sábado, 29 de agosto de 2009

El Zumbido de Taos


Algunas víctimas no pueden dormir mientras un zumbido resuena en su cerebro. Otras se quejan de dolores de cabeza, sangrado de nariz, ansiedad, dificultades respiratorias y falta de equilibrio relacionada con problemas del oído interno. El zumbido de Taos se llama así por la comunidad de las montañas Sangre de Cristo, en Nuevo México, donde fue escuchado por primera vez hacia 1990. K.C.Grams fue una de las primeras “zumbadoras” que se dieron a conocer. Desde entonces, decenas de residentes de Taos se han quejado del ruido. En esa época, el representante de la zona en el Congreso, Bill Richardson, subestimó el problema. Convencido más tarde de que era real, pidió al Comité Permanente de Inteligencia del Congreso que investigara.

El zumbido está en el umbral de la audición humana, entre 20 y 20.000 hertzios o ciclos por segundo. Las investigaciones se han concentrado en los sonidos de baja frecuencia, entre 33 y 80 hertzios, pero no han podido precisar la causa. El sonido se describe como el de un camión que funciona a distancia. Mucha gente escucha el zumbido sólo o más intensamente, en el interior de edificios; otros pueden percibir también las vibraciones del sonido en su cuerpo. Los informes indican que el zumbido se percibe más por la noche.
Algunos perciben el zumbido de manera ininterrumpida mientras que otros lo hacen sólo durante periodos de tiempo determinados. Para algunas personas sólo constituye una molestia leve, mientras que otras quedan gravemente afectadas por el mismo manifestando alteraciones del sueño.

Se han recibido informes de zumbidos similares en Australia, Nueva Zelanda, Taiwán, Canadá y otras partes de Estados Unidos. El 15 de noviembre de 2006, por ejemplo, el doctor Tom Moir, de la Universidad de Massey en Auckland, Nueva Zelanda, grabó el Zumbido de Auckland y lo colgó en la página web de la universidad. La densidad espectral del fenómeno llega a una frecuencia máxima de 56 hertzios. Otros estudios en la Universidad de Cambridge apuntan a resultados parecidos en zumbidos detectados en Inglaterra.

Las explicaciones que se aducen son de lo más variadas. Durante bastante tiempo se contempló la posibilidad de que se tratara de sonidos provocados por la actividad humana: ruido industrial atenuado por la distancia, subwoofers domésticos, ventiladores, maquinaria industrial, laboratorios gubernamentales o privados… A medida que el sonido se desplaza por la atmósfera o por la superficie del terreno, las frecuencias altas disminuyen en amplitud más rápidamente que las bajas que, en último término, recorren distancias mayores. Los sonidos de baja frecuencia pueden ser concentrados por muros y estructuras arquitectónicas haciéndolos “sonar” como zumbidos ambiguos. Esta es la explicación que parecería más lógica. Sin embargo, los estudios realizados con micrófonos de alta sensibilidad no han conseguido detectar el Zumbido a partir de estas fuentes.

Se han estudiado también microondas, perturbaciones electromagnéticas provocadas por desintegración de meteoros en su entrada en la atmósfera, sistemas de comunicaciones de submarinos –que utilizan baja frecuencia-, posibles efectos de los proyectos de investigación de calentamiento de la ionosfera en Noruega, Rusia o Estados Unidos, ….

Se ha aducido también la posibilidad de que sea un caso de tinnitus o acúfeno, esto es, que el oído genera su propio ruido sin estímulo externo que lo justifique. Normalmente, este fenómeno empeora en el interior de edificios, ya que es más audible ante la ausencia del ruido que suele haber al aire libre –recordad cómo un poco más arriba comentaba que mucha gente dice que el zumbido es peor en el interior de sus casas-. El problema es que no a todos los “sufridores” les ocurre. Además, esta teoría no explica por qué los individuos oyen el zumbido sólo en lugares y parajes geográficos determinados.

La única certeza es que algunos oyen el zumbido y otros no. El fenómeno continúa siendo un misterio…

martes, 18 de agosto de 2009

El Jueves Negro y la Crisis del 29 (2ªparte)


LOS EFECTOS DE LA DEPRESIÓN

Incomprensiblemente, la confianza no se perdió del todo tras las jornadas negras de Wall Street, suponiéndose que todo se reducía a una tormenta en la Bolsa. Solo durante los años 30, cuando el "crac" se transformó en depresión generalizada, cobró todo su valor lo que se había iniciado en octubre de 1929: la crisis económica más profunda y extensa jamás conocida hasta entonces.

Los primeros afectados fueron los especuladores bursátiles norteamericanos. Así, se perdió totalmente la confianza en la Bolsa, cuyos valores cayeron en picado: el 3 de septiembre de 1929, el índice industrial publicado en el Times cerró a 452; el 8 de julio de 1932, el mismo índice señalaba 54.


Inmediatamente después, la crisis golpeó a otras instituciones financieras. Los bancos exigían el pago de los préstamos que habían dado para comprar títulos, forzando aún más a los inversores a lanzar sus acciones al mercado al precio que pudieran obtener. Por supuesto, no conseguían el dinero necesario para cubrir sus deudas y los bancos se encontraron rápidamente con un gran volumen de préstamos que no se iban a recuperar, esto es, la quiebra. La quiebra de una entidad bancaria provocaba la de aquellas otras que se encontraban entre sus depositantes, produciéndose un efecto en cascada: en 1929 se produjeron 624 quiebras bancarias; en 1930 hubo 1.345; y en 1931, 2.298 bancos dejaron de funcionar.

