(Continúa de la entrada anterior)
Burundi, justo al sur de Ruanda, fue otra colonia belga que recibió su independencia a comienzos de la década de 1960 y cuya población comprendía una mayoría hutu y una minoría tutsi. La diferencia con Ruanda era que en Burundi los tutsis conservaron el poder tras la independencia gracias a controlar unas sólidas fuerzas armadas. El 29 de abril de 1972, una insurrección hutu arrasó el sur de Burundi. Los rebeldes se hicieron con el control de un polvorín gubernamental y comenzaron a masacrar a todos los civiles tutsis que encontraban. Quizá unos 3.000 murieron en la primera semana de la rebelión.
En unas semanas, los rebeldes habían declarado una República Popular de Burundi, que no duró mucho. El ejército de Burundi avanzó hacia las zonas rurales, matando a todos los hutus que se cruzaban en su camino. Lo que convierte esta acción en un genocidio además de una masacre, es la intencionalidad de los tutsis. Está ampliamente aceptado que el poderoso ministro tutsi de Asuntos Exteriores, Arthemon Simbananiye, utilizó la rebelión como excusa para ejecutar un plan preexistente cuyo objetivo era exterminar la población hutu de Burundi, especialmente los intelectuales, los funcionarios, estudiantes universitarios, incluso los niños en las escuelas, para que así los hutus no volvieran a suponer una amenaza para los tutsis de Burundi nunca más. Como sucedería en el caso del genocidio ruandés más de veinte años después, la radio gubernamental animaba a los Tutsis a “cazar” y matar hutus. Los niños hutus eran consignados en listas que se entregaban a sus compañeros tutsis de la escuela para que los encontraran y los mataran a bastonazos y culatazos de rifles.
Este “lúgubre laboratorio del asesinato”, como Lemarchand lo denomina, tuvo el efecto a largo plazo de radicalizar a los hutus todavía más, aumentando su sentimiento de víctimas de los tutsis. Su odio y resentimiento hallaría expresión en el genocidio de Ruanda en 1994.
Pero volvamos a Ruanda. En 1973, el hutu Juvenal Habyarimana, comandante del Estado Mayor de Ruanda, dio un golpe de estado y reemplazó al PARMEHUTU por su propio partido, el Mouvement Révolutionnaire National pour le Développement (MRND), que consistía básicamente en miembros de su familia y amigos suyos procedentes del norte de Ruanda. Mientras expoliaban los recursos económicos de Ruanda llenando sus cuentas en el extranjero en el proceso, los miembros del MRND purgaron a los tutsis –ya fueran profesores o estudiantes- de las universidades y el cuerpo funcionarial.
Para 1990 la economía de Ruanda estaba en la ruina, los recursos del país habían sido esquilmados hasta el límite por Habyarimana, su familia y sus asociados. Para empeorar las cosas, una nada desdeñable fuerza rebelde de tutsis, conocidos como el Frente Patriótico de Ruanda (RPF), se había constituido en Uganda bajo el liderazgo de Paul Kagame, un tutsi que había sido jefe de inteligencia en el ejército ugandés. Muchos de los miembros del RPF eran los niños de aquellos tutsis que hubieron de huir de las masacres de 1959. Y querían venganza. En 1990, el RPF dio inicio a una seria ofensiva contra unidades hutu en Ruanda. Había comenzado una nueva guerra civil.
Necesitando contar con el apoyo hutu en unos momentos tan delicados (así como para distraer la atención de la pobreza que ahora sufrían los ruandeses), Juvenal Habyarimana y sus allegados –su esposa, tres cuñados y varios generales, el grupo conocido como Akazu o “pequeña choza”- comenzó a fomentar activamente el odio contra los tutsis. Lo hicieron de diferentes maneras. El periódico estatal Kangura, así como los otros dos órganos de comunicación gubernamentales, Radio Ruanda y Radio Mille Collines, comenzaron a referirse a los tutsis como inyenzi (cucarachas). En diciembre de 1990, Kangura publicó una lista de los “Diez Mandamientos Hutu”, en la que se afirmaba que “cualquier hutu casado con una mujer tutsi, que se relacione con una mujer tutsi o contrate a una mujer tutsi” era un traidor y que “todos los tutsis son deshonestos en los negocios”. El terrorífico octavo mandamiento decía: “los hutu deben dejar de tener piedad con los tutsi”.
