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viernes, 7 de noviembre de 2014

Agricultura y técnicas agrarias modernas – Una actividad básica




La agricultura, junto con la ganadería, la dedicación productiva más antigua de la Humanidad, está hoy en día intensamente influida por las ciencias y la industria. La cada vez mayor demanda mundial de alimentos, así como el descenso de la población rural obligan a la agricultura a tecnificarse y a especializarse con rapidez.

En los primeros estadios de la historia humana, los alimentos eran libremente obtenidos de la Naturaleza sin un trabajo previo de cultivo. A medida que los seres humanos fueron haciéndose sedentarios, se hizo necesario aumentar la cantidad de productos alimenticios que se obtenía de la Naturaleza. Así fue como nació la agricultura, un conjunto de técnicas destinadas a la obtención de alimentos de la tierra. Este alumbramiento fue tan importante en la historia humana que algunos autores hablan, con justicia, de la Revolución Neolítica. Gracias al aumento de la cantidad de alimentos disponibles, se formaron las ciudades, se comenzó a comerciar y a guardar alimentos para las épocas de escasez, asegurando la supervivencia.

Poco a poco, el ser humano fue seleccionando las especies que iba a cultivar y acostumbrándose a preparar la tierra antes de la siembra. Las técnicas agrícolas comenzaron a evolucionar.

Civilización humana y desarrollo agrícola son dos conceptos íntimamente relacionados. Todas las civilizaciones antiguas se fundaron en valles y cuencas muy fértiles. Por ejemplo, la egipcia, que se fundó en la ribera del Nilo gracias al potencial agrícola de la zona.

La agricultura fue inventada, probablemente, por los sumerios establecidos en los valles del Tigris y del Éufrates. Sus primeros sistemas de regadío datan aproximadamente del 4000 a.de C. Sin embargo, los egipcios fueron los que alcanzaron el cenit del desarrollo agrícola en su tiempo. No sólo ingeniaron un eficaz método de regadío, basado en las periódicas inundaciones del Nilo, sino que, además, practicaron ya técnicas sofisticadas, como la rotación de cultivos. Tal fue su grado de evolución como agricultores que Egipto se convirtió, en tiempos del Imperio Romano, en el granero del mundo civilizado, llegando a suministrar a Roma y sus provincias del orden de 7 millones de hectolitros de grano por año.

Las técnicas agrarias romanas fueron las empleadas también durante la Edad Media, cuando el
señorío, de antecedentes romano-germánicos, fue el modo de explotación más habitual. En él, las tierras eran distribuidas por los reyes entre los señores feudales, que las arrendaban a los campesinos, quienes las labraban a cambio de un tributo pecuniario o en servicios.

Los productos obtenidos se dedicaban por completo al autoconsumo, y los señoríos, en consecuencia, autoabastecían a sus pobladores. A pesar de que, desde los monasterios, donde se guardaban tratados agrícolas romanos, se intentaron implantar técnicas agrícolas más eficaces, lo cierto es que la tentativa no fraguó y la producción agrícola medieval era más bien pobre.

Los cambios tendentes a aumentar la producción vinieron precedidos del lento hundimiento del sistema feudal.

Uno de los primeros motivos de la caída de este sistema fue la Peste Negra que, al diezmar la población campesina, permitió aumentar la cantidad de terreno para los supervivientes. Además, el aumento de la demanda de la lana hizo que muchos de los terrenos señoriales se convirtieran en simples pastos para ovejas. El dinero excedentario permitió a los siervos de la gleba comprar su libertad y las tierras donde trabajaban, y ganar así su nueva condición de propietarios.

El desarrollo demográfico de las ciudades aumentó bruscamente la demanda de artículos del campo. Éstos y otros motivos produjeron la concentración de tierras en manos de los agricultores y una necesidad de incrementar la producción.

Esta situación se agravaría con el advenimiento de la Revolución Industrial en el siglo XIX. La consecuencia directa de estos cambios fue una mejora radical de las técnicas agrícolas. Entonces
comenzó a crecer la producción gracias a los nuevos cultivos más rentables, al desarrollo de los fertilizantes, al perfeccionamiento de los sistemas de rotación y a la creación de nuevos y más eficaces aperos de labranza y, más tarde, de máquinas agrícolas.

