A medida que se empezó a popularizar ampliamente la posibilidad de vida extraterrestre –especialmente con los canales marcianos de Percival Lowell a finales del siglo pasado- la gente empezó a declarar que establecía contacto con los extraterrestres, especialmente marcianos. El libro del psicólogo Theodore Flournoy, “De la India al planeta Marte”, escrito en 1901, describe un médium de habla francesa que en estado de trance dibujó retratos de los marcianos (son iguales que nosotros) y presentó su alfabeto y lenguaje (con un notable parecido al francés). El psiquiatra Carl Jung, en su disertación doctoral en 1902, describió a una mujer joven suiza que se asustó al descubrir, sentado en un tren, delante de ella, a un “habitante de las estrellas” de Marte. Los marcianos están desprovistos de ciencia, filosofía y almas, le dijo, pero tienen una tecnología avanzada. “Hace tiempo que existen máquinas voladoras en Marte; todo Marte está cubierto de canales”, y cosas así. Charles Fort, un coleccionista de informes anómalos que murió en 1932, escribió: “Quizá haya habitantes en Marte que envíen secretamente informes sobre este mundo a sus gobiernos”. En la década de 1950, un libro de Gerald Heard reveló que los ocupantes del platillo eran abejas marcianas inteligentes. ¿Quién sino ellas podrían sobrevivir a los fantásticos giros de ángulo recto que se dice que hacen los ovnis?
Pero cuando en 1971 el Mariner 9 demostró que los canales eran ilusorios y, al no encontrar los Viking 1 y 2 en 1976 ni más recientemente los Mars Explorer ninguna prueba clara siquiera de la existencia de microbios en Marte, el entusiasmo popular por el Marte de Lowell se apagó y no se habló más de visitas de marcianos. Entonces se dijo que los extraterrestres venían de otra parte. ¿Por qué? ¿Por qué no más marcianos? Y cuando se descubrió que la superficie de Venus era lo bastante caliente como para derretir el plomo, no se produjeron más visitas de Venus. ¿Se ajusta alguna parte de estas historias a los cánones de creencia actuales? ¿Qué implica eso sobre su origen?
No hay duda que la alucinación de los humanos es común. La duda sobre si existen extraterrestres, si frecuentan nuestro planeta o si nos abducen y molestan es considerable. Ya hemos discutido algunos de los detalles, pero probablemente una categoría de explicación se sostenga mejor que otra. La principal reserva que se puede formular es: ¿Por qué tanta gente declara hoy en día esa serie particular de alucinaciones? ¿Por qué seres pequeños y sombríos, platillos volantes y experimentos sexuales?
En 1484 el papa Inocencio VIII inició con una bula la acusación, tortura y ejecución sistemática de incontables “brujas” de toda Europa. Eran culpables de lo que san Agustín había descrito como “una asociación criminal del mundo oculto”. A pesar del imparcial “miembros de ambos sexos” del lenguaje de la bula, las perseguidas eran principalmente mujeres, jóvenes y adultas. Inocencio ensalzaba a “nuestros queridos hijos Henry Kramer y James Sprenger” que, “mediante Cartas Apostólicas han sido delegados como Inquisidores de esas depravaciones heréticas”. El papa nombró a Kramer y Sprenger para que escribieran un estudio completo utilizando toda la artillería académica de finales del siglo XV. Con citas exhaustivas de las Escrituras y de eruditos antiguos y modernos, produjeron el Malleus Maleficarum, “martillo de brujas”, descrito con razón como uno de los documentos más aterradores de la historia humana.
Según el Malleus, los “diablos… se dedican a interferir en el proceso de copulación y concepción normal, a obtener semen humano y transferirlo ellos mismos”. La inseminación artificial demoníaca en la Edad Media se encuentra ya en santo Tomás de Aquino, que nos dice en De la Trinidad que “los demonios pueden transferir el semen que han recogido para inyectarlo en los cuerpos de otros”. Su contemporáneo san Buenaventura lo expresa con mayor detalle: los súcubos “se someten a los machos y reciben su semen; con astuta habilidad, los demonios conservan su potencia, y después, con el permiso de Dios, se convierten en íncubos y lo vierten en los depositarios femeninos”. Los productos de esas uniones con mediación del demonio también reciben la visita de los demonios. Se forja un vínculo sexual multigeneracional entre especies. Y recordemos que se sabe perfectamente que esas criaturas vuelan: ciertamente, viven en las alturas.
