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lunes, 10 de octubre de 2011

El ataque terrorista del futuro (y 2)


2-Bombas en los aviones

Para estrellar un avión cargado de gasolina contra una estructura ocupada por personas no sólo hay que saber pilotar el aparato, sino también despegar de una pista y, muy probablemente, aterrizar (el motivo es que la mayoría de los despegues se practican mediante un método denominado “toma y despegue” consistente en que el avión aterriza e inmediatamente remonta el vuelo). Además, el terrorista tendría que comprar el avión sin levantar las sospechas del vendedor. En muchos sentidos, es más complicado cometer un atentado con una avioneta que secuestrar un avión comercial. Por eso, quizá la amenaza más realista sea que unos cuantos terroristas suicidas suban a varios aviones comerciales diferentes con explosivos ocultos y traten de detonarlos simultáneamente.

Richard Reid fue el terrorista de Al Qaeda que el 22 de diciembre de 2001 intentó encender la mecha de la bomba que llevaba en el zapato para hacer pedazos el vuelo 63 de American Airlines. Los expertos de los servicios secretos concluyeron que Reid no diseñó –o no pudo haber diseñado- ese zapato. ¿Fue Reid el simple brazo ejecutor de Al Qaeda? Yo diría que no. El terrorista, exasperado por la falta de comunicación y la ausencia de instrucciones –la organización, al menos en Estados Unidos, había quedado muy maltrecha-, decidió actuar por su cuenta y hacer estallar un avión.

La intentona fue el colmo de la estupidez. A Al Qaeda no le interesa hacer estallar un avión; lo que quiere es hacer estallar una docena. Los terroristas sabían que podían subir a bordo con zapatos cargados de explosivos, y –esto son elucubraciones- tenían lista una docena para llevar a cabo un ataque simultáneo. Reid, con su impaciencia, reveló el secreto y echó a perder el plan. Es posible que los otros once zapatos –si es que la cantidad inicial era, efectivamente una docena- siguen por ahí. Lo que ocurre es que, en la actualidad, los agentes de seguridad de los aeropuertos registran el calzado, y mientras sigan haciéndolo el plan de voladuras simultáneas será imposible.

He ahí el motivo de que tengamos que descalzarnos en los controles de los aeropuertos. Los agentes no tienen especial interés en ver si los zapatos pasan o no por el detector de metales; un zapato cargado de explosivos no tiene por qué llevar componentes metálicos. Lo que buscan son otros zapatos-bomba. La Administración de Seguridad en el Transporte de Estados Unidos ha hecho circular entre sus agentes una fotografía para que sepan qué es lo que deben buscar. Las bolsitas son los explosivos plásticos. No son gran cosa, y si explotasen en mitad de la zona de pasajeros, lo más probable es que apenas hiriesen a unas pocas personas. Para que un arma de este tipo resulte eficaz es preciso detonarla en un lugar especial de la aeronave. Por lo visto, cuando Reid trató de encender la mecha, ya había encajado el zapato entre un asiento y la pared de la aeronave, como si pretendiese abrir un boquete en el fuselaje, lo que habría provocado el debilitamiento de la estructura del aparato y la inevitable caída.

En agosto de 2006, las autoridades británicas arrestaron a unas 25 personas y las acusaron de planear un atentado contra aviones civiles mediante “explosivos líquidos”. La naturaleza de estos explosivos nunca se ha revelado oficialmente, y no está claro cuáles serían las ventajas de unos explosivos líquidos respecto de los sólidos. Según algunos, se trataba de dos líquidos que sólo resultan explosivos al mezclarse, un sistema que sólo sería útil si los líquidos pasasen desapercibidos a los detectores químicos de los aeropuertos.

No hay un método totalmente eficaz de detectar un explosivo bien preparado. La técnica que más atención ha recibido –la llamada activación de neutrones, capaz de detectar el nitrógeno de las bombas –provoca demasiadas falsas alarmas- normalmente, varias por vuelo- por culpa del cuero y otros materiales que también contienen mucho nitrógeno. ¿Qué se hace con una maleta que activa un detector de bombas? ¿Abrirla? ¿Dónde? ¿Hacerla estallar? Mientras haya tantas falsas alarmas no habrá una solución aceptable.

