Aunque inseparables de la iconografía navideña, los Magos realmente sólo son mencionados en el Evangelio de San Mateo. El de San Lucas, el otro evangelio que incluye una narración del nacimiento, no hace mención de esos personajes. Es más, Mateo no especifica su número, refiriéndose a ellos como “Nacido Jesús en Belén de Judea, en tiempo del rey Herodes, unos magos que venían del Oriente se presentaron en Jerusalén” (Mateo 2, 1) guiados por una estrella, que tradicionalmente simbolizaba el nacimiento de un gobernante. Herodes los llamó pidiéndoles que encontraran al que temía sería su usurpador y les pidió que volvieran con noticias sobre él y poder así ofrecerle sus respetos.
Los magos siguieron su camino y a la estrella hasta que ésta se detuvo sobre una casa (no un portal o un pesebre). Allí encontraron a Jesús, al que adoraron y ofrecieron sus regalos: oro, incienso y mirra. Cuando un sueño les previene de volver con Herodes, regresan a casa por otro camino. Al describir cómo Herodes pensaba matar al niño, Mateo estaba probablemente asociando a Cristo con Moisés, a quien de niño el faraón también había tratado de asesinar (junto al resto de bebés hebreos) y que terminaría liberando a Israel del dominio de Egipto.
Los magos siguieron su camino y a la estrella hasta que ésta se detuvo sobre una casa (no un portal o un pesebre). Allí encontraron a Jesús, al que adoraron y ofrecieron sus regalos: oro, incienso y mirra. Cuando un sueño les previene de volver con Herodes, regresan a casa por otro camino. Al describir cómo Herodes pensaba matar al niño, Mateo estaba probablemente asociando a Cristo con Moisés, a quien de niño el faraón también había tratado de asesinar (junto al resto de bebés hebreos) y que terminaría liberando a Israel del dominio de Egipto.
Los magos eran figuran bien conocidas en el mundo antiguo. La palabra es el plural del latín magus, “sabios” (del griego magos y el persa magush), con la que se designaba a un miembro de la casta sacerdotal de varias religiones, sobre todo el zoroastrismo persa. Tras la conquista de Babilonia por Persia en el siglo VI a.C., el zoroastrismo adoptó algunas de las prácticas religiosas babilonias. En un momento dado, los magos persas llegaron a ser considerados como los guardianes legítimos de la verdad y la sabiduría mientras que los magos babilonios –sobre todo hechiceros y astrólogos- eran vistos como charlatanes y truquistas (es de aquí de donde proviene tanto nuestra palabra “mago” como el concepto que designa actualmente). En Babilonia había una nutrida colonia judía, por lo que no es de extrañar que la cultura judía supiera de estos personajes. Otro ejemplo lo encontramos en los Hechos de los Apóstoles (8:9-24), donde se menciona a un personaje, Simón el Mago, un mago que trata de comprarle a San Pedro el poder de conferir el Espíritu Santo por la imposición de manos. Su sacrílega oferta dio origen a la palabra “simonía”, que designa la compra de privilegios religiosos.
Pero volvamos a la narración de Mateo. Su breve reseña de los magos rebosa de simbolismos judíos y cristianos y tuvo buen cuidado al redactarlo en hacer que se cumplieran varias profecías del Viejo Testamento, especialmente la de Isaías 60:6: “Te inundará una multitud de camellos, de dromedarios de Medián y de Efá. Vienen todos de Sabá, trayendo incienso y oro y proclamando las alabanzas del Señor”; y el Salmo 72: “que los reyes de Tarsis y de las islas le paguen tributo, que los reyes de Sabá y Arabia le ofrezcan sus dones”. Probablemente fue por esos pasajes que los primeros escritores cristianos transformaron a los “magos” en “reyes”. Además, el desprestigio del concepto de mago en aquella época –la magia estaba prohibida en los textos bíblicos- hizo que se los denominara Reyes de Oriente y sus gorros frigios de astrólogos y sacerdotes de Mitra se tornaran coronas.
