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miércoles, 4 de junio de 2014

Filosofía y Epistemología - La diferencia entre saber y conocer


El amante desengañado, el médico que inquiere los síntomas de su paciente y el físico que acelera partículas –que no puede ver ni tocar- para ver si se descomponen en otras- que tampoco podrá ver ni tocar- están aplicando tácticas comunes. Estas tácticas, y su legitimidad, es lo que analiza una de las ramas principales de la filosofía: la epistemología.

La epistemología comienza en el momento en que el hombre se da cuenta de que las cosas no son lo que parecen. Apariencia y realidad son dos cosas bien distintas… hasta que intentamos definirlas. Éste ha sido, desde su origen, uno de los problemas centrales de la filosofía. La otra cuestión nace de esa dificultad: ¿qué es el conocimiento?

Tiene que ver con la percepción, pero no es idéntico a ella. Los sentidos nos dicen que el Sol gira
alrededor de la Tierra una vez al día, que el palo sumergido en un vaso de agua está partido y que la materia está llena. Pero la realidad contradice a los sentidos. La Tierra es la que gira alrededor del Sol, la materia es un 99% de vacío y el palo en el vaso no está partido, aunque queda pendiente el cómo determinar su verdadero estado.

De hecho, todos aseguraríamos que el palo está entero, pero es muy difícil reconstruir los pasos que hemos dado para llegar a esa certeza. Si sacamos el palo del agua, ¿cómo asegurar que no es el agua la que lo está partiendo? Podemos recurrir al tacto, y él seguramente nos dará la sensación de su continuidad, pero ¿exactamente qué motivo hay para fiarnos más de un sentido que de otro? Las manos no son menos falibles que los ojos: si una persona calienta una mano, enfría la otra sumerge ambas en un mismo líquido a temperatura media, una mano dirá que el agua está fría y la otra, que caliente. Lo que habría que corregir es el concepto de caliente y frío: está frío con respecto a una mano y caliente con respecto a la otra; el problema aquí consiste en saber recibir y ordenar los datos.
En cuanto a los sentidos, la respuesta es que ninguno por separado puede dar una información completamente fiable, que necesitan corregirse unos a otros y que todos han de ser controlados por eso que llamamos razón, que por su parte, lamentablemente –quizá para dar trabajo a los epistemólogos a lo largo de la historia- también está sujeta a error.

Otro problema básico es cómo saber lo que ocurre en la mente de otras personas. Saber, por ejemplo, si las sensaciones que tienen son equivalentes a las nuestras. Podemos sufrir una fractura del brazo, después ver a otra persona con la misma fractura y, por tanto, deducir lo que está padeciendo. Pero no es una deducción del todo legítima, pues no es posible comparar ambos dolores: entre otras cosas, no es posible averiguar si esa persona es más o menos sensible al dolor o, incluso, si sólo está fingiendo.

Tampoco es posible conocer los contenidos de la mente ajena: si está realmente enamorada de
nosotros o si eso a lo que llamamos “rojo” corresponde en ella a la misma sensación. El conocimiento de la realidad, de la que nuestra mente y la de los demás forma parte, ha sido un tema central en la ética, la estética, la lógica, la filosofía del lenguaje –discutiendo la relación entre el concepto y lo que se expresa-, la filosofía de la ciencia -¿qué método usar para no dejarse engañar por las apariencias?- y la metafísica –en su búsqueda de la naturaleza esencial del mundo-.

Saber cómo, saber dónde, saber por qué, conocer a alguien, saber algo… Durante el siglo XX, los filósofos han estudiado con detalle qué significan estas expresiones. Bertrand Russell (1872-1970) llamó conocimiento por experiencia a las expresiones “conocer a Pedro” o “conocer Roma”. Uno no puede decir en pleno siglo XX “conozco a Galileo Galilei”, pues no ha tenido trato con él. Para hablar de Galileo recurriría al que Russell llamó “conocimiento por descripción”.

