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jueves, 12 de septiembre de 2013

El tomate: ¿fruta u hortaliza?



Redondo u oblongo (de pera), el tomate se toma en salsa, en sopa, en zumo, en ensalada, crudo o guisado, incluso relleno. Acompaña a numerosos platos, sobre todo en las recetas provenzales en Francia y en los países mediterráneos. Es decir, el tomate se consume… como hortaliza. Y sin embargo, sin la menor ambigüedad científica posible, la botánica lo clasifica en la familia de las frutas.

La palabra tomate sería la deformación de un término utilizado por los indios americanos. Los incas, el pueblo peruano que dominó las mesetas andinas entre los siglos XII y XVI, cultivaban tomates pequeños que se parecían a los tomates cherry tan de moda actualmente. También conocían esa planta los aztecas, a la que llamaban jitomatl. Los españoles que se lanzaron a la conquista de América en el siglo XVI ya informan de esas plantas de un curioso fruto rojo. Y los monasterios de Sevilla, que no dudaron en especializarse en las rarezas botánicas del Nuevo Mundo, se pusieron inmediatamente a cultivar el tomate. Su fruto no sólo invadió rápidamente la cocina de toda la cuenca mediterránea, sino que adquirió fama de afrodisíaco, lo que facilitó su difusión. Y más cuando un botánico italiano le atribuyó misteriosas virtudes mágicas, clasificando al tomate al lado del a mandrágora. Era lo único que faltaba para que ese fruto rojo con forma de corazón tomara el nombre de “manzana del amor”.

Mientras el tomate hacía las delicias de los gastrónomos del sur de Europa, un científico inglés
afirmaba en 1560 que esa fruta no debería comerse bajo ningún concepto ni con ningún pretexto. En un estudio, aquel herborista famoso llegó a decir incluso que el tomate era sencillamente tóxico. Asustados, los británicos abandonaron rápidamente el fruto prohibido. Hubo que esperar hasta 1730 para que los ingleses más lanzados empezaran a utilizar el tomate en las sopas. Hasta entonces, la planta se utilizaba sólo como decorativa en los jardines.

En cuanto a Estados Unidos, tuvieron que pasar casi tres siglos para que aceptaran un tomate que hoy
día acompaña orgulloso a todas las comidas americanas desde el inevitable recipiente del kétchup. Porque, cuando el fruto gozaba de su esplendor en la cuenca mediterránea, todavía algunos al otro lado del Atlántico lo encontraban demasiado próximo a plantas sospechosas de connivencias satánicas, como la mandrágora y la belladona.

Habrá que esperar hasta principios del siglo XIX para que los cocineros de Carolina del Sur incorporen el tomate a sus salsas y guisos. Al fin, entre 1835 y 1840, una gigantesca operación de marketing por parte de los médicos libró a la “manzana del amor” de los rumores infundados que la habían acompañado y el tomate se puso de moda. El país sufrió una especie de tomatemanía: recetas, consejos, píldoras, libros, artículos de periódico… El fruto se impuso como alimento indispensable para la salud, incluso ¡como planta milagrosa que curaba la tos y prevenía contra el cólera! Los americanos nunca han tenido término medio.

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