span.fullpost {display:none;} span.fullpost {display:inline;} saber si ocupa lugar: El coste de oportunidad

martes, 6 de diciembre de 2011

El coste de oportunidad

Por más ricos e influyentes que seamos, nunca tendremos tiempo suficiente a lo largo del día para hacer todo lo que queramos. La economía se ocupa de este problema a través de la noción de coste de oportunidad, que sencillamente plantea la cuestión de si nuestro tiempo o dinero estarían mejor invertidos en otro lugar.

Cada hora de nuestro tiempo tiene un valor. Cada hora que dedicamos a un empleo dado podría, con cierta facilidad, utilizarse de forma diferente, ya sea en otro trabajo, en dormir o en ver una película. Cada una de estas opciones tiene un coste de oportunidad diferente, a saber, lo que nos cuestan las oportunidades perdidas.

Supongamos que queremos ver un partido de fútbol. La primera posibilidad es ir al campo, pero las entradas son caras e ir y volver del estadio nos tomará un par de horas de mucho tráfico. ¿Por qué no mejor, podríamos razonar, lo vemos en casa y usamos el dinero y el tiempo que ahorramos en cenar con unos amigos? Eso es el coste de oportunidad: el uso alternativo de nuestro tiempo y dinero.

Otro ejemplo nos lo proporciona la decisión de ir o no a la universidad. Por un lado, habría que tener en cuenta que los años dedicados al estudio reportan abundantes recompensas, tanto en términos intelectuales como sociales, como el hecho de que los licenciados tienden a disponer de mejores oportunidades laborales. Por otro, habría que considerar los costes de las matrículas, de los libros y del trabajo que es necesario realizar para aprobar cada curso. Sin embargo, esta forma de plantear el problema pasa por alto el coste de oportunidad: los tres o cuatro años que pasamos en la universidad podrían dedicarse fácilmente a un empleo remunerado, en el que además de dinero en efectivo ganaríamos una valiosa experiencia laboral que mejoraría nuestro currículo.

El concepto de coste de oportunidad es tan importante para las empresas como para los individuos. Piénsese, por ejemplo, en una fábrica de calzado. El propietario planea invertir medio millón de euros en una nueva máquina que acelerará de forma espectacular el ritmo de la producción de zapatos de cuero. Ese mismo dinero podría igualmente ponerse en una cuenta bancaria en la que ganaría un 5% de interés anual. Por tanto, el coste de oportunidad de la inversión es de 25.000 euros anuales: la cantidad a la que se renuncia al invertir en la maquinaria.

Para los economistas, toda decisión está determinada por el conocimiento de aquello que ha de sacrificarse (en términos de dinero y disfrute) para poder adoptarla. Al saber con precisión qué obtenemos y a qué renunciamos, deberíamos ser capaces de tomar decisiones más racionales y mejor informadas.

Considérese la regla económica más famosa de todas: no existen comidas gratis. Incluso cuando alguien se ofrece a invitarnos a comer por nada, sin esperar que le devolvamos el favor o que conversemos durante la comida, el almuerzo nunca será completamente gratuito. El tiempo que se pase en el restaurante siempre nos costará algo en términos de las oportunidades que dejamos pasar.

Algunas personas encuentran la noción del coste de oportunidad sumamente deprimente, y la idea de pasarse toda la vida calculando si su tiempo estaría mejor empleado haciendo algo más rentable o más divertido les resulta insoportable. No obstante, en cierto sentido se trata de algo que forma parte de la naturaleza humana: todo el tiempo estamos valorando los pros y los contras de nuestras decisiones.

En el mundo de los negocios, existe un eslogan muy popular: “ Value for Money”, literalmente “valor por dinero”. La gente, se dice, quiere sacar el máximo provecho a su dinero. Sin embargo, hay otro lema que está ganando terreno con rapidez: “Value for Time, “valor por tiempo”. Dado que el principal límite que tienen nuestros recursos es la cantidad de horas que podemos dedicar a algo, buscamos maximizar los beneficios que obtenemos de nuestra inversión de tiempo. Al leer esta entrada, usted invierte una pequeña porción de su tiempo que bien podría dedicar a otras actividades: dormir, comer, ver la tele, etc. A cambio, esta entrada intentará ayudarle a pensar como un economista y considerar atentamente el coste de oportunidad de cada una de sus decisiones.

Nos demos cuenta o no, lo cierto es que todos hacemos juicios basándonos en la noción de coste
de oportunidad. Si tenemos en casa una cañería con una fuga de agua, puede suceder que decidamos reparar el problema nosotros mismos tras calcular que incluso comprando las herramientas necesarias, un libro de fontanería, etc, nos ahorraremos una suma considerable en comparación con lo que nos cobraría un profesional. Sin embargo, esa decisión tiene un coste adicional invisible, a saber, todo lo que podríamos hacer con el tiempo invertido en realizar la reparación (y ello sin mencionar el hecho de que el fontanero probablemente haga un mejor trabajo). Esta idea está estrechamente vinculada a la teoría de la ventaja comparativa.

En todo el mundo, los gobiernos emplean el argumento del coste de oportunidad de forma similar para abordar el problema de la privatización. El razonamiento no es sólo que las empresas de servicios públicos con frecuencia estarían mejor gestionadas en el sector privado, sino también que el dinero obtenido con su venta podría emplearse más eficazmente en inversiones públicas.

Ahora bien, las decisiones tomadas con la mirada puesta en el coste de oportunidad pueden a menudo salir mal. Entre 2001 y 2007, el Banco de España se desprendió de 26.000 millones de euros en reservas de oro. Con la entrada en circulación del euro, el antiguo banco emisor ya no necesita acumular reservas para sostener el tipo de cambio, ya que el responsable de velar por éste es al Banco Central Europeo y, en última instancia, los gobiernos nacionales. De la misma manera, la liquidez de la economía procede del Eurosistema, por lo que no tiene sentido acumular reservas de manera improductiva. En última instancia, la solvencia de un país ya no viene determinada por su capacidad para acumular reservas, sino por la salud de las cuentas públicas y privadas.

Por otra parte, muchos consideraban el oro una inversión poco rentable, por lo que el precio del
metal había caído. Por tanto, el Tesoro decidió vender el oro e invertir el dinero en otros asuntos. Pocos habrían podido prever que menos de una década después, el precio del oro aumentaría bruscamente hasta poco menos de 981 dólares la onza, lo que significa que el oro que se vendió entonces se podría hoy vender a un precio muy superior. El gobierno español obtuvo algunos beneficios al invertir el producto de la venta, pero nada comparable a lo que habría podido ganar si hubiera dejado el oro donde estaba para venderlo más tarde. Esto sirve para ilustrar uno de los peligros del coste de oportunidad: nos anima a creer que las manzanas del vecino siempre son mejores.

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