Desde épocas remotas el hombre no ha dejado de maravillarse ante el fenómeno de la migración de las aves, uno de los espectáculos más enigmáticos e impresionantes que la Naturaleza pueda ofrecernos. Cada año, miles de millones de aves de todo el mundo reemprenden un largo y tortuoso camino en busca de las condiciones apropiadas para alimentarse y criar a sus pequeños.
Durante los primeros días de otoño, varios cientos de miles de cigüeñas blancas se arremolinan inquietas en torno al estrecho de Gibraltar, entre el sur de la Península Ibérica y el continente africano. Con sus enormes alas blanquinegras, las cigüeñas esperan el momento en el que una potente masa de aire caliente las eleve lo suficiente como para atravesar, con el menor gasto de energía posible, los escasos 14 kilómetros de mar que las separa de África y continuar así su largo viaje hacia el sur.
Se calcula que, sólo desde Europa, más de 5.000 millones de aves emigran a África para pasar el invierno. Durante este periodo, el instinto migratorio es tan acusado que no parece importarles cualquier otra cosa que no sea llegar a sus destinos. Se ha observado, por ejemplo, que muchas especies que guardan una clara relación predador-presa durante el resto del ciclo anual vuelan juntas sin el menor instinto de ataque o de huida entre ellas, lo que sin duda demuestra la importancia y la prioridad de la migración.
Cualquier ave migradora está dispuesta a recorrer varios miles de kilómetros para obtener una sustancial mejora en sus necesidades alimentarias o reproductivas. Con la llegada de la primavera, la pequeña golondrina común, con sus poco más de 19 gramos de peso, recorre cerca de 10.000 km desde sus cuarteles de invierno en África hasta Eurasia, donde, en esa época, la abundancia de insectos es mayor y los días son mucho más largos que en las zonas cercanas el ecuador, con lo que disponen de más tiempo para conseguir alimento para ellas y para sus polluelos.
No obstante, pese al denominador común que supone el mayor aprovechamiento de los recursos con vistas a la reproducción, el desencadenante del fenómeno de la migración varía de unas especies a otras.
Tal vez, uno de los ejemplos más llamativos en cuanto al componente innato de las pautas migratorias lo protagonicen los jóvenes cuclillos que, pese a no haber tenido contacto alguno con sus padres, son capaces de seguir sus mismas rutas migratorias y de reunirse con los adultos en las zonas de invernada, en el sur. Muchas aves se muestran especialmente intranquilas durante la época de migración. Por ejemplo, la inquietud migratoria en las currucas capirotadas cautivas está relacionada con el tiempo que tardarían en efectuar su viaje migratorio.
Pero existe también un buen número de especies cuya necesidad de desplazamiento varía en función de las condiciones ambientales de un lugar y de un momento determinados. La mayoría de las golondrinas comunes del sur de la Península Ibérica o los chorlitejos tildíos de las regiones costeras del golfo de México permanecen durante todo el año en sus territorios de cría. La proliferación de nuevas fuentes de alimentación –en su mayor parte debidas a las basuras generadas por los humanos-, las continuas sequías en las zonas de invernada o la gradual subida de las temperaturas como consecuencia del cambio climático hacen que muchas aves se encuentren cómodas en sus áreas de cría y no necesiten recorrer miles de kilómetros.
Las aves migratorias demuestran poseer una extraordinaria y envidiable condición física. El diminuto colibrí rojizo, con una envergadura alar de 12 cm y un peso de tan sólo 2 gramos, es capaz de desplazarse desde Canadá y el norte de Estados Unidos hasta México, en un viaje que puede abarcar los 6.000 km. Pero sin un buen sistema de orientación todos los esfuerzos serían totalmente inútiles.
Las aves pueden utilizar tres sistemas diferentes –tres brújulas- para orientarse: el magnetismo terrestre, la posición de las estrellas y la del Sol. Se han descubierto partículas microscópicas de magnetita –conocidas como magnetosomas- no sólo en aves, sino también en reptiles, peces, insectos y mamíferos –incluido el hombre-. Incluso algunas bacterias acuáticas contienen minúsculas cantidades de magnetita que parecen afectar a su comportamiento natatorio (no pregunten dónde está la cabeza de una bacteria). Mediante un fenómeno llamado magnetotaxis, estos cristales de magnetita alojados en el cerebro están conectados a ciertas terminaciones nerviosas receptoras que convierten la señal magnética en impulso nervioso. El comportamiento migratorio asociado a este sistema ha sido ampliamente estudiado en petirrojos.
El rango de sensibilidad es muy estrecho; es decir, las brújulas internas no parecen detectar campos magnéticos mucho más débiles o más fuertes que el de la Tierra. Una investigación reciente sugiere que, al menos en algunos animales, la capacidad de percibir la dirección de la brújula puede implicar receptores de luz que recogen información del campo magnético de la Tierra.
La posición del Sol es igualmente importante y el uso que de él hacen las distintas especies, muy variado, desde el simple dato de que sale por el este y se pone por el oeste hasta su posición relativa en un momento determinado. Algunos investigadores han sugerido que una estructura interna del ojo –el pecten oculi- podría funcionar como un reloj de sol, proyectando una sombra sobre el fondo del globo ocular que proporcionaría una inestimable ayuda en la orientación del ave.
