LOS EFECTOS DE LA DEPRESIÓN
Incomprensiblemente, la confianza no se perdió del todo tras las jornadas negras de Wall Street, suponiéndose que todo se reducía a una tormenta en la Bolsa. Solo durante los años 30, cuando el "crac" se transformó en depresión generalizada, cobró todo su valor lo que se había iniciado en octubre de 1929: la crisis económica más profunda y extensa jamás conocida hasta entonces.
Los primeros afectados fueron los especuladores bursátiles norteamericanos. Así, se perdió totalmente la confianza en la Bolsa, cuyos valores cayeron en picado: el 3 de septiembre de 1929, el índice industrial publicado en el Times cerró a 452; el 8 de julio de 1932, el mismo índice señalaba 54.
Inmediatamente después, la crisis golpeó a otras instituciones financieras. Los bancos exigían el pago de los préstamos que habían dado para comprar títulos, forzando aún más a los inversores a lanzar sus acciones al mercado al precio que pudieran obtener. Por supuesto, no conseguían el dinero necesario para cubrir sus deudas y los bancos se encontraron rápidamente con un gran volumen de préstamos que no se iban a recuperar, esto es, la quiebra. La quiebra de una entidad bancaria provocaba la de aquellas otras que se encontraban entre sus depositantes, produciéndose un efecto en cascada: en 1929 se produjeron 624 quiebras bancarias; en 1930 hubo 1.345; y en 1931, 2.298 bancos dejaron de funcionar.
El sector industrial se defendió en los primeros años, disminuyendo su producción, que se redujo a casi la mitad entre 1929 y 1932, y, por tanto, conteniendo la caída de los precios con una menor oferta. Pero esta fuerte reducción de la producción se tradujo en una caída de los salarios nominales (el que percibe efectivamente el asalariado. Se contrapone al salario real, que es la cantidad de bienes y servicios que pueden comprar los salarios) y, sobre todo, en un impresionante incremento del paro, con su secuela de desórdenes sociales, especialmente en el campo. El número de parados pasó de 1,5 a 12,6 millones entre 1929 y 1933, lo que representaba el 25% de la población activa.
En 1929, la economía norteamericana representaba el 45% de la producción mundial y sus inversiones el 12,5%. El brutal retroceso sufrido a partir de entonces tuvo necesariamente un profundo eco en el exterior: la depresión se instaló en todo el mundo. Ahora bien, ésta no se produjo de manera simultánea ni sus efectos fueron los mismos en todos los países. La difusión de la crisis tuvo lugar a través de tres canales: las medidas arancelarias proteccionistas adoptadas por Estados Unidos en 1930, la exportación de la caída de los precios y la reducción de los préstamos norteamericanos al exterior.
Incomprensiblemente, la confianza no se perdió del todo tras las jornadas negras de Wall Street, suponiéndose que todo se reducía a una tormenta en la Bolsa. Solo durante los años 30, cuando el "crac" se transformó en depresión generalizada, cobró todo su valor lo que se había iniciado en octubre de 1929: la crisis económica más profunda y extensa jamás conocida hasta entonces.
Los primeros afectados fueron los especuladores bursátiles norteamericanos. Así, se perdió totalmente la confianza en la Bolsa, cuyos valores cayeron en picado: el 3 de septiembre de 1929, el índice industrial publicado en el Times cerró a 452; el 8 de julio de 1932, el mismo índice señalaba 54.
Inmediatamente después, la crisis golpeó a otras instituciones financieras. Los bancos exigían el pago de los préstamos que habían dado para comprar títulos, forzando aún más a los inversores a lanzar sus acciones al mercado al precio que pudieran obtener. Por supuesto, no conseguían el dinero necesario para cubrir sus deudas y los bancos se encontraron rápidamente con un gran volumen de préstamos que no se iban a recuperar, esto es, la quiebra. La quiebra de una entidad bancaria provocaba la de aquellas otras que se encontraban entre sus depositantes, produciéndose un efecto en cascada: en 1929 se produjeron 624 quiebras bancarias; en 1930 hubo 1.345; y en 1931, 2.298 bancos dejaron de funcionar.
El sector industrial se defendió en los primeros años, disminuyendo su producción, que se redujo a casi la mitad entre 1929 y 1932, y, por tanto, conteniendo la caída de los precios con una menor oferta. Pero esta fuerte reducción de la producción se tradujo en una caída de los salarios nominales (el que percibe efectivamente el asalariado. Se contrapone al salario real, que es la cantidad de bienes y servicios que pueden comprar los salarios) y, sobre todo, en un impresionante incremento del paro, con su secuela de desórdenes sociales, especialmente en el campo. El número de parados pasó de 1,5 a 12,6 millones entre 1929 y 1933, lo que representaba el 25% de la población activa.