El sector industrial se defendió en los primeros años, disminuyendo su producción, que se redujo a casi la mitad entre 1929 y 1932, y, por tanto, conteniendo la caída de los precios con una menor oferta. Pero esta fuerte reducción de la producción se tradujo en una caída de los salarios nominales (el que percibe efectivamente el asalariado. Se contrapone al salario real, que es la cantidad de bienes y servicios que pueden comprar los salarios) y, sobre todo, en un impresionante incremento del paro, con su secuela de desórdenes sociales, especialmente en el campo. El número de parados pasó de 1,5 a 12,6 millones entre 1929 y 1933, lo que representaba el 25% de la población activa.

En 1929, la economía norteamericana representaba el 45% de la producción mundial y sus inversiones el 12,5%. El brutal retroceso sufrido a partir de entonces tuvo necesariamente un profundo eco en el exterior: la depresión se instaló en todo el mundo. Ahora bien, ésta no se produjo de manera simultánea ni sus efectos fueron los mismos en todos los países. La difusión de la crisis tuvo lugar a través de tres canales: las medidas arancelarias proteccionistas adoptadas por Estados Unidos en 1930, la exportación de la caída de los precios y la reducción de los préstamos norteamericanos al exterior.



a) Proteccionismo: tras la Primera Guerra Mundial, el comercio internacional se había encontrado con trabas inimaginables antes de 1914. La era del librecambismo había acabado. Los nuevos Estados surgidos de la desintegración del Imperio Austrohúngaro, el Ruso y el Otomano optaron por el nacionalismo económico y multiplicaron el proteccionismo aduanero; por su lado, la Unión Soviética redujo sus intercambios con el extranjero. Todo ello, junto con las dificultades monetarias, hizo que el comercio mundial sufriera un estancamiento en contra de lo que parecía lógico suponer tras el progreso de los medios de transporte.

Con la Gran Depresión, las medidas proteccionistas y las tendencias autárquicas cobraron mayor impulso. El proteccionismo tradicional (arancelario) se reforzó con otros métodos: a) la fijación de contingentes, que es cuando un Estado admite una cantidad limitada de determinadas mercancías extranjeras; b) el control de cambios, mediante el cual el Estado interviene en el mercado de divisas para mantener el precio, o bien concede discriminadamente divisas a través de un organismo oficial, al que hay que entregar todas las recibidas del exterior. Se inauguró así la era de bilateralismo: cada país compraba a los países que le compraban, equilibrando su comercio mediante balanzas particulares. Todas estas medidas habían sido tomadas por gobiernos nacionales sin una consulta o acuerdo internacional y sin considerar las repercusiones en las respuestas de las otras partes afectadas. Esto contribuyó en gran parte a la anarquía resultante y a la caída del comercio mundial.

El proteccionismo estadounidense provocó toda una serie de medidas similares en el resto de los países, lo que se tradujo en un fuerte descenso del comercio mundial, cuyo volumen de intercambios retrocedió en un 30% entre 1929 y 1933. La caída de los precios se extendió al resto de las naciones a través de sus exportaciones, obligando a los países concurrentes en el comercio mundial a ponerse en línea con los precios norteamericanos para que sus productos fueran competitivos. Por último, el "crac" de Wall Street redujo la liquidez de los prestamistas estadounidenses, razón por la cual éstos se abstuvieron de conceder nuevos créditos, con los consiguientes efectos negativos en todas las naciones donde los Estados Unidos se habían convertido en el principal proveedor de capital.

b) Caída de los precios: Incluso las empresas que contaban con una sólida estructura financiera sufrieron los efectos de la caída de los precios: entre 1929 y 1932, el índice general de precios se redujo en un 30%, siendo los más afectados los agrícolas, que perdieron más del 50%. Los mercados financieros se estabilizaron, pero los precios de las mercancías bajaban cada vez más, transmitiendo la presión a productores como Argentina y Australia.

c) Reducción de los préstamos: los americanos que habían invertido en Europa dejaron de hacerlo y vendieron sus intereses allí para repatriar los fondos. A lo largo de 1930 continuó la retirada de capital de Europa, situando a todo el sistema financiero bajo una presión insoportable. Por otra parte, los bancos, en su esfuerzo por acrecentar su liquidez, reducían los préstamos, ocasionando una fuerte presión financiera sobre las empresas, que para muchas resultó fatal. Las más afectadas fueron, naturalmente, aquellas cuya situación económica era más frágil.


En mayo de 1931 suspendió pagos el mayor banco austríaco, el Kredit Anstalt, institución financiera ligada a la familia Rothschild y uno de los bancos más grandes e importantes de Europa Central. Una idea del problema que se generó la da el que su balance era el 70% del total de todos los bancos austriacos. Aunque el gobierno austriaco congeló los valores del banco y prohibió la retirada de fondos, el pánico se extendió a Hungría, Checoslovaquia, Rumania, Polonia y los países balcánicos. El siguiente en caer fue Alemania.

Alemania fue, después de los Estados Unidos, el país más afectado por la depresión. Junto con Austria, su economía dependía en gran medida de los créditos exteriores, de modo que el corte en la afluencia de capitales norteamericanos le resultó fatal. Sus efectos se hicieron sentir incluso antes del "crac", cuando gran parte de estos capitales se desviaron hacia la especulación bursátil. El proceso de derrumbe de su economía fue similar al de la norteamericana: caída de los valores bursátiles, quiebras bancarias, hundimiento del marco y agotamiento de las reservas del Reichsbank.

