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martes, 11 de febrero de 2014

1969- El hombre en la Luna (1)


Creo que esta nación debería tratar de conseguir la meta, antes de que acabe la década, de poner a un hombre en la Luna y devolverlo a la Tierra sano y salvo”. Cuando el presidente John. F.Kennedy hizo estas declaraciones el 25 de mayo de 1961, a muchos les parecieron demasiado optimistas. Después de todo, éste era el año en que el ruso Yuri Gagarin se convirtió en el primer hombre en órbita alrededor de la Tierra, un triunfo relativamente sencillo, que incluía un viaje de 89 minutos por el espacio. El éxito del primer vuelo orbital tripulado soviético había sorprendido a la opinión pública mundial y particularmente a la estadounidense. La conquista del espacio implicaba logros científicos y técnicos en los que Estados Unidos no podía quedar rezagado, so pena de hipotecar su futuro económico.

Un mes más tarde, veinte días antes del discurso de Kennedy, los estadounidenses pusieron a su primer hombre en el espacio: Alan Shepard, cuyo vuelo duró 15 minutos. Este logro estaba aún muy lejos de un aterrizaje seguro en la Luna.

La carrera hacia la Luna fue básicamente una carrera hacia el prestigio, tanto para la Unión Soviética –nave Soyuz y cohete Nositel- como para los Estados Unidos –nave Apolo y cohete Saturno V-. El objetivo en realidad no era la Luna, sino humillar al oponente. Hasta tal punto que la NASA no empezó a diseñar experimentos científicos hasta 1967, y ello porque la comunidad científica protestó contra el absurdo de mandar a gente a la Luna sólo para pasear.

El lanzamiento directo de un cohete hacia la Luna con regreso garantizado, naturalmente, era una posibilidad, pero soviéticos y americanos la descartaron. Los primeros –que nunca declararon públicamente su intención de llegar a la Luna- parecieron inclinarse por el ensamblaje en órbita terrestre de dos vehículos convertibles después en una sola astronave, con autonomía de ida y vuelta.

Los americanos, en cambio, escogieron el encuentro en órbita lunar, es decir, el envío de un vehículo compuesto por dos módulos, uno de aterrizaje sobre la superficie del satélite y otro en órbita de apoyo y de regreso. En 1962, la NASA emprendió un proyecto de grandes proporciones y enorme complejidad que costó 25.000 millones de dólares y en el que participaron 400.000 personas, llamado Apolo. El 26 de febrero de 1966 comenzaron los lanzamientos específicos del programa Apolo.

Los seis primeros vuelos, sin tripulantes, estuvieron dedicados principalmente al estudio del lanzador
más adecuado. La misión lunar requería vehículos con una capacidad de inyección en órbita aún no alcanzada por la NASA en 1962. La misión Apolo definitiva exigiría impulsar 130 toneladas en hombres y material hasta la órbita terrestre, en una primera fase, y las 43 toneladas del vehículo Apolo más módulo lunar en dirección al satélite, en una segunda etapa. La solución fue el más gigantesco de los lanzadores americanos conocidos hasta entonces: el Saturno, un coloso perfeccionado a través de sucesivas versiones.

Los primeros modelos tenían dos etapas, pero hasta mediados sus diez lanzamientos experimentales sólo se utilizó la primera, de queroseno y oxígeno líquido. Una versión mejorada, el Saturno IB con mayor empuje en la segunda fase activa, impulsaría los tres primeros vuelos Apolo en 1966 –dos suborbitales y uno orbital no tripulados- e incluso los Apolo 5 y Apolo 7 en 1968, hasta que se adoptó definitivamente el Saturno V, cohete de tres escalones, 3.000 toneladas de peso, 111 m de altura. Para lograr sus 2.810 toneladas de empuje quemaría 2.3 millones de litros de combustible en los primeros 2.5 minutos de vuelo. Fue montado en la sala más grande del mundo, de más de 152 metros de altura, y llevado a su rampa de lanzamiento por el vehículo más grande del mundo, que pesaba 3.000 toneladas.

Su primera prueba tuvo lugar en noviembre de 1967, con el vuelo del Apolo 4 que dio el nombre oficial al programa; después volvió a ser experimentado con éxito en el Apolo 6 y a partir de la octava misión fue el inyector indiscutible del proyecto.

