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Una de las principales señas de identidad de la actividad mafiosa son sus rituales y sus juramentos a la cosca (o grupo mafioso). La descripción más antigua del juramento mafioso se encuentra en un documento de la Jefatura de Policía de Palermo con fecha de febrero de 1876, y se corresponde fundamentalmente con las indicadas por los actuales pentiti o “arrepentidos” (término que designa a los mafiosos que deciden colaborar con las fuerzas de seguridad) de Sicilia y de América. El padrino da al aspirante un pinchazo en el dedo índice, y con la sangre se mancha una imagen sagrada que después se quema “para simbolizar el aniquilamiento” del posible traidor.
Por cierto, la palabra omertá, voz siciliana que alude al silencio de complicidad en torno a la organización, es una de las más conocidas del mundo de la mafia. Una posible interpretación de la misma remite al término masónico umiltá (humildad), es decir, la subordinación a los deseos de la organización. Esta hipótesis es, al parecer, más creíble que la que presenta omertá como derivada de la raíz omo (o sea del concepto de virilidad). La semejanza funcional –relativa pues al tipo de organización- nos remite a un vínculo histórico con la masonería.
La cosca (en plural “cosche”) no es una estructura a la cual se pertenezca por origen, como la familia de sangre, sino que se convierte en una asociación de elegidos, a la que se le debe jurar fidelidad. Las diversas cosche se mantienen en constante relación entre ellas y tienden a formar estructuras asociadas más amplias. Durante largo tiempo, incluso en épocas recientes, los estudiosos del fenómeno mafioso negaron que pudiera tener lugar un modelo organizativo de ese tipo. Sin embargo, numerosas escuchas telefónicas y revelaciones de los mafiosos pentiti confirman esta hipótesis ya enunciada en confidencias que pueden encontrarse en los archivos del siglo XIX o en viejos libros escritos por agentes de policía y magistrados de dicho siglo. La estructura organizativa mafiosa es, por tanto compleja, y estratificada.
Este modelo de organización surge de la masonería. A principios del siglo XIX, la masonería era el punto de referencia de las asociaciones clandestinas y misteriosas, que pretendían oponerse políticamente a las monarquías restauradas tras la revolución Francesa. Se considera que el llamado carbonarismo (sociedades revolucionarias clandestinas creadas a inicios del siglo XIX en Nápoles que, en esencia, reclamaba libertad política y un régimen constitucional), junto a otros grupos clandestinos liberales y nacionalistas difundidos a principios del siglo XIX en toda Italia y sobre todo en el Mezzogiorno, representaba la encarnación política de la masonería. A partir de 1848, estas agrupaciones de tipo carbonario, que podemos comparar con los modernos partidos políticos, decayeron.
El carbonarismo fue muy importante en Sicilia, y cabe pensar que incluso en ciertos casos las clases dirigentes –comprometidas en la lucha contra el absolutismo borbónico- crearon organizaciones carbonari reservadas al pueblo. Es probable que, tras finalizar el proceso de la unidad italiana, algunas de estas organizaciones secretas quedaran en pie, asumiendo funciones distintas de las propiamente políticas pero garantizando la conexión entre diversas clases sociales.
Por otra parte, tanto en el siglo XIX como en el XX, el sistema ha necesitado funcionar con un nivel de concertación permanente entre las cosche que controlan las acciones criminales y muchas de las actividades económicas legales, para decidir a quién proteger y a quién perjudicar, para imponer sanciones contra el delincuente o actuar contra el empresario que no respeta los intereses de sus amigos.
Está muy difundida la idea de que, cuando los norteamericanos desembarcaron en Sicilia en 1943, realizaron con la mafia un pactum sceleris (pacto con el crimen). Por el mismo, la mafia se habría comprometido a ayudar a los Aliados a gestionar sus operaciones militares y éstos, a cambio, habrían facilitado la restitución de su poder en la isla, demolido por el régimen fascista a través del gobernador civil Cesare Mori. Sin embargo, esta tesis requiere de algunas sustanciales correcciones.
La Comisión Parlamentaria de Estados Unidos presidida por E.Kefauver ha documentado que en 1942 la Marina de ese país confió a Lucky Luciano (gran capo de la mafia ítalo-americana) la defensa de los muelles de Nueva York ante presuntos sabotajes de los alemanes. La comisión Kefauver señaló también que hubo una oferta a Luciano para que estableciera contactos en Sicilia con vistas a una invasión de la isla. Por tanto, no podemos excluir que en 1942 éste hubiera puesto a disposición de los servicios secretos información y contactos en Sicilia, aunque también podría tratarse de un simple alarde de Luciano ante el Gobierno norteamericano. Por ello, cabe diferenciar los dos aspectos: el comprobado (un acuerdo sobre Nueva York) y el posible (una colaboración sobre la ocupación de Sicilia).
