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lunes, 26 de noviembre de 2012

¿Son signo de inteligencia las muelas del juicio?


No, su nombre no tiene nada que ver con la inteligencia de su propietario. A mucha gente no le salen nunca las muelas del juicio; si usted se encuentra en ese caso, no se preocupe, quizá sea mejor así. Se llaman así porque suelen salir alrededor de los 20 años, cuando una persona ha alcanzado ya la madurez física, pero no necesariamente la emocional.

Se trata de cuatro muelas adicionales que los hombres de las cavernas utilizaban mucho, pues debían comer frecuentemente carne muy correosa y, seguramente, también frutos muy verdes y duros. Por ello dispusieron de dos piezas más en cada una de las mandíbulas. Durante la evolución se modificó la forma del cráneo del hombre, pues el cerebro precisaba ocupar más espacio y, al mismo tiempo, los productos de la dieta habitual fueron haciéndose paulatinamente más blandos. El Homo sapiens ya no necesita de estas herramientas masticatorias adicionales que, además, no disponen de suficiente espacio.

Porque a la edad en que suelen brotar estos molares, ya las otras 28 piezas dentales se han adueñado del espacio disponible y, por lo tanto, es frecuente que alguna de las mueles del juicio quede embebida o incrustada en el alveolo causando una inflamación dolorosa. Si a pesar de todo llegan a emerger, muchas veces presionan y alteran a las otras piezas. Además, tienen tendencia a cariarse porque es muy difícil cepillarlas bien.

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sábado, 24 de noviembre de 2012

¿Por qué se celebra la Navidad el 25 de diciembre?


En la época de las primeras religiones paganas, los intermediarios especializados en el diálogo con el más allá afirmaban que sabían atraerse los favores de las potencias ocultas. Rituales acompañados de ofrendas, danzas y hechizos contribuyeron a consolidar el poder de esos sabios que gozaban de ascendiente sobre sus compañeros. Y bajo el pretexto de descifrar los misterios del universo, iniciaban a multitud de fieles en las leyes de sus propias certezas a través de diversos rituales.

Esos rituales primitivos dieron lugar a ceremonias paganas estructuradas que a su vez generaron cultos a diversas divinidades antes de desembocar en las grandes religiones monoteístas.

En los primeros siglos de la era cristiana, los promotores de las nuevas religiones se dedicaron a apartar a sus fieles del camino equivocado. Lógico: la fe en un solo Dios es incompatible con otras creencias. Y sobre todo, con las que conducen a los ídolos del pasado. Es verdad que la fuerza de la doctrina naciente conduce entonces hacia la Iglesia a la mayoría, pero, aunque se dicen convertidos al cristianismo, algunos siguen volviendo a los cultos paganos. Las ceremonias consagradas a símbolos eminentemente evocadores como el árbol, la piedra o el agua seguirán siendo populares más de tres siglos después de Cristo.

Los sacerdotes cristianos se dedicaron pues a expulsar a los antiguos dioses que todavía se incrustaban en el espíritu de su grey. No fue difícil vencer a las divinidades grecorromanas, porque ya hacía tiempo que los campesinos las habían abandonado. En cambio, seguían prestando gran atención a los ídolos más familiares, más próximos a la Naturaleza, sobre todo los que protegían los campos, la siembra y las cosechas (Pan, Príapo, los faunos, los sátiros o las ninfas de las fuentes y de los bosques). Esos diosecillos y divinidades de segunda fila resistían el paso del tiempo porque en el campo todos temían siempre a la cólera de las potencias tenebrosas.

Durante los primeros siglos del cristianismo, muchos intentaron así conciliar (en secreto) el nuevo culto oficial y los antiguos ritos paganos. Incluso al salir de las ceremonias cristianas, muchos conversos se dirigían a las viejas divinidades a las que temían haber ofendido. Entonces, la Iglesia tuvo que poner en práctica una auténtica estrategia para conseguir sus fines, haciendo coincidir la mayor parte de las celebraciones festivas con los rituales paganos que no acababan de desaparecer.

Navidad, conmemoración del aniversario del nacimiento de Cristo, pertenece sin oposición posible a
este tipo de situaciones. Situada en el 25 de diciembre, la fiesta de Navidad aparece en Roma el año 36, con el objetivo de sustituir a una ceremonia muy popular dedicada al dios Mitra, que se celebraba en el solsticio de invierno (es decir, en una fecha muy cercana). Incluso el emperador romano Aureliano (212-275) había elevado el culto de Mitra al rango de religión de Estado.