En 1929, la economía norteamericana representaba el 45% de la producción mundial y sus inversiones el 12,5%. El brutal retroceso sufrido a partir de entonces tuvo necesariamente un profundo eco en el exterior: la depresión se instaló en todo el mundo. Ahora bien, ésta no se produjo de manera simultánea ni sus efectos fueron los mismos en todos los países. La difusión de la crisis tuvo lugar a través de tres canales: las medidas arancelarias proteccionistas adoptadas por Estados Unidos en 1930, la exportación de la caída de los precios y la reducción de los préstamos norteamericanos al exterior.
a) Proteccionismo: tras la Primera Guerra Mundial, el comercio internacional se había encontrado con trabas inimaginables antes de 1914. La era del librecambismo había acabado. Los nuevos Estados surgidos de la desintegración del Imperio Austrohúngaro, el Ruso y el Otomano optaron por el nacionalismo económico y multiplicaron el proteccionismo aduanero; por su lado, la Unión Soviética redujo sus intercambios con el extranjero. Todo ello, junto con las dificultades monetarias, hizo que el comercio mundial sufriera un estancamiento en contra de lo que parecía lógico suponer tras el progreso de los medios de transporte.
Con la Gran Depresión, las medidas proteccionistas y las tendencias autárquicas cobraron mayor impulso. El proteccionismo tradicional (arancelario) se reforzó con otros métodos: a) la fijación de contingentes, que es cuando un Estado admite una cantidad limitada de determinadas mercancías extranjeras; b) el control de cambios, mediante el cual el Estado interviene en el mercado de divisas para mantener el precio, o bien concede discriminadamente divisas a través de un organismo oficial, al que hay que entregar todas las recibidas del exterior. Se inauguró así la era de bilateralismo: cada país compraba a los países que le compraban, equilibrando su comercio mediante balanzas particulares. Todas estas medidas habían sido tomadas por gobiernos nacionales sin una consulta o acuerdo internacional y sin considerar las repercusiones en las respuestas de las otras partes afectadas. Esto contribuyó en gran parte a la anarquía resultante y a la caída del comercio mundial.
El proteccionismo estadounidense provocó toda una serie de medidas similares en el resto de los países, lo que se tradujo en un fuerte descenso del comercio mundial, cuyo volumen de intercambios retrocedió en un 30% entre 1929 y 1933. La caída de los precios se extendió al resto de las naciones a través de sus exportaciones, obligando a los países concurrentes en el comercio mundial a ponerse en línea con los precios norteamericanos para que sus productos fueran competitivos. Por último, el "crac" de Wall Street redujo la liquidez de los prestamistas estadounidenses, razón por la cual éstos se abstuvieron de conceder nuevos créditos, con los consiguientes efectos negativos en todas las naciones donde los Estados Unidos se habían convertido en el principal proveedor de capital.
b) Caída de los precios: Incluso las empresas que contaban con una sólida estructura financiera sufrieron los efectos de la caída de los precios: entre 1929 y 1932, el índice general de precios se redujo en un 30%, siendo los más afectados los agrícolas, que perdieron más del 50%. Los mercados financieros se estabilizaron, pero los precios de las mercancías bajaban cada vez más, transmitiendo la presión a productores como Argentina y Australia.
c) Reducción de los préstamos: los americanos que habían invertido en Europa dejaron de hacerlo y vendieron sus intereses allí para repatriar los fondos. A lo largo de 1930 continuó la retirada de capital de Europa, situando a todo el sistema financiero bajo una presión insoportable. Por otra parte, los bancos, en su esfuerzo por acrecentar su liquidez, reducían los préstamos, ocasionando una fuerte presión financiera sobre las empresas, que para muchas resultó fatal. Las más afectadas fueron, naturalmente, aquellas cuya situación económica era más frágil.
En mayo de 1931 suspendió pagos el mayor banco austríaco, el Kredit Anstalt, institución financiera ligada a la familia Rothschild y uno de los bancos más grandes e importantes de Europa Central. Una idea del problema que se generó la da el que su balance era el 70% del total de todos los bancos austriacos. Aunque el gobierno austriaco congeló los valores del banco y prohibió la retirada de fondos, el pánico se extendió a Hungría, Checoslovaquia, Rumania, Polonia y los países balcánicos. El siguiente en caer fue Alemania.