Sin embargo, en relación a este último pacto hay que tener en cuenta diversos elementos que a menudo han sido pasados por alto y cuestionan su realidad. Nos referimos a la limitada geografía de la fenomenología mafiosa, en estos años acotada a la parte occidental de Sicilia; la posibilidad, a veces dada por certeza, de que no todos los alcaldes afines a los Aliados en el periodo posterior al desembarco fueran mafiosos, así como la duda de que en 1943 la mafia fuera una entidad tan compacta y de estructuras y jerarquías bien definidas como para actuar realmente como socio de los americanos.
Sea como sea, tras la Segunda Guerra Mundial, la estrecha relación entre la orilla americana y la siciliana, creada por las distintas oleadas migratorias hacia Estados Unidos, jugó como un potente factor de renovación de la mafia, expresado simbólicamente con la aparición de un nuevo nombre, tal vez de origen ítalo-americano, para indicar la organización mafiosa: Cosa Nostra.
Está muy difundida la opinión de que en los años 50 del siglo XX se produjo un cambio en la historia de la mafia siciliana. En esos años, ésta traspasó sus intereses del campo a la ciudad, cambió radicalmente de funciones y transformó el viejo aparato vinculado al latifundio agrícola en una asociación criminal urbana que organizaba el abuso de la construcción en Palermo y que se preparaba para lanzarse al gran negocio internacional de los estupefacientes. Esta evolución se personifica a través de tres capos-mafia: Calogero Vizzini, Michele Navarra y Luciano Liggio (o Leggio).
Tradicionalmente se ha interpretado esta evolución de la mafia como metáfora del atraso más extremo de la isla, y por ello se pensó que la modernización de la sociedad siciliana comportaría la desaparición o transformación de la misma mafia, hasta el punto de ser irreconocible por sus cambios. Sin embargo la llegada de la modernidad a la Italia del sur no ha llevado a la desaparición de la mafia sino a su refuerzo. Por ello, quizás sea necesario reconsiderar de manera diferente el estudio de la mafia, insistiendo en el hecho de que el latifundio no fue el único campo de acción de las organizaciones mafiosas en el pasado. En la capital, Palermo, los grandes negocios mafiosos se han entrelazado con el gran comercio de la isla. A principios del siglo XX, la organización llegó a disponer de embarcaciones propias que les servían para exportar productos robados o transportar emigrantes a los Estados Unidos.
Los grupos que operaban en la orilla americana se mantuvieron siempre en estrecho contacto con los que lo hacían en la isla de Sicilia. Por tanto, los años 50 no marcaron un cambio significativo en el fenómeno mafioso, sino que fueron un momento de transformación de la organización marcada por la consolidación de nuevos grupos político-empresariales amparados por el Ayuntamiento de Palermo y por la constitución de la Región Autónoma de Sicilia en 1948.
Basta recordar la manera en que, gracias a la relación con las instituciones regionales, se contempla el éxito de las sociedades financieras de los primos Salvo, empresarios vinculados en su origen a un grupo mafioso de Salemi (en la provincia de Trapani), que se convirtieron después en el centro de una serie de complejas redes de relaciones con los grupos más peligrosos de la mafia palermitana.
La centralización político-institucional de la isla, determinada por el nacimiento de la Región Autónoma, facilitó los contactos entre los diferentes grupos de negocios de tipo criminal a partir de los años 50. En este período, la fenomenología mafiosa se extendió también hacia el lado oriental de Sicilia, que se había mantenido tradicionalmente inmune a ella. La historia de la mafia en los años 70 y 80 del siglo XX es la de su expansión territorial; de la inclusión en el modelo mafioso de varios componentes de la criminalidad siciliana; de su influencia sobre otras organizaciones como la Camorra napolitana en Campania o la ´Ndragheta de Calabria; de la proliferación de grupos de tipo mafioso en toda Italia mucho más allá de sus áreas geográficas tradicionales de influencia. Sin embargo, pese a esta expansión, no es correcta la imagen de una llamada piovra o pulpo con una única cabeza y mil tentáculos que proyecta habitualmente los medios de comunicación.
La mafia siciliana es un fenómeno complejo, de muchas caras, en el que los aspectos visibles se superponen a los subterráneos. Las intrigas financieras; la corrupción política y los asesinatos de un hombre cercano al Vaticano como Michele Sindona, así como del presidente del Banco Ambrosiano, Roberto Calvi, demostraron la capacidad de los grupos mafiosos para encontrar un contacto de primer nivel con el mundo financiero y reciclar (al parecer) las ganancias obtenidas con el narcotráfico.
Sin embargo, junto a las actividades más modernas, continuaron el contrabando, el proxenetismo y el racket o extorsión; las concesiones en el sector de la construcción han sido tan importantes en la fortuna de la mafia como el tráfico de drogas. Pero, mientras los capitales han fluido a través de los bancos extranjeros y los fondos de inversión en el océano de las finanzas internacionales, los mafiosos han continuado desarrollando su simple trabajo en el campo de las actividades de protección y de extorsión, de la mediación monopolística en actividades ilegales o también legales. Las mafias tienen, por supuesto, sus asesores financieros y sus canales de reciclaje, pero el mafioso es esencialmente un afiliado a una organización basada en canales internos de solidaridad y de subordinación criminal, que se consolida con antiguos ritos de pertenencia, profundamente arraigada en el territorio.