Este proceso culminó con la quiebra de uno de los mayores bancos alemanes, el DANAT, arrastrado por el hundimiento de la gran empresa textil Nordwolle. La producción industrial se redujo a la mitad entre 1929 y 1932, y el número de parados alcanzó los 6 millones en este último año; en 1930 forma gobierno Brüning, quien, con una política deflacionista agravó el problema del paro. Tres años más tarde, Hitler es nombrado canciller, inaugurándose una época de fuerte dirigismo económico.

De Alemania, el pánico pasó a Gran Bretaña. Por lo que respecta al Reino Unido, puede decirse que se encontraba en crisis desde 1921. No había gozado del auge económico que tuvo Estados Unidos en el decenio de 1920 y ya sufrían un desempleo a gran escala: más de un millón de trabajadores estaban en paro y la industria y la minería se enfrentaban con graves problemas. Para colmo, Londres seguía siendo un gran centro de negocios y probablemente el mayor mercado extranjero de valores estadounidenses. Tras el "crac" de 1929, se reforzaron los desequilibrios y el retroceso productivo: el paro se elevó a la cifra de 3 millones y la producción se redujo en un 25%. En agosto de 1931, el creciente malestar provocó una división del gobierno laborista y el primer ministro, Ramsay MacDonald formó un gobierno nacional de coalición para intentar salvar la situación. El mes siguiente, Gran Bretaña devaluó la libra abandonando el patrón oro. Esto tuvo consecuencias internacionales, particularmente en Sudáfrica, el mayor productor de oro del mundo, cuya economía, antes sólida, quedó quebrantada. En Australia, la quiebra hizo que los préstamos extranjeros, de los que dependía la economía, sufrieran una brusca interrupción. La depresión de Australia empeoró con la caída de los precios mundiales de la lana y el trigo. La economía agrícola de Nueva Zelanda, más diversificada, se mantuvo en gran parte igual que antes.

En cuanto a Francia, ninguna nación occidental había sufrido más la Primera Guerra Mundial. Casi toda la lucha en el frente occidental tuvo lugar en su región más rica. Más de la mitad de la producción industrial anterior a la guerra, incluyendo el 60% de su acero y el 70% de su carbón, estaba localizada en el área devastada por la guerra, que también se encontraba entre las regiones agrícolas más importantes. Lo más espantoso fue la pérdida de vidas: 1,5 millones de franceses -la mitad de la población masculina en edad militar- habían muerto, y otros 750.000 habían quedado impedidos. No sorprende, por tanto, que Francia exigiera que Alemania pagara la guerra.

Contando con las reparaciones alemanas para pagar el coste, el gobierno francés emprendió inmediatamente un amplio programa de reconstrucción física en las áreas dañadas por la guerra, lo que tuvo el efecto lateral de estimular la economía hasta nuevos registros de producción. Cuando las reparaciones alemanas no se materializaron en la cantidad esperada, los inseguros métodos utilizados para financiar la reconstrucción se cobraron su precio. El problema se agravó con la cara e ineficaz ocupación del Ruhr. El franco se devaluó más en los primeros siete años de paz que durante la guerra. Dándose cuenta de que no se podía hacer pagar a Alemania, un gabinete de coalición estabilizó el franco en 1926 en una quinta parte de su valor anterior a la guerra, emprendiendo drásticas reducciones en los gastos y severos aumentos en los impuestos. Esta solución fue más satisfactoria que las adoptadas por Gran Bretaña y Alemania, pero perjudicó tanto a la clase rentista que perdió aproximadamente el 80% de su poder adquisitivo con la inflación, como a las clases trabajadoras, que soportaron la mayor parte del aumento fiscal. De este modo, como en Alemania, la inflación contribuyó al crecimiento del extremismo, tanto de izquierda como de derecha.

El franco, cuando por fin se estabilizó, estaba en realidad infravalorado en relación a otras monedas importantes. Esto estimuló las exportaciones, obstaculizó las importaciones y condujo a una afluencia de oro. Así, la recesión golpeó a Francia más tarde que en los demás lugares y fue quizá menos severa, pero duró más; no tocó fondo hasta 1936 y cuando estalló la guerra en 1939, la economía francesa era aún más vacilante.

Varios países fuertemente afectados por la caída de los precios de sus materias primas, como Argentina, Australia y Chile, habían abandonado ya el patrón oro. Entre septiembre de 1931 y abril de 1932 lo hicieron oficialmente otros 24 países y otros, aunque nominalmente aún lo seguían, habían suspendido en realidad los pagos en oro. Sin un patrón internacional común, los valores de las monedas fluctuaban sin sentido, en respuesta a la oferta y la demanda, influidos por la fuga de capital y los excesos del nacionalismo económico, como reflejaban los cambios punitivos de aranceles. Las economías de Indonesia y Brasil sufrieron gravemente cuando se desplomaron los mercados de caucho y café. En Holanda y Bélgica quebraron grandes firmas de corretaje, los valores cayeron y las balanzas de pagos quedaron gravemente afectadas. El fallo económico también afectó a España. Por el contrario, las economías de Suiza y Escandinavia apenas sufrieron por el hundimiento.
LA OPINIÓN DE LOS EXPERTOS

