sábado, 7 de diciembre de 2013
El origen del chicle
La goma de mascar es un producto edulcorado tradicionalmente elaborado a partir del chicle, un latex natural, si bien por razones económicas la mayoría de los fabricantes han pasado a utilizar un látex sintético conocido como polisobutileno. El látex orgánico o chicle es un fluido lechoso producido por algunas plantas y que se utiliza principalmente para elaborar caucho. Este látex natural aún continúa siendo la base preferida para ciertos mercados nacionales, como Japón. La marca Glee Gum afirma que es la única y última en utilizar chicle natural en Estados Unidos. El chicle carece de valor nutritivo alguno y tras mascarlo y agotar su sabor, se tira.
A lo largo de la historia, la goma de mascar ha existido, bajo diversas formas, desde el Neolítico, como lo prueba una muestra, elaborada a partir de la corteza del arce, encontrada en Finlandia y con más de 5.000 años de antigüedad. Se cree que aquel compuesto tenía propiedades antisépticas y medicinales, aunque principalmente se utilizaba en virtud de sus sustancias aromáticas, como refrescante bucal o para mitigar la sed.
Los antiguos mayas y aztecas utilizaban lo que llamaban chicle -la savia del árbol de chicozapote- como base para una sustancia gomosa. Los griegos y los indios americanos también mascaban sustancias elaboradas a partir de la resina de diferentes árboles. Los árabes usaban cera de abejas.
Los primeros colonos que se asentaron en Nueva Inglaterra adoptaron la costumbre nativa. Era tan sencillo como ir al bosque y extraer la resina del árbol, pero con la típica iniciativa mercantil norteamericana, John Curtis y su hijo, John Bacon Curtis, tuvieron la idea de empaquetarla y venderla. Recogieron la savia de abeto, la hirvieron para eliminar impurezas y luego le añadieron azúcar. Después la enrollaron, la dejaron enfriar, la cortaron en palitos y los untaron en maizena. Después los envolvieron en papel y los comercializaron en el interior de pequeñas cajas de madera.
Esto fue en 1848, y el nombre comercial de esta primera goma de mascar industrial fue The State of Maine Pure Spruce Gum. La empresa prosperó y dos años después empezaría a vender los chicles de cera de parafina, que fueron sustituyendo a las de abeto en popularidad. A pesar del éxito del negocio de Curtis, muy poca gente se animó a seguir sus pasos durante el siglo XIX. Y, curiosamente, fue otra persona quien registró la primera patente de una goma de mascar en 1869: William Semple, cuya fórmula nunca llegó a fabricarse ni, claro está, venderse.
Durante la década de los sesenta del siglo XVIII, el norteamericano Thomas Adams, tras probar suerte con diversos oficios y negocios, se había decantado por la fotografía. En aquel tiempo, el general mexicano Antonio de Santa Ana hubo de marchar al exilio y se alojó con Adams en su hogar de Staten Island. Fue Santa Ana quien sugirió al ingenioso americano que experimentara con el chicle mexicano del árbol del zapote para intentar fabricar diversos productos, desde juguetes y botas de lluvia hasta llantas para bicicleta. Santa Ana tenía amigos en México que le podrían proporcionar la materia prima a buen precio.
Las pruebas que realizó no tuvieron éxito, pero un día se le ocurrió llevarse a la boca un pedazo de chicle y se le ocurrió que podía utilizarla como sustituto de la parafina, la cera insípida que dominaba el mercado de la goma de mascar por aquel entonces. Hirvió el chicle hasta que alcanzó la consistencia de la masilla, la saborizó con azafrán y regaliz, lo amasó y lo cortó en forma de pequeñas bolas. En febrero de 1871 su New York Gum comenzó a venderse en las droguerías por un penique la pieza. Aquel mismo año patentó la primera máquina para elaborar chicle; el producto salía en forma de largas tiras que los drogueros podían cortar en la longitud deseada. Su compañía, American Chicle Company, todavía existe hoy día.
En 1880, John Colgan dio con la manera de prolongar el sabor del chicle y ocho años después, la marca Adams comercializó el Tutti-frutti, el primero en venderse a través de máquinas expendedoras en el metro de Nueva York. Sin embargo, la compañía de chicles de más éxito fue fundada por William Wrigley Jr. en 1892. Aunque la empresa, dirigida por el hijo y luego el nieto del fundador tras su muerte en 1932, lanzó un amplio catálogo de chicles con diferentes sabores, dejó de lado muchos de ellos para concentrarse en los más vendidos: "Juicy Fruit," "Doublemint," y "Wrigley's Spearmint.", los primeros en integrar extractos de menta y frutas. En tiempos más recientes, la compañía lanzó chicles para gente con dentadura postiza, chicles sin azúcar, chicles con sabor a canela... El éxito de la compañía -que nunca se ha dedicado a nada más- reside en unos chicles con un fuerte sabor y un importante gasto publicitario. Como afirmó William Wrigley Jr a comienzos del siglo XX: "Dígaselo rápido y dígaselo a menudo".