Inglaterra fue el país que más rápido y mejor aprovechó esta revolución agrícola. En el siglo XVII, comenzó a exportar su excedente de trigo, actividad poco común en la época. Cuando esta exportación cesó, ello se debió al aumento del consumo interno y no tanto al descenso productivo. No obstante, en el año 1800, la producción de trigo se había duplicado respecto a la media de la Edad Media y, en 1870, se había triplicado. El motivo de este éxito productivo era, fundamentalmente, la concentración de tierras, que favorecía la iniciativa privada tendente a aumentar la producción mediante el desarrollo de técnicas agrarias cada día más perfeccionadas.

La Revolución Francesa parceló y vendió a los campesinos las tierras de los señores. En Europa,
salvo en los países escandinavos, donde la Edad Media agrícola perduraría hasta aproximadamente la Primera Guerra Mundial, se entró en la era agrícola moderna gracias a la concentración de las tierras. En América y Asia, las cosas fueron sensiblemente distintas. En América, porque persistían los grandes latifundios o haciendas. En Asia, porque la gran densidad demográfica impidió el desarrollo de la agricultura, demasiado presionada por la demanda.

De esta época posterior a la revolución datan algunos de los avances más importantes en la tecnología agrícola: la diversificación de cultivos, el empleo de abonos artificiales, el arado en profundidad, la intensificación de cultivos como la remolacha azucarera o la patata –que emanciparían a Europa de las colonias americanas-, el inicio de la agricultura especializada, etcétera.

En la Edad Moderna, las mejoras en las técnicas agrícolas se han orientado fundamentalmente hacia el ahorro de una serie de bienes cada vez más escasos en el campo. Debido a la escasez de mano de obra se ha tenido que utilizar cada vez más maquinaria agrícola. Hoy –salvo frutas y hortalizas, cuyo proceso de mecanización es muy complicado-, la mayor parte de los productos vegetales se trabajan mediante máquinas: la plantación y la cosecha de cereales y de plantas forrajeras son un buen ejemplo de ello.

Por otro lado, el descenso de precios en el mercado obligó a economizar gastos y rentabilizar al
máximo el uso del suelo, el agua y la energía. Asimismo, se han seleccionado las especies más rentables, empleando a menudo técnicas de manipulación genética. Con ella se han obtenido híbridos de plantas muy resistentes a todo tipo de clima y a las plagas y las enfermedades. Para ello no se ha hecho más que seleccionar los genes útiles de la planta y eliminar los que, no siendo de utilidad, supusieran una merma a su desarrollo.

También han proliferado nuevas técnicas de labranza. Así, la labranza con recubrimiento o la labranza-sembrado son técnicas que eliminan el arado previo propio de las técnicas tradicionales. La técnica de la no-labranza o labranza cero es una práctica de cultivo en hilera basada en un método de pulverizado-plantado-recolección que da excelentes
resultados en suelos con buen drenaje. Estos métodos de sembrado sin labranza tienen varias ventajas: se obtienen cosechas múltiples y se minimiza la erosión del suelo y la pérdida de agua por evaporación y escorrentía. Pero, sobre todo, se ahorra tiempo, energía y trabajo, y se abarata el coste final del producto.

En lo referente a la protección de los cultivos, los avances también han sido importantes. La fumigación aérea con insecticidas cada vez menos dañinos para la planta o la lucha biológica contra los insectos mediante la multiplicación controlada de especies depredadoras son ya técnicas muy comunes. La termoterapia o tratamiento por calor de las plantas se ha mostrado también muy útil en la prevención de enfermedades víricas. La lucha contra las heladas se realiza a menudo con técnicas basadas en sistemas de calefacción artificial o con ventiladores elevados.

Frente a todas estas nuevas técnicas agrícolas artificiales surgen voces discordantes que advierten que
el campo se está contaminando con pesticidas artificiales y abonos químicos, lo cual -continúan- está empobreciendo el suelo y empeorando, en general, el medio ambiente. La agrobiología o agricultura biológica o ecológica, surgida a principios del siglo XX como respuesta a la tecnificación del campo, propone el uso de abonos vegetales compuestos –compost- y abonos verdes en lugar de los artificiales. Insiste también en la conservación de la vida microbiana del suelo evitando el volteo de la tierra. El monocultivo, considerado antiecológico, se sustituye en la agrobiología por una combinación de asociaciones y rotaciones de cultivos.

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