Es curioso observar cómo, antes del "crac", los expertos, aquellos que en principio se suponía que deberían conocer mejor los secretos de la economía, fueron los que hicieron las declaraciones más contradictorias con lo que el tiempo se encargó de demostrar: la inminencia de la crisis. Políticos, economistas y periodistas expertos en temas económicos se dedicaron a hacer declaraciones que hoy hay que juzgar, por lo menos, de insensatas. A esta regla general hay, quizá, solo una excepción digna de mención: R.W.Babson, quien afirmó el 17 de septiembre de 1928 que "si Smith [candidato a la presidencia] resulta elegido y cuenta con un Congreso demócrata, tendremos casi con seguridad una depresión económica en 1929". Estas declaraciones fueron inmediatamente contestadas por A.W.Mellon, Secretario del Tesoro, cuyas palabras son significativas de la desorientación existente entre los responsables de la política económica: "No hay motivo alguno para preocuparse. La alta marea de la prosperidad continuará". El propio presidente Coolidge, en su último mensaje al Congreso (4-12-1928), afirmaba: "Ninguno de los congresos de los Estados Unidos... tuvo ante sí una perspectiva tan favorable como la que se nos ofrece en estos momentos".

Los hombres de negocios compartían la misma opinión. J.J.Raskob (uno de los directivos de General Motors) publicó un artículo, en el verano del 29, titulado "Todo hombre debería ser rico", donde exponía que ahorrando 15 dólares al mes, invirtiéndolos y reinvirtiendo los dividendos, al cabo de veinte años se tendrían 80.000 dólares. Y los economistas no estuvieron más acertados. Fisher, considerado por Schumpeter como el economista científico más importante de los Estados Unidos, opinaba así: "Dentro de unos meses espero ver el mercado de valores bastante más alto de lo que está hoy". Y una prestigiosa institución, la Harvard Economic Society, cuya finalidad era predecir el futuro económico, declaraba un mes después de producido el "crac" que "era absolutamente improbable que sobreviniese una depresión tan severa como la de 1920-21". Ciertamente, no pudieron equivocarse más.

Posteriormente, los economistas han dado diversas interpretaciones a la recesión mundial del 29, abriendo una interesante polémica que llega hasta nuestros días. La Gran Depresión fue una escuela inmejorable para conocer el comportamiento de la economía.

J.A.Schumpeter interpretó la depresión dentro de su teoría del ciclo económico, como un elemento necesario del desarrollo capitalista. Ahora bien, para él, en las grandes depresiones la economía se encuentra afectada por fuerzas que no son inherentes a la actuación del mecanismo económico como tal, sino por una serie de factores políticos que distorsionan su libre funcionamiento y dificultan la recuperación: impedimentos al patrón oro, nacionalismo económico, política fiscal incompatible con el desarrollo suave de la industria y el comercio, política equivocada de salarios, presión sobre los tipos de interés, etc. Además, las actuaciones políticas pudieron ser no solo la causa de que se agravase la depresión, sino incluso de que se iniciase.

A una política monetaria equivocada atribuye el premio Nobel Milton Friedman la profundidad de la depresión. Para él, el comportamiento de la autoridad monetaria americana determinó el descenso de la cantidad de moneda en una tercera parte, con inevitables efectos desaceleradores, entre 1929 y 1933. Por otro lado, el incremento de las reservas de oro no se tradujo en una ampliación proporcional de la base monetaria.

Otro premio Nobel, Paul Samuelson, opina que la quiebra de Wall Street fue un síntoma de la depresión posterior, pero no la causa. Considera que la Gran Depresión fue la consecuencia de la excesiva rigidez del sistema. Entre 1929 y 1935 se vivía en un mundo de ortodoxia, con reglas teóricas totalmente vinculantes: a nadie se le ocurría entonces incrementar la liquidez para evitar las quiebras bancarias: la relación constante entre reservas monetarias y dinero en circulación era un dogma. También considera que la acción del Estado no debe limitarse a la política monetaria; piensa que ésta debe reforzarse con medidas fiscales estabilizadoras, es decir, utilizar los ingresos y gastos públicos para lograr la estabilidad del nivel general de precios, la plena ocupación y determinados efectos sobre la Renta Nacional. La acción fiscal del New Deal fue la enseñanza extraída de la Gran Depresión que inauguraría el "Estado de bienestar" posterior

En resumen, ¿qué causó la recesión? Después de ochenta años todavía hoy no hay un consenso general en esta cuestión. Para algunos las causas fueron principalmente monetarias: un drástico descenso de la cantidad de dinero en las economías industriales importantes, especialmente en los Estados Unidos, que extendió su influencia al resto del mundo.

Para otros, las causas estuvieron en el "sector real": una caída autónoma del consumo y de las inversiones que se propagó por toda la economía y el resto del mundo, por medio del mecanismo multiplicador-acelerador. Se han ofrecido más explicaciones: la previa recesión de la agricultura, la extrema dependencia de los países del Tercer Mundo de los inestables mercados de sus productos primarios, una escasez o mala distribución de las reservas de oro mundiales, etc. Una visión ecléctica es la que considera que no hubo un único factor responsable, sino que una desgraciada concatenación de acontecimientos y circunstancias, monetarios y no monetarios, dio origen a la recesión. Se puede afirmar además que estos acontecimientos y circunstancias pueden remontarse en parte a la Primera Guerra Mundial y a los acuerdos de paz que la siguieron. La quiebra del patrón oro, la interrupción del comercio -que nunca se recuperó por completo- y la política económica nacionalista de la década de 1920 también tienen lugar en la explicación.

