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sábado, 9 de mayo de 2015

Comercio a escala mundial – Hacia el supermercado planetario


Repasar nuestra lista de la compra o nuestro equipamiento doméstico puede resultar una eficaz lección de geografía mundial. La magnitud de los intercambios comerciales internacionales es proporcional al grado de especialización de nuestras sociedades. La especialización incrementa la productividad y el nivel de vida, pero no puede tener lugar sin el comercio. Las intensas relaciones comerciales están empujando a países muy diversos hacia nuevas formas de integración económica y política. El final de este camino podría ser el Estado Mundial.



Los países no pueden vivir aislados sin sufrir un grave atraso económico. No todos están dotados igualmente en cuanto a recursos naturales, humanos y de capital para producir cualquier bien. Por eso, cada uno tiende a especializarse en bienes y servicios en cuya producción y en cuya oferta mercantil tiene una ventaja comparativa respecto a los demás. Este proceso –la especialización- conduce a la división internacional del trabajo, que hace posible que todas las naciones puedan aumentar su producción y su nivel de vida por medio del comercio internacional.

Cada país consume de su producción nacional lo que demanda su mercado interior y exporta su excedente, si lo hay. La compra de productos extranjeros –importación- es necesaria cuando no hay producción interior suficiente –a veces no la hay en absoluto- para abastecer el mercado nacional o doméstico. Pero también ocurre que la importación de bienes
extranjeros más competitivos desplaza del mercado a los productos nacionales, pues el ajuste de los mercados nacionales e internacionales es permanente.

En este ciclo de especialización productiva, de internacionalización comercial y de división espacial del trabajo, está la base de la sucesiva integración –económica, política y cultural- de comarcas, regiones, naciones y Estados. Si entre los siglos XVI y XIX se produjo en todo el mundo la consolidación de los mercados nacionales, el siglo XX ha sido el de la formación del mercado mundial. Pero para el desarrollo y la fluidez de las relaciones comerciales ha sido y es imprescindible la mejora de los medios de transporte y comunicación, internet incluido.

Los avances en ingeniería naval y en técnicas de navegación permitieron, a partir del siglo XV,
la creación de las primeras redes comerciales mundiales y, con ellas, un fuerte despegue del tráfico de productos de lujo –especias, aceites, tintes, metales nobles y piedras preciosas-. La aplicación de la máquina de vapor al transporte en el siglo XIX provocó grandes avances en seguridad, velocidad y capacidad para la navegación comercial, pero ese progreso no fue nada comprado con la revolución que supuso para el transporte terrestre: el ferrocarril se extendió vertiginosamente y produjo una drástica reducción de los costes y de los tiempos de transporte. Gracias a estos avances, el comercio intercontinental de productos básicos –como cereales, carne, combustibles y fibras textiles- comenzó a ser posible e, incluso, muy rentable. A comienzos del siglo XX, los nuevos motores de explosión, que usan combustibles derivados del petróleo en lugar de carbón, estaban en condiciones de competir con el ferrocarril. Además, el tráfico aéreo, si bien muy inferior todavía en volumen, ha reducido a unas 24 horas los trayectos más largos a escala mundial.

No es posible olvidar las gigantescas obras de canalización de cuencas fluviales realizadas en Europa, Asia y América y, sobre todo, las de construcción de los canales de Suez –que comunica los mares Mediterráneo y Rojo- y Panamá entre los océanos Atlántico y Pacífico-. La tecnología portuaria y logística –uso de contenedores estandarizados y control informático de mercancías- ha facilitado el manejo de cantidades enormes –hasta entonces inimaginables- de producto. Por otra parte, los avances en telecomunicaciones han resultado de suma utilidad para el desarrollo del comercio internacional al permitir la transmisión inmediata de información.

