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domingo, 13 de abril de 2014

La Teología de la Liberación – Herejes marxistas, apóstoles de las favelas




“Las lágrimas de los pobres son las más sufridas que he visto, pues provienen del desprecio a la dignidad de su lucha y de sus pequeñas victorias, que tanto sudor y sangre les costaron. Muchos de nuestros obispos son ya muy distintos y Roma no los entiende, porque, más que evangelizar a los pobres, han sido ellos mismos evangelizados por esos pobres”. Así resumió Leonardo Boff, un teólogo franciscano brasileño, inspirador de la Teología de la Liberación, el espíritu que anima a esta corriente doctrinal.

Desde su llegada a Latinoamérica, la Iglesia católica fue un pilar fundamental de la conquista y de la colonización por España y Portugal. También desde un principio se alzaron voces dentro de ella que denunciaron los abusos y la crueldad padecidos por los nativos, pero eran las excepciones. Para el indígena, que aceptó la nueva religión, adaptándola a su idiosincrasia, la Iglesia quedó lejana y temible.

Durante el primer cuarto del siglo XIX, los territorios americanos alcanzaron en su mayor parte la independencia de sus metrópolis, pero este proceso fue dirigido por las élites locales y el pueblo llano, principalmente indio, mestizo o negro, no mejoró su situación de miseria y sumisión a los poderosos propietarios. La jerarquía católica, tradicional aliada de las clases dirigentes, se hizo aun más conservadora cuando los sectores liberales apoyaron medidas anticlericales y favorecieron la entrada de religiosos protestantes europeos y estadounidenses, a los que consideraban progresistas respecto a los católicos.

Pero la emancipación colonial fue sólo un espejismo y la historia de los siglos XIX y XX ha mostrado las relaciones de dependencia económica y política que atan a Latinoamérica con Estados Unidos y el resto de las potencias occidentales. El desequilibrio comercial y el atraso económico y tecnológico atenazan el posible desarrollo y la deuda externa devora gran parte de la riqueza producida. Las desigualdades sociales arrastradas del pasado sostienen esta situación y las clases dirigentes conservadoras no dudan en reclamar la intervención extranjera para frenar todo intento de reforma o revolución. En esta situación de desarraigo social, el clero católico se enfrentó a los problemas con una visión eurocéntrica y una formación de seminario, quizá adecuada para sostener disputas teológicas, pero ineficaz y ajena a la realidad latinoamericana.

Durante la primera mitad del siglo XX, las estructuras católicas trataron de reaccionar reconociendo los graves problemas sociales y apoyaron el desarrollo de movimientos como Acción Católica entre obreros y estudiantes. Pero el impulso fue tímido y los desequilibrios se agravaron, especialmente a partir de las crisis socioeconómicas que comenzaron en la década de 1960. Los ejemplos de la revolución cubana y la fracasada experiencia reformista brasileña de esta década –combatida y apoyada respectivamente por la Iglesia- fomentaron la crítica hacia su actitud y su papel en Latinoamérica.

El Concilio Vaticano II fue aprovechado por un amplio movimiento de teólogos latinoamericanos
como punto de partida para profundizar en la adaptación de la organización y los planteamientos teológicos y sociales católicos a las necesidades de su continente, a todas luces muy distintas de las del opulento mundo occidental. Reunidos 130 de estos teólogos en Medellín (Colombia) en 1968, emitieron un documento en el que llamaban a los cristianos a luchar contra la pobreza y por la transformación de la sociedad de una manera vigorosa y denunciaban la violencia institucional. El documento suponía un compromiso de la Iglesia latinoamericana con el progreso, pero su actuación se demostró ambigua en la práctica, sostenida sólo por individualidades. Entonces algunos teólogos, ente los que destacan el peruano Gustavo Gutiérrez y el brasileño Leonardo Boff, avanzaron en la formulación de una serie de postulados teológicos y demandas de cambio social que son conocidos como la Teología de la Liberación.