En el ritual judío, sólo se ungían tres clases de personas: reyes, sacerdotes y profetas. El oro era una ofrenda para un rey, el incienso para un sacerdote y la mirra para un profeta (la mirra se usaba también para el embalsamamiento y su presentación a Cristo simboliza su muerte). El que se le ofrecieran al niño los tres regalos significaba que estaba triplemente ungido. Ahora bien, “el ungido” es una traducción del griego. La palabra Cristo proviene del latín christus, y éste del griego jristós, 'χριστ' (la pronunciación actual se debe al hecho de carecer el latín del sonido "jota" [χ]). A su vez, es una traducción del hebreo mashíaj (en español, 'mesías, salvador'). Y Mateo, escribiendo sobre el 85 d.C. trataba de demostrar que Jesús de Nazaret era Cristo, el mesías judío. Los magos, naturalmente, eran gentiles y su veneración al niño Jesús apoyaba la afirmación de que había venido a salvar a todas las naciones del mundo.
Hacia el siglo VIII, a los tres reyes ya se les había puesto nombre y dado reino: Melichior (Melchor), rey de Persia; Gathaspa (Gaspar), rey de la India; y Bithisarea (Baltasar), rey de Arabia. Melchor significa “rey de la luz”, Gaspar “el blanco” y Baltasar “señor de los tesoros”. El historiador cristiano Beda el Venerable (672-735) opinaba que Baltasar, el más joven, era negro, enfatizando la idea de que Cristo había venido a salvar a todas las razas. Aunque en realidad la representación iconográfica de Baltasar como rey negro no tuvo lugar hasta el siglo XVI, cuando las necesidades ecuménicas de la iglesia así lo marcaron. Para ello, se identificó a los Reyes Magos con los tres hijos de Noé: Sem, Cam y Jafet, que, según el Antiguo Testamento, representaban a las razas humanas: europeos, asiáticos y africanos.
Sobre el número de magos ya hemos dicho que los Evangelios no dicen nada, aunque Mateo cita tres presentes (oro, incienso y mirra). Para la Iglesia Copta de Egipto llegaron a ser sesenta; en Siria y Armenia eran doce, como los apóstoles y las doce tribus de Israel. En las catacumbas romanas, en los siglos III y IV, se los representaba como dos o cuatro. Orígen (185-254), uno de los primeros teólogos cristianos, cita tres, número que ha prevalecido hasta hoy.
De acuerdo con una tradición medieval, los tres magos se encontraron para celebrar las navidades en Sewa, una ciudad de Turquía, más de medio siglo después de que hubieran seguido la estrella de Belén al lugar del nacimiento de Jesús. Entonces, a principios de enero, todos murieron, habiendo sobrepasado todos el centenar de años. La leyenda añade que sus cuerpos fueron llevados de Sewa a Milán, desde donde fueron robados por el emperador Federico Barbarroja en el siglo XII y llevados a Colonia. La tradición dice que sus restos aún reposan en la catedral de esa ciudad.
Marco Polo (1254-1324) fue otro que dijo haber visto a los magos. En el transcurso de su viaje se detuvo en Saveh, al sudoeste del actual Teherán, donde afirmó haber visitado sus tumbas, tres edificios decorados. Sus cuerpos sólo habían sufrido una descomposición mínima. De acuerdo con una leyenda aún creída en esta zona, los tres vinieron, respectivamente, de Saveh, Hawah y Kashan (todas ellas localidades situadas en un radio de 200 km de Teherán) y viajaron desde aquí al encuentro del misterioso niño.
Quizá la leyenda medieval sitúa las muertes de los tres magos a principios de enero porque fue el día 6 de ese mes cuando la Iglesia Occidental dijo que habían visitado a Cristo. Para la iglesia ortodoxa, la Epifanía recuerda no sólo la visita de los magos, sino también el bautismo de Jesús y las bodas de Canaán, donde realizó su primer milagro al cambiar el agua en vino. En realidad, la fiesta de la Epifanía, una de las celebraciones más antiguas del cristianismo, tiene sus raíces en ritos anteriores de diferentes culturas.