La misión Apolo, de gran complejidad, estaba basada en la inyección hacia la Luna de una cápsula con tres secciones diferentes. El módulo de mando, de forma cónica y con capacidad para tres personas, alojaba a los astronautas durante el viaje hacia la Una y el regreso a la Tierra. Pensado con la máxima funcionalidad, como si se tratara de la cabina de mando de cualquier avión comercial, ultramoderno pero acogedor hasta cierto punto, tenía además la ventaja de su habitabilidad sin trajes presurizados.

El módulo de servicio contenía los elementos de propulsión necesarios para la inyección en órbita lunar y para el escape de ésta, el regreso, y los sistemas para el mantenimiento vital de los astronautas (depósitos de oxígeno, hidrógeno y helio, equipos de producción de energía eléctrica); su forma era cilíndrica y permanecía unido al módulo de mando hasta la reentrada de ése en la atmósfera.

Por último, el Módulo Lunar, el único sin forma aerodinámica porque permanecería plegado hasta la fase de acercamiento al satélite, era el vehículo de descenso en su superficie; su sección inferior alojaba los retrocohetes para el descenso y el tren de aterrizaje y la superior, con capacidad para dos pilotos, el motor cohete de ascenso.

La NASA calculó que harían falta unos 20 lanzamientos para probar el Saturno V y obtener una
seguridad razonable. Pero la carrera obligó a asumir riesgos y reducir el número de ensayos a la mitad. Las misiones Apolo, compuestas por tres astronautas cada una, avanzaban hacia la meta establecida por Kennedy a pesar del trágico incendio del Apolo I, el 27 de enero de 1967, que mató a los astronautas Grissom, White y Chaffe. Este accidente obligó a la NASA a rediseñar la nave y a invertir más tiempo. Esto le dio un respiro a la Unión Soviética, que estaba teniendo éxitos con su cohete Protón pero problemas con el Nositel.

La primera misión tripulada del proyecto Apolo, el Apolo 7, despegó de Cabo Cañaveral el 11 de octubre de 1968. Durante once días, Walter M.Schirra, Don F.Eisele y Walter Cunningham orbitaron la Tierra desarrollando un extenso programa de experiencias, que incluía la comprobación en activo de un nuevo sistema de ambientación de la cápsula (el anterior había sido desechado por la NASA tras el mortal incendio mencionado en el párrafo anterior). Ante el éxito del Apolo 7, las autoridades espaciales americanas decidieron forzar la suerte sin más preámbulos con un vuelo directo alrededor de la Luna.

Se enviaron una serie de sondas espaciales sin tripulantes, que fotografiaron el 90% de la superficie
lunar, así como seis naves Surveyor que efectuaron una serie de aterrizajes. El Apolo 8, tripulado por Frank Borman, James A.Lovell y William Anders, orbitó diez veces el satélite y regresó sano y salvo a la Tierra el 27 de diciembre de 1968. Hasta aquel momento se había comprobado el rendimiento de los módulos de servicio y mando en vuelo, pero no así el del módulo lunar en conjunción con ellos. La experiencia tuvo dos fases: una en órbita terrestre y otra en la lunar.

El Apolo 9 (James A.McDivitt, David R.Scott y Russell L.Schweickart) se ocupó de la primera en marzo de 1969. Dos meses más tarde, en mayo, el Apolo 10 (Thomas P.Stafford, John V.Young y Eugene A.Cernan) llevó a cabo un ensayo general, transportando un módulo lunar hasta una altura de 14.325 m sobre la superficie del satélite, por lo que, tan sólo ocho años después de la declaración de Kennedy –y siete meses antes de que terminara la década –ya estaban sentadas las bases para el aterrizaje del Apolo 11.

No se trababa tan sólo de una carrera contra el tiempo, sino de una carrera contra la Unión Soviética. Eran los tiempos de la llamada “carrera espacial” –enfrentamiento colateral a la guerra fría- y la Unión Soviética llevaba varios puntos de ventaja: primer hombre en el espacio, primer paseo espacial, primera sonda espacial sobre la Luna. Hasta febrero de 1969, tras una serie de fallos de los soviéticos con su enorme cohete N-1, no quedó claro que los Estados Unidos lideraban la carrera.

El miércoles 16 de julio de 1969, el Apolo 11 despegó de Cabo Kennedy. Miles de personas habían pasado la noche en las inmensas playas de cabo Kennedy y varios miles más, hasta sumar millón y medio, se les unieron en las primeras horas de aquel día. Los cohetes de la serie Apolo llevaban suficiente combustible como para lanzar partículas de hasta 45 kg de peso a una distancia de 4.8 km. La NASA no podía controlar la eventualidad de que todo explotara en el despegue, por lo que sus invitados VIP fueron acomodados a una distancia prudencial de 5.6 km de la rampa de lanzamiento.

