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sábado, 21 de enero de 2012

Los incentivos y la Economía

Durante años fue uno de los secretos mejor guardados de Jamaica. Coral Spring era una de las playas más blancas y espléndidas de la costa norte de la isla caribeña. Sin embargo, en 2008, unos promotores que construían un hotel en las cercanías llegaron una mañana para descubrir algo realmente insólito. La arena había desaparecido. Al amparo de la noche los ladrones se habían llevado 500 camiones cargados de la maravillosa arena.

En la mayor parte del mundo, la arena es algo que prácticamente carece de valor, pero es evidente que no ocurre lo mismo en Jamaica. ¿Quién cometió el robo? ¿Una empresa turística rival que quería la arena para su propia playa? ¿O fue acaso una compañía constructora que planeaba usarla como material de construcción? En uno u otro caso, algo queda claro: alguien había adoptado medidas desesperadas para apoderarse de la arena, alguien con un incentivo considerable para hacerlo.

De forma bastante similar a los detectives encargados de este caso, el trabajo de un economista es, con demasiada frecuencia, averiguar qué anima a las personas a tomar determinadas decisiones. Los economistas deben distanciarse de las razones morales, políticas o sociológicas que pueda haber detrás de las acciones, para indagar empíricamente qué fuerzas empujan a los seres humanos a tomar las decisiones que toman.

Un delincuente roba un banco porque juzga que el dinero que obtendrá es un incentivo mayor que la disuasión que ofrece la perspectiva de pasar una temporada entre rejas. Los ciudadanos tienden a esforzarse menos en su trabajo cuando los impuestos aumentan: una mayor carga fiscal sobre los ingresos adicionales se traduce en menores incentivos para trabajar horas extra. Las personas responden a las recompensas potenciales. Ésa es la regla más básica de la economía.

Piense detenidamente en las razones por las que usted y quienes le rodean toman ciertas decisiones. El mecánico repara nuestro coche no porque lo necesitemos para llegar al trabajo sino porque se le paga por ello. La camarera que nos sirve la comida lo hace por la misma razón, no porque estemos hambrientos. Y lo hace con una sonrisa no simplemente por ser una persona amable, sino porque los restaurantes son un negocio cuya supervivencia depende en gran medida de que los clientes vuelvan.

Ahora bien, aunque el dinero desempeña un papel importante en la economía, no todos los incentivos adoptan la forma de recompensas en efectivo. Los hombres y las mujeres dedican más tiempo a vestirse para una cita debido al incentivo del romance. Podemos rechazar un empleo bien remunerado que exige muchas horas de trabajo y preferir un salario menos generoso por el incentivo de tener más tiempo libre.

Hay incentivos ocultos detrás de todas las cosas. Por ejemplo, la mayoría de las cadenas de supermercados ofrecen a sus clientes tarjetas que les dan derecho a descuentos ocasionales en sus compras. El consumidor tiene así un incentivo para comprar de forma más regular en la cadena, que de esa manera garantiza un mayor volumen de ventas. Sin embargo, otro importante incentivo para los supermercados es que la tarjeta les permite saber con precisión qué compran ciertos consumidores. Como consecuencia, no sólo tiene una mejor idea de qué deben poner en sus estanterías, sino que también pueden tentar a sus clientes con ofertas especiales a medida y obtener algún dinero extra vendiendo los datos sobre los hábitos de compra de sus clientes a terceros, para los que esta información tiene un inmenso valor. La mano invisible hace que ambas partes de la ecuación se beneficien, habiendo cada una respondido a incentivos fuertes a lo largo de todo el proceso.

Por polémico que resulte, es posible incluso describir ciertos actos en apariencia altruistas como
decisiones económicas racionales. Quienes contribuyen con obras benéficas, ¿lo hacen debido a una bondad inherente o usando la recompensa emocional (la satisfacción y el sentido del deber cumplido) que tal acción les reporta? La misma pregunta podría plantearse en el caso de los donantes de órganos. Aunque la economía del comportamiento ha descubierto ejemplos claros de que los seres humanos respondemos de forma inesperada a ciertas recompensas, la gran mayoría de las decisiones que adoptamos pueden explicarse a través de una sencilla combinación de incentivos.

A pesar de que estos incentivos no son siempre financieros, los economistas por lo general se concentran en el dinero (antes que en el amor o la fama) porque éste es más fácil de cuantificar que la autoestima.

