Son Brahma, Vishnu y Shiva.
Más que una Trinidad en el sentido cristiano, los tres dioses de la Trimurti (en sánscrito, “tres formas”) constituyen en realidad una especie de tríada de deidades hindúes que se hallan en lo alto de un panteón que cuenta con más de 30 millones de dioses. Personifican un Espíritu Universal supremo, impersonal, eterno, conocido como Brahman y cuyos tres aspectos reflejan sus diferentes facetas de creador, preservador y destructor.
No debe confundirse el dios creador Brahma con Brahman (el Espíritu Universal que acabamos de mencionar) o con los brahmanes, miembros de la más alta casta hindú. Nacido de un loto en el ombligo de Vishnu, Brahma es a menudo representado como dios de cuatro caras (representando los cuatro Vedas y las cuatro épocas del tiempo) sentado en una flor de loto. Sus cuatro brazos son los cuatro cuadrantes del universo. También tiene un rosario con el que controla el tiempo, un libro que contiene todo el conocimiento y un jarro de agua que representa las aguas de la creación. La tradición dice que fue él quien escribió, sobre hojas de oro, el Rig-Veda, una colección de 1.028 himnos en sánscrito dedicados a los dioses.
El culto a Brahma se fue apagando debido a que una vez que su principal misión, la creación del mundo, se había ido completando, el resto del trabajo competía a Vishnú y Shiva. Algunos escritos mencionan que Brahma puso e incubó el huevo del Universo hasta que éste se completó. La tradición hindú también afirma que un día en la vida de Brahma dura un kalpa, esto es, 4.320.000.000 años. Cuando finaliza cada kalpa, todo lo que existe se destruye sólo para renacer otra vez en un ciclo eterno de muerte y creación.
Vishnu, el dios preservador, ha tenido nueve avatares (encarnaciones) principales y la décima y última será de la de Kalki, un jinete sobre un caballo blanco que, espada en mano, acabará con todos los pecados y los pecadores. Entre los avatares de Vishnu podemos destacar la séptima, Ramachandra o Rama; la octava como Krishna; y la novena como Buda. Rama es el héroe del poema épico Ramayana, en la que el joven protagonista recupera su reino y su amada tras cincuenta mil versos. Más tarde, cuando un tiránico dios-demonio estaba sembrando el caos en la India, Krishna regresó a la Tierra después de que Vishnu tomara uno de sus cabellos negros y lo transformara en Krishna –que significa “negro” y quien a menudo es representado artísticamente de ese color o bien azul oscuro-. Krishna aparece también como un poderoso guerrero en otro poema épico sánscrito, el Mahabharata, de más de 200.000 versos.
Más que una Trinidad en el sentido cristiano, los tres dioses de la Trimurti (en sánscrito, “tres formas”) constituyen en realidad una especie de tríada de deidades hindúes que se hallan en lo alto de un panteón que cuenta con más de 30 millones de dioses. Personifican un Espíritu Universal supremo, impersonal, eterno, conocido como Brahman y cuyos tres aspectos reflejan sus diferentes facetas de creador, preservador y destructor.
No debe confundirse el dios creador Brahma con Brahman (el Espíritu Universal que acabamos de mencionar) o con los brahmanes, miembros de la más alta casta hindú. Nacido de un loto en el ombligo de Vishnu, Brahma es a menudo representado como dios de cuatro caras (representando los cuatro Vedas y las cuatro épocas del tiempo) sentado en una flor de loto. Sus cuatro brazos son los cuatro cuadrantes del universo. También tiene un rosario con el que controla el tiempo, un libro que contiene todo el conocimiento y un jarro de agua que representa las aguas de la creación. La tradición dice que fue él quien escribió, sobre hojas de oro, el Rig-Veda, una colección de 1.028 himnos en sánscrito dedicados a los dioses.
El culto a Brahma se fue apagando debido a que una vez que su principal misión, la creación del mundo, se había ido completando, el resto del trabajo competía a Vishnú y Shiva. Algunos escritos mencionan que Brahma puso e incubó el huevo del Universo hasta que éste se completó. La tradición hindú también afirma que un día en la vida de Brahma dura un kalpa, esto es, 4.320.000.000 años. Cuando finaliza cada kalpa, todo lo que existe se destruye sólo para renacer otra vez en un ciclo eterno de muerte y creación.