En esas historias no hay nave espacial. Pero se hallan presentes la mayoría de los elementos centrales de los relatos de abducción por extraterrestres, incluyendo la existencia de seres no humanos con una obsesión sexual que viven en el cielo, atraviesan las paredes, se comunican telepáticamente y practican experimentos de cría en la especie humana. A no ser que creamos que los demonios existen de verdad, ¿cómo podemos entender que todo el mundo occidental (incluyendo a los que se consideran más sabios entre ellos) abrace un sistema de creencias tan extraño, que cada generación lo vea reforzado por su experiencia personal y sea enseñado por la Iglesia y el Estado? ¿Hay alguna alternativa real aparte de una ilusión compartida basada en las conexiones del cerebro y la química comunes?
En el Génesis leemos acerca de ángeles que se emparejan con las “hijas de los hombres”. Los mitos culturales de la antigua Grecia y Roma hablan de dioses que se aparecen a las mujeres en forma de toros, cisnes o lluvias de oro y las fecundan. En una antigua tradición cristiana, la filosofía no derivaba del ingenio humano sino de la conversación íntima de los demonios: los ángeles caídos revelaban los secretos del cielo a sus consortes humanos. Aparecen relatos con elementos similares en culturas de todo el mundo. En correspondencia con los íncubos están los djinn árabes, los sátiros griegos, los bhuts hindúes, los hotua poro de Samoa, los dusii célticos y muchos otros.
En 1645 se encontró en Cornualles a una adolescente, Anne Jefferies, tendida en el suelo, inconsciente. Mucho más tarde, la chica recordó que había sufrido un ataque de media docena de hombres pequeños, que la habían paralizado y llevado a un castillo en el aire y, después de seducirla, la habían enviado de vuelta a casa. Definió a los hombrecitos como hadas (para muchos cristianos piadosos, como para los inquisidores de Juana de Arco, esta distinción era indiferente. Las hadas eran demonios, pura y simplemente). Volvieron a aterrorizarla y atormentarla. Al año siguiente fue arrestada por brujería. Tradicionalmente, las hadas tienen poderes mágicos y pueden provocar parálisis con un simple toque. En la tierra de las hadas, el tiempo transcurre más despacio. Como las hadas tienen un deterioro reproductor, mantienen relaciones sexuales con humanos y se llevan a los bebés de las cunas (a veces dejando un sustituto, un “niño cambiado”). Ahora la cuestión parece clara: si Anne Jefferies hubiera vivido en una cultura obsesionada con los extraterrestres en lugar de las hadas, y con ovnis en lugar de castillos en el aire, ¿algún aspecto de su historia tendría un significado distinto con respecto a las que cuentan los “abducidos”?
Desde luego, como se apresuran a recordar los entusiastas de las visitas extraterrestres, hay otra interpretación de esos paralelos históricos: los extraterrestres, dicen, siempre nos han visitado para fisgonear, robarnos esperma y óvulos y fecundarnos. En tiempos antiguos los reconocíamos como dioses, demonios, hadas o espíritus; sólo ahora hemos llegado a entender que lo que nos acechaba durante tantos siglos eran extraterrestres. Pero entonces, ¿por qué prácticamente no hay informes de platillos volantes antes de 1947? ¿Por qué ninguna de las principales religiones del mundo usa los platillos como iconos de lo divino? ¿Por qué no transmitieron entonces sus advertencias sobre los peligros de la alta tecnología? ¿Por qué este experimento genético, cualquiera que sea su objetivo, no se ha completado hasta ahora… miles de años o más después de haber sido iniciado por criaturas con un nivel tecnológico supuestamente superior? ¿Por qué nos preocupa tanto si el fin de su programa de reproducción es mejorar nuestras capacidades?