En épocas de dificultades económicas, los gobiernos con frecuencia reducen los impuestos a los ciudadanos (como hicieron en Estados Unidos durante la recesión que siguió a la crisis financiera de 2008). La meta es proporcionar a la población un incentivo para continuar gastando y, por tanto, reducir la desaceleración económica.

Sin embargo, las personas responden al palo tanto como a la zanahoria, de modo que los gobiernos a menudo recurren a disuasivos (incentivos negativos) para garantizar que los ciudadanos cumplan ciertas normas. Un ejemplo claro lo constituyen las multas que conllevan las infracciones cometidas al volante o al aparcar. Encontramos otros ejemplos en los impuestos que en el mundo anglosajón llaman “impuestos al pecado” (que gravan artículos de consumo perjudiciales como el tabaco y el alcohol) y en los impuestos medioambientales al petróleo, las emisiones de desechos contaminantes, etc. Irónicamente, estos impuestos se encuentran entre los que más dinero generan para los gobiernos de todo el mundo.

La comprensión de que los incentivos importan ha inspirado un enfoque novedoso para hacer
frente a la propagación del sida en África. Tras haber intentado sin éxito poner freno a la enfermedad regalando preservativos y educando a los africanos acerca de los peligros de las enfermedades de transmisión sexual, el Banco Mundial optó por hacer algo inusual. A partir de un fondo de 1,8 millones de dólares, acordó pagar a tres mil hombres y mujeres de Tanzania por evitar mantener relaciones de riesgo; para demostrar que lo habían hecho, los tanzanos tenían que realizarse con regularidad pruebas que verificaran que no habían contraído ninguna enfermedad de transmisión sexual. El plan se calificó de “prostitución inversa”.

Estas “transferencias monetarias condicionadas”, según se las denomina, han sido usadas con gran éxito en Hispanoamérica para animar a las familias pobres a acudir a los centros de salud y para lograr que vacunen y escolaricen a sus hijos. Por lo general, estos programas tienden a ser menos costosos que otro tipo de medidas.

Los incentivos y disuasivos son tan poderosos que la historia está plagada de ejemplos de gobiernos que provocan crisis importantes al intentar impedir el tira y afloja de los intereses personales.

Han sido muchos los casos en que los gobiernos han intentado responder a un aumento veloz de los precios de los alimentos imponiendo controles sobre ellos. La idea en principio es hacer llegar más comida a las familias más pobres. Pero tales políticas han fracasado en repetidas ocasiones; de hecho, con frecuencia lo que han conseguido es reducir la producción de alimentos. Dado que los controles de precios socavan los incentivos que tienen los cultivadores para producir comida, éstos dejan de trabajar o tienden a producir menos y guardar cuanto pueden para sus propias familias.

El ejemplo reciente más ilustre nos lo proporciona el presidente Richard Nixon, que en contra de
su instinto y el de sus consejeros aprobó controles de precios y salarios en 1971. El resultado final fue que los problemas económicos se agravaron y, en última instancia, la inflación fue mayor. No obstante, la administración Nixon tenía un claro incentivo para imponer los controles: las elecciones estaban cerca y sabía que los efectos desagradables de la política tardarían algún tiempo en ser evidentes. A corto plazo, el plan gozó de una enorme popularidad entre la opinión pública, y Nixon resultó reelegido en noviembre de 1972 con una victoria aplastante.

Otro ejemplo nos lo ofrece la experiencia de la Unión Soviética durante el comunismo. Dado que la planificación centralizada impuso controles sobre los alimentos, los cultivadores tenían pocos incentivos para arar incluso sus tierras más fértiles; entre tanto, millones de personas morían de hambre por todo el país.

La lección que podemos sacar de estos ejemplos es que el interés propio es la fuerza más poderosa de la economía. A lo largo de nuestras vidas pasamos de un incentivo a otro. Ignorar esto es ignorar la estructura misma de la naturaleza humana.

2 comentarios:

Jesús dijo...

Hola Manuel,

interesante entrada. Me recuerda al libro "Freakonomics".

No se puede negar que los incentivos mueven el mundo pero me surgen algunas dudas, sobre todo relacionadas con hacer política económica basada en "incentivos".

