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miércoles, 21 de diciembre de 2011

1851-Exposición Universal de Londres (2)


(Continúa de la entrada anterior)

Las aportaciones extranjeras se agruparon por naciones. Francia envió una pequeña fuente que arrojaba agua de colonia y una estatua de zinc de la reina Victoria. El escultor americano Hiram Power presentó su propia versión de un esclavo griego “desnudo y puesto a la venta para que lo compre algún bárbaro oriental”. Samuel Colt expuso un revólver. Alfred Krupp, “un fabricante de Essen”, un cañón. Se mostraban cerraduras americanas baratas para competir con las inglesas y el telégrafo eléctrico de Siemens para competir con el británico. Había también un “tipógrafo”, antepasado de la máquina de escribir. Las Antillas enviaron marfil y perlas, Australia, carne en conserva y Chile un bloque de oro bruto de 152 kg. de peso. Las participaciones británicas estaban patrocinadas por la Royal Society of Arts, presidida por el Príncipe Alberto. Los miembros de esta sociedad visitaron a industriales y presidentes de diversas compañías, quienes prometieron miles de productos. Entre ellos figuraban una bañera mecánica para señoras, tirantes elásticos, cocinas de gas, una nariz de plata artificial, un casco submarino patentado, diversos tipos de máquinas voladoras, un “paraguas defensivo con estilete”, una locomotora express y el mencionado bloque de carbón de 24 toneladas.

La exposición fue una idea personal de Alberto. Decenas de caricaturas de la época le representaron pidiendo limosna para financiar su proyecto, en el que pocos creyeron al principio. Algunas de las críticas eran tan duras como delirantes, y procedían de lo más granado de la alta sociedad londinense y de figuras extranjeras tan influyentes como el rey de Prusia, un pariente de Victoria y Alberto que temía, entre todos los males, que los “rojos socialistas” aprovecharan la confusión del acontecimiento para asesinarle durante una de sus frecuentes visitas a Londres. El príncipe consorte le remitió la siguiente carta:

Los matemáticos han calculado que el Palacio de Cristal se hundirá en cuanto sople un
vendaval, los ingenieros dicen que las galerías se vendrán abajo y aplastarán a los visitantes; los economistas políticos predicen una escasez de alimentos en Londres por la vasta afluencia de foráneos; los médicos consideran que el contacto entre tantas razas distintas hará renacer la peste negra medieval; los moralistas, que Inglaterra se verá infectada por toda la escoria del mundo civilizado e incivilizado; los teólogos aseguran que esta segunda Torre de Babel atraerá sobre sí la venganza de un Dios ofendido. No puedo ofrecer garantías contra ninguno de estos peligros, ni me siento en posición de asumir responsabilidad alguna por las amenazas que puedan pesar sobre las vidas de nuestros reales parientes

La exposición dependió de fondos particulares, no públicos, y de una organización privada, no burocrática. Los contratistas de la construcción garantizaron el costo del proyecto en una fase crítica. El evento costó 336.000 libras y se hicieron llamamientos a empresarios, se organizaron banquetes para recaudar fondos, se enviaron circulares, se editaron folletos y se anunció el acontecimiento en la prensa con el fin de estimular la participación pública. La reina aportó 1.000 libras y el Príncipe Alberto 500, mientras miles de trabajadores y ciudadanos de a pie contribuyeron con modestas aportaciones, fruto de su trabajo.

Diversos comités gubernamentales se dirigieron a dignatarios cívicos, embajadores y Jefes de
Estado del mundo entero para invitarles a participar en el proyecto. Cincuenta países y colonias aceptaron participar con cerca de 109.000 productos. Las mercancías eran transportadas en carros de caballos hasta Hyde Park, donde los zapadores y mineros reales se ocupaban de su descarga. Sólo los productos británicos y los llegados de las colonias del Imperio ocupaban la mitad oeste del palacio, dejando la otra mitad para las mercancías del resto del mundo. Los artículos pesados, como máquinas de vapor y prensas hidráulicas, se exhibían en el suelo, mientras que los más ligeros y delicados, como sedas y tapices, se mostraban en la galería.

El pánico cundió al descubrir que China no había enviado suficientes artículos para cubrir sus 28 m2 de pabellón. Los miembros de la Comisión Real “saquearon” literalmente a los coleccionistas privados de tesoros orientales, reuniendo así apresuradamente unas 50 cajas con todo tipo de artículos. Los 113 productos aportados por Rusia, entre los que figuraban pieles de tigre y armaduras, no llegaron a tiempo por hallarse los puertos del norte del país bloqueados por el hielo, y no fue posible exhibirlos el día de la inauguración.

