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sábado, 7 de septiembre de 2013

Charles Manson: Satán en Hollywood (y 2)


 

(Viene de la entrada anterior)

California, julio de 1967, “el verano del amor”. El ex recluso Manson se queda atónito al ver cómo ha cambiado el mundo desde 1960. El eslogan “haz el amor y no la guerra” corre de boca en boca, mientras los grupos musicales de la Costa Oeste –Beach Boys, Grateful Dead, Jefferson Airplane- suenan por doquier; las chicas no llevan sujetador y los porros pasan de mano en mano. Entusiasmado, se une a la comunidad hippy de San Francisco, donde se dedica a tocar la guitarra y cantar por las calles. Al sentirse bien recibido en todas partes se pregunta si no será que ha nacido de nuevo. Se encuentra en el cielo.

Sobre todo cuando Mary Brunner, una bibliotecaria de 23 años, lo acoge en su hogar. Bajo su aspecto de mujer formal y recatada, Mary es toda una pionera del activismo ecológico. La idea de la protección del medio ambiente resulta totalmente nueva para Manson, quien pronto percibe su fuerza motivadora y potencial lucrativo. Gobiernos, empresas, profesores, padres, los jueces y carceleros que han abusado de él…, todo forma parte del sistema opresor que esquilma el planeta y lo destruye. Por fin ha encontrado su visión del mundo y la predica con elocuencia ante un auditorio de jóvenes que le escuchan con fervor: “Yo os mostraré el camino para salvar la Tierra y acabar con los poderes que la destruyen. Pero el paso lo tenéis que dar vosotros; yo sólo soy un preso en libertad condicional y están esperando cualquier oportunidad para volver a encerrarme”.

Así como Mary Brunner estimuló el intelecto de Manson, él fue su guía en el terreno sexual. Y debió de ser muy persuasivo, porque ella permitió que Darlene, una chica de 16 años que Charlie había recogido en la calle, se quedara a vivir en su casa. El triángulo parecía congeniar muy bien, pues siguiendo el lema “nadie pertenece a nadie; el amor es universal”, Manson retozaba con Darlene durante el día y pasaba las noches con Mary. Éste fue el origen de La Familia.

Al poco tiempo, Mary Brunner dejó su trabajo en la biblioteca universitaria y los tres se lanzaron a recorrer California en un viejo autobús escolar, visitando comunas y captando nuevos acólitos. Pronto llegaron a juntarse a bordo quince chicas, dos de ellas de 14 años, y cuatro o cinco chicos. Al mando, un Manson cada vez más arrogante y seguro de sí mismo.

La troupe se convirtió en la atracción de la Costa Oeste, desde Oregón hasta Los Ángeles, y millonarios, músicos y estrellas de Hollywood fueron presa de la fascinación por esa caravana del amor llena de jovencitas ávidas de aventura. Las puertas de las mansiones se abrían para La Familia, cuya presencia era bien recibida en las fiestas más salvajes. Dennis Wilson, batería de los Beach Boys, los alojó en su casa.

Y fue precisamente Dennis Wilson quien, sin saberlo, se convertiría en el catalizador de la tragedia
que se avecinaba. Dennis, que aprecia las canciones folk-rock de Manson, decide trabajar con él en el estudio de grabación y le presenta al productor discográfico Terry Melcher (hijo de Doris Day), que por aquel entonces vivía en una bonita casa de las colinas de Hollywood al final de una empinada calle sin salida. La dirección: Cielo Drive, 10050. Allí acude Charlie a menudo con intención de presionar a Melcher para que le firme un contrato, pero el productor le da largas. Al cabo de unos meses aparece en el mercado un nuevo álbum de los Beach Boys titulado “20/20”, que incluye “Never Learn Not To Love”. La canción aparece firmada por Dennis Wilson, pero tanto la letra como la música parecen calcadas de un tema compuesto por Manson. Éste se sube por las paredes; sabe que tiene talento, trabaja para forjarse una carrera y llegan esas adineradas estrellas de pop que viven en lujosas mansiones y le estafan. ¡Cerdos!