Las consecuencias de la recesión a largo plazo también merecen atención. Entre ellas estuvo un aumento del papel del gobierno en la economía, un cambio gradual en la actitud hacia la política económica (la llamada revolución keynesiana) y los esfuerzos por parte de los países de Iberoamérica y otros del Tercer Mundo por desarrollar unas industrias propias que sustituyeran las importaciones. La recesión también contribuyó, a través del sufrimiento y el malestar que causó, al surgimiento de movimientos políticos extremistas, tanto de izquierda como de derecha, sobre todo en Alemania y, de este modo, indirectamente, a los orígenes de la Segunda Guerra Mundial.

INTENTOS DE RECONSTRUCCION

Dos presidentes, Calvin Coolidge y Herbert Hoover, desempeñaron papeles fundamentales en el hundimiento económico y en la subsiguiente Gran Depresión, que duró todo el decenio de 1930. En marzo de 1929, Coolidge llevaba seis años de presidencia. Su impotencia ante el espectacular auge del mercado de valores y el no haber restringido las facilidades de crédito condujeron a la quiebra de Wall Street siete meses después de terminar su mandato. La quiebra se produjo durante la presidencia de Herbert Hoover, que había prometido al pueblo norteamericano "un pollo en cada olla y un coche en cada garaje". En lugar de eso se encontró frente a la Gran Depresión, en la que la producción de acero y de automóviles resultó gravemente afectada, los transportes de mercancías se redujeron drásticamente y la construcción de casas llegó casi a la inactividad. En 1933, el fracaso de Hoover, que no alivió aquella grave situación, causó su derrota en las elecciones presidenciales frente al demócrata Franklin D.Roosevelt.

Cuando Roosevelt juró su cargo como trigésimo segundo presidente de los Estados Unidos, en un frío y tormentoso día de marzo de 1933, la nación estaba sumida en la peor crisis desde la guerra civil, con más de 15 millones de parados -casi la mitad de la mano de obra industrial-, la industria prácticamente paralizada y el sistema bancario al borde del colapso completo. La crisis no era solamente económica. Un "ejército" de unos 15.000 veteranos de la Primera Guerra Mundial en paro hicieron una marcha sobre Washington en 1932, para terminar siendo dispersados a la fuerza por el ejército regular al mando del general Douglas MacArthur. En las áreas rurales los agricultores decidieron impedir a toda costa la ejecución de las hipotecas y la violencia reinaba en las calles de las ciudades.

Roosevelt se había presentado en sus discursos electorales como un reformador social. Achacaba la crisis al régimen liberal y se mostraba partidario de cierto grado de dirigismo en la economía. Había propuesto un programa de intervención, el New Deal que pretendía salvar, en primer lugar, al sistema crediticio, aunque acabó afectando igualmente a la industria, la agricultura y las políticas de precios y salarios, todo ello bajo el signo del dirigismo y de la intervención estatal. Así, en los famosos cien días que siguieron a su inauguración, un Congreso complaciente obedeció sus órdenes, ocupándose principalmente de la recuperación económica y la reforma social en las áreas de agricultura, banca, sistema monetario, mercados de valores, mano de obra, seguridad social, sanidad, vivienda, transporte, comunicaciones y recursos naturales -en realidad, todos los aspectos de la economía y la sociedad norteamericanas-.

Quizá la promulgación más característica de todo el período fue la ley de Reconstrucción de la Industria. Ésta creó una Administración de Reconstrucción Nacional (NRA), formada por representantes de la industria cuya misión había de ser supervisar la elaboración de "códigos de competencia limpia" para cada ramo de la propia industria. Esta NRA tenía sorprendentes similitudes con el sistema fascista de organización industrial en Italia, aunque sin su brutalidad ni sus métodos de estado policial. En esencia, era un sistema de planificación económica privada con una supervisión del gobierno para proteger el interés público y garantizar el derecho de organización y negociación colectiva obrera. En 1935 el Tribunal Supremo declaró la NRA anticonstitucional. De todas formas, la recuperación industrial había sido decepcionante y en 1937 la economía sufrió una nueva recesión sin haber conseguido el pleno empleo. El paro afectaba, en 1938, a cerca del 19% de la población activa, y los precios eran inferiores a los de 1929.

Otras medidas consistieron en una moratoria de los pagos bancarios y la reapertura de los bancos, acompañada de medidas de control; además, al Presidente se le facultó para determinar la expansión monetaria, al tiempo que el Tesoro compraría y vendería oro al mítico precio fijo de 35 dólares por onza. Para la agricultura se creó un organismo encargado de velar por el mantenimiento de los precios y fomentar la creación de pequeñas granjas, al tiempo que se invitaba a los agricultores a reducir su producción, reducción que se vería compensada por una indemnización. Este programa también fue invalidado por el Tribunal Supremo. El Estado intervino además, directamente, en la Ordenación del Territorio con la gran empresa estatal hidroeléctrica Tennessee Valley Authority, la cual implantó unos precios tipo a la energía eléctrica que se impusieron a las compañías privadas.

