Para los historiadores de la ciencia y la religión existen dos formas de objeción al “paradigma del conflicto” defendido por los racionalistas de la Ilustración, los librepensadores victorianos y los científicos ateos contemporáneos. La primera es reemplazar la imagen de conflicto por una de complejidad al tiempo que poner el énfasis en las diferentes formas en las que ciencia y religión han interaccionado a lo largo del tiempo, en diferentes lugares y circunstancias locales. Algunos científicos han sido religiosos, otros ateos; algunas denominaciones religiosas han dado la bienvenida a la ciencia moderna, otras se muestran recelosas. Reconocer que ni Ciencia ni Religión son entidades monolíticas, singulares y sencillas, es parte importante de este planteamiento, así como la afirmación de la existencia de considerables diferencias nacionales. Por ver sólo el ejemplo más obvio, los debates sobre evolución y religión: desde comienzos del siglo XX y hasta el presente, se han desarrollado de forma bastante distinta en los Estados Unidos, Europa y el resto del mundo. Los debates que tienen lugar en las escuelas de Norteamérica sobre la enseñanza de la evolución se dan en circunstancias muy específicas dentro de ese país, especialmente relacionadas con la interpretación de la Primera Enmienda a su Constitución, la cual prohíbe al gobierno aprobar ninguna ley respecto a la adopción de una religión o la prohibición de la libertad de culto.
Si esta primera estrategia para rebatir la idea de conflicto consiste en cambiar el argumento, la segunda equivale a cambiar los papeles principales. En esencia, consistiría en lo siguiente: sí, existen conflictos que parecen tener lugar entre ciencia y religión, y son reales, pero en realidad, los antagonistas son otros. Entramos así de lleno en la complejidad de la Historia. Los protagonistas de esta lucha no han sido siempre los mismos, pero la idea general es que el verdadero enfrentamiento es político, relacionado con la producción y diseminación del conocimiento. La oposición ciencia-religión se contempla entonces desde un punto de vista de individuo contra Estado, o liberalismo secular contra tradicionalismo conservador. Es interesante resaltar que en la Norteamérica de nuestros días, por ejemplo, aquellos que defienden o atacan la enseñanza de la evolución en las escuelas se han presentado a sí mismos como representantes de los derechos y las libertades del pueblo contra un establishment intolerante y autoritario que controla los programas educativos. En los años veinte del siglo pasado, ese establishment era retratado por los defensores de la evolución como cristiano y conservador, pero para algunos grupos religiosos actuales, parece que es la élite secular y liberal la que ha tomado el control del sistema educativo. Los debates sobre la ciencia y la religión proporcionan a ciertos grupos la oportunidad de ejercer mayor influencia social y más control sobre los mecanismos de la educación pública. Y esto es una lucha política.
Estas cuestiones sobre la política del conocimiento merecen ser tratados con más detalle en futuras entradas. Por el momento, veamos sólo un ejemplo, el del filósofo y militante Thomas Paine. Fabricante de corsés sin éxito, cosechó el mismo fracaso como recaudador de impuestos o escritor político. Abandonó su Inglaterra natal para comenzar una nueva vida en América en 1774. Cuando llegó a Filadelfia, encontró trabajo como editor del Pennsylvania Magazine. Un par de años después, su polémico panfleto “Common Sense” (1776) se convirtió en una de las inspiraciones que llevaron a los colonos americanos a levantarse contra el gobierno británico, estableciendo de paso a Paine como uno de los autores más populares de la época.
Asociado a Benjamin Rush, Thomas Jefferson y otros Padres Fundadores de los Estados Unidos de América, la filosofía política democrática y anti-monárquica de Paine dio forma a la Declaración de Independencia. Tras la política, las otras pasiones de este singular personaje fueron la ciencia y la ingeniería. Había asistido a conferencias sobre Newton y la astronomía en Inglaterra y pasó muchos años trabajando en el diseño de un puente de un solo ojo inspirado en la delicada obra de la Naturaleza que es la tela de araña. Toda su filosofía descansaba en la ciencia. Interpretaba las revoluciones y los cambios en los gobiernos como un paralelismo a los movimientos de los cuerpos celestiales. Cada una de esas trayectorias, de esos cambios, respondía a un proceso natural, inevitable y gobernado por una estricta ley.
Más adelante en su vida, habiendo participado tanto en la revolución americana como en la francesa, puso su atención intelectual en la monarquía y el cristianismo. Las instituciones propias del cristianismo eran tan ofensivas a su sensibilidad ilustrada y newtoniana como las del gobierno monárquico. En su “La Edad de la Razón” (1794), Paine se quejaba de la “continua persecución llevada a cabo por la Iglesia, durante varios siglos, contra las ciencias y contra los profesores de ciencia”.