Russell intentaba en el fondo demostrar que el sistema de conocimiento está organizado de forma que unas formas del conocimiento dependen de otras. Las frases del tipo “sé cómo…” indican generalmente una habilidad que la persona tiene: por ejemplo, nadar o escribir con los cinco dedos sobre un teclado. Uno puede tener dicho conocimiento sin necesidad de que sea directamente expresable, pues no puede comunicar a otro cómo escribir a máquina: puede hacerle pasar por los mismos ejercicios que lo han llevado a desarrollar la destreza, pero no puede transferirla.

Lo contrario ocurre con las frases del tipo “saber que…”. Uno puede saber que tal perro es peligroso, y puede comunicarlo directamente sin necesidad de enfrentar a la otra persona con el animal. Es el llamado “conocimiento proposicional”. El filósofo Gilbert Ryle (1900-1976) dijo que, dadas esas diferencias, muchos casos de “saber cómo…” no pueden ser reducidos a “saber que…” y, en consecuencia, los tipos de conocimientos son independientes unos de otros.

Las distinciones genéricas entre los tipos de conocimiento son, básicamente, las siguientes:

-Incidental-disposicional, que se aplica tanto a casos de “saber que…” como a “saber cómo…”: uno
puede decir que un terrón de azúcar se disolverá si se sumerge en agua –disposición- y puede comprobar que efectivamente se disuelve si se sumerge –incidente-.

-A priori-a posteriori: un conocimiento a priori es, por ejemplo, “todas las esposas están casadas”; un conocimiento a posteriori es “perro peligroso”; de las esposas podemos decir, sin conocerlas a todas, que están casadas, porque si no están casadas no son esposas; pero para decir lo mismo del perro hay que haber tenido algún trato con él, que haya atacado a alguien –eso sería para el filósofo una “investigación empírica-.

-Necesario-contingente: un conocimiento es necesario si es verdad bajo todas las circunstancias –“todas las esposas están casadas”- y es contingente en caso contrario: “perro peligroso”, posiblemente para el intruso, pero no para el dueño. Muchas proposiciones necesarias son también a priori, y muchas proposiciones a posteriori son contingentes.

-Analítico-sintético: una proposición es analítica si el contenido del predicado puede ser deducido del sujeto: “todas las esposas están casadas” es un argumento analítico porque de “esposa” se deduce “está casada”; un término es “sintético” en el caso contario: por ejemplo, de “perro” no podemos deducir “peligroso”; algunas proposiciones analíticas son a priori y la mayoría de las proposiciones sintéticas son a posteriori. Estas distinciones fueron usadas por Kant (1724-1804) para elucidar una cuestión esencial en la epistemología: ¿qué juicios sintéticos a priori son posibles? tema central de su “Crítica de la razón pura”.

-Tautológico-significativo: una proposición es tautológica si sus constituyentes se repiten a sí mismos o pueden ser reducidos a términos de “a=a”; una proposición es significante si da información nueva.

-Lógico-de hecho: “si A, entonces B” es una construcción lógica: si “esposa”, entonces “casada” es
su aplicación; las proposiciones “de hecho” suelen ser, como en “perro peligroso”, a posteriori, contingentes y sintéticas. Saul Kripke (1940) argumentó que todas estas sentencias son necesarias, incluso las más triviales como “un perro es un perro”. Un ejemplo de esto es la astronomía antigua, que creía que la estrella de la mañana y la estrella de la tarde eran dos entidades diferentes: los planetas Venus y Mercurio. El descubrimiento de que a veces Venus salía por la mañana y otras por la tarde, y que lo mismo ocurría con Mercurio, era algo más que “Venus es Venus, Mercurio es Mercurio y Venus no es Mercurio”: la determinación de que “A es igual a A” y “A no es igual a A” es, al fin y al cabo, el principal objetivo de la ciencia y el conocimiento.

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