La cuenta atrás estaba en menos dos horas y media cuando los tres astronautas con un altísimo nivel
de entrenamiento abordaron el módulo de mando: Neil Armstrong, el comandante, Edwin “Buzz” Aldrin y Michael Collins, todos ellos nacidos en 1930 y veteranos de la serie de misiones espaciales de dos tripulantes denominada Gemini que precedió a la serie Apolo. Armstrong tenía 38 años, había sido piloto miliar y trabajaba como piloto de pruebas para la NASA, antes de ser seleccionado para ser astronauta; Collins era Teniente Coronel del Ejército del Aire y Aldrin, Coronel. Armstrong y Aldrin llevarían el modulo lunar Eagle hasta la superficie de la Luna, mientras que Collins, en el módulo de mando y servicio, Columbia, recorrería la órbita de la Luna a 96 km de altura sobre la superficie.

A partir de aquel momento permanecerían aislados, a 130 m del suelo, en la cúspide del gigantesco Saturno V. Bajo tierra, la fantástica maquinaria humana y técnica de control de la NASA sintió acelerarse su pulso por momentos. Millones de impulsos eléctricos comunicaban aún el estado de cada elemento a la plataforma de lanzamiento, y de ésta a la sala ce control de puesta en órbita y a la general de la misión en Houston (Texas). Detener la misión era aún posible si alguna de las verificaciones previstas no resultaba satisfactoria. En la sala de control centenares de técnicos observaron en silencio los trazos de los osciloscopios, el abaniqueo de los cuadrantes, el aluvión de imágenes de televisión… Cada dato, cada respuesta electrónica, era una orden, pero la cuenta atrás seguiría avanzando mientras el dedo índice del oficial de vuelo no pulsase el botón rojo sobre el que descansaba.

Las nueve horas y veintinueve segundos. “T menos sesenta segundos”. Los astronautas, el equipo de tierra y la red de estaciones de rastreo o seguimiento palpitaban ya al ritmo del secuenciador automático. Tres, dos…, uno… Una señal eléctrica inició la combustión y el propergol comenzó a entrar a raudales en la cámara de combustión del cohete. Pero
el Saturno V continuó erguido en tierra, a pesar del ruido ensordecedor de sus cohetes trabajando al máximo, envuelto en la nube de vapor del torrente de agua que era lanzado a la plataforma para evitar su destrucción por la columna de humo y fuego que salía de las toberas. A las 9 horas y 32 minutos, las mordazas que mantenían al cohete sujeto a tierra se abrieron y el conjunto comenzó a elevarse, primero majestuosamente, como si careciera del empuje necesario; después, acelerándose hasta perderse de la vista de los espectadores.

Durante la primera parte de la trayectoria ascensional, mientras se consumía el primer escalón, el
módulo de mando permaneció acoplado a un sistema de rescate que, en caso de fallo del eyector en la rampa de lanzamiento o durante el ascenso, lo hubiera separado y desviado de la trayectoria. Pero esta vez no fue necesario. Once minutos después del despegue, la cápsula Apolo 11 se encontraba satelizada a 183 km de la superficie terrestre, formando un bloque con la tercera fase de propulsión, que aún conservaba operatividad suficiente como para impulsar al conjunto hacia la órbita lunar antes de desprenderse y ser destruida. Cuando los astronautas recibieron la orden de inyección en la trayectoria lunar, la tercera fase quemó hasta el último gramo del propergol que le restaba en comunicar al Apolo 11 los 38.400 km/h necesarios.

El “salto hacia el satélite había comenzado, pero antes de orbitarlo aún era necesaria una posterior maniobra de reacoplamiento del módulo de mando (CM)-módulo de servicio (SM) con el lunar (LM): los dos primeros, que viajaban delante y con el módulo de mando a proa, se separaron del
tercero y, girando transversalmente 180º, volvieron a reacoplarse con él, pero esta vez con la sección de mando en posición intermedia.

La misión iba sobre ruedas. O casi. El agua potable se obtenía como subproducto de las pilas de combustible, pero los filtros de hidrógeno del Apolo 11 no funcionaron y el líquido se convertía en burbujas. Los efectos de la defecación y de la micción bajo una gravedad cero, por otro lado, no habían sido tomados en consideración, y al menos un astronauta tuvo que trabajar con antidiarréicos para evitar los efectos desagradables de la primera.



(Finaliza en la siguiente entrada)

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