Siguiendo esta línea argumental, podríamos esperar que los adeptos actuales de las viejas creencias entendieran que los “extraterrestres” son como hadas, dioses o demonios. En realidad hay varias sectas contemporáneas –los “raelianos”, por ejemplo- que mantienen que los dioses, o Dios, vendrán a la Tierra en un ovni. Algunos abducidos describen a los extraterrestres, por repulsivos que sean, como “ángeles” o “emisarios de Dios”. Y los hay que todavía creen que son demonios.
Las historias de ovnis se acuñan principalmente para satisfacer anhelos religiosos. En una época en que la ciencia ha complicado la adhesión acrítica a las antiguas religiones, se presenta una alternativa a la hipótesis de Dios: los dioses y demonios de la antigüedad, con el disfraz de la jerga científica y la “explicación” de sus inmensos poderes con terminología superficialmente científica, bajan del cielo para atormentarnos, ofrecernos visiones proféticas y tentarnos con visiones de un futuro de esperanza: una religión misteriosa naciente en la era espacial.
¿Es posible que personas de todas las épocas y lugares experimenten ocasionalmente alucinaciones vívidas realistas, a menudo con contenido sexual, sobre abducciones por parte de criaturas telepáticas y aéreas que brotan de las paredes… y que los detalles sean suministrados por el lenguaje de la cultura prevaleciente? Otras personas que no han vivido la experiencia personalmente la encuentran conmovedora y en cierto modo familiar. La cuentan a más personas. Pronto toma vida propia, inspira a otros para comprender sus propias visiones y alucinaciones y entra en el reino del folclore, el mito y la leyenda. En esta hipótesis, la relación entre el contenido de alucinaciones espontáneas del lóbulo temporal y el paradigma de la abducción por extraterrestres es coherente .
Quizá cuando todo el mundo sabe que los dioses descienden a la Tierra, alucinamos sobre dioses; cuando todos estamos familiarizados con los demonios, son íncubos y súcubos; cuando las hadas son ampliamente aceptadas, vemos hadas; en una época de espiritualismo, encontramos espíritus y fantasmas; y, cuando los viejos mitos se apagan y empezamos a pensar que es plausible la existencia de seres extraterrestres, nuestra imaginería hipnagógica va hacia ellos.
Podemos recordar en detalle décadas después pedazos de canciones o idiomas extranjeros, imágenes y acontecimientos que presenciamos, historias que escuchamos en nuestra infancia, sin tener conciencia de cómo nos llegaron a la cabeza. En nuestra vida cotidiana incorporamos sin esfuerzo e inconscientemente normas culturales y las hacemos nuestras.
En las “alucinaciones de órdenes” de la esquizofrenia se encuentra presente una asimilación similar de motivos. Los afectados sienten que una figura imponente o mítica les dice lo que tienen que hacer. Se les ordena que asesinen a un líder político o a un héroe popular, o que derroten a los invasores británicos, o que se lesionen ellos mismos, porque es la voluntad de Dios, de Jesús, del diablo, o de demonios, ángeles y –últimamente- extraterrestres. El esquizofrénico se siente traspasado por una orden clara y profunda de una voz que nadie más puede escuchar y que él ha de identificar de algún modo. ¿Quién podría emitir una orden así? ¿Quién podría hablar dentro de nuestra cabeza? La cultura en la que hemos nacido y vivido nos ofrece una respuesta.