El nombre de Mitra, divinidad fundamental de la mitología persa, vio la luz hacia el año 500 a.C Su culto, muy probablemente derivado de la tradición india que adoraba al dios Mitra, se difundió rápidamente en el mundo helénico y romano donde encarnaba al dios solar por excelencia. Las ceremonias consagradas a Mitra se celebraban en cuevas o criptas y en el siglo III conservaban un fasto indudable reuniendo a una multitud de adeptos. El culto a Mitra se fundaba en el principio iniciático de los siete grados: cuervo, grifo, soldado, león, persa, correo del sol y, por último, padre (un padre de los padres, especie de futuro papa o gran maestro).

La fiesta de Navidad para celebrar el nacimiento de Jesús el 25 de diciembre se impuso finalmente en Europa occidental a partir del siglo IV, sustituyendo hábilmente al “sol victorioso” de origen oriental, por el “sol de justicia” que simboliza Cristo. Además, para llevar a buen puerto esta conquista de los espíritus, la jerarquía eclesiástica se apoyó astutamente en nociones sencillas que ayudaron a imponer ”la ”verdad” única y global en contraposición a la multitud de dioses del pasado.

Para ganarse la confianza de los paganos atemorizados por las inseguridades cotidianas que se nutren de la ignorancia y favorecen la aparición de supersticiones de todo tipo, la Iglesia calcó su actitud sobre los rituales del pasado, tomando prestadas fechas y gestos de sus ceremonias al patrimonio cultural (y litúrgico) de los siglos anteriores. Por ejemplo, los celtas aspergían a sus muertos con el agua lustral mediante una rama de boj o de muérdago (esa agua sagrada tenía el poder de expulsar a los malos espíritus). ¿Azar, coincidencia o mimetismo? Porque los cristianos utilizan una práctica idéntica con agua bendita. En cuanto a los numerosos peregrinajes de la Iglesia católica asociados a fuentes o manantiales, ¿no son muy a menudo una copia de las fiestas paganas relacionadas con el culto al agua purificadora, que figuraba como símbolo universal en casi todas las tradiciones primitivas?

Del mismo modo, el árbol de Navidad hunde también sus raíces en costumbres ancestrales. Incluso aunque el árbol decorado no llegara a los hogares franceses hasta finales del siglo XIX, en Alemania ya hay testimonios del siglo VII, cuando el monje Bonifacio elevó el abeto al nivel de símbolo de la Navidad. El evangelizador se inspiró en la pícea, árbol del parto entre los celtas. Algunos quieren incluso ver en el abeto una reminiscencia de la decoración de los templos romanos con ramas de muérdago o de acebo.

En cuanto a la tradición de iluminar el árbol (no de decorarlo), muchos la atribuyen a Martín Lutero,
que habría colocado velas en las ramas del árbol para simbolizar el brillo de las estrellas y recordar su papel en el episodio de la Navidad.

Por su parte, el primer pesebre aparece en una cueva de Italia en 1223. Tratando de imitar a tamaño natural el portal de Belén, Francisco de Asís había instalado un pesebre lleno de paja, un buey y una mula. Un sacerdote celebró la misa del gallo en ese escenario, que heredaron los ermitaños de la Provenza.

Papá Noel no se impuso en Europa hasta principios del siglo XX. Se trata en este caso de una reminiscencia del san Nicolás germánico, que deja regalos a los niños en la noche del 5 al 6 de diciembre, vestido con una gran túnica roja, una mitra y una cruz de obispo y luciendo una larga barba blanca.

Lo que acabo de explicar para la Navidad se puede aplicar también a la fiesta de Pascua, que conmemora la resurrección de Cristo pero que sustituye a una fiesta anual dedicada anteriormente a la renovación y la vuelta de la luz tras el invierno. Por ejemplo, en Alemania y en los países nórdicos se encendían fuegos que simbolizaban el renacimiento de las tareas agrícolas. Esta celebración, recuerdo de los antiguos cultos solares, cerraba las fiestas del ciclo del fuego. El año 325, el concilio de Nicea instituyó la fiesta de Pascua, “el primer domingo siguiente a la primera luna llena tras el equinoccio de primavera”, pero hubo que esperar dos siglos todavía hasta que la jerarquía católica situara esta fiesta variable del calendario cristiano entre el 23 de marzo y el 25 de abril.

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martes, 20 de noviembre de 2012

¿Qué era lo más mortal en las batallas navales del siglo XVIII?


Las malditas astillas.

