La dominica peruana Isabel Flores, de nombre religioso Rosa de Lima (1586-1618), primera santa sudamericana, representa un ejemplo extremo de mortificación voluntaria a mayor gloria de Dios. Se cuenta que, cuando un joven alabó un día su belleza, se rasgó el rostro, marcando sus cicatrices con pimienta y sal. Cuando, tiempo después, otro joven ensalzó la belleza de sus manos, las sumergió en ácido para deformarlas. Durante toda su vida comió alimentos poco apetitosos –principalmente hierbas y raíces cocidas-, y cada vez en menor cantidad. Dedicaba doce horas diarias a la oración, diez horas al trabajo y dos al descanso. Además, siempre vistió una blusa de un tejido extremadamente áspero que procuraba un constante picor mortificante a su piel. Alrededor de la cintura se anudaba cuan fuerte podía una cadena que, a cada movimiento, hendía su carne y, por si fuera poco, se colocaba una corona de espinas de plata en la cabeza. Cada vez que su confesor trataba de que aliviase todos estos suplicios, ella arredraba con más ímpetu en ellos.
No todo lo que hizo en su vida fue sufrir, sin embargo. Vivía recluida en la ermita que ella misma construyó, con ayuda de su hermano Hernando, en un extremo del huerto de su casa. Sólo salía para ir a orar y atender las necesidades espirituales de los indígenas y los negros de la ciudad. También atendía a muchos enfermos que se acercaban a su casa buscando ayuda y atención.
No todo lo que hizo en su vida fue sufrir, sin embargo. Vivía recluida en la ermita que ella misma construyó, con ayuda de su hermano Hernando, en un extremo del huerto de su casa. Sólo salía para ir a orar y atender las necesidades espirituales de los indígenas y los negros de la ciudad. También atendía a muchos enfermos que se acercaban a su casa buscando ayuda y atención.
Y ¿por qué se la eligió como patrona de Lima y el Perú además de canonizarla? En 1615, piratas holandeses tomaron la ciudad de Lima, aproximándose al Puerto del Callao en días previos a la fiesta de La Magdalena. La noticia llegó pronto hasta la ciudad provocando el pánico que se puede imaginar. Ante esto, Rosa reunió a las mujeres de Lima en la Iglesia de Ntra. Sra. del Rosario para orar ante el Santísimo por la salvación de Lima. Rosa subió al altar y cortándose los vestidos interpuso su cuerpo para defender a Cristo en el Sagrario. Dio la casualidad de que el capitán pirata falleció en su barco, y ello supuso la retirada de los saqueadores. En Lima todos atribuyeron el milagro a Rosa y por ello en sus imágenes se le representa portando a la Ciudad sostenida por el ancla.
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