Alemania fue, después de los Estados Unidos, el país más afectado por la depresión. Junto con Austria, su economía dependía en gran medida de los créditos exteriores, de modo que el corte en la afluencia de capitales norteamericanos le resultó fatal. Sus efectos se hicieron sentir incluso antes del "crac", cuando gran parte de estos capitales se desviaron hacia la especulación bursátil. El proceso de derrumbe de su economía fue similar al de la norteamericana: caída de los valores bursátiles, quiebras bancarias, hundimiento del marco y agotamiento de las reservas del Reichsbank.
Este proceso culminó con la quiebra de uno de los mayores bancos alemanes, el DANAT, arrastrado por el hundimiento de la gran empresa textil Nordwolle. La producción industrial se redujo a la mitad entre 1929 y 1932, y el número de parados alcanzó los 6 millones en este último año; en 1930 forma gobierno Brüning, quien, con una política deflacionista agravó el problema del paro. Tres años más tarde, Hitler es nombrado canciller, inaugurándose una época de fuerte dirigismo económico.
De Alemania, el pánico pasó a Gran Bretaña. Por lo que respecta al Reino Unido, puede decirse que se encontraba en crisis desde 1921. No había gozado del auge económico que tuvo Estados Unidos en el decenio de 1920 y ya sufrían un desempleo a gran escala: más de un millón de trabajadores estaban en paro y la industria y la minería se enfrentaban con graves problemas. Para colmo, Londres seguía siendo un gran centro de negocios y probablemente el mayor mercado extranjero de valores estadounidenses. Tras el "crac" de 1929, se reforzaron los desequilibrios y el retroceso productivo: el paro se elevó a la cifra de 3 millones y la producción se redujo en un 25%. En agosto de 1931, el creciente malestar provocó una división del gobierno laborista y el primer ministro, Ramsay MacDonald formó un gobierno nacional de coalición para intentar salvar la situación. El mes siguiente, Gran Bretaña devaluó la libra abandonando el patrón oro. Esto tuvo consecuencias internacionales, particularmente en Sudáfrica, el mayor productor de oro del mundo, cuya economía, antes sólida, quedó quebrantada. En Australia, la quiebra hizo que los préstamos extranjeros, de los que dependía la economía, sufrieran una brusca interrupción. La depresión de Australia empeoró con la caída de los precios mundiales de la lana y el trigo. La economía agrícola de Nueva Zelanda, más diversificada, se mantuvo en gran parte igual que antes.
En cuanto a Francia, ninguna nación occidental había sufrido más la Primera Guerra Mundial. Casi toda la lucha en el frente occidental tuvo lugar en su región más rica. Más de la mitad de la producción industrial anterior a la guerra, incluyendo el 60% de su acero y el 70% de su carbón, estaba localizada en el área devastada por la guerra, que también se encontraba entre las regiones agrícolas más importantes. Lo más espantoso fue la pérdida de vidas: 1,5 millones de franceses -la mitad de la población masculina en edad militar- habían muerto, y otros 750.000 habían quedado impedidos. No sorprende, por tanto, que Francia exigiera que Alemania pagara la guerra.
Contando con las reparaciones alemanas para pagar el coste, el gobierno francés emprendió inmediatamente un amplio programa de reconstrucción física en las áreas dañadas por la guerra, lo que tuvo el efecto lateral de estimular la economía hasta nuevos registros de producción. Cuando las reparaciones alemanas no se materializaron en la cantidad esperada, los inseguros métodos utilizados para financiar la reconstrucción se cobraron su precio. El problema se agravó con la cara e ineficaz ocupación del Ruhr. El franco se devaluó más en los primeros siete años de paz que durante la guerra. Dándose cuenta de que no se podía hacer pagar a Alemania, un gabinete de coalición estabilizó el franco en 1926 en una quinta parte de su valor anterior a la guerra, emprendiendo drásticas reducciones en los gastos y severos aumentos en los impuestos. Esta solución fue más satisfactoria que las adoptadas por Gran Bretaña y Alemania, pero perjudicó tanto a la clase rentista que perdió aproximadamente el 80% de su poder adquisitivo con la inflación, como a las clases trabajadoras, que soportaron la mayor parte del aumento fiscal. De este modo, como en Alemania, la inflación contribuyó al crecimiento del extremismo, tanto de izquierda como de derecha.
