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sábado, 11 de enero de 2014

La Mafia siciliana (1)




En torno a la mafia se han acuñado numerosos tópicos que han codificado una imagen de ella en nuestro imaginario, especialmente a través de la novela “El Padrino”, de Mario Puzo, y de su trilogía cinematográfica. En ella se retrata un mundo de adscripción ítalo-siciliana que utiliza la extorsión y la violencia como modus vivendi y mecanismo de control social; que posee un código interno implícito para regular la actividad criminal (la autopercepción del mafioso como hombre de honor; el recurso a la omertá o venganza; la importancia de la familia); que constituye una organización clánica, piramidal y patriarcal para imponer orden en el mundo del crimen, y que, aunque sus negocios cambian al compás de las transformaciones económicas, permanece inmutable en su forma de actuar.

Sin embargo, El Padrino –obra centrada en el hampa de Nueva York- no ofrece un retrato de la mafia, sino una idealización de la misma. Ésta, además, no es extrapolable al conjunto de organizaciones mafiosas, pues no hay una mafia, sino que existen diferentes tipos de criminalidad organizada con diversas prácticas mafiosas. El universo de la mafia conforma un fenómeno complejo, diverso y sofisticado, en el que se mezcla gangsterismo, corrupción y globalización económica.

Por ejemplo, la mafia no es realmente una piovra, es decir, un pulpo con una cabeza y múltiples tentáculos en el mundo de la política la economía y el crimen organizado. La mafia es una forma de criminalidad organizada (no todas las formas de criminalidad organizada son mafiosas) compuesta por diferentes organizaciones. La más importante es la Cosa Nostra, con sede en Sicilia y que estaría estructurada de forma jerárquica y formada por unos 5.000 afiliados (sin incluir a encubridores y cómplices). Pese a su carácter piramidal, se han documentado tensiones internas y luchas entre diversas facciones.

En Calabria existe otra organización de tipo mafioso que se llama ´Ndragheta. El carácter rural y la geografía accidentada de esta región del sur de Italia han dado lugar a una estructura horizontal y endogámica: es decir, las familias de la
´Ndragheta han tendido a casar a sus hijos con miembros de la misma familia mafiosa. Se considera que detenta el monopolio del tráfico de armas y cuenta con una importante presencia en el norte de Italia.

La Camorra es otra de las grandes organizaciones mafiosas que tiene su centro de actuación en Nápoles y la región de la Campania. Al contrario que las dos anteriores, tiene un origen urbano y está formada por centenares de bandas que se agrupan y disuelven con gran facilidad como si se tratara de una estructura atomizada.

Otras organizaciones mafiosas en Italia son la Sacra Corona Unita, en la región de Apulia, o la Nuova Camorra Organizzata de Cutolo. A pesar de que todas estas organizaciones son independientes, han desarrollado históricamente contactos entre ellos. Incluso se ha detectado que numerosos jefes de la ´Ndragheta y de la Camorra están afiliados a la Cosa Nostra, lo cual les ha otorgado gran capacidad de maniobra. Sin embargo, no podemos decir que entre ellas haya habido una unidad de acción y una dirección jerárquica única. Las organizaciones mafiosas tienden a uniformarse cada vez más, pero conservan elementos específicos que dependen de sus tradiciones históricas.

Pero, ¿qué es la mafia?

Mafia es hoy una de las palabras italianas más conocidas y difundidas a nivel mundial. Empleada en
su sentido estricto se refiere a la criminalidad organizada de la Sicilia centro-occidental. Usada en un sentido más amplio, tal vez en plural –mafias-, sirve para contener y al mismo tiempo para comparar el caso originario de Sicilia con la criminalidad organizada de la Italia del sur, el llamado Mezzogiorno, que acabamos de ver, o con otros fenómenos análogos en todo el mundo. En los Estados Unidos, por ejemplo, se entiende por mafia la criminalidad de origen ítalo-meridional. Sin embargo, no faltan otras referencias a este concepto, procedentes de la criminalidad organizada de tipo étnico: las célebres tríadas chinas, los yakuzas japoneses, los cárteles suramericanos, etcétera. Incluso en Italia, hoy tierra de inmigración, puede hablarse de mafia turca o albanesa.