A pesar de los beneficios que reportan a la economía general, en términos de crecimiento
económico y bienestar material, unas relaciones comerciales equitativas, algunos sectores de las economías locales pueden sufrir fuertemente a corto plazo la competencia ventajosa de bienes extranjeros, con la consiguiente pérdida de cuota de mercado y puestos de trabajo. Para evitar o paliar esta pérdida, los gobiernos toman a menudo medidas proteccionistas: obstaculizan la entrada de productos extranjeros mediante aranceles –impuestos sobre los productos importados-, contingentes –limitación del volumen de importación- y toda clase de requerimientos técnicos y sanitarios. Por otro lado, para tratar de ganar mercados exteriores, pueden subvencionar sus exportaciones e incluso practicar el dumping –venta de un producto en el mercado exterior a un precio inferior que en el mercado nacional-.

Aunque las medidas proteccionistas y librecambistas –que favorecen el libre comercio- conviven en las relaciones comerciales internacionales, lo cierto es que unas predominan alternativamente sobre otras. De hecho, en la realidad se da una convivencia de ambas. La existencia de alianzas comerciales de diferente grado ha ido dibujando la compleja y asimétrica geografía del comercio mundial. En efecto, la segunda mitad del siglo XX ha visto acuerdos internacionales –como el GATT- tendentes a la liberalización y el desarrollo del comercio internacional, junto a la formación de zonas de libre comercio, uniones aduaneras y mercados comunes –de menor a mayor grado de integración económica-. Sin embargo, los países incorporados a estos acuerdos –como la Unión Europea o el Mercosur en América- abren sus mercados entre sí, pero, al mismo tiempo, se protegen de los terceros países.

Para poder realizar en cada país los intercambios con monedas diferentes, es necesario que
éstas puedan ser convertibles entre sí. La cotización de unas monedas respecto a otras se decide cada día en los mercados financieros en función de la fortaleza y de la eficiencia de las economías, reflejadas por diversos indicadores macroeconómicos. El tipo de cambio –el valor de una moneda respecto a otra- es muy importante para la marcha de un país con amplias relaciones comerciales: por ejemplo, si es alto, permite abaratar las importaciones y contener la inflación, pero las exportaciones a otros países se encarecen y reducen el crecimiento económico. En un entorno de globalización de los mercados, éstos tienen gran poder, pero los gobiernos aún pueden tomar decisiones para tratar de controlar la cotización de su moneda y lograr una balanza comercial –diferencia entre exportaciones e importaciones –y de pagos –el conjunto de ingresos y pagos con el exterior- equilibradas.

La inestabilidad del mercado de divisas es causa de incertidumbre para las empresas y particulares que realizan transacciones en diversas monedas. Este riesgo cambiario proviene de los periodos de tiempo que transcurren entre el acuerdo de las transacciones y su pago, durante los cuales pueden producirse apreciaciones o depreciaciones que causen pérdidas ajenas al negocio normal. Para reducir este riesgo, las transacciones se realizan habitualmente en monedas fuertes –dólar, euro, yen- y se contratan seguros de cambio que garantizan un precio fijo diferido para la divisa a cambio de una comisión.

La estructura económica mundial es causa de indudables desequilibrios en las relaciones
comerciales entre países desarrollados y países en vías de desarrollo. Los diferentes estadios de desarrollo social y tecnológico convierten a estos últimos en meros suministradores de materias primas y productos agrarios. Carecen de las infraestructuras y de la tecnología necesarias para competir en la producción de bienes de alto valor añadido y dependen de los países industrializados para su obtención. A menudo con una estructura productiva poco diversificada y un mercado interno raquítico, sus ingresos comerciales provienen de muy pocos productos básicos. Eso los deja a merced de sus clientes, que, a través de empresas multinacionales muy versátiles y con acceso a mercados diversos, imponen los precios siempre a la baja. Además, la escasez de capital interno hace necesaria la inversión extranjera.

Con una balanza comercial de pagos permanentemente deficitaria, el endeudamiento externo crece y el magro producto nacional debe ser usado en su mayor parte para atender no ya la deuda contraída, sino sus intereses. Esto ahoga las posibilidades de desarrollo y obliga a la emigración masiva a millones de seres humanos que huyen de la miseria. No en vano, numerosos especialistas propugnan la condonación de al menos una parte de la deuda externa de los países subdesarrollados para romper este círculo vicioso. La paliación de este desequilibrio es el único camino posible hacia la total globalización mundial del comercio.

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