Las balas de cañón de los navíos de entonces no explotaban (no hagan caso de las películas). Se “limitaban” a atravesar el casco del barco y machacar todo aquello que encontraban en su camino, levantando enormes trozos de madera que volaban por las cubiertas a gran velocidad, cortando, clavándose y golpeando a todo el que tuviera la mala suerte de encontrarse por allí.

Los barcos de la época a menudo estaban medio podridos y en mal estado de navegabilidad. Muchos de los oficiales habían comprado sus cargos y no tenían ni idea de técnica naval, navegación, combate o siquiera comandar a los hombres. Las hernias causadas por la manipulación de velamen húmedo eran tan comunes en la Armada británica que ésta se vio obligada a introducir fajas entre la marinería. Y, para colmo, las pagas no aumentaron durante todo un siglo.

A corta distancia, una bala de cañón de tamaño medio era capaz de penetrar la madera hasta una profundidad de 60 cm. La mejor forma de evitar las astillas (además de construir el barco de metal, claro) era utilizar un tipo de madera que se podía encontrar en el sudeste norteamericano. Además de ser una de las maderas más duras que ofrece la Naturaleza, el Quercus virginiana o Live Oak, el árbol típico de Georgia (EEUU) es el símbolo de la fuerza y resistencia de los estados sureños (es el roble engalanado con cintas de musgo que se puede ver en muchas películas, como “Lo que el viento se llevó”).

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jueves, 15 de noviembre de 2012

El origen de la corbata



 
La moda sirve para marcar distinciones sociales y de clase. ¿Cómo no ver un símbolo de reconocimiento social en el inevitable traje y corbata que lucen el joven ejecutivo dinámico, el empresario conquistador o el director autosuficiente? Llevar traje y corbata se ha convertido en una especie de uniforme que revela la pertenencia a un grupo determinado.

Para demostrar que este hábito que llevan pegado a la piel pertenece al registro de los signos de distinción, no hay más que observar los denodados esfuerzos de los empresarios y los ministros para aparecer, en ocasiones muy elegidas, sin corbata y con el cuello de la camisa desabrochado, Porque, al renunciar a ponerse la corbata, esperan a menudo….reanudar el diálogo.

Lejos de significar una señal de reconocimiento, las primeras corbatas aparecen en el cuello de los legionarios romanos. Más que un accesorio, se trataba de una prensa necesaria que, anudada al cuello, servía para empapar el sudor. Después, la corbata no se utilizó durante diez siglos. Reaparece hacia el XVI en forma de collarín o de grandes cuellos de encaje. Después, en la segunda mitad del XVII, los soldados de Luis XVI empezaron a llevar una especie de pañuelo al cuello.

La verdadera corbata aparece en 1668. Era más parecida a una bufanda que se anudaba tras dar dos o tres vueltas al cuello. Generalmente blanca, esta corbata estaba la mayoría de las veces adornada con puntillas en sus extremos. En esa época aparece la palabra corbata, deformación de “croata”, porque había un regimiento de esa nacionalidad que llevaba ese tipo de accesorio.

A finales del siglo XVII se produjo un episodio miliar que, según cuenta la leyenda, iba a marcar la historia del uso de la corbata. En 1692, en la batalla de Steinkerque (Bélgica), las tropas del mariscal de Francia François-Henri de Montmorency, duque de Luxemburgo (1628-1695) se enfrentaron a las de Guillermo III de Orange (1650-1702). Defensor del protestantismo frente a la hegemonía católica, Guillermo III subió al poder cuando Luis XIV invadió Holanda (1672) y en 1692 reinaba también sobre Inglaterra, Escocia e Irlanda.

En aquella famosa batalla de Steinkerque (1692), las tropas del Duque de Luxemburgo obtuvieron
una brillante victoria. Sin embargo, el mariscal habría dado una orden de ataque precipitada que impidió a los oficiales franceses anudarse bien la dichosa corbata. En el fragor del momento, habrían pasado el extremo del pañuelo por un ojal de su guerrera (el sexto, según los puristas). Sin quererlo, habían inaugurado un look algo desaliñado. Debidamente festejado a su vuelta a la capital, el regimiento habría exhibido esa manera apresurada, original y “descuidadamente elegante” de llevar la corbata. No hizo falta otra cosa para que la aristocracia parisina adoptara la moda de la corbata Steinkerque y para que numerosas señoras siguieran también el ejemplo.