Así las cosas, llegamos al verano de 1969, recordado por el multitudinario festival de Woodstock. La Familia reside en el rancho Spahn y se mantiene unida por el sexo, la música, los viajes psicodélicos y la convicción de que su forma de vida es la correcta y no la que pregonan las familias convencionales y los representantes del orden establecido. Sin embargo, pese a que algunos miembros del círculo íntimo siguen fieles al ideal de paz y amor, la penuria económica acecha al grupo y Manson vuelve a robar coches y a frecuentar antiguos compañeros de chirona, peristas y rateros.

Finalmente, dos asuntos de drogas desencadenan la espiral de violencia. Por un lado, Charles Manson dispara contra un hombre de color que mantenía una disputa por un alijo de marihuana con el miembro de La Familia Tex Watson, de 23 años; desde entonces, Charlie vivirá temiendo la venganza de los negros radicales.

Por su parte, otro miembro de La Familia, el músico Bobby Beausoleil, de 25 años, se ve envuelto en una pelea con el profesor de música y traficante de mescalina Gary Hinman. Días después, Manson, Beausoleil y una de las chicas del grupo, Susan Atkins, se presentan en casa de Hinman para pedirle dinero. Cuando éste se niega, Manson le corta una oreja y abandona el lugar diciendo a sus acólitos: “Haced con él lo que queráis”. El 31 de julio, el cuerpo del traficante apareció cosido a puñaladas; Beausoleil fue detenido por asesinato mientras conducía el coche de Hinman.

Dos delitos de sangre, pánico a los negros radicales y miedo a la policía: la paranoia crece en el seno de La Familia. Urge buscar un escondite y Manson lo encuentra en una granja abandonada y aislada, situada lejos de Los Angeles, en los límites del Valle de la Muerte. El rancho Baker se convierte en el santuario donde La Familia se prepara para vivir el fin del mundo. Mezclando citas de la Biblia y canciones de los Beatles, aderezadas con unas gotas de odio racial y terrorismo ecológico, Charlie ha elaborado la teoría, aceptada ciegamente por sus fieles, de que el apocalipsis está próximo. Admirador del cuarteto de Liverpool, durante un viaje de ácido nuestro protagonista recibió la “revelación” de que el beatleiano “White Album” era un mensaje destinado a él, Charles Manson. ¡Está clarísimo! La canción “Revolution nº 9” no es sino un trasunto de Revelation 9, noveno capítulo del Apocalipsis; y el quinto ángel que sale en dicho libro bíblico no es otro que Manson (“hijo del hombre”, en inglés), mientras que los cuatro que le preceden son los propios Beatles.

En su delirio, Manson se siente el ángel exterminador enviado para castigar a los impíos que dañan la
Tierra y “no llevan el sello de Dios en su frente”. ¡El “White Album” no deja lugar a dudas! Pero “Revolution nº9” y su grito “rise!” (“¡levantáos!”) no es el único mensaje dirigido a Charles, el elegido. También están “Piggies” (“Cerditos”) y “Helter Skelter”, símbolo del caos. Manson cree que el fin del mundo vendrá por una violenta guerra racial en la que los negros destruirán a todos los blancos, menos a La Familia, que sobrevivirá en su escondite del desierto y resurgirá para recuperar el poder blanco y salvar la Tierra. Sólo hay que esperar a que los “estúpidos negros” empiecen la batalla de una vez.

Ajena a estas fantasías paranoicas, la policía estrecha el cerco en torno a La Familia. Ya han atrapado a uno de sus miembros (Beausoleil) y a principios de agosto de 1969 detienen a Mary Brunner –que por entonces había tenido un hijo de Manson- cuando intentaba comprar con tarjetas de crédito robadas. Este hecho hace perder los nervios a Charlie, quien decide que ha llegado la hora de actuar, dado que los radicales negros no parecen dispuestos a tomar la iniciativa.

La tarde del viernes 8 de agosto envía a tres de sus chicas más leales, Susan Atkins, Patricia Krenwinkel y Leslie van Houten, acompañadas de Tex Watson, a la casa de 10500, Cielo Drive. Manson sabe que el productor musical Terry Melcher ya no vive allí, pero eso es lo de menos: el inquilino que la habite será otro cerdo millonario y la situación de aislamiento de la villa resulta idónea para una fechoría. Tras recibir las instrucciones del maestro y hacer acopio de pistola y cuchillos, el cuarteto se pone en marcha hacia el refugio de Sharon Tate y sus amigos, cuyo espantoso y ya narrado final tuvo lugar esa misma noche.