La Teología de la Liberación ha atraído considerable atención desde entonces y ha suscitado las simpatías y el apoyo de amplios sectores progresistas dentro y fuera de la Iglesia, así como el rechazo de los conservadores, desde las altas instancias vaticanas a la Casa Blanca estadounidense. En sus viajes a Latinoamérica, el papa Juan Pablo II lanzó advertencias a los teólogos heterodoxos y, en 1984, el Vaticano publicó un documento señalando sus peligros y un año después impuso a Leonardo Boff el silencio tras declarar ante el cardenal –y luego Papa- Ratzinger, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, heredera de la Inquisición que vela por la ortodoxia católica.

Por entonces, en Nicaragua, los sacerdotes trabajaban para el gobierno revolucionario sandinista,
mientras los obispos apoyaban a los conservadores. La controversia continúa y no es un asunto meramente interno de la Iglesia Romana, sino que tiene una gran importancia política internacional. Las informaciones periodísticas no han servido para aclarar los tópicos que muestran la Teología de la Liberación como una mezcla exótica de cristianismo y marxismo, elaborada y sostenida por un grupo de sacerdotes rebeldes decididos a desafiar la autoridad de la Iglesia.

La Teología de la Liberación es ante todo teología: una reflexión sistemática sobre la fe cristiana y
sus implicaciones. Sus defensores –la mayoría, clérigos católicos y algunos protestantes- fueron educados como teólogos, generalmente en Europa, y escriben sobre los mismos temas que tratan el resto de teólogos cristianos: Dios, la Creación, Cristo, la Iglesia… A diferencia de sus colegas más acomodados a la disciplina vaticana, no enseñan en universidades o seminarios o al menos compaginan su cátedra con el trabajo con los pobres. Se enfrentan sobre el terreno a los problemas de la gente humilde en países depauperados por la deuda externa y la extrema desigualdad social. De hecho, la Teología de la Liberación es una interpretación del Evangelio desde la experiencia de los pobres y un intento de abrir el camino a una nueva fe adaptada a las necesidades y a la religiosidad propia de los pueblos latinoamericanos.

La Teología de la Liberación es también una crítica de las estructuras sociales que permiten a unos pocos sudamericanos volar a Londres para ir de compras, mientras la mayoría no tiene agua potable asegurada; de las ideologías y los grupos que justifican y aprovechan esa desigualdad; de la actitud de los cristianos y, en particular, de la Iglesia como institución. La actividad cotidiana de sus seguidores se desarrolla en las comunidades de base –más numerosas en Brasil, aunque aún minoritarias en Latinoamérica-, cuya meta principal es luchar contra la pobreza y el analfabetismo y acercar el mensaje evangélico a los creyentes de un modo directo e interpretable desde su propia realidad diaria. La educación y el trabajo cooperativo son las áreas de actuación estratégicas para elevar el nivel de vida y mejorar las posibilidades de desarrollo de las comunidades.

Naturalmente, la acción de estos grupos y del movimiento en su conjunto choca frontalmente con los intereses de las oligarquías propietarias, que basan su poder económico y social en la pobreza y la ignorancia de campesinos y obreros. La presión de los grupos paramilitares se ceba en el pueblo llano, pero, en ocasiones, alcanzó a las más altas jerarquías –asesinato de monseñor Óscar Romero, arzobispo de San Salvador en 1980-. Los intentos de reforma política fueron en su mayoría abortados por golpes de estado durante las décadas de 1960 y 1970 –Brasil, Bolivia, Uruguay, Chile, Argentina-, mientras los movimientos guerrilleros revolucionarios se extendían por diversos países, gobernados dictatorialmente o por falsas democracias civiles –Colombia, Nicaragua, El Salvador, Honduras, Guatemala, México-, dando lugar a situaciones de soterrada y crónica guerra civil.

Contra viento y marea, el cambio en marcha puede revelarse de una potencia similar a la de la
Reforma protestante del siglo XVI, que se inició como una revuelta contra las prácticas corruptas de la Iglesia y a favor de una nueva religiosidad basada en la interpretación personal de las Escrituras y en la relación íntima y directa del creyente con Dios. En aquel momento, las Iglesias reformadas se mostraron mejor adaptadas a su entorno social que el catolicismo romano y marcaron profundamente el nuevo rumbo de Europa. ¿Será semejante el impacto de la Teología de la Liberación en el mundo actual?

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