Hay investigaciones en curso para mejorar los detectores. La resonancia de cuadrupolo eléctrico nuclear –un método que detecta el entorno químico del núcleo de nitrógeno- promete bastante y provoca escasas falsas alarmas, pero todavía no está lista para instalarse en los aeropuertos. Hoy por hoy, la técnica que más garantías ofrece es el llamado “espectrómetro de movilidad de iones de tiempo de vuelo”, el detector químico más usado en los aeropuertos. Si un agente de seguridad sospecha de un viajero, toma una muestra de su equipaje –tal vez incluso de su propio cuerpo- y la analiza en la máquina. El dispositivo cuesta menos de 60.000 dólares y el índice de alarmas falsas no llega al uno por mil. Sin embargo, sería incapaz de detectar un explosivo empaquetado cuidadosamente, a menos que el envoltorio –o el terrorista que lo portase- estuviese contaminado.

Hace poco, en un viaje, el agente que operaba la máquina de rayos X, me hizo detenerme tras observar algo sospechoso en mi equipaje de mano (quizá la cámara de fotos digital, el móvil, las pilas de repuesto…) ¿Cómo fue capaz de registrar tantas cosas? No las registró; lo que hizo fue pedirme que me descalzase y colocar mis zapatos en el detector químico. Si de verdad yo hubiese sido un terrorista, seguramente tendría restos de explosivos en los zapatos.

¿No se pueden colocar bombas en el equipaje facturado? Claro que sí. En la actualidad, los aeropuertos, para hacer frente a este problema, exigen que todo el equipaje a bordo de un avión se empareje con los pasajeros que han embarcado. Esta exigencia provoca toda clase de molestias. Por ejemplo, si un pasajero ha facturado el equipaje y ha de cancelar el vuelo a última hora, es necesario retrasar el despegue para descargar todos los bultos y sacar el suyo. Hay quien piensa que emparejar a los pasajeros con sus equipajes no sirve de nada toda vez que los cerebros de los atentados perfectamente pueden servirse de terroristas suicidas, pero esta objeción no capta el verdadero sentido de la medida. El hecho de que Al Aqeda se vea obligada a usar terroristas suicidas nos concede una enorme ventaja por cuanto limita considerablemente el número de individuos disponibles para labores terroristas. Y los que quedan no son precisamente la flor y nat
a, como solíamos pensar.

Echemos un vistazo a las personalidades de los terroristas suicidas que se salieron con la suya. Según Johnelle Bryant, la mujer que entrevistó a Mohamed Atta acerca de sus planes de fumigación aérea, el cerebro del 11-S no era lo que se dice un individuo que pasaría desapercibido en Occidente. Tras protestar porque lo entrevistase “una vulgar mujer”, Atta amenazó a Bryant: “¿qué me impide cortarle el cuello ahora mismo?”. Hoy día, semejante comportamiento se pondría inmediatamente en conocimiento de las autoridades.

Varios de los restantes terroristas eran igual de ineptos. Richard Reid no fue capaz de
encenderse el zapato. José Padilla,el encargado de fabricar una bomba radiológica, era un antiguo matón de Chicago con un largo historial de detenciones. Zacarías Moussaoui fue incapaz de aprobar un simple examen escrito en la academia de vuelo, y les dijo a los instructores que quería aprender a pilotar aviones grandes pero que no le interesaban el despegue ni el aterrizaje. Tras ser denunciado al FBI y arrestado, Moussaoui, como para confirmar su categoría de majadero, insistió en ser su propio abogado. En la actualidad, si estos personajes intensasen llevar a cabo una misión suicida, llamarían la atención al instante. Mientras obliguemos a Al Qaeda a usar a individuos de esta ralea, los atentados coordinados serán muy difíciles toda vez que sus ejecutores no pasarían desapercibidos (por más que antes del 11-S sí pasaran). He aquí, en parte, el motivo por el cual Estados Unidos no ha sufrido más atentados terroristas desde el 11-S (con la excepción de las cartas con ántrax, de las que hablaré en otra entrada).

Por lo que respecta a las normas de seguridad aeroportuarias que prohíben a los pasajeros llevar tijeras y navajas, sirven de poco o nada. El peligro son los explosivos. Lo deseable es que existiese algún sistema eficaz para detectarlos, pero hasta entonces, obliguemos a las organizaciones terroristas a usar hombres-bomba y descubrámoslos en los aeropuertos. No hay que subestimar la eficacia de las medidas de seguridad. ¿Quién iba a decirnos, después del 11-S, que pasarían diez años sin más actos terroristas aéreos?


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