El asesinato de Leno y Rosemary La Bianca fue perpetrado al día siguiente con el fin de hacer creíble la ficción de que había comenzado una oleada de crímenes racistas por parte de negros radicales. En esta ocasión, el propio Manson junto a Tex Watson, Patricia Krenwinkel y Leslie van Houten, todos bien colocados de ácido lisérgico, parten en busca de una mansión cuyos habitantes se ajusten al odiado patrón de “cerdos”. Cuando eligen la de los La Bianca, Manson entra por una ventana, ata a los dueños de la casa, da las instrucciones a sus acólitos y se esfuma.

Transcurrieron agosto y septiembre y la policía no encontraba respuesta para los asesinatos. Tiene
que producirse la detención de Susan Atkins, acusada del asesinato de Gary Hinman, para que empiece a hacerse la luz sobre el caso. En la prisión donde permanece recluida en régimen preventivo, Susan no para de hablar con sus compañeras acerca de su emocionante vida, de La Familia, de sus viajes con LSD, de lo excitante que resulta ver y probar la sangre… del placer de matar. El 12 de octubre, la policía detiene a Charles Manson junto a parte de La Familia en el rancho Baker.

El juicio dura un año y medio. Manson es el diablo, pero no ha matado a nadie: las tres chicas angelicales que lo han hecho por él escandalizan al mundo cuando confiesan alegremente su protagonismo en la matanza, que habrían realizado como un “acto de amor”. En marzo de 1971, Manson, Susan Atkins, Patricia Krenwinkel y Leslie van Houten fueron condenados a muerte, al igual que Tex Watson y Bobby Beausoleil en otro proceso paralelo. Sentencia que les fue conmutada por la de cadena perpetua tras la supresión de la pena capital.

En los años siguientes, casi todos sus miembros se arrepintieron de su pasada pertenencia a La Familia. En la cárcel, Tex Watson y Susan Atkins se convirtieron a la secta de los Cristianos Renacidos. Sin embargo, algunos permanecieron leales a Charlie y trataron de liberarle a través de acciones espectaculares. Como Lynette Fromme, en 1975, con su atentado fallido contra el presidente estadounidense Gerald Ford; o Sandra Good, quien en 1977 envió 3.000 cartas amenazadoras a presidentes y gerentes de empresas a los que consideraba destructores del medio ambiente.

De alguna manera, la siniestra lógica mansoniana –hay que asesinar para salvar el mundo- ha tenido
continuidad hasta nuestros días en fenómenos como el terrorismo radical de signo ecológico o los crímenes de enemigos de la tecnología como UnaBomber. Y del racismo de Manson y su declarada admiración por Hitler parte otra senda sangrienta que lleva hasta los supremacistas blancos de Norteamérica, los neonazis europeos y los rockeros de corte fascista como Marilyn Manson. Por otra parte, la adhesión ciega que caracterizó a los miembros de La Familia enlaza con otras sectas milenaristas como la que provocó la matanza de Waco (Texas).

En todo caso, aún no se aclarado el motivo que empujó a unas chicas jóvenes y aparentemente
positivas a asesinar sin ningún escrúpulo. Es posible que el consumo de drogas psicodélicas tuviera algo que ver en ello. Susan Atkins, quien durante sus dos años en La Familia hizo cientos de viajes de ácido, además de tomar marihuana y hongos alucinógenos, declaró que “con el LSD te sientes libre de culpa”. Pero lo más probable es que gran parte de la respuesta resida en la personalidad de Manson: un joven perdido convertido en vigoroso macho, manipulador, carismático y dotado de magnetismo sexual para atraer a mujeres jóvenes.

Manson lleva cuarenta años consecutivos entre rejas y sigue presentando peticiones de libertad condicional por diversión, mientras continúa manteniendo su inocencia en los crímenes. “Yo no lo hice”, grita a quien quiera oírle. “fueron ellas quienes los apuñalaron. Ellas, vuestras hijas, que se acercaron libremente a mí”. Era un don nadie y hoy es un mito de la historia contemporánea. Vivió dos años increíbles, ardientes, salvajes, de los que conserva muchos recuerdos. Charles Manson morirá en su celda, lo cual, en su caso, no está mal.

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