Anatoli Vasílievich Lunacharski fue un marxista militante y convencido desde los 15 años. Desde los comienzos de la lucha bolchevique en Rusia, se postuló partidario de unir el marxismo con la religión. Tras la derrota de la revolución de 1905, vivió en Italia y París y desempeñó diversos oficios relacionados con las letras, desde periodista a crítico de arte.
Reanudó su relación con los bolcheviques de Lenin en 1917 y tras el triunfo de la Revolución de Octubre, fue nombrado Comisario de Instrucción Pública, asumiendo la responsabilidad del área educativa. A menudo es considerado como un infatigable trabajador de talento indulgente que desarrolló una gran actividad de fomento de las letras y la alfabetización, salvando muchos edificios históricos que estaban en el punto de mira de los bolcheviques.
Sin embargo, uno no puede menos de dudar de su equilibrio mental ante el estrafalario juicio que impulsó contra Dios y sus crímenes contra la Humanidad en 1917. El proceso, una parodia de Tribunal Popular presidido por el propio Lunacharski, duró cinco horas, en el curso de las cuales se sentó en el banquillo a una Biblia. Los fiscales aportaron pruebas y argumentos basados en hechos históricos convenientemente sesgados y los defensores designados –que probablemente bastante tuvieron con salvar el cuello y sus carreras por mucho que desempeñaran tal tarea a la fuerza- defendieron la inocencia de Dios alegando demencia y desequilibrio psíquico. Al final, el tribunal halló a Dios culpable de los cargos imputados, por lo que le condenó a muerte.
EL 17 de enero de 1918, a las 6.30 horas, un pelotón de fusilamiento disparó cinco ráfagas de ametralladora contra el cielo de Moscú. La sentencia de muerte contra Dios se había cumplido. Enhorabuena Lunacharski. No viviste para ver cómo el profundo sentimiento religioso de tu pueblo te sobrevivió.
Reanudó su relación con los bolcheviques de Lenin en 1917 y tras el triunfo de la Revolución de Octubre, fue nombrado Comisario de Instrucción Pública, asumiendo la responsabilidad del área educativa. A menudo es considerado como un infatigable trabajador de talento indulgente que desarrolló una gran actividad de fomento de las letras y la alfabetización, salvando muchos edificios históricos que estaban en el punto de mira de los bolcheviques.
Sin embargo, uno no puede menos de dudar de su equilibrio mental ante el estrafalario juicio que impulsó contra Dios y sus crímenes contra la Humanidad en 1917. El proceso, una parodia de Tribunal Popular presidido por el propio Lunacharski, duró cinco horas, en el curso de las cuales se sentó en el banquillo a una Biblia. Los fiscales aportaron pruebas y argumentos basados en hechos históricos convenientemente sesgados y los defensores designados –que probablemente bastante tuvieron con salvar el cuello y sus carreras por mucho que desempeñaran tal tarea a la fuerza- defendieron la inocencia de Dios alegando demencia y desequilibrio psíquico. Al final, el tribunal halló a Dios culpable de los cargos imputados, por lo que le condenó a muerte.
EL 17 de enero de 1918, a las 6.30 horas, un pelotón de fusilamiento disparó cinco ráfagas de ametralladora contra el cielo de Moscú. La sentencia de muerte contra Dios se había cumplido. Enhorabuena Lunacharski. No viviste para ver cómo el profundo sentimiento religioso de tu pueblo te sobrevivió.
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