El franco, cuando por fin se estabilizó, estaba en realidad infravalorado en relación a otras monedas importantes. Esto estimuló las exportaciones, obstaculizó las importaciones y condujo a una afluencia de oro. Así, la recesión golpeó a Francia más tarde que en los demás lugares y fue quizá menos severa, pero duró más; no tocó fondo hasta 1936 y cuando estalló la guerra en 1939, la economía francesa era aún más vacilante.
Varios países fuertemente afectados por la caída de los precios de sus materias primas, como Argentina, Australia y Chile, habían abandonado ya el patrón oro. Entre septiembre de 1931 y abril de 1932 lo hicieron oficialmente otros 24 países y otros, aunque nominalmente aún lo seguían, habían suspendido en realidad los pagos en oro. Sin un patrón internacional común, los valores de las monedas fluctuaban sin sentido, en respuesta a la oferta y la demanda, influidos por la fuga de capital y los excesos del nacionalismo económico, como reflejaban los cambios punitivos de aranceles. Las economías de Indonesia y Brasil sufrieron gravemente cuando se desplomaron los mercados de caucho y café. En Holanda y Bélgica quebraron grandes firmas de corretaje, los valores cayeron y las balanzas de pagos quedaron gravemente afectadas. El fallo económico también afectó a España. Por el contrario, las economías de Suiza y Escandinavia apenas sufrieron por el hundimiento.
De Alemania, el pánico pasó a Gran Bretaña. Por lo que respecta al Reino Unido, puede decirse que se encontraba en crisis desde 1921. No había gozado del auge económico que tuvo Estados Unidos en el decenio de 1920 y ya sufrían un desempleo a gran escala: más de un millón de trabajadores estaban en paro y la industria y la minería se enfrentaban con graves problemas. Para colmo, Londres seguía siendo un gran centro de negocios y probablemente el mayor mercado extranjero de valores estadounidenses. Tras el "crac" de 1929, se reforzaron los desequilibrios y el retroceso productivo: el paro se elevó a la cifra de 3 millones y la producción se redujo en un 25%. En agosto de 1931, el creciente malestar provocó una división del gobierno laborista y el primer ministro, Ramsay MacDonald formó un gobierno nacional de coalición para intentar salvar la situación. El mes siguiente, Gran Bretaña devaluó la libra abandonando el patrón oro. Esto tuvo consecuencias internacionales, particularmente en Sudáfrica, el mayor productor de oro del mundo, cuya economía, antes sólida, quedó quebrantada. En Australia, la quiebra hizo que los préstamos extranjeros, de los que dependía la economía, sufrieran una brusca interrupción. La depresión de Australia empeoró con la caída de los precios mundiales de la lana y el trigo. La economía agrícola de Nueva Zelanda, más diversificada, se mantuvo en gran parte igual que antes.
En cuanto a Francia, ninguna nación occidental había sufrido más la Primera Guerra Mundial. Casi toda la lucha en el frente occidental tuvo lugar en su región más rica. Más de la mitad de la producción industrial anterior a la guerra, incluyendo el 60% de su acero y el 70% de su carbón, estaba localizada en el área devastada por la guerra, que también se encontraba entre las regiones agrícolas más importantes. Lo más espantoso fue la pérdida de vidas: 1,5 millones de franceses -la mitad de la población masculina en edad militar- habían muerto, y otros 750.000 habían quedado impedidos. No sorprende, por tanto, que Francia exigiera que Alemania pagara la guerra.
Contando con las reparaciones alemanas para pagar el coste, el gobierno francés emprendió inmediatamente un amplio programa de reconstrucción física en las áreas dañadas por la guerra, lo que tuvo el efecto lateral de estimular la economía hasta nuevos registros de producción. Cuando las reparaciones alemanas no se materializaron en la cantidad esperada, los inseguros métodos utilizados para financiar la reconstrucción se cobraron su precio. El problema se agravó con la cara e ineficaz ocupación del Ruhr. El franco se devaluó más en los primeros siete años de paz que durante la guerra. Dándose cuenta de que no se podía hacer pagar a Alemania, un gabinete de coalición estabilizó el franco en 1926 en una quinta parte de su valor anterior a la guerra, emprendiendo drásticas reducciones en los gastos y severos aumentos en los impuestos. Esta solución fue más satisfactoria que las adoptadas por Gran Bretaña y Alemania, pero perjudicó tanto a la clase rentista que perdió aproximadamente el 80% de su poder adquisitivo con la inflación, como a las clases trabajadoras, que soportaron la mayor parte del aumento fiscal. De este modo, como en Alemania, la inflación contribuyó al crecimiento del extremismo, tanto de izquierda como de derecha.