Pensemos en el poder de la imagen repetitiva en la publicidad, especialmente para televidentes y lectores impresionables. Nos puede hacer creer casi cualquier cosa… hasta que fumar cigarrillos imprime carácter. En nuestra época, los extraterrestres putativos sirven de tema de innumerables historias de ciencia ficción, novelas, telefilmes y películas. Los ovnis son una característica habitual de los semanarios sensacionalistas dedicados al engaño y la mistificación. Una de las películas de cine con mayor recaudación bruta de todos los tiempos trata de extraterrestres muy parecidos a los descritos por los abducidos. Los relatos de abducciones por extraterrestres eran relativamente raros antes de 1975, cuando se emitió por televisión una crédula dramatización del caso Hill. En contraste, últimamente se oye hablar muy poco de íncubos, elfos y hadas. ¿Dónde han ido a parar?
Lejos de ser globales, el localismo de esas historias de abducción por extraterrestres es decepcionante. La gran mayoría proceden de Estados Unidos. Apenas trascienden la cultura americana. En otros países se habla de extraterrestres con cabeza de pájaro, insecto, reptil, robot y rubios con ojos azules (el último, es fácil predecirlo, del norte de Europa). Se dice que cada grupo de extraterrestres se comporta de manera diferente. Es evidente que los factores culturales juegan un papel importante.
El síndrome de la abducción ovni retrata un universo banal. La forma de los supuestos extraterrestres muestra una gran falta de imaginación y preocupación por los asuntos humanos. Ni un solo ser presentado en todos esos relatos es más asombroso de lo que sería una cacatúa para quien no ha visto nunca un pájaro. Cualquier libro de texto de protozoología, bacteriología o micología está lleno de maravillas que superan en mucho las descripciones más exóticas de los abductores extraterrestres. Los creyentes toman los elementos comunes de sus historias como pruebas de verosimilitud más que como una prueba de que las han inventado a partir de una cultura y biología compatibles.
Pero, ¿y aquéllos que siguen confirmando sus historias bajo la hipnosis? ¿Están mintiendo? La hipnosis es una manera poco fiable de refrescar la memoria. Suele provocar imaginación, fantasía y juego además de recuerdos verdaderos, y ni el paciente ni el terapeuta son capaces de distinguir unos de otros. La hipnosis parece implicar, de manera central, un estado de sugestibilidad intensificada. Los tribunales han prohibido su uso como prueba o incluso como herramienta de investigación criminal. La Asociación Médica Americana considera menos fiables los recuerdos que surgen bajo hipnosis que los que aparecen sin ella. Un libro de texto médico estándar (“Textos generales de psiquiatría”, 1989) advierte de “una gran posibilidad de que las creencias del hipnotizador sean comunicadas al paciente e incorporadas en lo que el paciente cree que son recuerdos, a menudo con una fuerte convicción”. Así pues, el que una persona, al ser hipnotizada, relate historias de abducción por extraterrestres tiene poco peso. Se corre el peligro de que los sujetos estén –al menos en algunos asuntos- tan dispuestos a complacer al hipnotizador que respondan a sugerencias sutiles de las que ni siquiera éste es consciente.
En un estudio de Alvin Lawson, de la Universidad del Estado de California, en Long Beach, un médico sometió a una sesión de hipnotismo a ocho sujetos, con un cribado previo para eliminar a los entusiastas de los ovnis. Les informó de que habían sido abducidos y, tras ser llevados a una nave espacial, examinados. Sin más instigación, les pidió que describieran la experiencia. Los relatos, la mayoría obtenidos sin mayor problema, eran casi indistinguibles de los que presentan los que se declaran abducidos. Es cierto que Lawson había dado indicaciones breves y directas a sus sujetos; pero, en muchos casos, los terapeutas que tratan rutinariamente las abducciones por extraterrestres dan indicaciones a sus pacientes… a algunos con gran detalle, a otros más sutil e indirectamente.
Elizabeth Loftus, psicóloga de la Universidad de Washington, ha encontrado que se puede hacer creer a sujetos no hipnotizados que vieron algo que no vieron. Un experimento típico es que los sujetos vean una película de un accidente de coche. En el curso del interrogatorio sobre lo que vieron, se les da casualmente información falsa. Por ejemplo, se hace referencia a una señal de stop, a pesar de no haber ninguna en la película. Muchos recuerdan entonces obedientemente haber visto una señal de stop. Cuando se les revela el engaño, algunos protestan con vehemencia e insisten en que recuerdan la señal vívidamente. Cuanto mayor es el lapsus de tiempo entre el visionado de la película y la recepción de la información falsa, más aceptan la desnaturalización de sus recuerdos. Loftus arguye que “los recuerdos de un acontecimiento tienen mayor parecido a una historia sujeta a revisión constante que a un bloque de información original”.