Lo primero es "¿son los incentivos universales?". Me viene a la cabeza el ejemplo de los impuestos. La idea más simple es que más impuestos desincentivan a la gente de trabajar más horas. Sin embargo, países con grandes cargas impositivas (como los escandinavos) no parecen tener problemas de productividad. Una respuesta puede estar en la proporción de gente que realiza trabajos que les gustan, de manera que el incentivo económico no es tan fuerte como el "personal". Además de aceptar un beneficio a mayor escala (mejores servicios públicos). Diría que la cultura tiene una fuerte importancia en moldear los incentivos y lo que en un sitio es un incentivo positivo en otro no lo es.

Lo segundo, "¿se pueden determinar los incentivos a priori?". Es decir, la mayoría de los ejemplos que expones tienen una explicación por incentivos a posteriori. Es decir, "esto se hizo así, y salió así porque la gente ....". Tengo la sensación que en estos casos la economía es más una ciencia histórica que predictiva. Supongo que en parte debido al gran número de variables que entran en juego.

Tercero, aún sabiendo que ciertos incentivos fuesen útiles, ¿se deberían realizar aunque fuesen "moralmente" rechazables? Por ejemplo, relacionado con los sueldos de los políticos, una de las razones que se oyen a veces para pagarles bien es que así son menos propensos a caer en la corrupción (es más caro comprarles). Desde el punto de vista "económico" y de los incentivos puede que sea correcto pero ¿no es una especie de chantaje implícito? ¿Es correcto pagar más a alguien para que no delinca?

Un último comentario. El ejemplo sobre el HIV en Tanzania y la "prostitución inversa" no me parece muy prometedor. Si se necesitaron 1.8 millones de dólares para prevenir el SIDA en 3000 personas (~600$/persona), eso querría decir que para evitarlo en toda África se necesitarían unos 600 mil millones de dólares, una cantidad más de un orden de magnitud superior de la que se destica a campañas de protección y tratamiento del SIDA en el mundo. ¿Y no está creando este programa un incentivo nuevo? Es decir, después del programa las personas tendrán un nuevo incentivo para seguir haciendo lo mismo que al principio y es que llegue alguien con dinero para decirles que dejen de hacerlo.

Un problema que veo es que, como bien dices, "los economistas por lo general se concentran en el dinero" por una cuestión práctica (es más fácil cuantificar). Esto quiere decir que muchos de los análisis estarán sesgados hacia cuestiones "monetarias" y las conclusiones de análisis y posibles soluciones a problemas estarán sesgadas hacia soluciones "monetarias" (pagar a la gente para que deje de hacer cosas, por ejemplo), en lugar de buscar soluciones como, por ejemplo, tratar de cambiar la mentalidad de la gente con educación (solución muy complicada, por supuesto).

En definitiva, estoy de acuerdo con que el mundo se mueve por incentivos personales. Lo que no veo tan claro es cómo puede usarse ese conocimiento (es decir, que eso es así) para mejorar nuestra sociedad y el mundo que nos rodea. No estoy diciendo que haya que ignorar ese conocimiento sino que el paso de la teoria a la práctica no lo veo tan claro. Creo que definir en cada caso cuáles son los incentivos más importantes puede dar lugar a políticas totalmente antagónicas y saber cuál de ellas es la correcta es algo que sólo se podrá conocer a posteriori e incluso una misma política en circunstancias diferentes puede dar lugar a resultados totalmente diferentes.

Un saludo,

Jesús

manuel dijo...

Por supuesto, la economía es una disciplina joven y extremadamente compleja dada la cantidad de factores con los que juega. Tu comentario es muy extenso y muy interesante, pero de él me quedaría con que, efectivamente, no todos los incentivos tienen por qué funcionar en todos los lugares. Subir los impuestos puede ser aceptable para los países escandinavos, pero en África es inútil. Por nombrar solo una diferencia, en un sitio el dinero se revierte a la sociedad sin que quede por el camino en corrupción, mientras que en el otro nadie estima que el gobierno vaya realmente a velar por sus intereses. La estructura de la sociedad, sus valores y perspectivas, son fundamentales pero, por desgracia, difícilmente cuantificables o estudiables. Sea como fuere, te puedes imaginar que sobre este particular hay toneladas de estudios y desarrollos. Sólo quería hacer una aproximación muy genérica. Un saludo y gracias por el comentario.