Este proceso culminó con la quiebra de uno de los mayores bancos alemanes, el DANAT, arrastrado por el hundimiento de la gran empresa textil Nordwolle. La producción industrial se redujo a la mitad entre 1929 y 1932, y el número de parados alcanzó los 6 millones en este último año; en 1930 forma gobierno Brüning, quien, con una política deflacionista agravó el problema del paro. Tres años más tarde, Hitler es nombrado canciller, inaugurándose una época de fuerte dirigismo económico.
De Alemania, el pánico pasó a
Gran Bretaña. Por lo que respecta al Reino Unido
, puede decirse que se encontraba en crisis desde 1921. No había gozado del auge económico que tuvo Estados Unidos en el decenio de 1920 y ya sufrían un desempleo a gran escala: más de un millón de trabajadores estaban en paro y la industria y la minería se enfrentaban con graves problemas. Para colmo, Londres seguía siendo un gran centro de negocios y probablemente el mayor mercado extranjero de valores estadounidenses. Tras el "crac" de 1929, se reforzaron los desequilibrios y el retroceso productivo: el paro se elevó a la cifra de 3 millones y la producción se redujo en un 25%. En agosto de 1931, el creciente malestar provocó una división del gobierno laborista y el primer ministro, Ramsay MacDonald formó un
gobierno nacional de coalición para intentar salvar la situación. El mes siguiente, Gran Bretaña devaluó la libra abandonando el patrón oro. Esto tuvo consecuencias internacionales, particularmente en Sudáfrica, el mayor productor de oro del mundo, cuya economía, antes sólida, quedó quebrantada. En Australia, la quiebra hizo que los préstamos extranjeros, de los que dependía la economía, sufrieran una brusca interrupción. La depresión de Australia empeoró con la caída de los precios mundiales de la lana y el trigo. La economía agrícola de Nueva Zelanda, más diversificada, se mantuvo en gran parte igual que antes.
En cuanto a
Francia, ninguna nación occidental había sufrido más la Primera Guerra Mundial. Casi toda la lucha en el frente occidental tuvo lugar en su región más rica. Más de la mitad de la producción industrial anterior a la guerra, incluyendo el 60% de su acero y el 70% de su carbón, estaba localizada en el área devastada por la guerra, que también se encontraba entre las regiones agrícolas más importantes. Lo más espantoso fue la pérdida de vidas: 1,5 millones de franceses -la mitad de la población masculina en edad militar- habían muerto, y otros 750.000 habían quedado impedidos. No sorprende, por tanto, que Francia exigiera que Alemania pagara la guerra.
Contando con las reparaciones alemanas para pagar el coste, el gobierno francés emprendió inmediatamente un amplio programa de reconstrucción física en las áreas dañadas por la guerra, lo que tuvo el efecto lateral de estimular la economía hasta nuevos registros de producción. Cuando las reparaciones alemanas no se materializaron en la cantidad esperada,
los inseguros métodos utilizados para financiar la reconstrucción se cobraron su precio. El problema se agravó con la cara e ineficaz ocupación del Ruhr. El franco se devaluó más en los primeros siete años de paz que durante la guerra. Dándose cuenta de que no se podía hacer pagar a Alemania, un gabinete de coalición estabilizó el franco en 1926 en una quinta parte de su valor anterior a la guerra, emprendiendo drásticas reducciones en los gastos y severos aumentos en los impuestos. Esta solución fue más satisfactoria que las adoptadas por Gran Bretaña y Alemania, pero perjudicó tanto a la clase rentista que perdió aproximadamente el 80% de su poder adquisitivo con la inflación, como a las clases trabajadoras, que soportaron la mayor parte del aumento fiscal. De este modo, como en Alemania, la inflación contribuyó al crecimiento del extremismo, tanto de izquierda como de derecha.
El franco, cuando por fin se estabilizó, estaba en realidad infravalorado en relación a otras monedas importantes. Esto estimuló las exportaciones, obstaculizó las importaciones y condujo a una afluencia de oro. Así, la recesión golpeó a Francia más tarde que en los demás lugares y fue quizá menos severa, pero duró más; no tocó fondo hasta 1936 y cuando estalló la guerra en 1939, la economía francesa era aún más vacilante.