En ese final del siglo XVII aparecieron diversas formas de corbata, desde simples cintas de encaje hasta pañuelos de muselina muy elaborados con puntillas de encaje y anudados en sus extremos. A pesar de esta afición, la corbata desapareció durante buena parte del siglo XVIIII y después volvió a las calles francesas bajo el Directorio (1795-1799). Blanca, con motivos de cachemir o negra, resultaba muy envarada. A partir de ahí, dio lugar a la corbata romántica de la que cada uno se encargaba de hacer el nudo.

A partir de los años veinte del siglo XIX, la corbata se impuso como uno de los accesorios más apreciados del dandismo, y los que se complacían en el culto de lo bello y lo inútil hasta en sus mínimos detalles se dedicaron a venerar su uso. En la época del dandismo, que cuenta en sus filas a Charles Baudelaire, Oscar Wilde, o Mariano José de Larra, circulaban manuales sobre el arte de la elegancia en el vestir, y más concretamente sobre el modo de llevar, ajustar y anudar mejor la corbata.

Considerado como árbitro de la elegancia, George Brummell (1778-1840) creó un auténtico ritual en la elección y el modo de llevar la corbata. La leyenda dice que se probaba decenas de ellas cada día antes de decidirse por una. Después venia la elaboración del nudo, que debía alcanzar la perfección en el arte supremo de lo natural, como para sugerir mejor que la improvisación se nutre del aprendizaje invisible de una técnica laboriosa.

Vendrá después el simple nudo alrededor del cuello y la corbata plastrón, sujeta con un alfiler y que cubre todo el pecho. Aparecida al final del Segundo Imperio, la regata (o corbatita de nudo) se parecía mucho a la que conocemos hoy: era un nudo del que salían dos cintas verticales superpuestas. A finales del siglo XIX tuvo un gran éxito entre artistas, poetas y escritores la lavallière o chalina, una banda ancha de tela fina anudada sobre la camisa y formando dos caídas.
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martes, 13 de noviembre de 2012

¿Cuál es el origen de las palomitas de maíz?


La primitiva receta para hacer “popcorn” o palomitas de maíz fue inventada probablemente por los indios americanos. Se sabe con certidumbre que ya las comían cuando Colón llegó a aquel continente –se cuenta que el propio almirante trajo de América collares de palomitas de maíz y que Hernán Cortés se sorprendió al observar que los aztecas se adornaban con sartas de palomitas en las ceremonias religiosas-, y se supone que formaban parte de su dieta varios siglos antes de nuestra era. De hecho, los arqueólogos han encontrado restos de palomitas de maíz en tumbas de indios sudamericanos datadas en épocas muy anteriores al Descubrimiento.

Pero no todas las variedades de este cereal son aptas para la elaboración de palomitas, ya que es necesario que los granos contengan al menos un 12-14% de agua. Los indígenas americanos desarrollaron tres métodos para su elaboración. El primero consistía en tostar los granos en una estaca colocada sobre el fuego. El segundo procedimiento era arrojar los granos, después de haberlos despojado de su cáscara, directamente sobre las brasas de manera que se comían aquellos que, al explotar, saltaban fuera del fuego. El tercer método era mucho más sofisticado: calentaban arena en el interior de una cazuela plana de arcilla y, cuando alcanzaba la suficiente temperatura, enterraban los granos de maíz en ella, de manera que, al reventar, saltaban a la superficie.

La cocción de las palomitas se simplificó en la década de 1880 con la aparición de máquinas especiales, caseras e industriales. La primera palomitera eléctrica apareció en el mercado estadounidense en 1907. Pero el gran espaldarazo a su consumo lo dio la industria cinematográfica, en cuyas salas se generalizó la venta de cucuruchos de palomitas. Hacia 1947, se vendían ya en el 85% de los cines estadounidenses.

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sábado, 10 de noviembre de 2012

¿Podría un rayo láser cortar un espejo?


Lo siento Flash Gordon, pero vas a necesitar algo más que un espejo de bolsillo para enfrentarte a robots alienígenas armados con rayos láser. Aunque en la tela un láser puede rebotar contra un espejo, en realidad el rayo podría atravesarlo fácilmente.

Ningún espejo puede reflejar toda la luz dirigida hacia él. Una fracción atraviesa el revestimiento de cristal y es absorbida por el fondo reflectante de aluminio o plata. Si se concentra un poderoso rayo láser sobre este punto durante el tiempo necesario, y el fondo absorbe la radiación y la calienta, el rayo puede finalmente taladrar el espejo (Hay que señalar que los espejos utilizados para enfocar el láser están especialmente diseñados para absorber menos luz).

