Una prueba de lo zafio de los estándares de prueba que muchos están dispuestos a aceptar en la ciencia en general y en el tema de los extraterrestres en particular, puede encontrarse en la historia de los círculos en los cultivos. Originados en Gran Bretaña y extendidos por todo el mundo, era algo que superaba lo extraño.
Los granjeros o transeúntes descubrían círculos (y, en años posteriores, pictogramas mucho más complejos) impresos sobre los campos de trigo, avena, cebada y colza. Empezando con círculos simples a mediados de la década de los setenta, el fenómeno fue progresando año tras año hasta que, a finales de la década de los ochenta y principios de los noventa, el campo, especialmente en el sur de Inglaterra, se vio embellecido por inmensas figuras geométricas, algunas de las dimensiones de un campo de fútbol, estampadas sobre el grano de cereal antes de la cosecha: círculos tangentes a círculos, o conectados por ejes, líneas paralelas inclinadas, “insectoides”… Algunas de las formas mostraban un círculo central rodeado por cuatro círculos más pequeños colocados simétricamente… claramente causados, se concluyó, por un platillo volante y sus cuatro trenes de aterrizaje.
¿Una broma? Imposible, decía casi todo el mundo. Había cientos de casos. A veces los hacían en sólo una o dos horas en plena noche, y a gran escala. No se pudieron encontrar huellas de bromistas que se acercaran a los pictogramas. Y además, ¿qué motivo verosímil podía haber para una broma así?
Se ofrecieron muchas conjeturas menos convencionales. Personas con cierta preparación científica inspeccionaron los lugares, hilaron argumentos, fundaron revistas dedicadas en su totalidad al tema. ¿Eran causadas las figuras por extraños remolinos llamados “vórtices columnares”, o unos aún más raros llamados “vórtices de anillo”? ¿Y por rayos en bola? Los investigadores japoneses intentaron simular, en el laboratorio y a pequeña escala, la física de plasma que creían se abría camino en el lejano Wiltshire.
Pero a medida que las figuras en los cultivos se hacían más complejas, las explicaciones meteorológicas o eléctricas se volvían más forzadas. Sencillamente, los causantes eran los ovnis, extraterrestres que se comunicaban con nosotros en un lenguaje geométrico. O quizá era el diablo, o la Tierra sufriente que se quejaba de las depredaciones infligidas por la mano del hombre. Llegaron manadas de turistas de la “Nueva Era”. Todas las noches los entusiastas montaban vigilancia equipados con grabadoras y sistemas de visión de infrarrojos. Los medios de comunicación impresos y electrónicos de todo el mundo seguían las huellas de los intrépidos cerealogistas. Un público admirado y estupefacto compraba libros de gran éxito sobre los extraterrestres deformadores de cosechas. Es cierto que no se llegó a ver ningún platillo colocándose sobre el trigo ni se filmó ninguna figura geométrica en el curso de ser generada. Pero los zahoríes autentificaron su carácter extraterrestre y los canalizadores establecieron contacto con las entidades responsables. Dentro de los círculos se detectó “energía orgónica”.
Se formularon preguntas al Parlamento. La familia real llamó a consulta especial a lord Solly Zuckerman, antiguo consejero científico del Ministerio de Defensa. Se dijo que había fantasmas implicados; también los caballeros templarios de Malta y otras sociedades secretas. Los satanistas estaban involucrados. El Ministerio de Defensa ocultaba todo el asunto. Se consideró en algunos círculos ineptos y poco elegantes que eran intentos de los militares de quitarse a la gente de encima. La prensa sensacionalista salió a escena. El Daily Mirror contrató a un granjero y su hijo para que hicieran cinco círculos con la esperanza de tentar al periódico rival, el Daily Express, a informar de la historia. El Express, al menos en este caso, no cayó en la trampa.