La versión de Paine del conflicto ciencia-religión cobra sentido dentro de su contexto político. Paine fue, como masón (llegó a escribir un tratado sobre el tema: "An Essay on the Origin of Free-Masonry" (1803-1805) ) un pensador científico que atacó la Biblia, especialmente el Antiguo Testamento, con sus historias de “voluptuosas carnicerías” entre los israelitas y el “implacable rencor” de su Dios. Ante el escándalo de sus amigos, Paine escribió de la Biblia: “la detesto de verdad, como detesto todo lo que sea cruel”.
Paine también despellejaba retóricamente a la clase sacerdotal que intervenía en la “adúltera relación” entre la Iglesia de Inglaterra y el Estado británico. Sin embargo, lo que deseaba no era el final de la religión, sino su sustitución por una religión racional basada en el estudio de la naturaleza, una que reconociera la existencia de Dios, la importancia de la moralidad y la esperanza de una vida tras la muerte, pero que prescindiera de las escrituras, los sacerdotes y la autoridad del Estado. Sus motivos eran democráticos. Las iglesias nacionales ejercían un poder ilegítimo sobre el pueblo arrogándose una conexión especial y privilegiada con las verdades y revelaciones divinas. Para él, cualquiera podía leer los libros sagrados y comprender a través de ellos el poder, la bondad y la generosidad de Dios.
En la religión deísta (postura filosófica que acepta la existencia y la naturaleza de Dios mediante la razón y la experiencia personal en lugar de hacerlo a través de los elementos comunes de las religiones teístas como la revelación directa, la fe o la tradición) propuesta por Paine, no había necesidad de someterse a los sacerdotes o el Estado. La ciencia podía ayudar en la transición demostrando que cualquier persona podía encontrar a Dios mirando al cielo nocturno en lugar de leer la Biblia o ir a la Iglesia. Escribió: “Lo que ahora se llama Filosofía Natural, que abarca todo el ámbito de la ciencia, de la que la astronomía ocupa el lugar principal, es el estudio de las obras de Dios, y del poder y la sabiduría de Dios y sus obras, y es la verdadera teología”.
Los ideales democráticos de Paine, incluyendo la separación de Iglesia y Estado, están plasmados en los documentos fundadores de los Estados Unidos. Es decir, el debate Religión-Estado acabó formando parte del debate político, como sucede en la América contemporánea. Los políticos americanos que niegan la validez de la teoría de la evolución y defienden la enseñanza en las escuelas de un supuesto “Diseño Inteligente”, no lo hacen por razones científicas. Lo hacen para enviar una señal, para indicar su apoyo general al cristianismo, su oposición a las interpretaciones secularistas de la Constitución y su hostilidad a una visión naturalista y material del mundo.
Una última pieza interesante que apoya la sugerencia de que lo que realmente está en juego en los enfrentamientos Religión-Ciencia es la política, la podemos encontrar en dos obras teatrales de mediados del siglo XX. Cada una dramatiza un enfrentamiento famoso entre un heroico científico y un sistema religioso reaccionario y autoritario, y lo hace para defender una tesis política. Bertolt Brecht escribió “La vida de Galileo” durante la década de 1930 y principios de 1940. Brecht era un comunista alemán, se opuso al fascismo y vivió en el exilio en Dinamarca y, posteriormente, en los Estados Unidos. La obra utiliza la historia de Galileo para profundizar en los dilemas a que se enfrentan los intelectuales disidentes bajo un régimen represivo, y también para sugerir la importancia de proseguir la investigación científica con fines morales y sociales y no sólo por la mera adquisición de conocimiento. Brecht vio en la conocida historia de Galileo una lección política que podría aplicarse a un mundo que lucha contra el fascismo autoritario y, en la versión posterior de la obra, que vive a la sombra del bombardeo atómico de Hiroshima y Nagasaki.
La obra “La herencia del viento”, escrita por Jerome Lawrence y Robert E.Lee y representada por primera vez en 1955, era una dramatización del juicio a Scopes de 1925. Los acontecimientos históricos en los que se basaba la obra se centran en el proceso a un maestro de escuela de Tennessee, John Scopes, por enseñar la Teoría de la Evolución infringiendo la ley del estado. “La herencia del viento” utilizaba el caso de Scopes para atacar las purgas anticomunistas de la época de McCarthy. Copes, el evolucionista heroico que resiste contra un establishment cristiano represivo, representaba la lucha por la libertad de opinión, de asociación y expresión de los simpatizantes comunistas ante una maquinaria gubernamental represiva. Entre esos simpatizantes se encontraba Bertolt Brecht, que fue llamado a testificar ante el Comité de Actividades Antiamericanas en 1947.
Tanto en el caso del “Galileo” de Brecht como en el de “La herencia del viento” de Lawrence y Lee, fueron asuntos relacionados con la libertad intelectual, poder político y moralidad lo que se escondía tras la aparente lucha Ciencia-Religión. Ocurre lo mismo en la vida real.
domingo, 29 de mayo de 2011
Ciencia y Religión (2)
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