre, cuando el pueblo todavía era incapaz de levantarse totalmente contra los explotadores ni conocía toda la fuerza de la resistencia de éstos a la hora de defender sus privilegios de clase ni había iniciado en la práctica la creación de la sociedad socialista, la Asamblea Constituyente consideraría acentuadamente equivocado, incluso desde un punto de vista formal, enfrentarse al poder de los Soviets. Fundamentalmente, la Asamblea Constituyente considera que hoy, en el momento de la lucha final del pueblo contra sus explotadores, no puede haber sitio para éstos en ninguno de los órganos de poder. El poder tiene que pertenecer de manera total y exclusiva a las masas trabajadoras y a sus representantes legítimos: los Soviets de diputados obreros, soldados y campesinos. Al apoyar el Poder de los Soviets y los decretos del Consejo de Comisarios del Pueblo, la Asamblea Constituyente considera que sus funciones no pueden sobrepasar el establecimiento de las bases esenciales de la transformación socialista de la sociedad (…) la Asamblea Constituyente limita su misión a señalar las bases fundamentales de la Federación de Repúblicas Soviéticas de Rusia (…).

Con este contenido, no resulta extraño que cuando Sverdolv instó a la Asamblea a que aprobara
la Declaración se encontrara con una oposición frontal y mayoritaria. Por 244 votos contra 151, la Asamblea eligió como presidente a Viktor Chernov, el dirigente eserista, y decidió mantener el ejercicio de las funciones para las que había sido elegida. El discurso inaugural de Chernov insistió en que el problema de la tierra ya había quedado resuelto al pasar a ser propiedad comunal de los campesinos dispuestos a cultivarla y aptos para hacerlo y señaló que el problema pendiente de mayor gravedad era lograr la firma de una paz sin vencedores ni vencidos sin que se tratara de una paz por separado. Dado el carácter democrático y representativo de la Asamblea, si los soviets la respetaban, Rusia podría conocer la libertad y la paz, pero si no era así, el país se vería arrastrado a la guerra civil.

El fracaso experimentado aquella tarde acabó provocando la salida de los bolcheviques de la sesión. Sin embargo, pese a las amenazas de los guardias rojos, el resto de los diputados continuó reunido. En las horas siguientes, Rusia fue proclamada república federal, se aprobó la entrega de tierras a los campesinos y un programa de paz democrática. Había amanecido ya cuando se levantó la sesión. Al salir, un desconocido se acercó a Chernov para avisarle de que los bolcheviques esperaban el paso de su automóvil para asesinarlo. El informante era también bolchevique, pero le repugnaba una acción de ese tipo.

Sin embargo, la suerte de la Asamblea Constituyente estaba echada. Cuando al mediodía los diputados intentaron regresar a ella, se encontraron con que los accesos al palacio Táuride estaban cubiertos por fuerzas armadas con ametralladoras y dos piezas de artillería. Aquel mismo 19 de enero de 1918, el Comité de Comisarios del Pueblo la declaró disuelta. Los bolcheviques acababan de liquidar la democracia rusa.

Como había previsto Chernov, la insistencia de los bolcheviques en implantar su dictadura arrastró a Rusia a una terrible guerra civil. Durante la misma, Lenin y Trotsky pusieron en funcionamiento todo tipo de medidas de terror cuya creación, posteriormente, se atribuyó de manera injusta a Stalin. De la detención de meros sospechosos en campos de concentración a los fusilamientos en masa, de las represalias sobre familiares a los asesinatos públicos para sembrar el terror, de la deportación de poblaciones enteras a las unidades que debían disparar sobre sus compañeros para evitar las retiradas, todo fue ideado ya por Lenin y Trotsky. Los documentos desclasificados a partir de los años noventa del pasado siglo han dejado de manifiesto que Lenin afirmó vez tras vez ante el asombro de algunos de los eseristas coaligados con los bolcheviques que la única manera de mantenerse en el poder era utilizar el terror de masas y que, realmente, fue consecuente con sus planteamientos.

Cuando concluyó la guerra civil, el Ejército Rojo había tenido más de tres cuartos de millón de muertos; el Blanco, algo más de 100.000, un cuarto de millón de campesinos perdió la vida en los distintos alzamientos contra los bolcheviques, más de dos millones de personas perecieron como consecuencia del hambre, el frío, la enfermedad y el suicidio, y otros dos millones se vieron obligados a exiliarse. Para decenas de millones de personas en Rusia, el panorama que se extendería en los años futuros sería de deportación, tortura, exterminio y muerte.

Sin embargo, el modelo expuesto por Lenin en la Declaración estaría llamado a tener un enorme
éxito en el futuro. En las siguientes décadas, los comunistas siempre se encontrarían en minoría y jamás ganarían unas elecciones democráticas pero, como su principal mentor, no considerarían que esas circunstancias fueran obstáculo suficiente para hacerse con el poder. Continuando el patrón de la Declaración, se atribuirían la representatividad del pueblo que los había rechazado en las urnas, liquidarían los sistemas democráticos alegando que los mismos sólo representaban a los opresores, sustituirían los órganos representativos por otros controlados por el partido comunista, estatalizarían parte de la propiedad y suprimirían todo tipo de libertades en paralelo al exterminio físico de sectores enteros de las diversas poblaciones. Convencidos, siquiera tácitamente, de que sólo el terror podía mantenerlos en el poder, crearían los sistemas políticos más complejos de la historia y las redes de represión más refinadas. Los parlamentos democráticamente elegidos sólo servían para ser disueltos y sustituidos por entes controlados por el partido comunista. De cara al exterior, lo mismo que lograba el terror interno lo conseguiría la propaganda.

El esquema se repitió vez tras vez pero, poco a poco, ha ido colapsándose en todo el mundo. La razón fundamental no ha sido ni la sensatez de los intelectuales (que no pocas veces cantaron las loas de personajes como Stalin o Mao, responsables de la muerte de decenas de millones de inocentes) ni la vigilancia de las democracias (que coquetearon con dictaduras terribles sólo porque el dinero no tiene color) ni tampoco la presión de potencias como Estados Unidos, que en más de una ocasión fue derrotada en sus enfrentamientos con el comunismo. La causa fundamental es que el sistema creado por los redactores de la Declaración era inoperante además de perverso, y acabó desplomándose por el peso de su propia ineficacia.
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