Aunque representan la moral rígida y represiva del siglo XIX, los vestidos de crinolina o miriñaque fueron una vez la declaración obligatoria de moda para las mujeres de todos los niveles sociales de la época. En aquel entonces, las telas de los vestidos eran muy pesadas y requerían varias capas incómodas de enaguas para sostenerse. La introducción de los ligeros armazones de aros metálicos liberó a las usuarias de la tiranía de los enredos de las enaguas. El acero del armazón era lo bastante amplio y ligero para doblarse y después recuperar su forma cuando, por ejemplo, la dama pasara por una puerta estrecha o hubiera de subir a un carruaje.
Sin embargo, el diámetro se ensanchó cada vez más, hasta llegar a un máximo de 1.80 m y para 1860 los escritores satíricos ridiculizaban sin piedad las “jaulas enormes” que usaban las mujeres debajo de sus faldas. Se decía que en un salón normal sólo cabían dos o tres mujeres con este tipo de vestido. Además, a menudo fueron causa de vergüenza. Si la dama se sentaba sin extender primero de forma adecuada sus enaguas, el armazón podía levantar el vestido hasta su rostro. También se balanceaban con el viento y levantaban el vestido para revelar partes de las piernas o de la ropa interior. Y las señoritas debían utilizar pesadas y apretadas fajas, necesarias para soportarla. A finales de la década de 1860, los fabricantes de vestidos comenzaban por fin a presentar estilos más rectos.
domingo, 19 de febrero de 2012
Crinolina o miriñaque
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