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domingo, 3 de abril de 2011

OVNIS: la gran alucinación colectiva (3)


En 1947 se armó un gran revuelo con uno o más platillos volantes supuestamente accidentados cerca de Roswell, Nuevo México. Hay algunos informes iniciales y fotografías de periódicos del incidente que son totalmente coherentes con la idea de que eran los restos de un globo de gran altitud accidentado. Pero algunos residentes de la región –especialmente décadas después- recuerdan materiales más extraños, jeroglíficos enigmáticos, amenazas del personal militar a los testigos si no callaban lo que sabían y la historia canónica de que se metió en un avión la maquinaria extraterrestre y partes del cuerpo y se enviaron al Mando de Material de la Fuerza Aérea en la base de Wright-Patterson. Algunas de las historias del cuerpo extraterrestre recuperado, aunque no todas, están asociadas con este incidente.

Philip Klass, un escéptico que se ha dedicado a los ovnis desde hace mucho tiempo, reveló una carta posteriormente desclasificada de fecha de 27 de julio de 1948, un año después del “incidente” Roswell, del general de división C.B.Cabell, entonces director de Inteligencia de las Fuerzas Aéreas (y, posteriormente, como oficial de la CIA, una figura central en la fracasada invasión de Cuba en bahía de Cochinos). Cabell preguntaba a los que le habían informado qué podían ser los ovnis. Él no tenía ni idea. En una respuesta resumida de 11 de octubre de 1948 -que incluía información explícita en posesión del Mando de Material- vemos que se dice al director de Inteligencia que tampoco nadie de las Fuerzas Aéreas tiene ninguna pista. Eso hace improbable que el año anterior hubieran llegado fragmentos de ovnis y sus ocupantes a Wright-Patterson.

La principal preocupación de las Fuerzas Aéreas norteamericanas era que los ovnis pudieran ser rusos. Ante el enigma de por qué los rusos probaban los platillos volantes sobre Estados Unidos, se propusieron cuatro respuestas: “1) Socavar la confianza de Estados Unidos en la bomba atómica como el arma más avanzada y decisiva en la guerra. 2) Realizar misiones de reconocimiento fotográfico. 3) Comprobar las defensas aéreas de Estados Unidos. 4) Realizar vuelos de familiarización (para bombardeos estratégicos) sobre el territorio de Estados Unidos". Ahora sabemos que los ovnis no eran ni son rusos y, por mucho interés que tuvieran los soviéticos por los objetivos 1 a 4, no los perseguían con platillos volantes.

Gran parte de las pruebas relativas al “incidente” Roswell parecen apuntar al lanzamiento de un
grupo de globos de gran altitud, quizá desde el campo aéreo de la Armada de Alamogordo o del campo de pruebas de White Sands, que se estrellaron cerca de Roswell; el personal militar recogió apresuradamente los restos de instrumentos secretos, y en seguida aparecieron artículos en la prensa anunciando que era una nave espacial de otro planeta y una serie de recuerdos que van fermentando a lo largo de los años y se avivan ante la oportunidad de un poco de fama y fortuna (En Roswell hay dos museos que son puntos importantes de la ruta turística).

Un informe encargado en 1994 por el secretario de las Fuerzas Aéreas y el Departamento de Defensa en respuesta a la insistencia de un congresista de Nuevo México identifica los residuos de Roswell como restos de un sistema de detección acústica de baja frecuencia que llevaban los globos, de largo alcance y altamente secreto, llamado “Proyecto Mogul”: un intento de captar explosiones de armas nucleares soviéticas a altitudes de la tropopausa.

Los investigadores de las Fuerzas Aéreas, tras registrar meticulosamente los archivos secretos de 1947, no encontraron pruebas de un aumento de tráfico de mensajes. No constaban indicaciones ni avisos, observación de alertas, ni un mayor ritmo de actividad operativa que lógicamente se generaría si un aparato extraterrestre, con intenciones desconocidas, entrara en territorio de Estados Unidos… Los registros indican que no ocurrió nada de eso (o, si ocurrió, fue controlado por un sistema de seguridad tan eficiente y estricto que nadie, de Estados Unidos ni de ninguna otra parte, ha podido repetir desde entonces. Si en aquella época hubiera habido un sistema así, también se habría usado para proteger los secretos atómicos norteamericanos de los soviéticos, pero la historia ha demostrado claramente que no fue ése el caso).