Varios países fuertemente afectados por la caída de los precios de sus materias primas, como Argentina, Australia y Chile, habían abandonado ya el patrón oro. Entre septie
mbre de 1931 y abril de 1932 lo hicieron oficialmente otros 24 países y otros, aunque nominalmente aún lo seguían, habían suspendido en realidad los pagos en oro. Sin un patrón internacional común, los valores de las monedas fluctuaban sin sentido, en respuesta a la oferta y la demanda, influidos por la fuga de capital y los excesos del nacionalismo económico, como reflejaban los cambios punitivos de aranceles. Las economías de Indonesia y Brasil sufrieron gravemente cuando se desplomaron los mercados de caucho y café. En Holanda y Bélgica quebraron grandes firmas de corretaje, los valores cayeron y las balanzas de pagos quedaron gravemente afectadas. El fallo económico también afectó a España. Por el contrario, las economías de Suiza y Escandinavia apenas sufrieron por el hundimiento.
LA OPINIÓN DE LOS EXPERTOSEs curioso observar cómo, antes del "crac", los expertos, aquellos que en principio se suponía que deberían conocer mejor los secretos de la economía, fueron los que hicieron las declaraciones más contradictorias con lo que el tiempo se encargó de demostrar: la inminencia de la crisis. Políticos, economistas y periodistas expertos en temas económicos se dedicaron a hacer declaraciones que hoy hay que ju
zgar, por lo menos, de insensatas. A esta regla general hay, quizá, solo una excepción digna de mención: R.W.Babson, quien afirmó el 17 de septiembre de 1928 que "si Smith [candidato a la presidencia] resulta elegido y cuenta con un Congreso demócrata, tendremos casi con seguridad una depresión económica en 1929". Estas declaraciones fueron inmediatamente contestadas por A.W.Mellon, Secretario del Tesoro, cuyas palabras son significativas de la desorientación existente entre los responsables de la política económica: "No hay motivo alguno para preocuparse. La alta marea de la prosperidad continuará". El propio presidente Coolidge, en su último mensaje al Congreso (4-12-1928), afirmaba: "Ninguno de los congresos de los Estados Unidos... tuvo ante sí una perspectiva tan favorable como la que se nos ofrece en estos momentos".
Los hombr
es de negocios compartían la misma opinión. J.J.Raskob (uno de los directivos de General Motors) publicó un artículo, en el verano del 29, titulado "Todo hombre debería ser rico", donde exponía que ahorrando 15 dólares al mes, invirtiéndolos y reinvirtiendo los dividendos, al cabo de veinte años se tendrían 80.000 dólares. Y los economistas no estuvieron más acertados. Fisher, considerado por Schumpeter como el economista científico más importante de los Estados Unidos, opinaba así: "Dentro de unos meses espero ver el mercado de valores bastante más alto de lo que está hoy". Y una prestigiosa institución, la Harvard Economic Society, cuya finalidad era predecir el futuro económico, declaraba un mes después de producido el "crac" que "era absolutamente improbable que sobreviniese una depresión tan severa como la de 1920-21". Ciertamente, no pudieron equivocarse más.
Posteriormente, los economistas han dado diversas interpretaciones a la recesión mundial del 29, abriendo una interesante polémica que llega hasta nuestros días. La Gran Depresión fue una escuela inmejorable para conocer el comportamiento de la economía.
J.A.Schum
peter interpretó la depresión dentro de su teoría del ciclo económico, como un elemento necesario del desarrollo capitalista. Ahora bien, para él, en las grandes depresiones la economía se encuentra afectada por fuerzas que no son inherentes a la actuación del mecanismo económico como tal, sino por una serie de factores políticos que distorsionan su libre funcionamiento y dificultan la recuperación: impedimentos al patrón oro, nacionalismo económico, política fiscal incompatible con el desarrollo suave de la industria y el comercio, política equivocada de salarios, presión sobre los tipos de interés, etc. Además, las actuaciones políticas pudieron ser no solo la causa de que se agravase la depresión, sino incluso de que se iniciase.
