Es paradójico que una de las teorías económicas más populares, potentes y perdurables se haya revelado errónea generación tras generación. No obstante, hay pocas idea más cautivadoras que la que sostiene que la raza humana está creciendo y explotando los recursos del planeta con tanta rapidez que se dirige a su autodestrucción inevitable.
Es probable que sus clases de biología le hayan familiarizado con esas imágenes microscópicas del proceso de multiplicación celular. Se empieza con un par de células, cada una de las cuales se divide para formar otro par; las células se multiplican con rapidez, segundo a segundo, y se esparcen hacia el límite de la placa de Petri hasta que, finalmente, ya no queda espacio libre. ¿Qué ocurre entonces?
Pensemos ahora en los seres humanos. La humanidad también se reproduce exponencialmente. ¿Es posible que estemos multiplicándonos demasiado rápido para ser capaces de mantenernos? Hace dos siglos, el economista inglés Thomas Malthus estaba convencido de que así era.
A pesar de sus ideas -que fueron las que llevaron a Thomas Carlyle a etiquetar la economía de “ciencia lúgubre”-, Thomas Malthus era un realidad una persona bastante popular, divertida y sociable, que gozaba de muy buena consideración. Sexto hijo del adinerado y liberal Daniel Malthus (quien se había relacionado con los filósofos David Hume y Jean-Jacques Rousseau), nació en 1766 con un labio leporino y paladar hendido. En Cambridge estudió matemáticas, historia y filosofía, pero en parte por su defecto de habla decidió entrar en la Iglesia y llevar una vida un tanto retirada en el campo. Padre e hijo estaban muy unidos, y el joven Malthus, un escéptico conservador, mantuvo muchas discusiones amistosas con su progenitor, influenciado por los ideales utópicos de Rousseau y la Revolución francesa. Aunque no estaba de acuerdo con su conservador hijo, Daniel Malthus se sintió tan impresionado por el razonamiento del joven que le convenció para que plasmara sus pensamientos en papel.
La economía era considerada un asunto tan proteico que la mayoría de las universidades no la reconocían como disciplina, de modo que Malthus empezó estudiando y enseñando matemáticas en el Jesus College de Cambridge. Sin embargo, a comienzos del siglo XIX se convirtió en el primer profesor de economía de la historia al encargarse de la materia en el Colegio de la Compañía de las Indias Orientales (el actual Haileybury), un testimonio de la popularidad de la nueva disciplina. Su nombramiento como miembro de la Royal Society en 1818 en reconocimiento a su trabajo pionero en economía sería una señal todavía más clara de la importancia del campo.
Sin embargo, su obra de 1798, “Ensayo sobre el principio de la población”, perturbó intensamente la paz. Malthus, un hombre tranquilo y jovial, al que no importunaban nunca las interrupciones (especialmente de los niños, a los que dedicaba toda su atención), fue humillado por la élite literaria de la época, entre otros por Wordsworth, Coleridge y Shelley. Este último calificó a Malthus de “eunuco y tirano” y “apóstol de los ricos” por su realista declaración, basada en la observación empírica, de que “no podemos esperar excluir a los ricos y la pobreza de la sociedad”. En “Canción de Navidad”, de Dickens, el personaje Ebenezer Scrooge, que había comentado que los pobres podrían morir y “reducir el exceso de población”, satirizaba a Malthus. Friedrich Engels tachó el ensayo de Malthus de “blasfemia repugnante contra el hombre y la naturaleza”.
Según Malthus, el hombre necesita comida para sobrevivir y se multiplica con rapidez. Calculó que la humanidad crecía mucho más deprisa que sus recursos alimenticios. En términos más específicos, consideró que la población humana crecía geométricamente (esto es, por multiplicación: 2,4,8,16,32…), mientras que los alimentos disponibles lo hacían aritméticamente (esto es, por adición: 2,4,6,8,10…).
Su conclusión era la siguiente: “Sostengo que el poder de la población es indefinidamente más grande que el poder de la tierra para producir la subsistencia del hombre. La población, cuando no se la controla, crece en proporción geométrica. Las subsistencias sólo aumentan de forma aritmética. Un conocimiento mínimo de los números permite apreciar la inmensidad del primer poder en comparación con el segundo”.
Desde su punto de vista, la raza humana se encaminaba a una crisis inevitable. A menos que se redujera voluntariamente su tasa de natalidad (lo que le parecía inconcebible), la población se enfrentaría a uno de los tres frenos impuestos por la naturaleza para mantenerla dentro de unos límites sostenibles: el hambre, la enfermedad o la guerra. Los pueblos no tendrían que comer, sucumbirían a una peste u otra, o lucharían entre sí por unos recursos cada vez más escasos.
Las ideas de Malthus eran una reacción al optimismo de los pensadores preeminentes de la época, de manera destacada William Godwin en Inglaterra y el marqués de Condorcet en Francia, alentados por la proximidad de un nuevo siglo y el ambiente de cambio y libertad que barría Europa después de la Revolución Francesa (las guerras napoleónicas todavía no se atisbaban en el horizonte).
Godwin creía que los hombres, guiados por la razón, eran perfectibles, y que su racionalidad les permitiría vivir pacíficamente en el futuro sin leyes ni instituciones. En lugar del Estado, proponía comunidades dotadas de autogobierno. Condorcet –que recibió con entusiasmo el comienzo de la Revolución francesa para morir después en prisión como una de sus víctimas- creía, como Godwin, que los seres humanos eran capaces de progresar infinitamente hacia una perfección absoluta, con la consecuencia lógica de la destrucción de la desigualdad entre naciones y entre clases.
Malthus replicó que la perfección humana contradecía las leyes de la naturaleza. Este mismo punto de vista fue suscrito por Tucídides a principios del siglo V.a.C., Maquiavelo en el siglo XVI, Hobbes en el XVII, Edmund Burke y los Padres Fundadores de la Constitución americana en el XVIII e Isaiah Berlin y Raymond Aron en el XX. Aun cuando las sociedades ideales imaginadas por Godwin y Condorcet llegaran a existir, argumentaba Malthus, la prosperidad , por lo menos al principio, incitaría a la gente a tener más hijos que vivirían más tiempo, lo que daría lugar a un crecimiento de población que provocaría, a su vez, sociedades más complejas, con elites cerradas y subclases. El ocio, agregó Malthus, causaría tanto perjuicio como beneficio. En cuanto a la satisfacción humana, escribe: “Las sedas finas y los algodones, los encajes y demás lujos ornamentales de un país rico pueden contribuir de forma muy considerable a aumentar el valor canjeable de su producción anual; sin embargo, contribuyen en un grado muy pequeño a aumentar el volumen de felicidad en la sociedad. “.
Cuando Charles Darwin leyó el ensayo de Malthus en 1838, anunció: “Por fin he encontrado una teoría con la que trabajar”. Darwin veía de qué manera la lucha por los recursos en una población en aumento podía preservar las variaciones favorables y acabar con las desfavorables, conduciendo así a la formación de nuevas especies. En 1933, John Maynard Keynes escribió acerca del ensayo de Malthus: “Está profundamente arraigado en la tradición de la ciencia humanística (…), una tradición caracterizada por el amor a la verdad y una lucidez sumamente noble, por una cordura prosaica exenta de sentimiento o metafísica, y por un inmenso desinterés y espíritu público”.
(Continúa en la siguiente entrada)
martes, 21 de febrero de 2012
La trampa maltusiana (1)
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