Los objetivos de radar que llevaban los globos fueron fabricados en parte por compañías de juguetes de Nueva York, cuyo inventario de motivos decorativos parece propiciar que muchos años después se recuerden como jeroglíficos extraterrestres.

El apogeo de los ovnis corresponde a la época en que comenzaba a cambiarse el principal vehículo
de lanzamiento de armas nucleares de los aviones a los misiles. Un problema técnico importante era la entrada en la atmósfera: hacer volver un morro de cohete a través de la atmósfera de la Tierra sin que se queme en el proceso (como se destruyen los pequeños asteroides y cometas al pasar a través de las capas superiores del aire). Algunos materiales, geometrías de morro y ángulos de entrada son mejores que otros. La observación de las entradas (o los lanzamientos más espectaculares) podían revelar muy bien el progreso de Estados Unidos en esta tecnología estratégica vital o, peor, sus defectos de diseño; todo eso podría sugerir a un adversario qué medidas defensivas debía tomar. Como es comprensible, el tema se consideraba altamente delicado.

Es inevitable que hubiera casos en que se ordenara al personal militar no hablar de lo que había visto, o que observaciones aparentemente inocuas fueran clasificadas repentinamente de máximo secreto con criterios limitados a la necesidad de conocimiento. Los oficiales de las Fuerzas Aéreas y los científicos civiles, al pensar en ello años después, podían concluir perfectamente que el gobierno había decidido encubrir los ovnis. Si se considera ovnis a los morros de cohete, la acusación es justa.

Analicemos la argucia. En la confrontación estratégica entre Estados Unidos y la Unión Soviética, la adecuación de las defensas aéreas era un tema vital. Era el punto 3 de la lista del general Cabell. Si se podía encontrar una debilidad, podría ser la clave de la “victoria” en una guerra nuclear incondicional. La única manera segura de probar las defensas de un adversario es hacer volar un avión por encima de sus fronteras y ver cuánto tiempo tarda en detectarlo. Estados Unidos lo hacía de manera rutinaria para probar las defensas aéreas soviéticas.

En la década de los años cincuenta y sesenta, Estados Unidos tenía sofisticados sistemas de defensa de radar que cubrían las costas del este y del oeste, y especialmente sus accesos del norte (por los que seguramente llegaría un ataque de bombarderos o misiles soviéticos). Pero había una parte más vulnerable: no había ningún sistema de aviso eficaz para detectar el acceso desde el sur, mucho más complicado geográficamente. Esta información, desde luego, es vital para un adversario potencial. Sugiere inmediatamente una argucia: digamos que uno o más de los aviones de alto rendimiento del adversario salen del Caribe, por ejemplo, hacia el espacio aéreo de Estados Unidos y penetran por el río Mississippi unos cientos de kilómetros hasta que los capta un radar de la defensa aérea. Entonces, los intrusos salen inmediatamente de allí (O, como experimento de control, se comisiona una unidad de aviones de alto rendimiento y se envía en salidas no anunciadas para determinar la porosidad de las defensas aéreas americanas). En
este caso, puede haber avistamientos de observadores militares y civiles y gran número de testimonios independientes. Lo que se relata no corresponde a ninguna aeronave conocida. Las autoridades de las Fuerzas Aéreas y de aviación civil declaran sinceramente que ninguno de sus aviones era responsable. Aunque hayan estado pidiendo al Congreso que financiara un sistema de alarma eficaz en el sur, es improbable que las Fuerzas Aéreas admitan que no han captado la llegada de aviones soviéticos o cubanos hasta que estaban en Nueva Orleáns, menos todavía en Memphis.

También aquí tenemos todas las razones para creer que se debió de ordenar a un equipo investigador técnico de alto nivel, a los observadores de las Fuerzas Aéreas y a los civiles que mantuvieran la boca cerrada, y que se diera no sólo la apariencia sino la realidad de la supresión de datos. Tampoco aquí esta conspiración de silencio tiene por qué tener nada que ver con naves extraterrestres. Décadas más tarde, todavía hay razones burocráticas para que el Departamento de Defensa siga guardando silencio sobre aquellos problemas. Hay un conflicto potencial de intereses entre las preocupaciones localistas del Departamento de Defensa y la solución del enigma de los ovnis.