La exposición no era un bazar; nada de lo que se exhibía estaba a la venta. Lo más que podían comprar los visitantes eran los catálogos oficiales, medallas, refrigerios (pero no bebidas alcohólicas) y ramilletes de flores. El propósito era hacer inventario del progreso humano, en especial del avance de la industria del vapor en un mundo en el que las distancias se estaban acortando gracias al perfeccionamiento de los transportes. Los promotores querían que la organización fuera internacional porque creían que en un mundo de libre comercio, la industria británica era capaz de hacer frente a cualquier competencia. Uno de los primeros miembros de la comisión, que murió antes de que se inaugurara la muestra, fue sir Robert Peel, quien en 1846 había introducido el libre comercio.

Todos los objetos expuestos se dividieron en grupos y se sometieron al dictamen de jurados internacionales. Los premios mostraron la preeminencia de la destreza británica en ingeniería más que en diseño. En el grupo “Muebles, Tapizados, Papeles pintados, Papier-Maché y Artículos Barnizados”, los franceses ganaron cuatro medallas de un total de cinco. Pero en “Fabricación de Máquinas y Herramientas”, Gran Bretaña ganó 17 medallas de 24.

Entre el 1 de mayo y el 15 de octubre de 1851, día de la clausura, excluidos los domingos y los dos últimos días, en los que no se admitió público, el Palacio de Cristal recibió 6.063.986 visitantes. Algunos de ellos, como la reina, acudieron varias veces. Ya varias semanas antes de la inauguración, los curiosos se acercaban hasta el fabuloso Palacio de Cristal para contemplar los productos que iban llegando. La compañía de ferrocarril ofreció billetes a precios reducidos hasta Londres, y un servicio especial de transbordadores que hacía la travesía del Canal trasladó a
miles de visitantes franceses. Unas 25.000 personas compraron abonos para toda la temporada. La máxima asistencia se registró el 7 de octubre, cuando cerca de 110.000 personas cruzaron las puertas; entre ellas, una vez más, el duque de Wellington. Los visitantes de a chelín –cerca de 4 millones- pagaron 220.000 libras esterlinas del total de las 357.000 recaudadas. Los lunes y jueves eran días de chelín, los viernes de media corona (dos chelines y seis peniques), y los sábados de cinco chelines (desde el 2 de agosto, media corona). Con el fin de alojar a la avalancha de visitantes se publicó una guía de casas de huéspedes y hoteles baratos, en muchos de los cuales podía pasarse la noche por sólo 6 peniques. Un dispositivo especial de seguridad integrado por 6.000 policías, controlaba a las multitudes en Hyde Park.

El superávit de la exposición ascendió a unas 168.000 libras, que se destinaron a la compra de una propiedad en South Kensington, donde habrían de construirse los principales museos de Londres, la sede del Colegio Real de Arte y Música y el Albert Hall. El objetivo de los comisarios al emplear el remanente fue promover la educación industrial y la aplicación de la ciencia y el arte a las industrias productivas. Así, se puede decir que, en términos de público y de finanzas, la exposición fue un éxito notable.

Sin embargo, los mensajes que pretendió proclamar tuvieron menos éxito. La Guerra de Crimea, que estalló en 1854, ahogó las esperanzas de paz. El comercio estimuló rivalidades y conflictos tanto como la interdependencia. Gran Bretaña perdió su ventaja industrial. El evangelio del trabajo perdió su fervor. La estructura de hierro y cristal abrió una nueva era en la arquitectura. Gran parte de los objetos exhibidos fueron menospreciados en cuanto cambiaron las modas en cerámica y mobiliario.

Terminada la exposición, el Palacio de Cristal se trasladó a un nuevo emplazamiento en el sur de Londres. Allí ardió completamente la noche del 1 de diciembre de 1936. El resplandor se divisó en todo Londres.

3 comentarios:

AARF-Riópar dijo...

Hola Manuel, muy interesante tu artículo! ¿Tienes información sobre las empresas españolas que participaron en la exposición? ¡Gracias!

manuel dijo...

Hola.

Pues no, he buscado pero ese dato tan especializado no lo tengo entre mi biblioteca. No obstante, si estás muy interesado, podrías probar a repasar el catálogo oficial de la exposición. Google lo ofrece en el siguiente link:

http://www.google.es/books?id=OfMHAAAAQAAJ&source=gbs_summary_s&redir_esc=y

Un saludo

Anónimo dijo...

Existe una tesis doctoral sobre las empresas españolas participantes, puede verse en tesis en red. Es de Ana Belén Lasheras, universidad de Cantabria.