El gobierno fue aún más lejos, formando una milicia civil llamada interahamwe, que significaba “los que permanecen juntos”. Su propósito teórico era proteger a la población del RPF, pero en realidad eran un grupo paramilitar que respondía sólo ante el Akazu. El interahamwe, combinado con el ejército, la guardia especial de palacio, la policía, otro grupo paramilitar conocido como impunza mugambi (“los de una sola mente”) y un partido político fanático, la Coalition pour la Défense de la République (CDR) reunían unos efectivos de unos 50.000 hombres. El interahamwe se convirtió en las unidades básicas de asesinato de los hutus y sus miembros provenían de toda la escala social, desde funcionarios hasta maestros, de científicos a escritores, así como matones callejeros y campesinos analfabetos. Este grupo constituía entre el 1 y el 2% de la población de Ruanda. Mataban por convicción, estaban entrenados para matar, a menudo fumaban marihuana y se cree que cada uno de ellos asesinó entre 200 y 300 personas.
Con miles de asesinos siendo bombardeados a diario con la propaganda del “poder hutu”, era solo cuestión de tiempo que la violencia estallara en Ruanda. Pero el catalizador de la masacre acabó siendo algo que Juvenal Habyarimana no había esperado: su propia muerte. El creciente éxito militar del RPF de Paul Kagame contra el ejército de Habyarimana, combinado con la presión internacional para finalizar la guerra, obligó al presidente ruandés a firmar un tratado de paz con el RPF en agosto de 1993 en Arusha, Tanzania. Los conocidos como acuerdos de Arusha incluían la introducción de hutus moderados en el gobierno ruandés y la integración del RPF en las fuerzas armadas ruandesas, con lo que supondrían entre el 40 y el 50% de las mismas.
La firma de Habyarimana en este documento fue fatal. El 6 de abril de 1994 volvía a Ruanda en su jet privado, un Dassault Falcon 50 regalado por el gobierno francés, tras otra conferencia en Arusha. Justo cuando el avión estaba aterrizando en el aeropuerto internacional de Kigali, le alcanzaron dos misiles tierra aire disparados desde las cercanías, uno en la cola y otro en el ala. El avión se estrelló en una bola de fuego en los terrenos del palacio presidencial, matando a todos los pasajeros y tripulantes, incluyendo a Habyarimana y Cyprien Ntaryamira, el presidente de Burundi, que había aprovechado el avión del primero por ser más rápido que los de línea regular.
La identidad de los asesinos de Habyarimana sigue siendo un misterio. Se ha apuntado a elementos radicales hutus de Ruanda, especialmente entre los militares, quienes, de acuerdo con los acuerdos de Arusha, habrían tenido que compartir el poder con el RPF. Esta es la hipótesis más probable. Sin embargo, en 2004, un magistrado anti-terrorista francés, afirmó que el asesinato había sido llevado a cabo siguiendo órdenes del líder del RPF, Paul Kagame, actual presidente del país. Esto se basaba en el testimonio de Abdul Ruzibiza, un antiguo oficial del RPF, que decía haber formado parte del grupo que derribó el avión. Este informe y el hecho de que el mismo magistrado hubiera emitido órdenes de arresto contra nueve de los ayudantes de Kagame, hizo que éste rompiera relaciones diplomáticas con Francia. La evidencia sobre la que el juez francés se apoyaba, especialmente el testimonio de Ruzibiza, ha sido desacreditado por varias fuentes. Podría haber sido Paul Kagame, pero es más probable que fueran extremistas hutus del propio partido del presidente. Sea quien fuere, fue el punto de partida para una masacre sin precedentes en Ruanda.
Un plan genocida bien trazado se puso en marcha tan solo unas horas después de la muerte de Juvenal. El ejército levantó bloqueos en todas las carreteras que salían de la capital, Kigali. La guardia de palacio, armada con rifles, subfusiles y granadas, se desplegó por Kigali asesinando a los líderes de la oposición, ya fueran tutsis o hutus moderados. Las unidades de interahamwe de todo el país se levantaron a las órdenes de sus comandantes en 48 horas tras el atentado al presidente y comenzaron a perseguir a los tutsis. Llevaban machetes, massues (unas barras de metal), cuchillos, granadas de fragmentación y, en algunos casos, pistolas.
