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martes, 26 de noviembre de 2013

El aire que respiramos - la contaminación en el aire y en casa



 El siglo XX ha representado un cambio radical para la Tierra y la atmósfera: el auge de las industrias, la obtención de energía a partir de recursos fósiles, los pesticidas y los transportes, entre otros factores, están ensuciando nuestra atmósfera, y ésta, a su vez, contamina la tierra y los suelos: el aire que respiramos es también el agua que bebemos y los alimentos que comemos.

Por determinadas características geográficas, la ciudad de Los Ángeles favorece la acumulación de contaminantes en la capa baja de la atmósfera. Ya en la década de los cuarenta del siglo XX, la contaminación alcanzó tal nivel que redujo considerablemente la visibilidad y causó múltiples problemas de salud a los habitantes.

En la actualidad, ha disminuido la densidad industrial en la zona, pero ha aumentado la cantidad de coches: aunque las condiciones han mejorado, no son en absoluto las idóneas, y muchos agricultores se han visto obligados a abandonar la zona por culpa de la lluvia ácida que, además, ha atacado los bosques en las montañas cercanas –lo cual, a su vez, ha contribuido a aumentar la contaminación-. Otras ciudades con problemas similares son Tokio –donde los policías de tráfico disponen como parte de su equipo de botellas de oxígeno-. Milán, Ankara, México o Buenos Aires.

El aire de la atmósfera está formado –o debería estarlo- por un 78.1% de nitrógeno molecular, un 20,9% de oxígeno molecular, un 0,934% de argón y, aproximadamente, un 0,036% de dióxido de carbono. Existen muchos otros componentes, pero en cantidades realmente mínimas.

La actividad humana –agricultura, transporte, procesos industriales…- cada vez más intensa vierte una gran cantidad de productos tóxicos en la atmósfera. Estos productos tóxicos, que están en el aire tanto en forma de gases como sólidos o aerosoles líquidos, se dividen en cinco grandes grupos: monóxido de carbono, óxidos de sulfuro, hidrocarbonos, óxidos de nitrógeno y micropartículas de polvo y ceniza.

Varios de estos compuestos suelen provenir combinados de una sola fuente: por ejemplo, los automóviles liberan en la atmósfera monóxido de carbono, varios hidrocarbonos y óxidos de nitrógeno. En las grandes urbes, donde los rayos ultravioleta del Sol proporcionan la energía necesaria para que se combinen estas moléculas, se forma el llamado smog, una capa de contaminación que forma una cúpula oscura.

A gran escala, el resultado más conocido de la contaminación del aire es el aumento de la
temperatura media del planeta. El responsable directo de este fenómeno es la cantidad cada vez mayor de dióxido de carbono en la atmósfera y el efecto invernadero consecuente: el calor llega a la tierra, pero no vuelve a ser radiado al exterior. Un aumento de la temperatura de unos pocos grados podría tener efectos muy graves: la fundición de parte de los casquetes polares haría aumentar el nivel medio del mar y su grado de salinidad; la alteración del clima produciría la migración de insectos a zonas de pronto más cálidas con el consiguiente traslado de enfermedades endémicas de unas regiones a otras del planeta.

El problema de la contaminación no afecta sólo a la ciudad que produce un exceso de contaminantes. La atmósfera que protege y alimenta la vida sobre la Tierra es, gracias a la energía proporcionada por el Sol, tremendamente activa, y lo que sucede en un punto del planeta afecta a los pocos días a todo el globo: si la causa es lo suficientemente intensa, el efecto será claramente detectable.

Por ejemplo, los incendios forestales que asolaron el estado de Victoria en Australia en 1939 produjeron una clara contaminación a más de 3.000 km de distancia; el polvo del Sahara ha sido detectado en las islas del Caribe; en el Antártico, se han detectado pesticidas –obviamente, han llegado a través de la atmósfera-, y algunos compuestos industriales estables han sido detectados en los tejidos de animales y pobladores del Ártico.

La única solución a medio y largo plazo para combatir y prevenir esta situación es reducir la emisión de gases tóxicos: una quema más completa de los combustibles fósiles –para lo que serán de gran ayuda los catalizadores instalados en los vehículos-, la contención de emisiones mediante la colocación de filtros, el reciclado de materiales y, a más largo plazo, la utilización de energías que no impliquen la emisión de contaminantes.

Pero el problema es más complejo y no se manifiesta sólo a gran escala y en la calle. En realidad, los
niveles más altos de exposición a sustancias perseguidas por las autoridades en el medio ambiente se producen muchas veces en las casas y en los locales. Por ejemplo, en dos ciudades que cuentan con una poderosa industria química, Bayonne y Elisabeth, en el estado norteamericano de Nueva Jersey, se demostró que 11 compuestos orgánicos volátiles son mucho más numerosos bajo techo que al aire libre. El benceno es un inductor de la leucemia –bajo exposiciones permanentes- y está presente en la gasolina, los cigarrillos y en muchos productos del hogar. Un estudio realizado en 1985 demostró que el 45% de la exposición total de los estadounidenses al benceno procedía de los humos del tabaco; un 36% de los vapores de gasolina y los pegamentos; un 16% de fuentes diversas como pinturas y gasolina almacenada, y sólo un 3%, de la contaminación industrial. En Estados Unidos, se calcula que todos los años unos 3.000 casos de cáncer son producidos por plaguicidas y compuestos orgánicos volátiles intradomésticos.

En el aire que respiramos se pueden encontrar, además de los gases mencionados al principio, una serie de compuestos:

-Clorofluorocarbonos –CFCs-: productos muy usados en la industria para refrigeración, aire
acondicionado y como propelente en los sprays. Son muy estables y permanecen inalterados hasta que alcanzan las capas superiores de la atmósfera, donde reaccionan con la capa de ozono y la destruyen.

-Dióxido de carbono-CO2- : activa la fotosíntesis de las plantas y es necesario para su metabolismo. Abunda en la atmósfera debido a las actividades naturales y humanas. Contribuye al efecto invernadero, puesto que la producción excede la capacidad de asimilación.

-Dióxido de sulfuro –SO2-: producto de la combustión incompleta y la fabricación de papel y de la fundición de metales. Productor de lluvia ácida.

-Lluvia ácida: es un tipo de contaminación que se produce cuando los productos químicos incorporados en la lluvia, la nieve o la niebla se combinan con óxidos de sulfuro y óxidos de nitrógeno, relacionados con dos fuertes ácidos: ácido sulfúrico y ácido nítrico. Cuando estos ácidos se forman en la atmósfera, el viento los lleva lejos de la fuente y caen en forma de lluvia o nieve. En áreas en donde el clima es seco, los ácidos pueden incorporarse al polvo o a los humos.

-Micropartículas: polvo, hollín y pequeños trozos de materiales sólidos presentes en la atmósfera. Surgen tanto de la combustión como de la mezcla y de la aplicación de fertilizantes y de pesticidas, construcción de carreteras o procesos industriales –fabricación de acero, explotaciones mineras…-. Pueden producir irritación de los ojos y del sistema respiratorio.

-Monóxido de carbono –CO-: gas tóxico producto de la quema incompleta de productos naturales y
sintéticos –por ejemplo, los cigarrillos-. Cuando el monóxido de carbono entra en la sangre, impide que ésta libere oxígeno a las células, por lo que puede provocar graves daños a la visión, pérdida de conciencia o, a grandes dosis, la muerte.

-Óxidos de nitrógeno –NOx-: producidos por la quema de gasolina y carbón. Forman las nubes de smog sobre las ciudades y son un componente de la lluvia ácida.

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