Una leyenda difundida por Europa narra las peripecias de Artabán, el cuarto Rey Mago. Al parecer, este personaje llegó tarde a su cita con los otros tres magos en Babilonia porque se entretuvo para ayudar a un caminante que se había topado con unos bandidos. Sus compañeros partieron sin él. Su mala suerte le hizo llegar a Belén cuando la Sagrada Familia ya había huido a Egipto, adonde los siguió sin encontrarlos. Durante 33 años estuvo este hombre buscando al Mesías; cuando por fin lo localizó en Jerusalén, iniciando el Vía Crucis, un soldado romano le impidió el paso al Calvario. Pero esta leyenda tiene un final feliz: como premio a sus esfuerzos por encontrarse con Jesús, este se le apareció después de la resurrección.
La historia de los magos, que comenzó con tan sólo una docena de versículos en el Evangelio de San Mateo, acabó cobrando vida propia. La Adoración de los Magos se convirtió en una imagen popular en el arte medieval y renacentista, en parte porque servía para recordar a los potentados y reyes que también ellos debían someterse a Cristo, el Rey de Reyes. Maestros italianos como Giotto, Sassetta, Gentile da Fabriano, Fra Angelico, Venoso Gozzoli, Ghirlandaio y Leonardo da Vinci son sólo algunos de los cientos de pintores que trabajaron ese tema.
Por cierto, la costumbre de regalar juguetes a los niños por Reyes es reciente, del siglo XIX.
Pero volvamos a la narración de Mateo. Su breve reseña de los magos rebosa de simbolismos judíos y cristianos y tuvo buen cuidado al redactarlo en hacer que se cumplieran varias profecías del Viejo Testamento, especialmente la de Isaías 60:6: “Te inundará una multitud de camellos, de dromedarios de Medián y de Efá. Vienen todos de Sabá, trayendo incienso y oro y proclamando las alabanzas del Señor”; y el Salmo 72: “que los reyes de Tarsis y de las islas le paguen tributo, que los reyes de Sabá y Arabia le ofrezcan sus dones”. Probablemente fue por esos pasajes que los primeros escritores cristianos transformaron a los “magos” en “reyes”. Además, el desprestigio del concepto de mago en aquella época –la magia estaba prohibida en los textos bíblicos- hizo que se los denominara Reyes de Oriente y sus gorros frigios de astrólogos y sacerdotes de Mitra se tornaran coronas.
En el ritual judío, sólo se ungían tres clases de personas: reyes, sacerdotes y profetas. El oro era una ofrenda para un rey, el incienso para un sacerdote y la mirra para un profeta (la mirra se usaba también para el embalsamamiento y su presentación a Cristo simboliza su muerte). El que se le ofrecieran al niño los tres regalos significaba que estaba triplemente ungido. Ahora bien, “el ungido” es una traducción del griego. La palabra Cristo proviene del latín christus, y éste del griego jristós, 'χριστ' (la pronunciación actual se debe al hecho de carecer el latín del sonido "jota" [χ]). A su vez, es una traducción del hebreo mashíaj (en español, 'mesías, salvador'). Y Mateo, escribiendo sobre el 85 d.C. trataba de demostrar que Jesús de Nazaret era Cristo, el mesías judío. Los magos, naturalmente, eran gentiles y su veneración al niño Jesús apoyaba la afirmación de que había venido a salvar a todas las naciones del mundo.
Hacia el siglo VIII, a los tres reyes ya se les había puesto nombre y dado reino: Melichior (Melchor), rey de Persia; Gathaspa (Gaspar), rey de la India; y Bithisarea (Baltasar), rey de Arabia. Melchor significa “rey de la luz”, Gaspar “el blanco” y Baltasar “señor de los tesoros”. El historiador cristiano Beda el Venerable (672-735) opinaba que Baltasar, el más joven, era negro, enfatizando la idea de que Cristo había venido a salvar a todas las razas. Aunque en realidad la representación iconográfica de Baltasar como rey negro no tuvo lugar hasta el siglo XVI, cuando las necesidades ecuménicas de la iglesia así lo marcaron. Para ello, se identificó a los Reyes Magos con los tres hijos de Noé: Sem, Cam y Jafet, que, según el Antiguo Testamento, representaban a las razas humanas: europeos, asiáticos y africanos.