A una política monetaria equivocada atribuye el premio Nobel Milton Friedman la profundidad de la depresión. Para él, el comportamiento de la autoridad monetaria americana determinó el descenso de la cantidad de moneda en una tercera parte, con inevitables efectos desaceleradores, entre 1929 y 1933. Por otro lado, el incremento de las reservas de oro no se tradujo en una ampliación proporcional de la base monetaria.
Otro premio Nobel, Paul Samuelson, opina que la quiebra de Wall Street fue un síntoma de la depresión pos
terior, pero no la causa. Considera que la Gran Depresión fue la consecuencia de la excesiva rigidez del sistema. Entre 1929 y 1935 se vivía en un mundo de ortodoxia, con reglas teóricas totalmente vinculantes: a nadie se le ocurría entonces incrementar la liquidez para evitar las quiebras bancarias: la relación constante entre reservas monetarias y dinero en circulación era un dogma. También considera que la acción del Estado no debe limitarse a la política monetaria; piensa que ésta debe reforzarse con medidas fiscales estabilizadoras, es decir, utilizar los ingresos y gastos públicos para lograr la estabilidad del nivel general de precios, la plena ocupación y determinados efectos sobre la Renta Nacional. La acción fiscal del New Deal fue la enseñanza extraída de la Gran Depresión que inauguraría el "Estado de bienestar" posterior
En resumen, ¿qué causó la recesión? Después de ochenta años todavía hoy no hay un consenso general en esta cuestión. Para algunos las causas fueron principalmente monetarias: un drástico descenso de la cantidad de dinero en las economías industriales importantes, especialmente en los Estados Unidos, que extendió su influencia al resto del mundo.
Para otros, las
causas estuvieron en el "sector real": una caída autónoma del consumo y de las inversiones que se propagó por toda la economía y el resto del mundo, por medio del mecanismo multiplicador-acelerador. Se han ofrecido más explicaciones: la previa recesión de la agricultura, la extrema dependencia de los países del Tercer Mundo de los inestables mercados de sus productos primarios, una escasez o mala distribución de las reservas de oro mundiales, etc. Una visión ecléctica es la que considera que no hubo un único factor responsable, sino que una desgraciada concatenación de acontecimientos y circunstancias, monetarios y no monetarios, dio origen a la recesión. Se puede afirmar además que estos acontecimientos y circunstancias pueden remontarse en parte a la Primera Guerra Mundial y a los acuerdos de paz que la siguieron. La quiebra del patrón oro, la interrupción del comercio -que nunca se recuperó por completo- y la política económica nacionalista de la década de 1920 también tienen lugar en la explicación.
Las consecuencias de la recesión a largo plazo también merecen atención. Entre ellas estuvo un aumento del papel del gobierno en la economía, un cambio gradual en la actitud hacia la política económica (la llamada revolución keynesiana) y los esfuerzos por parte de los países de Iberoamérica y otros del Tercer Mundo por desarrollar unas industrias propias que sustituyeran las importaciones. La recesión también contribuyó, a través del sufrimiento y el malestar que causó, al surgimiento de movimientos políticos extremistas, tanto de izquierda como de derecha, sobre todo en Alemania y, de este modo, indirectamente, a los orígenes de la Segunda Guerra Mundial.
INTENTOS DE RECONSTRUCCIONDos presidentes, Calvin Coolidge y Herbert Hoover, desempeñaron papeles funda
mentales en el hundimiento económico y en la subsiguiente Gran Depresión, que duró todo el decenio de 1930. En marzo de 1929, Coolidge llevaba seis años de presidencia. Su impotencia ante el espectacular auge del mercado de valores y el no haber restringido las facilidades de crédito condujeron a la quiebra de Wall Street siete meses después de terminar su mandato. La quiebra se produjo durante la presidencia de Herbert Hoover, que había prometido al pueblo norteamericano "un pollo en cada olla y un coche en cada garaje". En lugar de eso se encontró frente a la Gran Depresión, en la que la producción de acero y de automóviles resultó gravemente afectada, los transportes de mercancías se redujeron drásticamente y la construcción de casas llegó casi a la inactividad. En 1933, el fracaso de Hoover, que no alivió aquella grave situación, causó su derrota en las elecciones presidenciales frente al demócrata Franklin D.Roosevelt.