Los resultados de la política económica de Roosevelt, si bien es cierto que paliaron algo el problema, no fueron demasiado brillantes. Algunas de las medidas, como la devaluación del dólar y la política monetaria expansionista provocaron un movimiento especulativo en la Bolsa. Las cosas no mejoraron demasiado ni siquiera cuando en 1938 el Congreso autorizó un nuevo programa de obras públicas a fin de incrementar el nivel de empleo. Los Estados Unidos volvieron a entrar en guerra en 1941 con más de 6 millones de parados. Al final la situación pudo resolverse no gracias al New Deal sino al cambio de rumbo impuesto por la II Guerra Mundial: el rearme y la intervención estatal tuvieron como consecuencia directa la absorción del paro y una nueva expansión como no había conocido hasta entonces la economía de los Estados Unidos.

domingo, 9 de agosto de 2009

El Jueves Negro y la Crisis del 29 (1ª parte)


La mañana del jueves 24 de octubre de 1929, la policía de Nueva York recibió el aviso de que una multitud se había congregado ante el edificio de la Bolsa de la ciudad. Un destacamento se presentó en el lugar preparado para controlar a lo que esperaban serían unos agitadores. Pero lo que se encontraron fue un grupo cuya actitud no era agresiva. Por el contrario, sus rostros, como afirmaría The Saturday Evening Post, denotaban "una especie de horrorizada incredulidad". La explicación a aquella concentración se encontraba en la catastrófica evolución que aquel día sufrían las cotizaciones de los valores bursátiles.

A medida que las noticias de la quiebra se esparcían por el distrito financiero de Nueva York, en las calles que rodean la Bolsa se agolpaban aterrorizados inversores. Corredores de bolsa y especuladores, incapaces de hacer frente a la bancarrota, se suicidaron. Pronto acudieron a la escena los noticiarios de cine. Una inversora se tiró desde el tejado del Equitable Building, de 40 pisos. Dos hombres que tenían una cuenta bancaria conjunta saltaron cogidos de la mano desde la ventana del décimo piso de un hotel. Otros sufrieron ataques cardíacos cuando la cinta telegráfica les reveló la trágica realidad. Dos importantes banqueros de Nueva York, James Riordan y Jesse Livermore se mataron cuando se derrumbó la bolsa y sus vastas fortunas se desvanecieron en unas horas. Riordan se pegó un tiro en su residencia de la ciudad: sus últimas palabras dirigidas a su mayordomo, fueron: "¿Qué será de mis hijas?" Livermore se disparó un tiro en la cabeza en el lavabo del elegante hotel Sherry-Netherlands. Dejó una nota en letras mayúsculas que decía: "Mi vida ha sido un fracaso".



Aquel jueves, conocido para la historia como "Jueves Negro", las operaciones del día en la bolsa de Nueva York, el mayor mercado del mundo, habían comenzado como de costumbre. Pero los corredores estaban nerviosos. Las últimas semanas se habían registrado violentos vaivenes, tanto en los precios como entre el optimismo y el temor. Durante el decenio de 1929, los estadounidenses se habían entregado a gastos desmedidos, tanto en bienes de consumo como en títulos de bolsa: había crédito abundante para una amplia gama de compras. La orgía especulativa sobre los títulos estaba financiada en gran parte por los préstamos de los corredores, y todo el mundo estaba seguro de que los valores, siempre en alza, garantizaban sus inversiones.

Pero al acercarse el final del decenio, estaba claro que habría de pagarse un precio muy caro. A mediados de octubre de 1929, los precios habían caído tan drásticamente que millares de accionistas -cuyas "fortunas" existían sólo sobre el papel- se vieron obligados a vender sus valores, lo que, a su vez, alimentó una ulterior espiral descendente en los precios. Ya para entonces había voces que avisaban de la catástrofe. Roger W.Babson, asesor financiero de una de las firmas inversoras en el mercado, había anunciado que podía ser inminente una caída en las cotizaciones.

Fue el viernes 18 de octubre cuando sonó la alarma, al perder en la sesión de la Bolsa siete puntos los índices industriales recogidos en el Times. Al día siguiente, éstos registraron un retroceso de doce enteros y la cifra de operaciones alcanzó cotas extraordinarias. Para el inversionista medio, sin embargo, los hechos no eran todavía en aquellos días motivo de preocupación. Su confianza en el sistema parecía no tener límites, hasta el punto de que fue entonces cuando apareció el concepto de "sostén organizado". En efecto, se suponía que los hombres más poderosos de los negocios, los que tenían mayor interés en mantener los precios de los valores a un nivel razonable, intervendrían en el mercado.


Pero la semana siguiente iba a empezar con malos augurios. El lunes las ventas fueron muy elevadas, y la incertidumbre se adueñó de todos. La jornada del martes supuso cierto alivio al registrarse algunas ganancias. C.E.Mitchell, del National City Bank, se apresuró a declarar que la situación era fundamentalmente sana, pero Babson repitió sus pronósticos pesimistas y recomendó vender títulos y comprar oro. Y no se equivocaba. El miércoles volvieron a bajar los precios y el índice de valores industriales del Times reflejó una caída de 415 a 384. Negros presagios.

El jueves, el "Jueves Negro", los hechos dieron la razón a los pesimistas. Un frenesí de ventas se apoderó de los aterrorizados inversores y arrasó los cimientos del mercado de valores de Estados Unidos. A las 11 de la mañana, una hora después de la apertura, el pánico se había adueñado del mercado. Los inversores que habían comprado acciones de compañías que se les había asegurado eran florecientes y en expansión daban instrucciones a sus corredores para que vendieran... a cualquier precio, y a veces virtualmente por nada. La mañana en que estalló la burbuja, inversores que tenían fortunas en papel vieron sus finanzas barridas a mayor velocidad que la de las cintas telegráficas portadoras de las malas noticias. En la Bolsa se declaró una pugna enloquecida por vender. Los corredores palidecían conmocionados y algunos corrían gritando como locos mientras aumentaban la incertidumbre y el temor. Por lo indigno de aquel caos, las autoridades cerraron la galería de visitantes.



