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jueves, 2 de junio de 2011

La Gran Recesión de 2008 (1)

¿Cuál ha sido el motor que ha impulsado nuestro nivel de vida - y con “nuestro”, me refiero a todo el planeta- en las últimas décadas? Una de las cadenas de transmisión más importantes de ese motor ha sido la que se ha establecido entre China y el resto de los países desarrollados en Occidente; o, más concretamente, entre los consumidores norteamericanos y europeos y los ahorradores y productores chinos. La cosa funciona así: en Occidente hemos abierto más y más tiendas para vender más y más productos fabricados en más y más fábricas chinas, alimentadas por más y más petróleo, carbón y gas, y todas esas ventas producen más y más dólares que China utiliza para comprar más y más deuda soberana extranjera, lo que en su momento permitió a la Reserva Federal norteamericana y otros organismos reguladores dilatar el crédito disponible para más y más bancos; así, consumidores y negocios tuvieron acceso a más y más hipotecas, comprando, entre otras cosas, más casas; todas esas ventas hicieron subir los precios inmobiliarios, lo que a su vez hizo pensar a mucha gente -especialmente los norteamericanos- que eran más y más ricos y que podían comprar más y más artículos fabricados en más y más fábricas chinas, alimentadas por más y más petróleo, carbón y gas, lo que proporcionó a China más y más dólares con los que comprar más deuda soberana, que permite a los gobiernos extender el crédito... etc, etc.

Esta interrelación, fundamental en el proceso de formación de la burbuja del crédito tras el final de la Guerra Fría, era tan íntima que cuando en el otoño de 2008, los norteamericanos dejaron de consumir y construir, miles de fábricas chinas desaparecieron y pueblos enteros se encontraron con que todos sus habitantes se habían quedado en el paro. Un buen ejemplo es la colonia de artistas de Dafen, al norte de Hong Kong. En ese lugar viven y trabajan unos 9.000 graduados en arte que se han convertido en el mayor centro productor de copias de obras de arte del mundo, el tipo de cuadros que se ven colgados en hoteles y restaurantes. El 60% de ese tipo de "arte" (a falta de una palabra mejor) proviene de los cuatro kilómetros cuadrados de Dafen. "Una copia razonable de "Los Girasoles" de Van Gogh cuesta 51$", informaba Spiegel Online en 2006. "Compre cien y el precio lo reducimos a 33$. Garantizamos que las cien pinturas han sido realizadas por artistas graduados y las enviamos en tres semanas".

No es de sorprender que Dafen fuera aplastada por el estallido de la burbuja crediticia norteamericana. Porque los propietarios inmobiliarios y hoteles americanos eran sus principales clientes y cuantas más casas se construían en Estados Unidos más paredes necesitaban cuadros. Cuando todo se vino abajo, las ondas de choque llegaron hasta esa pequeña parte de China.

Demasiado consumo, demasiada construcción, demasiados créditos... todo eso era normal en la década de los noventa y la primera del siglo XXI. El dinero era barato, los recursos estaban disponibles... ¿por qué no hacerlo?

No estoy en contra del comercio global y el crecimiento económico, pero ese crecimiento debe ser equilibrado, tanto económica como ecológicamente. No podemos seguir limitándonos a ser los consumidores y dejar que China produzca. Nadie debe continuar ignorando que los artículos se producen y consumen de una forma dañina para el medio ambiente y a una escala sin precedentes. Este crecimiento económico, este tren vida es sencillamente insostenible, tanto económica como ecológicamente.

Y esa es la razón por la que la Gran Recesión que comenzó en 2008 no fue la crisis normal que conocieron nuestros abuelos. No ha sido simplemente un profundo bache económico del que nos recobraremos para continuar como antes, quizá con algo más de prudencia, menos riesgo y más regulación. No, esta Gran Recesión fue algo más importante. Fue nuestro ataque al corazón de aviso.

Por suerte, no fue fatal. Pero no debemos ignorar lo que significa: que hemos estado creciendo de un modo que no es sano ni para nuestros mercados ni para nuestro planeta, para nuestros bancos o nuestros bosques, nuestros comerciantes o nuestros ríos. La Gran Recesión fue el momento en el que Mercado y Naturaleza se encontraron y dijeron a las principales economías del mundo (empezando por Estados Unidos y China): "Esto no puede continuar. Ya es suficiente".

