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viernes, 17 de junio de 2011

¿Por qué se viste a los niños de azul y a las niñas de rosa?


Es evidente que no hay nada más parecido a un bebé… que otro bebé. Por tanto, la lógica nos haría pensar que lo más natural fue distinguir a los niños de las niñas atribuyendo a cada sexo un color para su ropa. Pero tras esta laudable intención, a priori evidente, se ocultan unas curiosas consideraciones.

En efecto, nada nos permite afirmar que los dos colores debían facilitar desde el principio el conocimiento del sexo del bebé. Por ejemplo, con la intención subyacente de evitar a los curiosos la eterna pregunta al inclinarse sobre la cuna: “¿Es niño o niña?”. En realidad, los padres vistieron a sus niños de azul por cuestiones muy diferentes.

En la tradición popular, el azul tiene prestigio porque expulsa al diablo, a los demonios, a los espíritus malignos, a las brujas y a las enfermedades. Símbolo del cielo, de la bóveda celeste y del paraíso, el azul dedicado a la eternidad transmite el poder de rechazo a las fuerzas del mal. Por otro lado, la presencia de decorados a base de azul era ya muy frecuente en las necrópolis del antiguo Egipto. Símbolo de lealtad, fidelidad y pureza, pero también de firmeza, el azul coloca bajo una buena estrella a los que llevan vestiduras de ese color cargado de multitud de virtudes bienhechoras.

Estas creencias supersticiosas, que se fueron extendiendo continuamente a lo largo de toda la Edad Media, animaron a los padres a vestir a sus hijos de azul, no para distinguirlos de sus hijas, sino con el objetivo fundamental de protegerlos contra Lucifer y sus servidores. ¡Pero así abandonaban a sus hijas a un triste destino! Es decir, la creencia popular daba todas las oportunidades a los niños, pero dejaba a las niñas a su suerte para defenderse de Satanás y sus íncubos.

Pero como los niños disfrutaban de un color específico, quizá los padres se sentirían culpables de no tener otro para las niñas. Por eso enseguida ellas se ganaron el favor del rosa. Símbolo del amor y de la sabiduría divina, pero también de la ternura, de la juventud y de la bondad, ¡al color rosa tampoco le faltan cualidades ni argumentos!


Conviene sin embargo señalar que el azul no obtiene carta de nobleza hasta el siglo XII. En efecto, la cultura del imperio romano estaba dominada por el color púrpura, hasta el punto de convertirse en el color oficial, símbolo del poder. De hecho, los romanos consideraban que el azul era un color bárbaro, simplemente porque los guerreros celtas se pintaban el cuerpo de azul oscuro, lo que les hacía más temibles cuando había que enfrentarse a ellos. El historiador latino Tácito (55-120) evoca aquellos terribles “ejércitos de espectros”.

Así pues, el azul se fue imponiendo progresivamente, sobre todo en el arte religioso (poco a poco, en esculturas policromadas y pinturas representando a la Virgen María vestida de azul). En las cortes europeas, el azul fue ganando lentamente el corazón de los soberanos, a menudo en detrimento del poder simbólico del rojo. Y a finales de la Edad Media, el azul ya había adquirido su condición de color real y principesco.

No hay duda de que esta promoción social del azul haya tenido también su papel a la hora de elegir un color para distinguir a los niños. Para los padres, el hijo portador de la herencia adquiría de repente sus galones de rey de la casa, en tanto que el azul evocaba a la vez cristiandad y poder político (es decir, poder espiritual y material). Si añadimos una buena dosis de superstición al conferir al azul el poder de expulsar los demonios, se comprende fácilmente que ningún color adversario se pudiera resistir a los argumentos contundentes de la canastilla azul.

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