Mafia significa, pues, criminalidad organizada, pero no solamente criminalidad. Está ligada al crimen en cuanto a práctica que ampara negocios sin escrúpulos y corrupción, o crea redes clientelares que afectan a todas las clases sociales y, a menudo, también a instituciones políticas. Pero indica también una costumbre o una subcultura regional –siciliana, meridional y a veces también mediterránea- que busca mantener las poblaciones lejos de la concepción moderna de la ley, en permanente oposición al Estado.

Según algunos autores, la mafia sería el resultado de la incapacidad crónica del Estado para imponer el monopolio de la fuerza legítima en áreas cultural y económicamente periféricas. Es decir, las prácticas mafiosas substituirían la ausencia del poder estatal.

La palabra mafia apareció por primera vez en 1863, en una obra teatral popular siciliana de gran
éxito, “I mafiusi de la Vicaria”, y en un documento oficial firmado por el gobernador civil de Palermo. Más allá de las diferentes etimologías propuestas, es posible decir que se trata de un neologismo que intenta designar aquellos fenómenos subterráneos, misteriosos e inquietantes que sucedían en esa época en Sicilia. No es casualidad que su primera aparición escrita esté relacionada con un cambio político de primordial importancia en a historia de Italia, su unificación nacional.

Tras finalizar este proceso en 1861, conocido como Risorgimento, se constataron las dificultades de comunicación que había entre el norte y el sur del nuevo Estado-nación. Los funcionarios del nuevo reino, procedentes en su mayoría del norte, llamaron mafiosos a los bandoleros y a los prófugos del servicio militar, a los notables que regían los partidos municipales y a los pequeños delincuentes, a los enemigos del orden social y el orden político. Ellos usaron el término mafia para referirse a un Mezzogiorno bárbaro y primitivo, con independencia de su procedencia social.

En parte, esos funcionarios tenían razón, porque el sur estaba efectivamente muy atrasado. Pero, a su vez, también experimentaron un despreciable racismo hacia sus habitantes que se resistían a adquirir los nuevos valores del liberalismo. El resultado fue que la supuesta barbarie de esta sociedad permitió a la policía adoptar medidas restrictivas sobre la libertad de los individuos, sin tener que pasar por los tribunales y sin construir acusaciones bien definidas. Ello desembocó en una sociedad que consentía un tipo de Gobierno apresuradamente autoritario, dado que éste ahorraba una fatigosa búsqueda del consenso entre las clases dirigentes sicilianas. En definitiva, el proceso de unificación italiana creó en el sur de Italia una situación en la que se impuso un nuevo Estado (el italiano) con el recurso a la autoridad, pero sin incidir en las relaciones tradicionales. Se estableció así una zona de alegalidad en el nuevo Estado.

La mafia surgió a partir de un fenómeno mucho más antiguo y conocido, el bandolerismo.

Se constata que los abundantes bandoleros que actuaban, sobre todo en la Sicilia centro-occidental, se
apoyaban en redes de complicidad que incluían campesinos, parientes o paisanos de los forajidos, así como, de modo sorprendente, terratenientes, notables e incluso alcaldes de los pueblos. El bandolero siciliano no se parecía en absoluto a la representación romántica del rebelde ante el orden social, del Robin Hood que robaba a los ricos para dar a los pobres.

Por ello, en un mundo clasista como era la Sicilia del siglo XIX, ¿cómo se interpreta este contacto entre las diferentes esferas sociales? ¿Por qué los amigos de los bandoleros se encontraban a menudo contratados en las empresas agrícolas con cargos de vigilantes (“campieri”)? , ¿Por qué éstos recibían tratos de favor ante la justicia? ¿Cómo se explicaría el hecho de que en las zonas del latifundio de la Sicilia centro-occidental se confiase la dirección de las actividades agrícolas a los arrendatarios (“gabellotti”) que pertenecían a este mundo ambiguo, al margen de la legalidad?

A pesar de que los derechos feudales se abolieron en Sicilia a comienzos del siglo XIX, los grandes terratenientes conservaron su poder en las zonas rurales. Éstos estaban establecidos en las grandes ciudades como Palermo y delegaron la administración a vigilantes o campieri. Durante la segunda mitad del siglo XIX, estos administradores fueron adquiriendo el control social y económico, hasta convertirse en auténticos caciques locales. La incorporación de Sicilia al reino de Italia en 1860 (un año antes de concluir el proceso de unificación) enfatizó el poder de estos caciques y los políticos de la península se apoyaron en ellos para garantizar sus votos a cambio de cederles la administración local.