Otros psicólogos han encontrado, sin sorpresa, que los preescolares son excepcionalmente vulnerables a la sugestión. Un niño que, cuando se le pregunta por primera vez, niega que una trampa de ratones le hubiera pillado la mano, más tarde recuerda el acontecimiento con vívidos detalles que ha ido generando. Cuando se le habla más directamente de “cosas que te pasaron cuando eras pequeño”, con el tiempo llega a consentir con bastante facilidad los recuerdos implantados. Los profesionales que miran las cintas de vídeo de los niños sólo pueden aventurar qué recuerdos son falsos y cuáles verdaderos. ¿Hay alguna razón para pensar que los adultos son totalmente inmunes a las falibilidades que muestran los niños?
Esos hechos son relevantes en la evaluación de los efectos sociales de la publicidad y la propaganda nacional. Pero aquí sugieren que, en los asuntos de abducción por extraterrestres –donde las entrevistas suelen realizarse años después del supuesto acontecimiento-, los terapeutas deben cuidarse mucho de implantar o seleccionar accidentalmente historias que sugieren ellos.
¿Por qué la gente inventa historias de abducciones? ¿Por qué se presenta en programas de televisión con participación de público que se dedican a humillar sexualmente al invitado? Descubrir que uno es abducido por extraterrestres sirve al menos para romper la rutina cotidiana. Se consigue la atención de los demás, de los terapeutas e incluso de los medios de comunicación. Produce una sensación de descubrimiento, alegría, respeto. ¿Qué más podrá recordar uno a continuación? Empieza a creer que puede ser el precursor o incluso el instrumento de acontecimientos trascendentales que se precipitan hacia nosotros. Y no quiere decepcionar al terapeuta. Busca su aprobación. Convertirse en abducido puede reportar buenas recompensas psíquicas.
Con ánimo comparativo, podríamos pensar en casos de productos en mal estado que no generan el sentimiento de asombro que rodea a los ovnis y las abducciones por extraterrestres: alguien declara haber encontrado una jeringa hipodérmica en una lata de refresco. Como es comprensible, el asunto es preocupante. Se informa de ello en los periódicos y especialmente en las noticias de televisión. Pronto se produce un torrente, una epidemia virtual de informes similares en todo el país. Pero es muy difícil imaginar que pueda meterse una jeringa hipodérmica en una lata en la fábrica y en ninguno de los casos hay testigos presentes cuando se abre una lata intacta y se descubre dentro la jeringa.
Lentamente va tomando consistencia la hipótesis de que se trata de imitadores. La gente simula encontrar jeringas en latas de refrescos. ¿Por qué? ¿Qué posibles motivos había? Algunos psiquiatras dicen que los principales motivos son la avaricia (denunciar al fabricante por daños), afán de atención y la necesidad de ser retratado como víctima. No hay terapeutas que insinúen que en realidad hay agujas en las latas y apremien a sus pacientes –sutil o directamente- a informar públicamente de la noticia. Además se imponen penas severas por desprestigiar un producto, e incluso por alegar falsamente que un producto ha sido manipulado. En cambio, hay terapeutas que animan a los abducidos a contar sus historias a audiencias masivas, y no hay multas por declarar falsamente haber sido abducido por un ovni. Sea cual sea la razón para emprender este camino, sin duda debe de ser mucho más satisfactorio convencer a los demás de que uno ha sido elegido por seres superiores para sus propósitos enigmáticos que de haber encontrado por mera casualidad una jeringa hipodérmica en un refresco.
martes, 19 de abril de 2011
OVNIS: la gran alucinación colectiva (y 6)
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