Las organizaciones “cerealógicas” crecieron y se dividieron. Los grupos en competencia se mandaban comunicaciones intimidatorias. Se acusaban de incompetencia o algo peor. El número de “círculos” creció por millares. El fenómeno se extendió hasta Estados Unidos, Canadá, Bulgaria, Hungría, Japón, los Países Bajos. Los pictogramas –especialmente los más complejos- empezaron a citarse cada vez más como argumentos a favor de la visita de extraterrestres. Se trazaron forzadas relaciones con “la Cara” de Marte. Un científico afirmaba que en las figuras se ocultaban unas matemáticas extremadamente sofisticadas; sólo podían ser el resultado de una inteligencia superior. En realidad, un aspecto en el que coincidían casi todos los cerealogistas “contendientes” es que las últimas figuras en las cosechas eran demasiado complejas y elegantes para haber sido causadas por la intervención humana, menos todavía por algunos bromistas harapientos e irresponsables. La inteligencia extraterrestre era evidente a simple vista…
Los granjeros o transeúntes descubrían círculos (y, en años posteriores, pictogramas mucho más complejos) impresos sobre los campos de trigo, avena, cebada y colza. Empezando con círculos simples a mediados de la década de los setenta, el fenómeno fue progresando año tras año hasta que, a finales de la década de los ochenta y principios de los noventa, el campo, especialmente en el sur de Inglaterra, se vio embellecido por inmensas figuras geométricas, algunas de las dimensiones de un campo de fútbol, estampadas sobre el grano de cereal antes de la cosecha: círculos tangentes a círculos, o conectados por ejes, líneas paralelas inclinadas, “insectoides”… Algunas de las formas mostraban un círculo central rodeado por cuatro círculos más pequeños colocados simétricamente… claramente causados, se concluyó, por un platillo volante y sus cuatro trenes de aterrizaje.
¿Una broma? Imposible, decía casi todo el mundo. Había cientos de casos. A veces los hacían en sólo una o dos horas en plena noche, y a gran escala. No se pudieron encontrar huellas de bromistas que se acercaran a los pictogramas. Y además, ¿qué motivo verosímil podía haber para una broma así?
Se ofrecieron muchas conjeturas menos convencionales. Personas con cierta preparación científica inspeccionaron los lugares, hilaron argumentos, fundaron revistas dedicadas en su totalidad al tema. ¿Eran causadas las figuras por extraños remolinos llamados “vórtices columnares”, o unos aún más raros llamados “vórtices de anillo”? ¿Y por rayos en bola? Los investigadores japoneses intentaron simular, en el laboratorio y a pequeña escala, la física de plasma que creían se abría camino en el lejano Wiltshire.
Pero a medida que las figuras en los cultivos se hacían más complejas, las explicaciones meteorológicas o eléctricas se volvían más forzadas. Sencillamente, los causantes eran los ovnis, extraterrestres que se comunicaban con nosotros en un lenguaje geométrico. O quizá era el diablo, o la Tierra sufriente que se quejaba de las depredaciones infligidas por la mano del hombre. Llegaron manadas de turistas de la “Nueva Era”. Todas las noches los entusiastas montaban vigilancia equipados con grabadoras y sistemas de visión de infrarrojos. Los medios de comunicación impresos y electrónicos de todo el mundo seguían las huellas de los intrépidos cerealogistas. Un público admirado y estupefacto compraba libros de gran éxito sobre los extraterrestres deformadores de cosechas. Es cierto que no se llegó a ver ningún platillo colocándose sobre el trigo ni se filmó ninguna figura geométrica en el curso de ser generada. Pero los zahoríes autentificaron su carácter extraterrestre y los canalizadores establecieron contacto con las entidades responsables. Dentro de los círculos se detectó “energía orgónica”.
Se formularon preguntas al Parlamento. La familia real llamó a consulta especial a lord Solly Zuckerman, antiguo consejero científico del Ministerio de Defensa. Se dijo que había fantasmas implicados; también los caballeros templarios de Malta y otras sociedades secretas. Los satanistas estaban involucrados. El Ministerio de Defensa ocultaba todo el asunto. Se consideró en algunos círculos ineptos y poco elegantes que eran intentos de los militares de quitarse a la gente de encima. La prensa sensacionalista salió a escena. El Daily Mirror contrató a un granjero y su hijo para que hicieran cinco círculos con la esperanza de tentar al periódico rival, el Daily Express, a informar de la historia. El Express, al menos en este caso, no cayó en la trampa.