La clase dirigente siciliana era incapaz de entender el concepto moderno de que la ley era igual para
todos. Si las clases altas mantenían un “comportamiento mafioso”, era lógico que los demás grupos sociales usaran la violencia como instrumento de afirmación. Existía, por tanto, una mafia popular, de los campesinos o de los obreros de las solfataras –las minas de azufre- y sobre todo de los “facinerosos de clase media”, que hacían del atropello un medio para el ascenso social. El “comportamiento mafioso” representaba, pues, la “manera de ser” de la sociedad siciliana, una mezcla perversa en la cual los elementos tradicionales se imponían a los modernos y los deformaban.

Aunque los fenómenos mafiosos fueron comunes en todo el Mezzogiorno, la mafia, como tal, solo se manifestó en algunas zonas determinadas de Sicilia, con una desconcertante continuidad desde la segunda mitad del siglo XIX hasta nuestros días.

Actualmente, los medios de comunicación afirman que el objetivo de la mafia “moderna” es el enriquecimiento económico mientras que “la de antes” tenía otras finalidades bien distintas. Se trata de una idea totalmente equivocada. Naturalmente, la economía del siglo XIX en Sicilia era muy diferente de la actual. Se basaba en una agricultura y ganadería primitivas, en la extracción de azufre y en sectores agrícolas más adelantados como por ejemplo el de los cítricos. Pero estos recursos, que a nosotros hoy nos pueden parecer atrasados, eran los que en aquella época podían determinar el enriquecimiento y el ascenso social.

Un bandolero, con el robo de un rebaño o el incendio de una cosecha, podía acabar con un medio de producción. Incluso cuando el delito no atacaba una actividad económica significativa, podía provocar un efecto de inseguridad que llevaba a los terratenientes a aceptar la gabella, es decir, a ceder en alquiler las tierras a los amigos de la mafia (o a los mismos mafiosos). A través de este método del delito efectuado o la simple amenaza, y por lo tanto de la extorsión, se pasaba a la gestión de una actividad legal, organizada y económicamente relevante.

En cierto sentido, tanto los propietarios, que se quejaban de la falta de seguridad pública, como los funcionarios, que los acusaban de complicidad, tenían razón. Ambos eran al mismo tiempo cómplices y víctimas, porque estaban frente a una actitud de defensa ante condiciones difíciles, pero contribuían a hacer la mafia cada vez más fuerte en sus dos caras: una, como saqueadora y delincuente, identificable con el bandolero, y otra, como protectora, al límite de la legalidad, identificable con los vigilantes o campieri.

Algunos mecanismos de poder que tenía la mafia no eran muy diferentes de los de hoy en día. Muchos terratenientes del siglo XIX recibían cartas de scrocco, es decir, de extorsión, y se dirigían al mafioso para pedir protección tal como le sucede hoy al comerciante bajo pena de terribles represalias. Naturalmente, en un caso y en el otro, los extorsionadores y los intermediarios están compinchados y suele pasar que la victima conoce esta relación pero prefiere pagar y zanjar la cuestión. En otros casos, el acuerdo no existía, y eran los pequeños delincuentes quienes pagaban, con la vida, el intento de apropiarse del dinero de quien ya tenía acordado un “contrato” de protección.

En la Sicilia agrícola del siglo XIX, la actividad que triunfaba en el mercado del arrendamiento
(sujeto a la gabella) era la que estaba mejor relacionada con la red mafiosa. En la actualidad ocurre lo mismo; el sector de la construcción o del pequeño y gran comercio, también están expuestos al riesgo de extorsión. Los mafiosos reclaman “tangentes” (cuotas requeridas por los extorsionadores) a cambio de protección. Así entran en las empresas como socios e incluso indican a las empresas dónde adquirir sus suministros. La mafia crea orden entre la delincuencia y protege a los operadores económicos, pero es ella misma la que crea el desorden del cual se alimenta. De esta manera, todas las operaciones económicas, sometidas a este vínculo parasitario, devienen más costosas; el capital rinde menos; el trabajo productivo se paga menos, y las regiones inclinadas ante la mafia ven disminuir dramáticamente el ritmo de su desarrollo económico.

(Continúa en la siguiente entrada)

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