Hacia el mediodía, parecía que lo peor del pánico había pasado y se había emprendido una operación de rescate. Un grupo de cinco destacados banqueros y financieros acordaron aunar recursos del orden de 20-30 millones de dólares para comprar paquetes de títulos. Admitieron que se había producido "un cierto apresuramiento en las ventas", pero que habían decidido resolver el desequilibrio y enderezar el mercado. La noticia actuó como un bálsamo milagroso y los precios se afianzaron.

Una hora después, a la una y media, apareció en la sala Richard Whitney, el afable y seguro presidente de la bolsa. Abriéndose paso entre la multitud que se agolpaba ante las máquinas telegráficas, se encaminó al punto en el que se estaban vendiendo acciones de U.S.Steel. Pidió 10.000 acciones a un precio superior al que se pedía; visitó otros 20 corros comprando también grandes cantidades de acciones. En unos minutos había gastado 20 millones del dinero de los banqueros.


Pero el efecto fue corto. Como las máquinas telegráficas no podían aún mantenerse a la altura de la infinidad de transacciones, continuaron lanzando noticias sombrías incluso después de que el mercado se recuperara en respuesta al dramático intento. Esto, a su vez, provocó más ventas frenéticas de acciones. Los agentes, con las órdenes de venta y las cintas telegráficas hasta la rodilla, intentaron desesperadamente calcular cuánto estaban perdiendo sus clientes minuto a minuto. Las operaciones se cerraron, como era habitual, a las 3 de la tarde, pero horas después aún había luces en las ventanas de las oficinas mientras los empleados luchaban para poner orden en las transacciones.

Según la cuenta final, aquel día se vendieron 12.894.650 títulos a precios cada vez más bajos, comparados con el promedio diario de 4 millones del mes anterior. Hubo muchas operaciones el viernes y el sábado, días durante los cuales los precios se mantuvieron bastante firmes. El domingo, los periódicos declararon que lo peor de la caída había pasado y que la actividad económica se recuperaría la semana siguiente. El lunes, sin embargo, los títulos comenzaron a caer y los banqueros se reunieron de nuevo para estudiar la forma de romper el compromiso tomado el jueves.

El martes -el "Martes Aterrador"- se hizo evidente que lo peor estaba aún por llegar: aquel día se negociaron 16,5 millones de títulos antes de que se desplomara el fondo del mercado. No quedaba nadie a quien vender acciones: 14.000 millones de dólares en papel se habían esfumado en un solo día. En cierto momento, un botones de la Bolsa ofreció 1 dólar por un paquete de acciones que seis días antes había valido 100.000 dólares... y se lo dieron. El mercado estaba sin ningún control. El índice industrial del Times señaló una pérdida de 43 puntos, lo que significaba que en seis días se habían perdido las ganancias de más de año y medio. Durante este día los banqueros se reunieron en dos ocasiones, pero sus intenciones no eran las de sostener el mercado, sino todo lo contrario: el "pool" (acuerdo para mancomunar intereses) de los banqueros estaba vendiendo. Se había llegado a la conclusión de que algo marchaba mal en la economía, que los problemas no eran técnicos ni de ajuste, que algo tenía que cambiar.

Y "algo" había cambiado: la Gran Depresión había comenzado. Cuatro años más tarde, el producto nacional neto norteamericano a precios constantes era un 50% inferior al de 1929 y el desempleo afectaba al 25% de la población activa, mientras que la renta per cápita (cifra obtenida de dividir la Renta Nacional de un país entre el número de habitantes) era igual a la de 1908. Se había retrocedido cinco años.


ORIGENES DE LA CRISIS

El "Crack" de la Bolsa de Nueva York cogió desprevenidos a europeos y americanos, que no esperaban que la crisis fuera a producirse. Hoy, sin embargo, aun estando lejos de saber exactamente las causas de la Gran Depresión, podemos afirmar que existían determinados factores que la hacían posible, e incluso bastante probable.

La I Guerra Mundial fue la causa de que se rompiera el equilibrio económico del que se venía disfrutando. Hasta entonces, el sistema monetario se había basado en la convertibilidad de las monedas en oro, convertibilidad que quedó suprimida durante la contienda. Cuando, al finalizar ésta, los países intentaron volver a la situación anterior, el panorama económico había cambiado sustancialmente: las monedas de los países vencidos habían sufrido una profunda depreciación, y otro tanto ocurrió con las de algunos de los vencedores tras la ruptura, en 1919, de la solidaridad financiera establecida entre ellos. El desconcierto se vio incrementado por el vasto movimiento especulativo de quienes se dedicaron a comprar monedas depreciadas a la espera de que, vuelta la normalidad, recuperasen su paridad anterior (es decir, la cantidad de oro que se podía comprar con ellas inicialmente). Sin embargo, tal esperanza se vería pronto frustrada, pues Europa se encontraba empobrecida y el centro de la actividad económica se había trasladado de Londres a Nueva York.

A diferencia de Europa, Estados Unidos salió de la guerra más fuerte que nunca. Sólo en términos económicos, había pasado de ser deudor a acreedor, se había hecho con nuevos mercados en su país y en el extranjero a costa de los productores europeos, y había establecido una balanza comercial sumamente favorable. Con sus numerosos mercados, la creciente población y el rápido avance tecnológico, parecía haber encontrado la clave para la prosperidad perpetua.