Las organizaciones “cerealógicas” crecieron y se dividieron. Los grupos en competencia se mandaban comunicaciones intimidatorias. Se acusaban de incompetencia o algo peor. El número de “círculos” creció por millares. El fenómeno se extendió hasta Estados Unidos, Canadá, Bulgaria, Hungría, Japón, los Países Bajos. Los pictogramas –especialmente los más complejos- empezaron a citarse cada vez más como argumentos a favor de la visita de extraterrestres. Se trazaron forzadas relaciones con “la Cara” de Marte. Un científico afirmaba que en las figuras se ocultaban unas matemáticas extremadamente sofisticadas; sólo podían ser el resultado de una inteligencia superior. En realidad, un aspecto en el que coincidían casi todos los cerealogistas “contendientes” es que las últimas figuras en las cosechas eran demasiado complejas y elegantes para haber sido causadas por la intervención humana, menos todavía por algunos bromistas harapientos e irresponsables. La inteligencia extraterrestre era evidente a simple vista…
En 1991, Doug Bower y Dave Chorley, dos amigos de Southampton, anunciaron que llevaban quince años haciendo figuras en las cosechas. Se les ocurrió un día mientras tomaban una cerveza en su pub habitual: el Percy Hobbes. Habían encontrado muy graciosos los informes de ovnis y pensaron que podría ser divertido engañar a los crédulos. Al principio aplanaron el trigo con la pesada barra de acero que Bower utilizaba como mecanismo de seguridad en la puerta trasera de su tienda de marcos de cuadros. Más adelante utilizaron placas y cuerdas. Los primeros dibujos sólo les costaron unos minutos. Pero, como además de bromistas inveterados eran artistas de verdad, la dimensión del desafío empezó a aumentar. Gradualmente fueron diseñando y ejecutando figuras cada vez más elaboradas.
Al principio nadie pareció darse cuenta. No salía ninguna noticia en los medios de comunicación. La tribu de ufologistas no tenía en cuenta sus formas artísticas. Estuvieron a punto de abandonar los círculos en los cultivos para pasar a otra broma más satisfactoria emocionalmente.
De pronto, los círculos en los cultivos se hicieron muy populares Los ufologistas se tragaron anzuelo, hilo y plomada. Bower y Chorley estaban encantados, especialmente cuando los científicos empezaron a propagar su considerada opinión de que no podía ser responsable de ellos una inteligencia meramente humana.
Planeaban cuidadosamente todas las salidas nocturnas, a veces siguiendo meticulosos diagramas que habían preparado con acuarelas. Seguían de cerca los pasos de sus “intérpretes”. Cuando un meteorólogo local dedujo que eran una especie de remolino porque todas las cosechas estaban desviadas hacia abajo en un círculo en el sentido de las agujas del reloj, le confundieron haciendo una nueva figura con un anillo exterior aplanado en el sentido contrario.
Pronto aparecieron otras figuras en el sur de Inglaterra y en todas partes. Habían aparecido los bromistas imitadores. Bower y Chorley grabaron un mensaje en el trigo como respuesta: “WEARENOTALONE” (No estamos solos). Algunos llegaron a considerar que era un mensaje extraterrestre genuino (aunque hubiera sido mejor si hubieran puesto “YOUARENOTALONE” (No estáis solos). Doug y Dave empezaron a firmar sus obras de arte con dos D; incluso eso se atribuyó a un misterioso propósito extraterrestre. Las desapariciones nocturnas de Bower levantaron las sospechas de su esposa Ilene. Sólo con grandes dificultades –acompañando a Dave y Doug una noche y uniéndose luego a los crédulos para admirar su trabajo al día siguiente- pudo convencerse de que las ausencias del marido, en este sentido, eran inocentes.
A la larga, Bower y Chorley se cansaron de aquella broma cada vez más elaborada. Aunque estaban en condiciones físicas excelentes, los dos tenían ya sesenta años y estaban un poco viejos para operaciones de comando nocturno en campos de granjeros desconocidos y a menudo poco comprensivos. A lo mejor les molestaba la fama y fortuna que acumulaban los que se limitaban a fotografiar su arte y anunciar que los artistas eran extraterrestres. Y les empezó a preocupar que, si esperaban mucho, nadie creería ninguna declaración que hicieran.
Así pues, confesaron. Hicieron una demostración ante los informadores de cómo hacían las formas insectoides más elaboradas. Se podría pensar que ya nunca más se volvería a argüir que es imposible mantener una broma durante muchos años, y que no volveríamos a oír que es imposible que alguien tenga motivos para engañar a los crédulos y hacerles creer que los extraterrestres existen. Pero los medios de comunicación prestaron poca atención. Los cerealogistas los conminaron a callar; al fin y al cabo, estaban privando a muchos del placer de imaginar acontecimientos maravillosos.