El franco, cuando por fin se estabilizó, estaba en realidad infravalorado en relación a otras monedas importantes. Esto estimuló las exportaciones, obstaculizó las importaciones y condujo a una afluencia de oro. Así, la recesión golpeó a Francia más tarde que en los demás lugares y fue quizá menos severa, pero duró más; no tocó fondo hasta 1936 y cuando estalló la guerra en 1939, la economía francesa era aún más vacilante.
Varios países fuertemente afectados por la caída de los precios de sus materias primas, como Argentina, Australia y Chile, habían abandonado ya el patrón oro. Entre septiembre de 1931 y abril de 1932 lo hicieron oficialmente otros 24 países y otros, aunque nominalmente aún lo seguían, habían suspendido en realidad los pagos en oro. Sin un patrón internacional común, los valores de las monedas fluctuaban sin sentido, en respuesta a la oferta y la demanda, influidos por la fuga de capital y los excesos del nacionalismo económico, como reflejaban los cambios punitivos de aranceles. Las economías de Indonesia y Brasil sufrieron gravemente cuando se desplomaron los mercados de caucho y café. En Holanda y Bélgica quebraron grandes firmas de corretaje, los valores cayeron y las balanzas de pagos quedaron gravemente afectadas. El fallo económico también afectó a España. Por el contrario, las economías de Suiza y Escandinavia apenas sufrieron por el hundimiento.
LA OPINIÓN DE LOS EXPERTOS
Es curioso observar cómo, antes del "crac", los expertos, aquellos que en principio se suponía que deberían conocer mejor los secretos de la economía, fueron los que hicieron las declaraciones más contradictorias con lo que el tiempo se encargó de demostrar: la inminencia de la crisis. Políticos, economistas y periodistas expertos en temas económicos se dedicaron a hacer declaraciones que hoy hay que juzgar, por lo menos, de insensatas. A esta regla general hay, quizá, solo una excepción digna de mención: R.W.Babson, quien afirmó el 17 de septiembre de 1928 que "si Smith [candidato a la presidencia] resulta elegido y cuenta con un Congreso demócrata, tendremos casi con seguridad una depresión económica en 1929". Estas declaraciones fueron inmediatamente contestadas por A.W.Mellon, Secretario del Tesoro, cuyas palabras son significativas de la desorientación existente entre los responsables de la política económica: "No hay motivo alguno para preocuparse. La alta marea de la prosperidad continuará". El propio presidente Coolidge, en su último mensaje al Congreso (4-12-1928), afirmaba: "Ninguno de los congresos de los Estados Unidos... tuvo ante sí una perspectiva tan favorable como la que se nos ofrece en estos momentos".
Los hombres de negocios compartían la misma opinión. J.J.Raskob (uno de los directivos de General Motors) publicó un artículo, en el verano del 29, titulado "Todo hombre debería ser rico", donde exponía que ahorrando 15 dólares al mes, invirtiéndolos y reinvirtiendo los dividendos, al cabo de veinte años se tendrían 80.000 dólares. Y los economistas no estuvieron más acertados. Fisher, considerado por Schumpeter como el economista científico más importante de los Estados Unidos, opinaba así: "Dentro de unos meses espero ver el mercado de valores bastante más alto de lo que está hoy". Y una prestigiosa institución, la Harvard Economic Society, cuya finalidad era predecir el futuro económico, declaraba un mes después de producido el "crac" que "era absolutamente improbable que sobreviniese una depresión tan severa como la de 1920-21". Ciertamente, no pudieron equivocarse más.
Posteriormente, los economistas han dado diversas interpretaciones a la recesión mundial del 29, abriendo una interesante polémica que llega hasta nuestros días. La Gran Depresión fue una escuela inmejorable para conocer el comportamiento de la economía.
J.A.Schumpeter interpretó la depresión dentro de su teoría del ciclo económico, como un elemento necesario del desarrollo capitalista. Ahora bien, para él, en las grandes depresiones la economía se encuentra afectada por fuerzas que no son inherentes a la actuación del mecanismo económico como tal, sino por una serie de factores políticos que distorsionan su libre funcionamiento y dificultan la recuperación: impedimentos al patrón oro, nacionalismo económico, política fiscal incompatible con el desarrollo suave de la industria y el comercio, política equivocada de salarios, presión sobre los tipos de interés, etc. Además, las actuaciones políticas pudieron ser no solo la causa de que se agravase la depresión, sino incluso de que se iniciase.
