La mitad de los seres humanos que han fallecido a lo largo de la historia de nuestra especie, quizá unos 45.000 millones de personas, han sido asesinados por mosquitos hembra (los machos, como veremos, son vegetarianos).
Los mosquitos son portadores de más de un centenar de enfermedades potencialmente letales, incluyendo la fiebre amarilla, la malaria, el dengue, la encefalitis, la filariasis y la elefantiasis. Incluso en la actualidad, matan a una persona cada doce segundos.
Aunque resulte sorprendente, nadie tenía ni idea de lo peligrosos que eran los mosquitos hasta finales del siglo XIX. En 1877, el médico británico sir Patrick Manson –conocido como “Mosquito Manson”- demostró que la elefantiasis era provocada por las picaduras de mosquitos. Diecisiete años más tarde, en 1894, se le ocurrió que la malaria podía tener un origen similar. Animó a su alumno, Ronald Ross, un joven doctor que vivía en la India, a investigar la hipótesis.
Ross fue la primera persona que demostró, usando aves, cómo los mosquitos hembra transmiten el parásito conocido como Plasmodium en su saliva. Manson decidió ir más allá e infectó a su propio hijo –utilizando mosquitos que habían sido llevados a Inglaterra en valija diplomática desde Roma-. Afortunadamente, el muchacho se recuperó tras una dosis de quinina. Ross ganó el Premio Nobel de Medicina por su descubrimiento en 1902. Manson, por su parte, fue nombrado caballero y fundó la Escuela de Medicina Tropical de Londres.
Existen unas 2.500 especies conocidas de mosquito, 400 de las cuales son miembros de la familia Anófeles y, de estas, 40 son posibles portadoras de malaria. Pero, ¿por qué los mosquitos nos atacan? ¿Y por qué a mí?
Su aguijón es una probóscide, es decir, una jeringa elástica con una aguja hueca y una envoltura externa que sube cuando la aguja penetra nuestra piel y tantea la sangre. Sin embargo, acertar el punto exacto no es fácil. Menos del 5% de la epidermis está constituida por vasos sanguíneos, así que el mosquito tiene que explorar mucho. Arremete con su aguijón sobre la piel una y otra vez. Si logra encontrar algún capilar, chupa vertiendo flujos de saliva que dilatan los vasos y diluyen la sangre para que su comida fluya libremente. Y, por si alguna vez se lo preguntó, lo que nos produce la picazón y el enrojecimiento de la piel es una reacción alérgica a la saliva del mosquito.
Este insecto puede chupar dos o tres veces su peso en sangre. Eso equivale a que un hombre de 70 kilos ingiera de 140 a 120 kilos de comida de una sentada. En ese momento, los receptores elásticos que hay en el abdomen del mosquito, completamente hinchado y a punto de estallar, le envían un mensaje al cerebro: “¡Sal de ahí!”. Al parecer se trata de un reflejo mecánico. Existen vídeos que muestran lo que sucede cuando se impide que esos mensajes lleguen al cerebro: para los mosquitos, nunca es demasiado y comen hasta estallar.
En circunstancias normales, cuando un mosquito ha comido hasta hartarse, está tan pesado que no puede volar. Busca donde recostarse y hacer lo que cualquiera haría tras un gran festín: excretar como loco. Después de unas horas ha reducido su merienda de sangre a la mitad.
Afortunadamente, menos de la mitad de los mosquitos pican. Eso se debe, primero, a que sólo las hembras se alimentan de sangre. Los machos son amantes del néctar de las flores. Segundo, las hembras sólo consumen sangre cuando necesitan proteínas para sus huevos. En realidad, alimentarse de sangre es una aventura compleja y peligrosa, por lo que las hembras tienen controles que les avisan cuándo no atacar más víctimas de lo necesario. Ello nos lleva a las preguntas que nos agobian: ¿Cómo escogen los mosquitos a sus víctimas? ¿Por qué prefieren a ciertas personas? Cuando era niño, su mamá le aplicaba una loción y lo consolaba diciendo: “Es porque tienes sangre dulce”.
Los entomólogos nos dicen que los mosquitos se guían por muchas señales para encontrar comida: el contraste de colores, el movimiento, la temperatura de la piel y la humedad. Pero, sobre todo, según los estudios, se guían por el olfato. Para los mosquitos nuestra estela de emanaciones es una pista fácil de seguir. Cada vez que exhalamos y emitimos dióxido de carbono, les estamos diciendo a los mosquitos (y a otros insectos detestables, como las garrapatas) que hay un vertebrado con sangre en las cercanías. Los mosquitos tienen receptores llamados palpos con los que detectan emanaciones a unos 16 metros a la redonda.
El problema se agrava con otra de las secreciones de nuestro cuerpo, un compuesto químico llamado ácido láctico. Los humanos exudamos esta sustancia por las manos, la cara y los hombros; en realidad, por cada poro, en forma de grasa y sudor. El ácido láctico también fluye por la boca, generalmente cuando hacemos ejercicios muy fuertes. Esto quizás explique por qué no todos somos picados con la misma intensidad. Existe una marcada diferencia entre nuestras emanaciones y su efecto en los mosquitos. Los entomólogos están seguros de que la clave está en la constitución química de la piel. Pero ésta exuda cientos de sustancias químicas y ¿quién puede decir cuáles son las predilectas de los mosquitos? Se cree que los alimentos que ingerimos podrían ser un factor importante.
Por otra parte, no hay duda de que los mosquitos son exigentes: distintas especies pican a diferentes individuos, e incluso en partes específicas del cuerpo, lo cual sugiere que responden a señales diversas. Por ejemplo, el Anofeles Gambiae, uno de los principales portadores de malaria, es tan “fanático” de los humanos que vuela sobre las vacas, ignorando sus olores, hasta llegar al campesino y picarlo. Los A.Gambie, además, prefieren los tobillos y los pies, mientras que otras especies optan por la cabeza y los hombros. Según su patrón de vuelo, parece que cada especie halla un lugar favorito siguiendo el rastro del aliento o del olor de los pies.
El caso es que hombre y mosquito libran una lucha sin cuartel desde tiempos inmemoriales. Se han utilizado desde fórmulas cercanas a la brujería hasta los más estrambóticos artilugios. Veamos algunos de ellos:
1- Trampas eléctricas: supuestamente dedicadas a incinerar al malévolo díptero, sería mejor que las desenchufe. Investigadores franceses realizaron un exhaustivo estudio del funcionamiento de estos aparatos y encontraron que no sólo atraen a muy pocos de ellos, sino que el 98% eran mosquitos machos –los que no pican-, así que la única que sale ganando es la empresa eléctrica.
2- Zumbadores: Robert Novak, profesor de entomología de la Universidad de Illinois, realizó un estudio de todos los modelos. Resultado: no sólo no repele el mosquito, lo atrae.
3- Repelentes químicos: no son recomendables más que para casos excepcionales. La mayoría usa en su fórmula grandes concentraciones de un insecticida conocido como DEET, lo que, además de estropear la ropa, pueda causar, utilizado en exceso, irritaciones en los ojos y la piel. Además, aquellos repelentes con un 20% de DEET en su fórmula ofrecen la misma protección que uno al 100%.
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