Desde entonces, ha habido otros bromistas de círculos en los cultivos, pero la mayoría de un modo más inconexo y menos inspirado. Como siempre, la confesión de la broma se ve muy eclipsada por la excitación inicial. Muchos habían oído hablar de los pictogramas en campos de cereales y su supuesta relación con los ovnis, pero corrieron un tupido velo cuando surgieron los nombres de Bower y Chorley o la simple idea de que todo el asunto podía ser una broma. Se puede encontrar un exposé informativo del periodista Jim Schnabel (Round In Circles, Penguin Books, 1994). Schnabel se unió pronto a los cerealogistas y al final hizo él mismo unos cuantos pictogramas con éxito. Pero la obra de Schnabel, que un crítico calificó de “el libro más divertido que he leído desde hace años”, tuvo sólo un éxito modesto. Los extraterrestres, aunque falsos, venden; los bromistas reales son aburridos y de mal gusto.
Al principio nadie pareció darse cuenta. No salía ninguna noticia en los medios de comunicación. La tribu de ufologistas no tenía en cuenta sus formas artísticas. Estuvieron a punto de abandonar los círculos en los cultivos para pasar a otra broma más satisfactoria emocionalmente.
De pronto, los círculos en los cultivos se hicieron muy populares Los ufologistas se tragaron anzuelo, hilo y plomada. Bower y Chorley estaban encantados, especialmente cuando los científicos empezaron a propagar su considerada opinión de que no podía ser responsable de ellos una inteligencia meramente humana.
Planeaban cuidadosamente todas las salidas nocturnas, a veces siguiendo meticulosos diagramas que habían preparado con acuarelas. Seguían de cerca los pasos de sus “intérpretes”. Cuando un meteorólogo local dedujo que eran una especie de remolino porque todas las cosechas estaban desviadas hacia abajo en un círculo en el sentido de las agujas del reloj, le confundieron haciendo una nueva figura con un anillo exterior aplanado en el sentido contrario.
Pronto aparecieron otras figuras en el sur de Inglaterra y en todas partes. Habían aparecido los bromistas imitadores. Bower y Chorley grabaron un mensaje en el trigo como respuesta: “WEARENOTALONE” (No estamos solos). Algunos llegaron a considerar que era un mensaje extraterrestre genuino (aunque hubiera sido mejor si hubieran puesto “YOUARENOTALONE” (No estáis solos). Doug y Dave empezaron a firmar sus obras de arte con dos D; incluso eso se atribuyó a un misterioso propósito extraterrestre. Las desapariciones nocturnas de Bower levantaron las sospechas de su esposa Ilene. Sólo con grandes dificultades –acompañando a Dave y Doug una noche y uniéndose luego a los crédulos para admirar su trabajo al día siguiente- pudo convencerse de que las ausencias del marido, en este sentido, eran inocentes.
A la larga, Bower y Chorley se cansaron de aquella broma cada vez más elaborada. Aunque estaban en condiciones físicas excelentes, los dos tenían ya sesenta años y estaban un poco viejos para operaciones de comando nocturno en campos de granjeros desconocidos y a menudo poco comprensivos. A lo mejor les molestaba la fama y fortuna que acumulaban los que se limitaban a fotografiar su arte y anunciar que los artistas eran extraterrestres. Y les empezó a preocupar que, si esperaban mucho, nadie creería ninguna declaración que hicieran.
Así pues, confesaron. Hicieron una demostración ante los informadores de cómo hacían las formas insectoides más elaboradas. Se podría pensar que ya nunca más se volvería a argüir que es imposible mantener una broma durante muchos años, y que no volveríamos a oír que es imposible que alguien tenga motivos para engañar a los crédulos y hacerles creer que los extraterrestres existen. Pero los medios de comunicación prestaron poca atención. Los cerealogistas los conminaron a callar; al fin y al cabo, estaban privando a muchos del placer de imaginar acontecimientos maravillosos.
Desde entonces, ha habido otros bromistas de círculos en los cultivos, pero la mayoría de un modo más inconexo y menos inspirado. Como siempre, la confesión de la broma se ve muy eclipsada por la excitación inicial. Muchos habían oído hablar de los pictogramas en campos de cereales y su supuesta relación con los ovnis, pero corrieron un tupido velo cuando surgieron los nombres de Bower y Chorley o la simple idea de que todo el asunto podía ser una broma. Se puede encontrar un exposé informativo del periodista Jim Schnabel (Round In Circles, Penguin Books, 1994). Schnabel se unió pronto a los cerealogistas y al final hizo él mismo unos cuantos pictogramas con éxito. Pero la obra de Schnabel, que un crítico calificó de “el libro más divertido que he leído desde hace años”, tuvo sólo un éxito modesto. Los extraterrestres, aunque falsos, venden; los bromistas reales son aburridos y de mal gusto.
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