Con esta situación se llega a 1921, año en el que se registra la primera crisis internacional: aparece el fantasma del paro y los precios sufren bruscos descensos. Esta crisis afectó muy duramente al Reino Unido pero en Estados Unidos la fluctuación fue menos severa y durante casi una década su creciente economía no hizo sino mejorar. Los críticos sociales que insistían en las vergonzosas condiciones de los barrios bajos urbanos y rurales o que hacían notar que la nueva prosperidad era compartida de forma muy desigual por las clases medias urbanas, por una parte, y los obreros y agricultores por otra, fueron rechazados por aquéllas como chiflados que no compartían el sueño americano. Para ellas la "nueva era" había llegado.

El "crack" bursátil de 1929 no fue la causa de la recesión, sino un síntoma. El orígen de ésta había ido fraguándose, inadvertidamente, en diferentes escenarios:


1) Por un lado, la política deflacionista seguida por los países desarrollados para frenar el crecimiento de su oferta monetaria, hinchada por el alto volumen de los créditos concedidos para financiar sus exportaciones. Posteriormente, apareció un fenómeno totalmente nuevo: la brusca depreciación de las monedas, algunas de las cuales, como el marco alemán, la corona austriaca y el rublo ruso, pierden todo su valor y dejan de servir como instrumento de cambio. Los países no podían hacer frente a las cargas heredadas de la guerra con una producción todavía desorganizada, y cubrían sus gastos mediante préstamos del respectivo Banco Central, es decir, fabricando billetes.

2) En medio de estos desajustes, se convoca en abril de 1922, la conferencia de Génova, cuyo objetivo era exclusivamente económico: volver a la estabilidad. Pero los intereses de los países convocados eran, en gran medida, opuestos, y los resultados no fueron del todo satisfactorios. No obstante, todos ellos hicieron esfuerzos para lograr la estabilización de sus monedas, introduciendo, entre otras medidas y como novedad importante, la posibilidad de que aquéllas fueran respaldadas mediante el "patrón cambios-oro" (cuando un país adopta la medida de no obligar a su banco central a convertir su moneda en oro, sino en cualquier otra divisa que sea convertible en oro, según paridades fijas), con lo que hacia 1927 se logró restablecer, aunque de forma muy inestable, el deseado equilibrio económico.

Sin embargo, la inestabilidad era demasiado fuerte. La mayoría de los países estaban cubriendo sus déficits exteriores mediante préstamos del Reino Unido y sobre todo de Estados Unidos, con lo que quedaban ocultos sus problemas internos. Bastó una elevación de los tipos de interés por parte de estos últimos en 1928 para que se pusiera de manifiesto la debilidad del panorama económico internacional y su dependencia de la economía norteamericana.

3) Pero, a su vez, en los Estados Unidos se había ido acumulando una serie de factores, propios de la fase ascendente del ciclo, que fácilmente podían desembocar en una depresión. Durante el período de prosperidad iniciado en la posguerra, salvo el paréntesis de 1921, el volumen de inversión fue elevadísimo. A ello había contribuido la alta tasa de ganancias, debida a fuertes incrementos de la productividad y a lo moderado de las alzas salariales. En consecuencia, la producción industrial acabó excediendo la capacidad de demanda (había más productos en el mercado que compradores dispuestos a adquirirlos), de forma que hacia 1928 las posibilidades de inversión rentable, ante la ausencia de un consumo creciente, se habían agotado y muchos capitales, en lugar de dirigirse a la creación de nuevas empresas y negocios, se dirigieron hacia la Bolsa. En el verano de 1928, los bancos e inversores norteamericanos comenzaron a restringir la compra de obligaciones alemanas y de otros países para invertir sus fondos a través de la Bolsa de Nueva York, que empezó consecuentemente a subir de forma espectacular. Durante el alza especulativa del "gran mercado alcista" muchas personas con ingresos modestos se vieron tentadas de comprar acciones a crédito.

Meses antes del hundimiento de Wall Street, Estados Unidos se había entregado a un delirio de compra de valores. En todo el país surgían oficinas de corredores de bolsa que a diario se llenaban de hombres y mujeres ansiosos de beneficios. La "compra marginal" permitía a trabajadores corrientes adquirir valores a crédito. El comprador entregaba sólo una pequeña parte del coste, el 10% por ejemplo: era el "margen"; el resto del coste se pagaba pidiendo un préstamo a un corredor, quien conservaba los valores como garantía. Cuando subía el precio de las acciones, el comprador las vendía, pagaba al corredor y se embolsaba el beneficio.

La fiebre de beneficios rápidos afectó tanto a los que ya eran ricos como a cuantos soñaban con serlo. Para satisfacer la demanda de últimas noticias financieras, los hoteles instalaron en sus vestíbulos máquinas telegráficas de cinta perforada que comunicaban las cotizaciones. El transatlántico Ile de France zarpó de Nueva York para Europa plenamente equipado con máquinas de cinta y con oficina de corretaje. El mercado de valores alcanzó cifras sin precedentes de operaciones.

Como hemos visto, en octubre de 1929, la confianza comenzó a desmoronarse. Al tiempo que los precios de los valores se hundían, los compradores que habían comprado "con margen" no sólo vieron cómo su propia cartera bajaba de valor, sino que sufrieron las presiones de los corredores que deseaban más "margen" para proteger el dinero que habían prestado. Los vendedores de valores superaron con mucho el número de los compradores y millares de personas sin dinero se vieron forzadas a malvender sus inversiones.