Cuñas radiofónicas animaban a los asesinos con mensajes histéricos como: “¡El enemigo está ahí fuera, sal y mátalo!” y “Vosotros, cucarachas, sabed que estáis hechos de carne. ¡No os dejaremos matar! ¡Os mataremos!” Las víctimas eran fáciles de encontrar. Los vecinos mataban a machetazos a los vecinos en sus propias casas y compañeros de trabajo a sus colegas en las oficinas y talleres; los médicos mataban a los pacientes… en cuestión de días, la población tutsi de muchas aldeas y pueblos fue exterminada.
Bandas de interahamwe, ebrios de cerveza de banana o drogados con marihuana o estimulantes saqueados de farmacias, rondaban por las ciudades y el campo buscando nuevos objetivos, mientras que grupos de obreros retiraban los cadáveres de las carreteras. La gente ofrecía recompensas por número de cabezas tutsis cortadas. Cuando comenzó la matanza, los tutsis (y los hutus moderados, que acabaron siendo el 20% de todas las víctimas) buscaron refugio en lugares que tradicionalmente consideraban como seguros. Las iglesias estaban entre ellos. Pero en realidad eran trampas mortales.
Una estudiante de quince años testificó más tarde que había acudido a una iglesia católica para protegerse en la ciudad de Ntamara junto con cientos de otros tutsis, una semana después del asesinato de Hayarimana. Entonces, los interahamwe atacaron:
“Cuando los vimos acercarse, cerramos las puertas. Las tiraron abajo y quitaron también ladrillos de la pared trasera. Arrojaron unas cuantas granadas por esos agujeros. Pero la mayor parte de la gente que murió fue asesinada a machetazos. Cuando entraron, estaban obviamente furiosos porque hubiéramos cerrado las puertas, así que utilizaron sus machetes… la gente no podía salir, pero resultaba imposible permanecer quieto mientras la matanza tenía lugar así que, como locos, la gente corría por toda la iglesia. Alrededor, todos iban siendo muertos o mutilados. Al final, decidí tirarme entre los muertos. Levanté la cabeza un poco; un interhamwe me tiró un ladrillo. Me golpeó encima del ojo y me cabeza se llenó de sangre, lo que sirvió para hacerles creer que estaba muerta…
[Después de que los asesinos se marcharan] traté de levantarme, pero no lo conseguí. Estaba tan débil por mis heridas y había tantos cuerpos por todos lados que no me podía mover. Unos pocos niños, quizá porque no eran conscientes del peligro, rondaban aún por allí. Llamé a uno de ellos para que me ayudara. Me dijo que no podía ayudarme porque le habían cortado los brazos… Al final, vi a otra mujer joven que conocía, una vecina. La llamé, pero cuando la miré más de cerca, vi que también le habían cortado los brazos. Ni siquiera en aquel momento sabía si lo que sentía y veía era real o una pesadilla. Le pregunté si era real, pero ella no contestó…”
(Finaliza en la próxima entrada)
sábado, 15 de octubre de 2011
1994- El genocidio de Ruanda: cien días de infierno (2)
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2 comentarios:
QUIERO AGRADECER A QUIEN PUBLICO ESTA INFORMACION ES MUY COMPLETA Y EL MUNDO DEBE DE CONOCER ESTE TIPO DE HISTORIAS PARA TRATAR DE EVITARLAS EN EL FUTURO.
Muy bueno, y muy interesante el artículo por el cual te llega a comprender mucho mejor el porque este conflicto llegó a convertirse en todo un auténtico genocidio, quizás sean cientos las personas que tengan poco interés en lo que en aquel país ocurrió, por tratarse de un país en donde la vida por desgracia y con enorme tristeza valga bien poco, como es el continente africano, pero al igual somos muchísimos quienes queremos que una matanza así jamás vuelva a repetirse. Hoy en su 20 aniversario todas las personas de bien, lo que deberíamos hacer es rezar por ellos, y rogar muy alto "NUNCA MÁS".
Un saludo Juan
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