Y así es. La forma en la que estábamos creando riqueza había creado tantos elementos tóxicos,
tanto en el mundo financiero como en el natural, que para 2008-2009 hizo temblar los cimientos de nuestros mercados y nuestros ecosistemas aunque ambos mundos no parezcan inicialmente conectados. Citibank, los bancos islandeses y los hielos antárticos se fundieron al mismo tiempo. Variantes diferentes del mismo comportamiento irresponsable afectaron a cosas muy diversas. Se trata de un grave fallo de responsabilidad individual e institucional tanto en el mundo natural como en el financiero, una caída al abismo de la contabilidad fraudulenta que hizo que individuos particulares, bancos y firmas de inversión ocultaran o infravaloraran sistemáticamente los riesgos, privatizaran las ganancias y socializaran sus pérdidas sin que el ciudadano pudiera entender lo que estaba ocurriendo.

Por supuesto, no todo el crecimiento conseguido fue de esta manera fraudulenta. Se mejoró la productividad y se crearon nuevas compañías, como Amazon o Google, nuevos productos como los iPod o los iPhone y nuevos servicios como la publicidad online o el software libre, todo lo cual ha contribuido a mejorar la vida de la gente. Pero el problema es que gran parte de ese crecimiento se ha conseguido a base de echar mano de los ahorros de nuestros nietos y los recursos naturales. Es decir, hemos hipotecado el futuro por querer vivir más allá de nuestras posibilidades reales.

Todo fue bien... hasta que dejó de ir. Si te tiras de lo alto de un edificio de ochenta pisos, mientras caes te sientes volar. Es la parada súbita lo que te machaca. La Gran Recesión fue nuestra parada súbita. La pregunta es: ¿podemos aprender algo de ella? Como dice el economista de Stanford Paul Romer: "es terrible desperdiciar una crisis".

El mundo tiene un problema. Se está calentando (por el calentamiento global), se consume demasiado debido al aumento del nivel de vida y hay demasiada gente (se añaden unos mil millones de personas cada trece años). El efecto conjunto de estos factores se ha ido multiplicando exponencialmente a medida que la economía se globalizaba y el sistema de crecimiento en el que hemos caído desestabilizaba el mercado y la naturaleza hasta un punto que ya no puede ignorarse.

Si de alguna forma puede resumirse el momento en el que vivimos podría ser esta: nuestros abuelos pusieron los cimientos para un mundo de libertades civiles, abundancia y oportunidades hasta un grado que jamás la Historia había conocido. La generación posterior, nacida en los años cincuenta y sesenta, vivió de los ahorros financieros y ecológicos, dejando a sus hijos y nietos un enorme déficit financiero y ecológico. Ya no nos lo podemos permitir. Hay que reunir la voluntad, la energía y la capacidad de innovación para regenerar y renovar el mundo de tal forma que se pueda crecer de una forma sostenible, sana, limpia y justa.

La Revolución Verde ya no va de salvar a las ballenas. Y no es algo que podamos dejar a los hijos de nuestros hijos, una generación demasiado lejana como para sentirse comprometido con ella. Esto va de nosotros, del mundo en el que nosotros y nuestros hijos vamos a vivir durante el resto de nuestras vidas; y va de luchar por crear riqueza -porque todo el mundo quiere vivir mejor- sin introducir al mismo tiempo activos tóxicos en el mercado financiero o el mundo natural. Es un proyecto urgente, porque la forma de vida en la que nos hemos sumergido en los últimos años no puede legarse a otra generación sin consecuencias catastróficas.

Como dije, Mercado y Naturaleza lanzaron su voz de alarma al mismo tiempo por las mismas razones. Y esto es algo que debemos comprender si no queremos repetirlo. Concentrémonos en los tres puntos principales: el ocultamiento deliberado y sistemático de los auténticos costes y riesgos de lo que hacemos; la aplicación de la peor clase de negocios y valores antiecológicos; y la privatización de los beneficios junto a la socialización de las pérdidas.

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