Al igual que una red paramasónica, la mafia podrá permanecer únicamente en la esfera de la clandestinidad, del misterio y, en algunos casos, del mito popular. No obstante, los mafiosos han necesitado también un mínimo de notoriedad para llevar a cabo su función, que debe estar socialmente reconocida. Sucede también que los cambios generacionales, las crisis políticas y las mismas posibilidades de grandes negocios generan conflictos entre ellos; especialmente allí donde esos negocios tienen una dimensión financiera y espacial que no puede resolverse en el ámbito limitado controlado por la cosca. Fueron históricamente los casos de la emigración clandestina a América entre los siglos XIX y XX; del comercio de bebidas alcohólicas con los Estados Unidos durante la Ley Seca en los años 20; del contrabando de tabaco y el tráfico de drogas y armas a lo largo de toda la segunda mitad del siglo XX.
Las comisiones directivas formadas por los representantes de las diferentes cosche han sido tradicionalmente inestables. Hay confirmación histórica de tensiones en el Palermo de principios del siglo XX como en toda la isla durante los años 70. Surgen así las tan violentas como cíclicas guerras de la mafia, que sacan a la superficie la red mafiosa subterránea transformándola por lo menos en cierta medida en algo evidente ante la opinión pública, y forzando la intervención de la autoridad.
La historia de la mafia está repleta de fases de tranquilidad que se combinan con etapas de conflicto, de fases de tolerancia que se alternan con las de represión. El asesinato en 1893 de Emanuele Notarbartolo, un banquero y personaje eminente de la isla, provocó vivas protestas de la opinión pública, así como investigaciones que lograron aclarar las relaciones de la mafia con la política. El colapso del orden público y la endemia de los conflictos entre mafiosi en la primera posguerra provocaron (a partir de 1925-26) una dura represión del gobernador civil Cesare Mori, con la cual el naciente totalitarismo fascista intentó demostrar su capacidad de mantener el orden prescindiendo del apoyo de la mafia.
En 1963, aumentaron las investigaciones policiales, como consecuencia de los sangrientos conflictos entre grupos mafiosos conocidos como la Primera Guerra de la Mafia. Tras estos momentos de crisis, la mafia volvió a levantar cabeza, intentando estrechar sus filas en un inédito proceso de centralización bajo la guía del sanguinario bando de los corleonesi. De resultas de ello se produjo la Segunda Guerra de la Mafia, que en 1981 y 1982 tuvo como resultado centenares de muertos solo en Palermo.
A finales de los años 70 se abrió una nueva etapa en la secular aventura mafiosa: la de los atentados a hombres de negocios, políticos e instituciones. Entre ellos cabe destacar el asesinato del juez y ex diputado comunista Cesare Terranova (1979) y el del general de los carabinieri y gobernador civil de Palermo, Carlo Alberto Dalla Chiesa (1982), general que había dirigido la lucha antiterrorista en Italia durante los 70.
Gracias al valor y a la pericia de dos jóvenes magistrados, Paolo Borsellino y Giovanni Falcone, se pudo llevar a juicio y condenar al vértice de Cosa Nostra en el llamado maxiproceso palermitano de 1986. Esta condena fue posible gracias a la aportación de los citados pentiti, quienes revelaron a las autoridades los secretos de la organización. El primero y el más célebre de ellos, Tommaso Buscetta, ofreció a los jueces los elementos para resolver una infinidad de casos, y también proporcionó las claves para comprender la lógica específica del funcionamiento de una organización secreta que finalmente, con esa enorme estela de sangre, revelaba su auténtica peligrosidad. Lamentablemente, en 1992, los mismos Falcone y Borsellino pagaron con la vida estos resultados, pues fueron asesinados en dos apocalípticos atentados con dinamita.
Siguió a estos desconcertantes eventos una represión estatal todavía más eficaz, con el arresto de Salvatore Totó Riina y de muchos otros líderes mafiosos. Mientras tanto, se producía una crisis también en el sistema político nacional y local como consecuencia del descubrimiento de un vasto sistema de corrupción, el caso denonimado Tangentópoli, una investigación liderada por el juez Antonio Di Piero que se inicio en 1992 y que evidenció las corruptelas internas de los partidos políticos del establishment e inauguró una nueva era política en el país.
La crisis del sistema político italiano privó a la Cosa Nostra de muchas de las tradicionales protecciones. La opinión pública se movilizó: en Catania y en Palermo fueron elegidos alcaldes de la Red Movimiento por la Democracia, coalición política que presentó programas de lucha contra la mafia. El número de los delitos de sangre disminuyó notablemente, especialmente en Palermo.
La Cosa Nostra ha silenciado en los últimos años sus armas en sus luchas internas (y, sobre todo, ya no las ha dirigido hacia los hombres de las instituciones). Es difícil saber si, por esto, se la puede considerar derrotada. Ya en el pasado la organización mafiosa cambió varias veces de estrategia. Es posible que, tras los feroces enfrentamientos de los años 80, haya vuelto a ocuparse de sus asuntos en silencio. No sabemos si el futuro próximo traerá la extinción o una resurrección de la mafia.
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