Mientras tanto, los Estados Unidos entraron en la Primera Guerra Mundial y uno de los artículos que pasaron a formar parte de los suministros del ejército fue, precisamente, el chicle: ayudaba a mejorar la concentración de los soldados y liberar la tensión. Parece ser que, en la actualidad, el ejército americano está patrocinando el desarrollo de un chicle con una fórmula antibacteriana que pudiera sustituir el tradicional cepillo y dentrífico, más engorroso de usar en el campo de batalla.
Según una leyenda urbana, si te tragas un chicle, como no es digerible, se quedará en tu estómago hasta siete años. De acuerdo con los médicos, esto no es más que un cuento. En la mayoría de los casos, el chicle se desliza por todo el sistema digestivo a la misma velocidad que el resto de la comida. Es cierto que se han dado algunos casos en los que se ha requerido tratamiento médico, pero normalmente ha sucedido en el caso de gente que acostumbra a tragárselos, por ejemplo, el del chico que se tragaba varios chicles al día y que, no puede extrañar, acabó siendo hospitalizado; o el de la chica que se tragó el chicle... y cuatro monedas, todo lo cual acabó pegándose en el esófago. Mientras el chicle sea lo suficientemente pequeño como para pasar por el estómago, llegará hasta el final del tracto digestivo.
La fabricación de la goma de mascar sigue teniendo como base la savia de varios árboles o bien, más comúnmente, sustitutos sintéticos. El látex natural es escaso y, por tanto, caro: un árbol genera sólo un kilo de chicle cada tres o cuatro años. Hoy día la resina de sapote se ha sustituido mayormente por polímeros sintéticos, como el acetato de polivinilo, el polisobutileno, el polietileno o la goma estirol-butadieno.
El segundo ingrediente más común es el endulzante. Una barra de chicle contiene un 79% de azúcar (azúcar de caña, sirope de maíz o dextrosa) o su sustituto artificial (normalmente sacarina). El sabor puede provenir de aceites extraídos de plantas aromáticas (aunque el sabor de, por ejemplo, un chicle de menta puede ser bastante fuerte, el saborizante sólo supone un 1% del peso total del producto); o bien de sustancias artificiales (por ejemplo, el sabor "manzana" proviene del etilacetato, y el de cereza de benzaldehido). A todo ello se añaden conservantes y suavizantes para mantener la goma fresca, suave e hidratada.
El proceso simplificado es el siguiente. Se mezclan hasta 500 kilos de ingredientes (azúcar molida, jarabe de glucosa, goma base, glicerina) a los que se añaden los aditivos –para que el chicle adquiera sabor y aroma. La pasta se pasa a la laminadora, donde se aplana y se forman grandes hojas de 1.56 mm de espesor. Aquí, la goma base es algo distinta de la que se usa para fabricar el bubble-gum o chicle que permite hacer globos. Después pasa por una cortadora que lo talla varias veces hasta alcanzar la medida estándar. Para ello ha de tener la consistencia adecuada, que se logra por el tipo de trituración del azúcar: el chicle es más rígido cuanto más grueso sea el grano.
Tras el corte, sobran fragmentos de placas que vuelven a introducirse en la laminadora para ser utilizados. Esta clase de chicles están dirigidos al consumo juvenil y adulto. Por último, el empaquetado es un proceso difícil y muy importante, pues está demostrado que el diseño de marca y el color llamativo del papel es esencial para atraer al consumidor.
Actualmente las empresas investigan métodos para alargar el sabor del chicle. Hoy día, el sabor dura unos cinco minutos. Se pretende envolver la goma con una capa de polímero que vaya liberando las moléculas de sabor lentamente, lo que prolongaría la duración del chicle hasta diez horas. Otras innovaciones han sido las de los chicles que ayudan a reparar el esmalte dental. Contienen un fosfato de calcio que cristaliza al ser masticado, iniciando el proceso de remineralización natural con el que el cuerpo repara los dientes dañados. En circunstancias ideales, el cuerpo genera suficiente fosfato de calcio como para solucionar problemas dentales normales, pero mucha gente come más azúcar de la que les conviene, y eso daña de los dientes.
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