Cuando Roosevelt juró su cargo como trigésimo segundo presidente de los Estados Unidos, en un frío y tormentoso día de marzo de 1933, la nación estaba sumida en la peor crisis desde la guerra civil, con más de 15 millones de parados -casi la mitad de la mano de obra industrial-, la industria prácticamente paralizada y el sistema bancario al borde del colapso completo. La crisis no era solamente económica. Un "ejército" de unos 15.000 veteranos de la Primera Guerra Mundial en paro hicieron una marcha sobre Washington en 1932, para terminar siendo dispersados a la fuerza por el ejército regular al mando del general Douglas MacArthur. En las áreas rurales los agricultores decidieron impedir a toda costa la ejecución de las hipotecas y la violencia reinaba en las calles de las ciudades.
Roosevelt se había presentado en sus discursos electorales como un reformador social. Achacaba la crisis al régimen liberal y se mostraba partidario de cierto grado de dirigismo en la economía. Había propuesto un programa de intervención, el New Deal que pretendía salvar, en primer lugar, al sistema crediticio, aunque acabó afectando igualmente a la industria, la a
gricultura y las políticas de precios y salarios, todo ello bajo el signo del dirigismo y de la intervención estatal. Así, en los famosos cien días que siguieron a su inauguración, un Congreso complaciente obedeció sus órdenes, ocupándose principalmente de la recuperación económica y la reforma social en las áreas de agricultura, banca, sistema monetario, mercados de valores, mano de obra, seguridad social, sanidad, vivienda, transporte, comunicaciones y recursos naturales -en realidad, todos los aspectos de la economía y la sociedad norteamericanas-.
Quizá la promulgación más característica de todo el período fue la ley de Reconstruc
ción de la Industria. Ésta creó una Administración de Reconstrucción Nacional (NRA), formada por representantes de la industria cuya misión había de ser supervisar la elaboración de "códigos de competencia limpia" para cada ramo de la propia industria. Esta NRA tenía sorprendentes similitudes con el sistema fascista de organización industrial en Italia, aunque sin su brutalidad ni sus métodos de estado policial. En esencia, era un sistema de planificación económica privada con una supervisión del gobierno para proteger el interés público y garantizar el derecho de organización y negociación colectiva obrera. En 1935 el Tribunal Supremo declaró la NRA anticonstitucional. De todas formas, la recuperación industrial había sido decepcionante y en 1937 la economía sufrió una nueva recesión sin haber conseguido el pleno empleo. El paro afectaba, en 1938, a cerca del 19% de la población activa, y los precios eran inferiores a los de 1929.
Otras medidas consistieron en una moratoria de los pagos bancarios y la reapertura de los bancos, acompañada de medidas de control; además, al Presidente se le facultó para determinar la expansión monetaria, al tiempo que el Tesoro compraría y vendería oro al mítico precio fijo de 35 dólares por onza. Para la agricultura se creó un organismo encargado de velar por el mantenimiento de los precios y fomentar la creación de pequeñas granjas, al tiempo que se invitaba a los agricultores a reducir su producción, reducción que se vería compensada por una indemnización. Este programa también fue invalidado por el Tribunal Supremo. El Estado intervino además, directamente, en la Ordenación del Territorio con la gran empresa estatal hidroeléctrica Tennessee Valley Authority, la cual implantó unos precios tipo a la energía eléctrica que se impusieron a las compañías privadas.
Los resultados de la política económica de Roosevelt, si bien es cierto que paliaron algo el problema, no fueron demasiado brillantes. Algunas de las medidas, como la devaluación del dólar y la política monetaria expansionista provocaron un movimiento especulativo en la
Bolsa. Las cosas no mejoraron demasiado ni siquiera cuando en 1938 el Congreso autorizó un nuevo programa de obras públicas a fin de incrementar el nivel de empleo. Los Estados Unidos volvieron a entrar en guerra en 1941 con más de 6 millones de parados. Al final la situación pudo resolverse no gracias al New Deal sino al cambio de rumbo impuesto por la II Guerra Mundial: el rearme y la intervención estatal tuvieron como consecuencia directa la absorción del paro y una nueva expansión como no había conocido hasta entonces la economía de los Estados Unidos.