Sobre el número de magos ya hemos dicho que los Evangelios no dicen nada, aunque Mateo cita tres presentes (oro, incienso y mirra). Para la Iglesia Copta de Egipto llegaron a ser sesenta; en Siria y Armenia eran doce, como los apóstoles y las doce tribus de Israel. En las catacumbas romanas, en los siglos III y IV, se los representaba como dos o cuatro. Orígen (185-254), uno de los primeros teólogos cristianos, cita tres, número que ha prevalecido hasta hoy.
De acuerdo con una tradición medieval, los tres magos se encontraron para celebrar las navidades en Sewa, una ciudad de Turquía, más de medio siglo después de que hubieran seguido la estrella de Belén al lugar del nacimiento de Jesús. Entonces, a principios de enero, todos murieron, habiendo sobrepasado todos el centenar de años. La leyenda añade que sus cuerpos fueron llevados de Sewa a Milán, desde donde fueron robados por el emperador Federico Barbarroja en el siglo XII y llevados a Colonia. La tradición dice que sus restos aún reposan en la catedral de esa ciudad.
Marco Polo (1254-1324) fue otro que dijo haber visto a los magos. En el transcurso de su viaje se detuvo en Saveh, al sudoeste del actual Teherán, donde afirmó haber visitado sus tumbas, tres edificios decorados. Sus cuerpos sólo habían sufrido una descomposición mínima. De acuerdo con una leyenda aún creída en esta zona, los tres vinieron, respectivamente, de Saveh, Hawah y Kashan (todas ellas localidades situadas en un radio de 200 km de Teherán) y viajaron desde aquí al encuentro del misterioso niño.
Quizá la leyenda medieval sitúa las muertes de los tres magos a principios de enero porque fue el día 6 de ese mes cuando la Iglesia Occidental dijo que habían visitado a Cristo. Para la iglesia ortodoxa, la Epifanía recuerda no sólo la visita de los magos, sino también el bautismo de Jesús y las bodas de Canaán, donde realizó su primer milagro al cambiar el agua en vino. En realidad, la fiesta de la Epifanía, una de las celebraciones más antiguas del cristianismo, tiene sus raíces en ritos anteriores de diferentes culturas.
Una leyenda difundida por Europa narra las peripecias de Artabán, el cuarto Rey Mago. Al parecer, este personaje llegó tarde a su cita con los otros tres magos en Babilonia porque se entretuvo para ayudar a un caminante que se había topado con unos bandidos. Sus compañeros partieron sin él. Su mala suerte le hizo llegar a Belén cuando la Sagrada Familia ya había huido a Egipto, adonde los siguió sin encontrarlos. Durante 33 años estuvo este hombre buscando al Mesías; cuando por fin lo localizó en Jerusalén, iniciando el Vía Crucis, un soldado romano le impidió el paso al Calvario. Pero esta leyenda tiene un final feliz: como premio a sus esfuerzos por encontrarse con Jesús, este se le apareció después de la resurrección.
La historia de los magos, que comenzó con tan sólo una docena de versículos en el Evangelio de San Mateo, acabó cobrando vida propia. La Adoración de los Magos se convirtió en una imagen popular en el arte medieval y renacentista, en parte porque servía para recordar a los potentados y reyes que también ellos debían someterse a Cristo, el Rey de Reyes. Maestros italianos como Giotto, Sassetta, Gentile da Fabriano, Fra Angelico, Venoso Gozzoli, Ghirlandaio y Leonardo da Vinci son sólo algunos de los cientos de pintores que trabajaron ese tema.
Por cierto, la costumbre de regalar juguetes a los niños por Reyes es reciente, del siglo XIX.
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