En junio de 1503, durante el cuarto viaje de Cristóbal Colón a América, se quedó sin víveres frente a las costas de Jamaica, habitadas por indios hostiles. Practicando el trueque y finalmente guerreando contra ellos, logró que prácticamente toda la tripulación sobreviviera; pero, como la situación volviera a hacerse insostenible, Colón planeó someter a los indígenas demostrándoles la superioridad de los españoles. Para conseguirlo, puso en marcha la argucia de anunciarles que el 28 de febrero de 1504 les demostraría el enojo que habían causado a su Dios. Para aquella fecha, como bien sabía Colón, estaba anunciado un eclipse de Luna. Llegada la fecha, los indios, atemorizados por la repentina desaparición del satélite, facilitaron por fin comida a los desfallecidos españoles.
Cuatrocientos años después, el 18 de febrero de 1905, el capitán belga Albert Paulis y 20 soldados a su mando fueron capturados en una zona del África Central cercana al por entonces Congo Belga, por la tribu caníbal de los mangbettu, un pueblo muy feroz formado por aproximadamente millón y medio de súbditos del cruel reyezuelo Yembio. Casualmente, en la espera de su indudable muerte, el capitán hojeaba un almanaque que formaba parte de sus efectos personales cuando se dio cuenta de que esa misma noche sería visible en aquella parte del planeta un eclipse lunar e inmediatamente vio en aquella coincidencia una oportunidad única para salir con bien de aquel asunto. A tal fin, pidió ser llevado a presencia del rey Yembio, amenazándolo con que si hacía algún daño a uno sólo de sus hombres, él mostraría su poder “matando a la Luna”. El rey caníbal lo retó a que demostrara tal poder.
Llegada la hora de la noche en que el almanaque anunciaba el eclipse, Paulis convocó a toda la tribu y, ante todos sus incrédulos captores, alzó su brazo hacia la Luna conjurando su destrucción. Poco a poco, el satélite fue desapareciendo, eclipsado por la sombra terrestre. Aliviado, el capitán vio pronto postrado a sus pies al rey de los mangbettu, que le prometió todo aquello que quisiese para que salvara a la Luna. El astuto capitán le hizo prometer que a partir de aquel momento su pueblo acataría la autoridad del rey belga. Obtenida tal concesión, alzó de nuevo su mano hacia la Luna, “perdonándole la vida”.
Cuatrocientos años después, el 18 de febrero de 1905, el capitán belga Albert Paulis y 20 soldados a su mando fueron capturados en una zona del África Central cercana al por entonces Congo Belga, por la tribu caníbal de los mangbettu, un pueblo muy feroz formado por aproximadamente millón y medio de súbditos del cruel reyezuelo Yembio. Casualmente, en la espera de su indudable muerte, el capitán hojeaba un almanaque que formaba parte de sus efectos personales cuando se dio cuenta de que esa misma noche sería visible en aquella parte del planeta un eclipse lunar e inmediatamente vio en aquella coincidencia una oportunidad única para salir con bien de aquel asunto. A tal fin, pidió ser llevado a presencia del rey Yembio, amenazándolo con que si hacía algún daño a uno sólo de sus hombres, él mostraría su poder “matando a la Luna”. El rey caníbal lo retó a que demostrara tal poder.
Llegada la hora de la noche en que el almanaque anunciaba el eclipse, Paulis convocó a toda la tribu y, ante todos sus incrédulos captores, alzó su brazo hacia la Luna conjurando su destrucción. Poco a poco, el satélite fue desapareciendo, eclipsado por la sombra terrestre. Aliviado, el capitán vio pronto postrado a sus pies al rey de los mangbettu, que le prometió todo aquello que quisiese para que salvara a la Luna. El astuto capitán le hizo prometer que a partir de aquel momento su pueblo acataría la autoridad del rey belga. Obtenida tal concesión, alzó de nuevo su mano hacia la Luna, “perdonándole la vida”.
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