miércoles, 9 de julio de 2014
Peter Higgs y su bosón
El físico teórico británico Peter Ware Higgs se ha convertido, casi de la noche a la mañana, en uno de los científicos más citados por un acontecimiento que ni siquiera se ha llegado a concretar del todo y que, además, está relacionado con una cuestión científica de la que todo el mundo habla pero que prácticamente nadie entiende. Sin duda, todo un récord, porque ¿quién no ha oído hablar del famosísimo “bosón de Higgs”?
Lo curioso es que en esa expresión de tres palabras nadie sabe lo que significa bosón, ni aún menos quién es el señor que se asocia a la esotérica denominación; ni siquiera para qué sirve ese descubrimiento. Son misterios del periodismo mundial, sin duda basados en algún malentendido histórico, de esos que se convierten en verdades universales sin base alguna. Porque la fama del susodicho bosón deriva en gran medida del hecho de que se la conozca como “la partícula de Dios”. Nada menos… Y, claro, ¿cómo no va a ser noticia el hecho de que los científicos hayan descubierto por fin esa partícula que, por ser divina, podría explicarlo todo?
Peter Higgs nació en Newcastle, al norte de Inglaterra, en 1929. Por culpa de su asma infantil y luego de la Segunda Guerra Mundial, no tuvo una escolaridad normal, pero gracias a su padre, ingeniero de sonido de la BBC, recibió una sólida formación, sobre todo en matemáticas. Fue compañero en Bristol de Paul Dirac, uno de los padres de la mecánica cuántica, y quizá aquel encuentro le predestinó a compartir su destino. A los 17 años inició sus estudios de matemáticas y física en Londres, y allí se graduó y luego se doctoró en Ciencias Físicas. Consiguió una plaza de investigador en la Universidad de Edimburgo, luego fue profesor de matemáticas en el University College de Londres, y en 1960 retornó a Edimburgo, esta vez como catedrático de Física Teórica. Fue entonces cuando comenzó a interesarse por lo que hoy conocemos como bosón de Higgs.
No era el único. Diversos científicos postularon en esos años la idea de que, justo después del Big Bang, las partículas no tenían masa inicialmente, pero luego algunas de ellas la adquirieron, todo ello en fracciones infinitesimales de segundo. Higgs, en un artículo publicado en 1964 por la revista Physics Letters del CERN, había supuesto que eso se debía a la existencia de un misterioso campo de fuerzas que confería masa a ciertas partículas esenciales de la materia. Un segundo artículo enviado meses después ampliaba el tema, incluyendo un modelo matemático explicativo que hoy conocemos como “mecanismo de Higgs”. Lo curioso es que aquel artículo fuera rechazado por la publicación; la explicación era que “carecía de interés para la física”.
Higgs no se amilanó y al año siguiente consiguió que el artículo fuera publicado por la revista de referencia en la física mundial, Physical Review Letters. Esta pequeña odisea quizá explique por qué todo este asunto lleva el nombre de Higgs y no el de otros colegas de profesión que aportaron tanto o más que él al nuevo modelo teórico. Porque, como suele ocurrir en ciencia, otros científicos habían llegado en esa misma época a conclusiones parecidas: en particular, los belgas Brout y Englert –habían redactado un trabajo meses antes que Higgs, sin saberlo ni unos ni el otro- con conclusiones muy similares… De hecho, el mecanismo de Higgs suele ser conocido por los expertos de muchas más formas, según los países: mecanismo de Brout-Englert-Higgs, o bien Higgs-Brout-Englert-Guralnik-Hagen-Kibble, e incluso sólo como Anderson-Higgs. Los descubrimientos científicos modernos suelen tener muchos padres.
En todo caso, la importancia del bosón de Higgs –sobre todo, la demostración experimental de su existencia- reside en el tiempo que se ha tardado en confirmar su existencia. Y poco más. Es en cierto modo el último ladrillo que falta para confirmar aquel famoso Modelo Estándar, basado en la cromodinámica cuántica de Feynman de mediados del siglo XX. Pero lo interesante es que, hubiese o no aparecido el bosón de Higgs en los rangos de energía previstos, la física ya se enfrentaba a un reto bien superior, que es el de confirmar las nuevas teorías que intentan cubrir los huecos que el Modelo Estándar no consigue llenar. En particular, el mundo de la supersimetría y sus correspondientes partículas. De hecho, muchos físicos esperaban que el LHC no solo descubriera el Higgs, sino incluso las más ligeras de esas superpartículas, llamadas WIMP (abreviación de Weakly Interactive Massive Particles, “partículas masivas de interacción débil”), muchas de las cuales pertenecen a ese mundo hipotético de las partículas supersimétricas, nunca observadas hasta ahora, pero que podrían explicar muchos enigmas nuevos.
De hecho, tanto el bosón de Higgs como la nueva física que va más allá de la cromodinámica cuántica, demuestran lo errado de los enfoques anteriores, aunque vigentes en casi todo el siglo XX, según los cuales las leyes de la naturaleza determinan de forma clara y absoluta el comportamiento y las propiedades de las partículas constituyentes de la materia. Incluso la mecánica cuántica sorteaba dicho paradigma mediante el recurso a las leyes de la estadística (durante mucho tiempo esa rama de la física se llamó mecánica estadística); pero hoy eso ya no basta.
Así que Peter Higgs, que tiene 85 años y vive jubilado en Edimburgo desde 1996, recibió en 2013 el premio Nobel –junto a Francoise Englert- por su descubrimiento, casi medio siglo después de haber dado con él y cuando a lo mejor ya no es tan sustancial porque los aportes teóricos de hoy plantean retos que la física debe ahora resolver, con o sin el famoso bosón en la mano.
Por cierto, Peter Higgs siempre ha rechazado la idea de que “su” bosón fuese la “partícula de Dios” (God particle). En primer lugar, porque es un ateo convencido; pero, sobre todo, porque el asunto nace de un malentendido anecdótico: un libro de divulgación de León Lederman (Nobel de Física en 1988) citaba al bosón de Higgs como “the goddamn particle”, que significa más o menos “la maldita partícula”. Pero una traducción errónea –o un problema con la edición, no se sabe bien…- popularizó lo de la partícula de Dios.
De ahí que los periodistas del mundo entero saludaran con alborozo el anuncio del CERN según el cual en el verano de 2012 parecía confirmarse la existencia casi segura del bosón de Higgs en el rango de energías esperado, con una fiabilidad próxima a la certeza. La prensa mundial se hizo eco de la efeméride como la explicación última del sentido de la materia, de la Creación, en suma. Pero no es nada de eso; simplemente, lo que se suponía –es decir, la explicación de por qué algunas partículas tienen masa y otras no-, ahora se sabe con certeza.
Aunque ahora hay ya muchas otras incógnitas por resolver; y es que el trabajo teórico de Higgs y sus colegas data de hace medio siglo…
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