A una política monetaria equivocada atribuye el premio Nobel Milton Friedman la profundidad de la depresión. Para él, el comportamiento de la autoridad monetaria americana determinó el descenso de la cantidad de moneda en una tercera parte, con inevitables efectos desaceleradores, entre 1929 y 1933. Por otro lado, el incremento de las reservas de oro no se tradujo en una ampliación proporcional de la base monetaria.
Otro premio Nobel, Paul Samuelson, opina que la quiebra de Wall Street fue un síntoma de la depresión posterior, pero no la causa. Considera que la Gran Depresión fue la consecuencia de la excesiva rigidez del sistema. Entre 1929 y 1935 se vivía en un mundo de ortodoxia, con reglas teóricas totalmente vinculantes: a nadie se le ocurría entonces incrementar la liquidez para evitar las quiebras bancarias: la relación constante entre reservas monetarias y dinero en circulación era un dogma. También considera que la acción del Estado no debe limitarse a la política monetaria; piensa que ésta debe reforzarse con medidas fiscales estabilizadoras, es decir, utilizar los ingresos y gastos públicos para lograr la estabilidad del nivel general de precios, la plena ocupación y determinados efectos sobre la Renta Nacional. La acción fiscal del New Deal fue la enseñanza extraída de la Gran Depresión que inauguraría el "Estado de bienestar" posterior
En resumen, ¿qué causó la recesión? Después de ochenta años todavía hoy no hay un consenso general en esta cuestión. Para algunos las causas fueron principalmente monetarias: un drástico descenso de la cantidad de dinero en las economías industriales importantes, especialmente en los Estados Unidos, que extendió su influencia al resto del mundo.
Es curioso observar cómo, antes del "crac", los expertos, aquellos que en principio se suponía que deberían conocer mejor los secretos de la economía, fueron los que hicieron las declaraciones más contradictorias con lo que el tiempo se encargó de demostrar: la inminencia de la crisis. Políticos, economistas y periodistas expertos en temas económicos se dedicaron a hacer declaraciones que hoy hay que juzgar, por lo menos, de insensatas. A esta regla general hay, quizá, solo una excepción digna de mención: R.W.Babson, quien afirmó el 17 de septiembre de 1928 que "si Smith [candidato a la presidencia] resulta elegido y cuenta con un Congreso demócrata, tendremos casi con seguridad una depresión económica en 1929". Estas declaraciones fueron inmediatamente contestadas por A.W.Mellon, Secretario del Tesoro, cuyas palabras son significativas de la desorientación existente entre los responsables de la política económica: "No hay motivo alguno para preocuparse. La alta marea de la prosperidad continuará". El propio presidente Coolidge, en su último mensaje al Congreso (4-12-1928), afirmaba: "Ninguno de los congresos de los Estados Unidos... tuvo ante sí una perspectiva tan favorable como la que se nos ofrece en estos momentos".
Los hombres de negocios compartían la misma opinión. J.J.Raskob (uno de los directivos de General Motors) publicó un artículo, en el verano del 29, titulado "Todo hombre debería ser rico", donde exponía que ahorrando 15 dólares al mes, invirtiéndolos y reinvirtiendo los dividendos, al cabo de veinte años se tendrían 80.000 dólares. Y los economistas no estuvieron más acertados. Fisher, considerado por Schumpeter como el economista científico más importante de los Estados Unidos, opinaba así: "Dentro de unos meses espero ver el mercado de valores bastante más alto de lo que está hoy". Y una prestigiosa institución, la Harvard Economic Society, cuya finalidad era predecir el futuro económico, declaraba un mes después de producido el "crac" que "era absolutamente improbable que sobreviniese una depresión tan severa como la de 1920-21". Ciertamente, no pudieron equivocarse más.
Posteriormente, los economistas han dado diversas interpretaciones a la recesión mundial del 29, abriendo una interesante polémica que llega hasta nuestros días. La Gran Depresión fue una escuela inmejorable para conocer el comportamiento de la economía.