Además, algo que preocupaba entonces tanto a la CIA como a las Fuerzas Aéreas era que los ovnis fueran un medio de obstruir los canales de comunicación en una crisis nacional y confundir las observaciones visuales y de radar de aeronaves del enemigo: un problema de señal/ruido que es en cierto modo lo que busca la argucia.

En vista de todo esto, es muy probable que al menos algunos informes y análisis de ovnis, y quizá voluminosos archivos, se han hecho inaccesibles al público que paga los impuestos. La guerra fría ha terminado, la tecnología de misil y de globo ha quedado prácticamente obsoleta o está al alcance de todos, y los que podrían sentirse turbados ya no están en el servicio activo. Lo peor, desde el punto de vista militar, sería tener que reconocer -de nuevo- que se confundió o mintió al público americano en interés de la seguridad nacional.

Una de las intersecciones más estimulantes que se han comentado entre los ovnis y el secreto
son los llamados documentos MJ-12. A finales de 1984, según cuenta la historia, apareció un sobre que contenía un rollo de película expuesta pero no revelada en el buzón de un productor de cine, Jaime Shandera, interesado en los ovnis y el encubrimiento del gobierno (no deja de ser curioso que ocurriera justo cuando salía para ir a comer con el autor de un libro sobre los supuestos acontecimientos de Roswell, Nuevo México). Cuando revelaron la película, “resultó ser” página tras página de una orden ejecutiva altamente reservada, “sólo para sus ojos”, con fecha de 24 de septiembre de 1947, en la que el presidente Harry S.Truman aparentemente nombraba un comité de doce científicos y oficiales del gobierno para examinar una serie de platillos volantes accidentados y pequeños cuerpos de extraterrestres. La formación del comité MJ-12 es destacable porque en él constan exactamente los nombres de los miembros militares, de inteligencia, de ciencia e ingeniería que habrían sido convocados a investigar estos accidentes si hubieran ocurrido. En los documentos MJ-12 hay sugestivas referencias a apéndices sobre la naturaleza de los extraterrestres, la tecnología de sus naves y cosas así, pero no se incluyen en la misteriosa película.

Las Fuerzas Aéreas dicen que el documento es falso. El experto en ovnis Philip J.Klass y otros encuentran inconsistencias lexicográficas y tipográficas que sugieren que todo es un engaño. Los que compran obras de arte se preocupan por la procedencia de sus cuadros, es decir, quién fue el último propietario y quién el anterior, y así hasta el artista original. Si faltan eslabones en la cadena –si sólo se puede seguir el rastro de un cuadro de trescientos años de antigüedad durante sesenta y después no tenemos ni idea de en qué casa o museo estaba expuesto –surgen señales de aviso de falsificación. Como el beneficio para los falsificadores de arte es muy alto, los coleccionistas deben ser especialmente cautos. El punto más vulnerable y sospechoso de los documentos MJ-12 radica precisamente en esta cuestión de procedencia: una prueba dejada milagrosamente en el umbral, como salida de una historia de cuento de hadas.

Hay muchos casos similares en la historia humana: súbitamente aparece un documento de procedencia dudosa con información de gran importancia que sostiene con contundencia la argumentación de los que han hecho el descubrimiento. Después de una cuidadosa, y en algunos casos valiente, investigación, se demuestra que el documento es falso. No cuesta nada entender la motivación de los embaucadores. Un ejemplo más o menos típico es el libro del Deuteronomio: lo descubrió el rey Josías en el Templo de Jerusalén y, milagrosamente, en medio de una importante lucha de reforma, encontró en él la confirmación de todos sus puntos de vista.

Otro caso es lo que se llama Donación de Constantino. Constantino el Grande fue el emperador
que hizo del cristianismo la religión oficial del Imperio romano. Murió en el año 337. En el siglo IX empezaron a aparecer referencias a la Donación de Constantino en los escritos cristianos: en ella, Constantino lega a su contemporáneo el papa Silvestre I todo el Imperio Romano occidental, incluida Roma. Este pequeño presente, según contaba la historia, se debía a la gratitud de Constantino, que se curó de la lepra gracias a Silvestre. En el siglo XI, los papas se referían con regularidad a la Donación de Constantino para justificar sus pretensiones de ser gobernantes no sólo eclesiásticos sino también seculares de la Italia central. A lo largo de la Edad Media, la Donación se consideró genuina tanto por parte de los que apoyaban las pretensiones temporales de la Iglesia como de los que se oponían.

