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domingo, 5 de julio de 2009

Ignacio de Loyola, un apuesto varón


Ignacio de Loyola nació hacia 1491 y murió en 1556, de lleno en el escenario de la Contrarreforma. De familia noble, recibió una formación adecuada a sus condiciones. Fue paje de los reyes Católicos y soldado, famoso entre las mujeres por su apostura y su elegancia y porte en el vestir. Fama de la que él sacó provecho hasta los treinta años, cuando, herido en una pierna en la defensa de la ciudadela de Pamplona contra las tropas francesas, tuvo que guardar cama, dedicándose durante este tiempo a la lectura de libros hagiográficos, lo que le llevó a una profunda conversión: la búsqueda de la santidad interior en vez de la gloria mundana.

Durante su estancia en Montserrat y en Manresa escribió sus famosos Ejercicios Espirituales, una técnica de autodisciplina que podía aplicarse colectivamente. Poco después peregrinó a Tierra Santa y de vuelta a España emprendió una tarea pletórica de voluntarismo y de ascética, aunque con claros rasgos místicos, que le acarreó algunos problemas con la Inquisición. Se dejó crecer los cabellos y las uñas y se abstuvo de ingerir carne.

Necesitaba, sin embargo, una mejor formación, por lo que emprendió un período de estudios filosóficos y teológicos en París hasta obtener el grado de maestro en 1535. Aquí se le agregaron seis estudiantes, entre los que se encontraban Francisco Javier y Pedro Faber, que se formaron en el espíritu ignaciano a través de los Ejercicios que Ignacio mismo dirigía. La estructura de su movimiento espiritual se fue desarrollando poco a poco, sin que se pensara en un principio en darle forma canónica. Ni siquiera el propio Loyola tenía claros los objetivos que perseguía. Su idea original era que trabajasen como camilleros y ayudantes de los hospitales de Jerusalén. Después, por razones prácticas, el área de operaciones se trasladó a Venecia. Fue en Roma donde se les consideró por primera vez como un grupo consolidado al que los mismos componentes le dieron el nombre de Compañía de Jesús.

En Roma, en 1539, se empezó la redacción de los Estatutos canónicos, confirmados por bula papal de Pablo III en 1540. En ellos se descubre el talante marcadamente activo y pastoralista dirigido a la propagación de la fe entre todo tipo de hombres: herejes e infieles, creyentes y no creyentes. Un voto curioso es el de la total y absoluta obediencia a la Iglesia, convirtiendo esta cuestión en el eje del credo y en la garantía segura de la salvación. Como dijo San Alonso Rodríguez (1532-1617), hermano seglar de la orden, el gran consuelo del jesuita es “la seguridad que tenemos de que al obedecer no cometemos una falta… uno está seguro de que no comete faltas mientras obedece, porque Dios nos preguntará sólo si hemos cumplido debidamente las órdenes recibidas, y si uno puede contestar claramente en esa cuestión, recibe la absolución total… Dios borra el asunto de nuestra cuenta y lo imputa a la del superior”. Paradójicamente, la insistencia en la subordinación total de la voluntad no disuadirá a los aptos: desde el principio, Loyola reclutó hombres de capacidad desusada, principalmente procedentes de las clases altas.

Los recién incorporados a la Compañía recibían una esmerada preparación intelectual y espiritual y un ánimo de obediencia disciplinada que produjo una fuerte cohesión interna en la recién fundada Compañía. Durante el período de la Contrarreforma, los jesuitas formaron un frente de conciencia católica, que, por mor de las circunstancias, tuvo que intervenir y tomar partido en la compleja política eclesiástica de la época. No siempre fueron tolerantes los jesuitas con las otras órdenes religiosas e instituciones católicas a las que, a veces, marginaban para imponer sus propios métodos de trabajo y su nueva espiritualidad. De hecho, provocaron el recelo de la Inquisición, que encarceló dos veces a Ignacio y durante varios años se lo mantuvo en la lista de sospechosos.

Es lógico pensar que este pujante y cohesionado movimiento fuera pronto considerado como el contrapunto de la Reforma protestante, el bastión y salvaguarda de la catolicidad, aunque la Compañía no nació ni fue fundada para luchar contra la Reforma. Ni qué decir tiene que los luteranos, calvinistas, jansenistas y anglicanos fueron siempre acérrimos enemigos de ella. Pero eso es otra historia…

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