J.A.Schumpeter interpretó la depresión dentro de su teoría del ciclo económico, como un elemento necesario del desarrollo capitalista. Ahora bien, para él, en las grandes depresiones la economía se encuentra afectada por fuerzas que no son inherentes a la actuación del mecanismo económico como tal, sino por una serie de factores políticos que distorsionan su libre funcionamiento y dificultan la recuperación: impedimentos al patrón oro, nacionalismo económico, política fiscal incompatible con el desarrollo suave de la industria y el comercio, política equivocada de salarios, presión sobre los tipos de interés, etc. Además, las actuaciones políticas pudieron ser no solo la causa de que se agravase la depresión, sino incluso de que se iniciase.
A una política monetaria equivocada atribuye el premio Nobel Milton Friedman la profundidad de la depresión. Para él, el comportamiento de la autoridad monetaria americana determinó el descenso de la cantidad de moneda en una tercera parte, con inevitables efectos desaceleradores, entre 1929 y 1933. Por otro lado, el incremento de las reservas de oro no se tradujo en una ampliación proporcional de la base monetaria.
Otro premio Nobel, Paul Samuelson, opina que la quiebra de Wall Street fue un síntoma de la depresión posterior, pero no la causa. Considera que la Gran Depresión fue la consecuencia de la excesiva rigidez del sistema. Entre 1929 y 1935 se vivía en un mundo de ortodoxia, con reglas teóricas totalmente vinculantes: a nadie se le ocurría entonces incrementar la liquidez para evitar las quiebras bancarias: la relación constante entre reservas monetarias y dinero en circulación era un dogma. También considera que la acción del Estado no debe limitarse a la política monetaria; piensa que ésta debe reforzarse con medidas fiscales estabilizadoras, es decir, utilizar los ingresos y gastos públicos para lograr la estabilidad del nivel general de precios, la plena ocupación y determinados efectos sobre la Renta Nacional. La acción fiscal del New Deal fue la enseñanza extraída de la Gran Depresión que inauguraría el "Estado de bienestar" posterior
En resumen, ¿qué causó la recesión? Después de ochenta años todavía hoy no hay un consenso general en esta cuestión. Para algunos las causas fueron principalmente monetarias: un drástico descenso de la cantidad de dinero en las economías industriales importantes, especialmente en los Estados Unidos, que extendió su influencia al resto del mundo.
Para otros, las causas estuvieron en el "sector real": una caída autónoma del consumo y de las inversiones que se propagó por toda la economía y el resto del mundo, por medio del mecanismo multiplicador-acelerador. Se han ofrecido más explicaciones: la previa recesión de la agricultura, la extrema dependencia de los países del Tercer Mundo de los inestables mercados de sus productos primarios, una escasez o mala distribución de las reservas de oro mundiales, etc. Una visión ecléctica es la que considera que no hubo un único factor responsable, sino que una desgraciada concatenación de acontecimientos y circunstancias, monetarios y no monetarios, dio origen a la recesión. Se puede afirmar además que estos acontecimientos y circunstancias pueden remontarse en parte a la Primera Guerra Mundial y a los acuerdos de paz que la siguieron. La quiebra del patrón oro, la interrupción del comercio -que nunca se recuperó por completo- y la política económica nacionalista de la década de 1920 también tienen lugar en la explicación.
Las consecuencias de la recesión a largo plazo también merecen atención. Entre ellas estuvo un aumento del papel del gobierno en la economía, un cambio gradual en la actitud hacia la política económica (la llamada revolución keynesiana) y los esfuerzos por parte de los países de Iberoamérica y otros del Tercer Mundo por desarrollar unas industrias propias que sustituyeran las importaciones. La recesión también contribuyó, a través del sufrimiento y el malestar que causó, al surgimiento de movimientos políticos extremistas, tanto de izquierda como de derecha, sobre todo en Alemania y, de este modo, indirectamente, a los orígenes de la Segunda Guerra Mundial.
INTENTOS DE RECONSTRUCCION
Dos presidentes, Calvin Coolidge y Herbert Hoover, desempeñaron papeles fundamentales en el hundimiento económico y en la subsiguiente Gran Depresión, que duró todo el decenio de 1930. En marzo de 1929, Coolidge llevaba seis años de presidencia. Su impotencia ante el espectacular auge del mercado de valores y el no haber restringido las facilidades de crédito condujeron a la quiebra de Wall Street siete meses después de terminar su mandato. La quiebra se produjo durante la presidencia de Herbert Hoover, que había prometido al pueblo norteamericano "un pollo en cada olla y un coche en cada garaje". En lugar de eso se encontró frente a la Gran Depresión, en la que la producción de acero y de automóviles resultó gravemente afectada, los transportes de mercancías se redujeron drásticamente y la construcción de casas llegó casi a la inactividad. En 1933, el fracaso de Hoover, que no alivió aquella grave situación, causó su derrota en las elecciones presidenciales frente al demócrata Franklin D.Roosevelt.