Lorenzo de Valla era un polígrafo del Renacimiento italiano. Un hombre controvertido, brusco, crítico, arrogante y pedante, que fue atacado por sus contemporáneos por sacrilegio, impudicia, temeridad y presunción… entre otras imperfecciones. Tras concluir que, por razones gramaticales, el credo de los apóstoles no podía haber sido escrito realmente por los doce apóstoles, la Inquisición le declaró hereje y sólo la intervención de su mecenas, Alfonso, rey de Nápoles, impidió que fuera inmolado. Inasequible al desaliento, en 1440 publicó un tratado demostrando que la Donación de Constantino era una burda falsificación. El lenguaje del documento equivalía al latín cortesano del siglo IV como el cockney de hoy al inglés normativo. Gracias a Lorenzo de Valla, la Iglesia católica romana ya no reclama el derecho a gobernar las naciones de Europa por la Donación de Constantino. Se cree en general que esta obra, cuya procedencia tiene un vacío de cinco siglos, fue falsificada por un clérigo adscrito a la curia de la Iglesia en la época de Carlomagno, cuando el papado (y especialmente el papa Adriano I) defendía la unificación de la Iglesia y el Estado.

Asumiendo que ambos documentos pertenecen a la misma categoría, los MJ-12 son un engaño más inteligente que la Donación de Constantino. Pero tienen mucho en común en el aspecto de la procedencia, el interés concedido y las inconsistencias lexicográficas.

La idea de un encubrimiento para mantener oculto el conocimiento de vida extraterrestre o de las abducciones durante más de sesenta años, sabiéndolo cientos, si no miles de empleados del gobierno es notable. Es cierto que los gobiernos guardan secretos rutinariamente, incluso secretos de un interés general sustancial. Pero el objetivo ostensible de tanto secreto es proteger al país y sus ciudadanos. Sin embargo, en este caso es diferente. La supuesta conspiración de los que controlan la seguridad es impedir que los ciudadanos sepan que hay un ataque extraterrestre continuo sobre la especie humana. Si fuera verdad que los extraterrestres abducen a millones de personas, sería mucho más que un asunto de seguridad nacional. Tendría un impacto en la seguridad de todos los seres humanos de la Tierra. Con todo eso en juego, ¿es verosímil que ninguna persona con un conocimiento real y pruebas, en casi doscientas naciones, se decida a tocar las campanas y hablar para ponerse del lado de los humanos y no de los extraterrestres?

Desde el final de la guerra fría, la NASA ha tenido que dedicar grandes esfuerzos a la búsqueda de misiones que justifican su existencia: particularmente, una buena razón para enviar humanos al espacio. Si la Tierra fuera visitada diariamente por extraterrestres hostiles, ¿no se aferraría la NASA a esta oportunidad para aumentar su financiación? Y si hubiera una invasión de extraterrestres en curso, ¿por qué las Fuerzas Aéreas, dirigidas tradicionalmente por pilotos, iban a abandonar los vuelos espaciales tripulados para lanzar todas sus cápsulas en cohetes sin tripulación?

El Departamento de Defensa, como los ministerios similares de todas las naciones, prosperan con enemigos, reales o imaginarios. No tiene ningún sentido pensar que la existencia de un adversario como éste sea ocultada por la organización que más se beneficiaría de su presencia. La posición general posterior a la guerra fría de los programas espaciales militar y civil de Estados Unidos y otras naciones hablan poderosamente contra la idea de que haya extraterrestres entre nosotros… a no ser, desde luego, que también se oculte la noticia a los que planifican la defensa nacional de cada país.

Un estudio de 1969 de la Academia Nacional de Ciencias norteamericana, aunque reconociendo
que había informes “no fácilmente explicables” concluía que “la explicación menos probable de los ovnis es la hipótesis de visitas de seres extraterrestres inteligentes”. Pensemos en cuántas “explicaciones” distintas puede haber: viajeros del tiempo, demonios de algún inframundo, brujería, turistas de otra dimensión, las almas de los muertos, o un fenómeno “no cartesiano” que no obedece a las normas de la ciencia o ni siquiera de la lógica. En realidad, cada una de esas “explicaciones” se ha propuesto con seriedad. Decir “menos probable” no es poco. Este exceso retórico es una muestra de lo desagradable que ha llegado a ser el tema para muchos científicos.

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