De hecho, los láseres pulsados, que funcionan como haces concentrados y no como corrientes continuas, suelen utilizarse para cortar cristales o espejos. Focalizando estos estallidos de energía concentrada en un punto concreto, la luz puede desplazar los electrones de los enlaces químicos, produciendo una rotura del material. La técnica suele utilizarse para practicar incisiones bajo la superficie del ojo durante una operación de cirugía correctiva.

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jueves, 8 de noviembre de 2012

¿Qué es lo más peligroso que existe?




¿La guerra? ¿Las drogas? ¿La bebida? Pues, no. La respuesta es… trabajar

Unos dos millones de personas mueren cada año por accidentes o enfermedades relacionadas con el trabajo, muchos más que las víctimas de guerra (alrededor de 650.000).

En todo el mundo, los trabajos más peligrosos están en la agricultura, la minería y la construcción. Según la Oficina de Estadísticas Laborales de los Estados Unidos, en el año 2010 murieron 4.690 personas en sus puestos de trabajo, esto es, una cada dos horas. Las actividades más peligrosas fueron: la pesca (152 muertos por cada 100.000 trabajadores), los leñadores (93) y los pilotos (70). Casi todos los fallecidos en esta última categoría lo fueron al mando de aparatos pequeños, no aviones de pasajeros

Los granjeros, rancheros y mineros vienen a continuación, si bien su tasa es sensiblemente menor.

En cuanto a las causas de la muerte, la más común fueron accidentes de tráfico, seguida de las caídas, los homicidios y los golpes con algún objeto.

El trabajo más peligroso de acuerdo con las estadísticas sería el de pescador de cangrejos de Alaska faenando en el mar de Bering.

El riesgo de muerte puede calcularse utilizando la escala Duckworth, diseñada por el doctor Frank Duckworth, editor de la revista Royal Statistical Society. Mide la probabilidad de muerte mientras se realiza cualquier actividad. La menos peligrosa segura se califica con un 0 mientras que a la muerte segura se le asigna un 8. Por ejemplo, un juego de ruleta rusa tiene un riesgo de 7,2; veinte años practicando escalada tiene un 6,3; las posibilidades de morir asesinado son de 4,6; un viaje en automóvil a 160 km/h con un conductor sobrio de mediana edad tiene un 1,9, ligeramente más peligroso que morir a causa de la caída de un meteorito (1,6).

En la escala Duckworth, el 5,5 es particularmente peligroso. Es el riesgo para el sexo masculino de muerte por accidente de coche o caída accidental, pero también la posibilidad de que una persona de cualquier sexo muera mientras pasa la aspiradora, hace la colada o camina por la calle. Cosas de la estadística.
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martes, 6 de noviembre de 2012

¿Por qué la luz de una bombilla atrae a las polillas?


En realidad la luz no las atrae, sino que las desorienta.

Aparte del ocasional fuego fatuo, las fuentes de luz artificial llevan poquísimo tiempo en nuestro planeta en comparación con los millones de años que ha durado la relación de las polillas con el Sol y la Luna. Muchos insectos utilizan estas fuentes de luz para navegar por el día o por la noche.

Como la Luna y el Sol están a gran distancia, los insectos han evolucionado de tal forma que esperan que su luz provenga de la misma dirección en una hora determinada del día o de la noche, pudiendo así calcular una trayectoria rectilínea.

Cuando apareció el ser humano e inventó sus pequeños soles y lunas portátiles, las cosas se pusieron difíciles para las polillas. Cuando pasan cerca de una bombilla o una farola, la luz las confunde. Las toman como la auténtica luna y al ser fuentes de luz muy pequeñas y enseguida alejarse de ellas en su vuelo, su instinto les dice que, de algún modo, están moviéndose en una trayectoria curva. Así que la polilla ajusta su rumbo hasta que vuelve a tener la luz “fija” (puesto que sabe que, a esa hora, la luz de la luna debe venir siempre de tal o cual dirección independientemente de lo rápido que vuele o lo mucho que se desplace el insecto). Cuando se está tan cerca de una fuente de luz, la única forma de mantenerla en la misma posición relativa es volar en círculos a su alrededor.

Y, por cierto, las polillas no se comen la ropa. Las culpables son sus orugas.
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lunes, 5 de noviembre de 2012

¿Cuál es el principal ingrediente del aire que respiramos?