Cuando Roosevelt juró su cargo como trigésimo segundo presidente de los Estados Unidos, en un frío y tormentoso día de marzo de 1933, la nación estaba sumida en la peor crisis desde la guerra civil, con más de 15 millones de parados -casi la mitad de la mano de obra industrial-, la industria prácticamente paralizada y el sistema bancario al borde del colapso completo. La crisis no era solamente económica. Un "ejército" de unos 15.000 veteranos de la Primera Guerra Mundial en paro hicieron una marcha sobre Washington en 1932, para terminar siendo dispersados a la fuerza por el ejército regular al mando del general Douglas MacArthur. En las áreas rurales los agricultores decidieron impedir a toda costa la ejecución de las hipotecas y la violencia reinaba en las calles de las ciudades.
Roosevelt se había presentado en sus discursos electorales como un reformador social. Achacaba la crisis al régimen liberal y se mostraba partidario de cierto grado de dirigismo en la economía. Había propuesto un programa de intervención, el New Deal que pretendía salvar, en primer lugar, al sistema crediticio, aunque acabó afectando igualmente a la industria, la agricultura y las políticas de precios y salarios, todo ello bajo el signo del dirigismo y de la intervención estatal. Así, en los famosos cien días que siguieron a su inauguración, un Congreso complaciente obedeció sus órdenes, ocupándose principalmente de la recuperación económica y la reforma social en las áreas de agricultura, banca, sistema monetario, mercados de valores, mano de obra, seguridad social, sanidad, vivienda, transporte, comunicaciones y recursos naturales -en realidad, todos los aspectos de la economía y la sociedad norteamericanas-.
Quizá la promulgación más característica de todo el período fue la ley de Reconstrucción de la Industria. Ésta creó una Administración de Reconstrucción Nacional (NRA), formada por representantes de la industria cuya misión había de ser supervisar la elaboración de "códigos de competencia limpia" para cada ramo de la propia industria. Esta NRA tenía sorprendentes similitudes con el sistema fascista de organización industrial en Italia, aunque sin su brutalidad ni sus métodos de estado policial. En esencia, era un sistema de planificación económica privada con una supervisión del gobierno para proteger el interés público y garantizar el derecho de organización y negociación colectiva obrera. En 1935 el Tribunal Supremo declaró la NRA anticonstitucional. De todas formas, la recuperación industrial había sido decepcionante y en 1937 la economía sufrió una nueva recesión sin haber conseguido el pleno empleo. El paro afectaba, en 1938, a cerca del 19% de la población activa, y los precios eran inferiores a los de 1929.
Otras medidas consistieron en una moratoria de los pagos bancarios y la reapertura de los bancos, acompañada de medidas de control; además, al Presidente se le facultó para determinar la expansión monetaria, al tiempo que el Tesoro compraría y vendería oro al mítico precio fijo de 35 dólares por onza. Para la agricultura se creó un organismo encargado de velar por el mantenimiento de los precios y fomentar la creación de pequeñas granjas, al tiempo que se invitaba a los agricultores a reducir su producción, reducción que se vería compensada por una indemnización. Este programa también fue invalidado por el Tribunal Supremo. El Estado intervino además, directamente, en la Ordenación del Territorio con la gran empresa estatal hidroeléctrica Tennessee Valley Authority, la cual implantó unos precios tipo a la energía eléctrica que se impusieron a las compañías privadas.
Los resultados de la política económica de Roosevelt, si bien es cierto que paliaron algo el problema, no fueron demasiado brillantes. Algunas de las medidas, como la devaluación del dólar y la política monetaria expansionista provocaron un movimiento especulativo en la Bolsa. Las cosas no mejoraron demasiado ni siquiera cuando en 1938 el Congreso autorizó un nuevo programa de obras públicas a fin de incrementar el nivel de empleo. Los Estados Unidos volvieron a entrar en guerra en 1941 con más de 6 millones de parados. Al final la situación pudo resolverse no gracias al New Deal sino al cambio de rumbo impuesto por la II Guerra Mundial: el rearme y la intervención estatal tuvieron como consecuencia directa la absorción del paro y una nueva expansión como no había conocido hasta entonces la economía de los Estados Unidos.
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