Sólo los pájaros que emigran de noche, tienen una brújula estelar. Los polluelos no nacen con un mapa de las estrellas grabado en la memoria, sino con la capacidad de detectar el centro de rotación de la bóveda celeste, lo que resulta, sin duda, mucho más importante, ya que el eje de rotación va desplazándose a lo largo del tiempo y un mapa estelar transmitido genéticamente perdería su validez en un unos pocos miles de años. Otras claves ambientales utilizadas por los animales migradores, no propiamente llamadas brújulas, incluyen la dirección del viento, las marcas visuales del paisaje y los olores.
Por intrigante que sea la idea de una brújula interna, es sólo la mitad del misterio de cómo encuentran los animales su camino a casa. Si usted está perdido en el bosque, la utilización de su brújula para determinar dónde está el norte resuelve sólo la mitad de su problema. Usted tiene que saber dónde quiere ir; en otras palabras, necesita un mapa para tomar decisiones de navegación. Los científicos definen la navegación como la capacidad de encontrar el camino desde una posición poco familiar sin ninguna clave sensorial directa, tal como un olor, procedente del destino. Cuando un animal se limita a reandar sus pasos, los científicos no consideran que sea auténtica navegación. De todos los animales estudiados, las aves muestran la evidencia más clara de ser auténticos navegadores; pese a todo, los científicos todavía no entienden cómo sabe un pájaro en qué dirección está su hogar.
Los investigadores en magnetorrecepción realizan lo que llaman experimentos de desplazamiento/liberación. Llevan a los sujetos –ya sean palomas o seres humanos- a posiciones distantes y luego los sueltan. En un caso, los investigadores aplicaron campos magnéticos artificiales a las palomas antes de soltarlas, esperando que los campos desorientarían a las aves. Para su sorpresa, estas palomas mostraron incluso una orientación más precisa. Esto puede deberse a que el campo magnético aplicado servía para alinear las partículas magnéticas de la brújula interna de las palomas. Los resultados de experimentos con seres humanos que llevan barras magnéticas en su frente no han sido concluyentes. Por lo tanto, hasta que haya resultados más definitivos, usted haría bien en llevar una brújula y un mapa en su bolsillo.
Por otra parte, las aves desarrollan diferentes técnicas de vuelo, la mayoría de ellas encaminadas al ahorro de energía. Las cigüeñas, las grullas o las aves rapaces, con sus alas anchas y su capacidad de separación de las plumas timoneras –lo que les da ese aspecto de volar con los dedos extendidos- son buenos ejemplos de aves que aprovechan las corrientes de aire ascendente –térmicas-. De esta manera ganan altura y sólo tienen que dejarse caer mientras avanzan. Las aves marinas, de alas largas y estrechas, se dejan llevar por un vuelo planeado a favor del viento llamado planeo dinámico. Unas especies alternan cortos periodos de aleteo con pequeños planeos y otras, como los patos, migran con un aleteo continuo.
La necesidad de migrar no es exclusiva de las especies con capacidad de vuelo. En las extensas llanuras de África, algunos avestruces recorren cientos de kilómetros durante la estación seca de la misma manera que los pingüinos emperadores pueden recorrer grandes trayectos para llegar a sus lejanas zonas de cría. El emú es una especie nómada que puede llegar a recorrer 1.000 km en un año siguiendo el patrón de las precipitaciones.
El alca común, aun siendo perfectamente capaz de volar, suele realizar sus migraciones a nado, ya que los polluelos aún no han completado su desarrollo y no han aprendido a volar, mientras que los padres además de acompañar a sus jóvenes crías durante el viaje, están mudando su plumaje en el periodo de migración, lo que les impide ganar altura.
Uno de los métodos más utilizados en el estudio de las migraciones es el anillamiento. Muchas aves son capturadas mediante finas redes de hilo con el fin de colocarles sobre uno de sus tarsos una pequeña anilla de plástico o de metal en la que figura un número. El objetivo es conocer el lugar de procedencia, la fecha de anillamiento y otros datos de gran valor si el ave es posteriormente recuperada en cualquier otro punto del planeta.
Otros métodos de investigación incluyen sofisticadas técnicas de seguimiento por radio. Tras instalar un transmisor en un ave, es posible saber su posición exacta y el rumbo de sus desplazamientos examinando las señales captadas por un receptor. En ocasiones, se han utilizado aviones ultraligeros que han seguido bandadas durante horas, tomando todo tipo de datos sobre la altura, la velocidad, la posición o el ritmo de aleteo.
En el pasado, no existía ninguna técnica de estudio más que la observación directa. A lo largo de la historia, se han formulado hipótesis que hoy consideramos totalmente absurdas o descabelladas para explicar el fenómeno de la migración. Se sostenía que las aves, durante determinadas épocas del año, se transformaban misteriosamente en otras especies o que pasaban el invierno enterradas en el fango de los lagos y de los estanques hasta su resurgir en la primavera siguiente. Pero la realidad tal vez no sea menos fantástica.
sábado, 21 de abril de 2012
El viaje de las aves migratorias: ¿cómo se orientan los animales?
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