¿Oxígeno? ¿Dióxido de carbono? ¿Hidrógeno?.. Pues no. La respuesta es Nitrógeno, cuya proporción en el aire que llena nuestros pulmones es del 78%.

Menos del 21% del aire corresponde al oxígeno. Y sólo tres centésimas partes del 1% es dióxido de carbono.

El alto porcentaje de nitrógeno en la atmósfera es el resultado de las masivas erupciones volcánicas que tuvieron lugar durante la formación de la Tierra. Colosales cantidades de ese elemento fueron liberadas a la atmósfera y, siendo más pesado que el hidrógeno o el helio, permaneció más cerca de la superficie terrestre. Una persona de 76 kilos de peso contiene en su cuerpo como media un kilo de nitrógeno.

La palabra nitrógeno proviene del griego “nitro” (por la que se designaba a toda una serie de compuestos de sodio y potasio) y el griego “geno”, “generar”.

El nitrógeno tiene los usos más variados: es un compuesto clave en los explosivos y fertilizantes; se utiliza también para ahumar carne y como conservante en los helados o anestésico en la pasta de dientes especial para encías sensibles. Durante cientos de años la fuente principal de nitrógeno fue el mantillo orgánico que se había ido acumulando en el suelo de las casas. En el siglo XVI, hubo incluso una profesión, la de los salitreros, que se dedicaban a irrumpir en las casas e iglesias de Inglaterra, excavar en sus suelos y vender la tierra para la fabricación de pólvora.

El otro gas que tiene una presencia significativa en el aire es el argón (1%). Fue descubierto por William John Strutt, Lord Rayleigh, que fue también el primer hombre en averiguar por qué el cielo es azul.

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Si el universo se expande sin cesar, ¿carece de fronteras físicas?


Un aspecto delicado de la pregunta estriba en el modo de expresarla: “El universo”, por definición, ¡es todo lo que existe! Decir que el universo se expande hacia algo significaría que hay algo mayor a lo que ya de entrada habríamos denominado “el universo”.

Tal vez el modo más sencillo de concebir lo que se entiende por un universo en expansión consista en imaginar cómo sería la vida para hormigas bidimensionales que habitaran la superficie de un globo esférico en expansión. Los insectos pueden recorrer todo el espacio, pero, como no pueden volar ni acceder al interior del globo, viven en un mundo básicamente bidimensional. Si nada perturba a las hormigas desde el exterior, para ellas el universo se reduce a la superficie del globo porque ¡eso es todo lo que hay! Al estar confinadas a la superficie del globo, las hormigas no tienen posibilidad alguna de desarrollar los conceptos de arriba o abajo.

La superficie de ese universo bidimensional es finita, pero las hormigas nunca encontrarían una frontera o un borde. En este caso debe obviarse el cuello del globo y la persona que lo infla. Hay que imaginar un globo precintado sin rugosidades, con forma esférica, y suspendido en el interior de un depósito donde se puede bajar la presión del aire para que el globo se expanda.

Ahora bien, a medida que el globo se expande, las hormigas se ven unas a otras cada vez más lejos. Todas perciben lo mismo: sus vecinas se alejan. Las hormigas viven en lo que para ellas es un universo en expansión sin bordes físicos. Una hormiga que se desplazara con la rapidez suficiente conseguiría darle la vuelta a todo el globo de un lado a otro y regresar al punto de partida sin que ningún confín se lo impidiera.

Aquí podría objetarse que nosotros vemos que el globo se expande dentro del espacio circundante. Pero tenemos acceso a una dimensión adicional en la que movernos, que para las hormigas equivaldría a arriba y abajo en caso de que pudieran desplazarse en esas direcciones. En lo que atañe a las hormigas, pueden conocer todo lo que quieran sobre el mundo que habitan midiendo la superficie del globo, sin referencia alguna al espacio circundante.

La experiencia en física enseña que cuando nos topamos con un concepto espurio (en el sentido de que no conduce a ningún efecto predecible), es mejor admitir que no existe. En otras palabras, las hormigas harían bien si evitaran hablar de que su espacio se expande en algo que no pueden medir. Con ello no pierden nada y obtienen una ganancia sustancial en cuanto a simplicidad.

Si se establece una analogía entre la situación de las hormigas y la nuestra, debemos imaginar que el espacio se expande en todas direcciones. Todo el mundo en el universo ve que todo se aleja a gran velocidad del resto; pero el universo tiene que carecer de fronteras físicas y, por tanto, no hay ninguna necesidad de describirlo expandiéndose dentro de algo; puede limitarse a expandirse sin más.
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