Vishnu, el dios preservador, ha tenido nueve avatares (encarnaciones) principales y la décima y última será de la de Kalki, un jinete sobre un caballo blanco que, espada en mano, acabará con todos los pecados y los pecadores. Entre los avatares de Vishnu podemos destacar la séptima, Ramachandra o Rama; la octava como Krishna; y la novena como Buda. Rama es el héroe del poema épico Ramayana, en la que el joven protagonista recupera su reino y su amada tras cincuenta mil versos. Más tarde, cuando un tiránico dios-demonio estaba sembrando el caos en la India, Krishna regresó a la Tierra después de que Vishnu tomara uno de sus cabellos negros y lo transformara en Krishna –que significa “negro” y quien a menudo es representado artísticamente de ese color o bien azul oscuro-. Krishna aparece también como un poderoso guerrero en otro poema épico sánscrito, el Mahabharata, de más de 200.000 versos.
Vishnu es probablemente el dios hindú más popular, siempre dispuesto a encarnarse una y otra vez para salvar al mundo de gigantes, demonios, tiranos y calamidades diversas. No es de extrañar por tanto que a principios del siglo XX, los cristianos indios albergaran el temor de que Cristo acabara siendo asimilado en la figura de Vishnu como uno de sus avatares. Muchos hindúes lo veneran como la deidad suprema y dios del amor. Su principal encarnación, Krishna, es a menudo representado tocando una flauta para atraer a las gopis (las lecheras que ha seducido) y que bailen con él bajo la luz de la luna.
El dios destructor, Shiva, es un dios complejo. Su fiereza queda compensada por otros rasgos, como su amabilidad y suavidad, lo que lo hace el favorito de los ascetas y lo convierte en el patrón de las artes y las letras, la música y el baile. Su más famosa representación es la de una figura blanca con cuatro brazos ejecutando la danza cósmica sobre el cuerpo de un desagradable demonio cuya espalda ha quebrado. El baile de Shiva simboliza la eterna alternancia de destrucción y creación que tiene lugar en el Universo ya que, de acuerdo con el pensamiento hindú, a la destrucción siempre sigue la creación.
Esta idea es la fuente de otro aspecto esencial de Shiva: su dominio sobre los poderes de fertilidad y reproducción. Como tal, su símbolo es el lingam o falo, que se dice es tan gigantesco que ni siquiera Brahma recorriéndolo hacia arriba tan lejos como pudo, ni Vishnu haciendo lo propio hacia abajo, pudieron llegar a su final o principio. Shiva es ciertamente un dios contradictorio: bebe una poción narcótica elaborada con marihuana –algunas estatuas le representan con ojos “nublados”- pero también practica yoga. Protege el ganado, pero también es la fuente del fuego que destruirá el universo. Y en su frente cuenta con un maléfico “tercer ojo” que suele mantener cerrado porque, si lo abre, de su interior surgirá un torrente de llamas.
A diferencia de Vishnu, Shiva es más apreciado por sus consortes que por sus avatares. Su principal esposa, Kali (“La Negra”) es una diosa sanguinaria cuyos seguidores practicaban el estrangulamiento ritual para conseguir su favor. Kali es habitualmente representada como una mujer negra desnuda con cuatro brazos, con la lengua fuera goteando sangre, colmillos y ojos rojos. Lleva pendientes hechos con cadáveres y un collar de cráneos. Su cara y pechos están manchados de sangre. En ocasiones, monta sobre un león y en sus ocho brazos, que representan las ocho direcciones, sostiene armas para destruir el mal y proteger a sus devotos.
Curiosamente, Kali es también la diosa de la maternidad. Efectivamente, el concepto de Diosa Madre, que los invasores arios adoptaron de los pueblos del Indo, está plenamente desarrollado en el culto a Kali, que se identifica también como Parvati, Amba o Durga.
El Trimurti, representando artísticamente como una figura masculina con tres cabezas, es todavía, al menos teóricamente, un elemento central en el hinduismo contemporáneo, si bien el culto a la segunda y tercera deidades de la tríada, junto a sus avatares y consortes, ha relegado a Brahma a un muy segundo plano. En la práctica, el Trimurti siempre atrajo más al intelecto que a los corazones del pueblo indio.
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