martes, 29 de marzo de 2011
OVNIS: la gran alucinación colectiva (2)
Si alguna vez nos preguntasen cuál es la imagen que asociamos con la ciencia-ficción, puede que una gran parte contestásemos que la silueta de un platillo volante surcando el cielo o las profundidades del espacio interestelar. Incluso fuera del mundo del celuloide o de la literatura sobre el tema, existen miles de personas que juran y perjuran, sin ningún género de duda, haber visto y/o subido a bordo de estas naves de supuesto origen extraterrestre. En la mayoría de los avistamientos, los testigos afirman que los platillos volantes cambian el sentido de su movimiento de forma repentina y a unas velocidades muy superiores a las de un avión. También suelen coincidir en señalar la total ausencia de ruido en su sistema de propulsión.
La expresión “platillo volante” nació el 24 de junio de 1947, cuando el piloto estadounidense Kenneth Arnold afirmó haber avistado nueve objetos voladores mientras sobrevolaba el monte Rainier, en el estado norteamericano de Washington. Arnold afirmó que se encontraban a unos 3.000 metros de altura y se desplazaban a la increíble velocidad de 2.000 km/h. La paranoia que surgió aquella tarde de verano aún se deja sentir en nuestros días, más de 60 años después.
¿Por qué entonces? ¿Cuál fue el motivo de que la gente creyera y elaborara más y más aquella historia puntual? En los periódicos había cientos de historias de naves de otros mundos en los cielos de la Tierra. Parecía bastante creíble. Había muchas otras estrellas y, al menos algunas de ellas, probablemente tenían sistemas planetarios como el nuestro. Muchas eran tan antiguas como el Sol o más, por lo que había tiempo suficiente para que hubiera evolucionado la vida inteligente. El Laboratorio de Propulsión a Chorro de Caltech acababa de lanzar un cohete de dos cuerpos al espacio. El camino a la Luna y otros planetas estaba abierto. ¿Por qué otros seres más viejos y más inteligentes no podían ser capaces de viajar de su estrella a la nuestra? ¿Por qué no?
Eso ocurría pocos años después del bombardeo de Hiroshima y Nagasaki. Quizá los ocupantes de los ovnis estaban preocupados por nosotros e intentaban ayudarnos. O quizá querían asegurarse de que nosotros y nuestras armas nucleares no fuéramos a molestarlos. Mucha gente –miembros respetables de la comunidad, oficiales de policía, pilotos de líneas aéreas comerciales, personal militar- parecía ver platillos volantes. Y, aparte de algunas vacilaciones y risitas, mucha gente no conseguía encontrar argumentos en contra. ¿Cómo podían equivocarse todos esos testigos? Lo que es más, los “platillos” habían sido detectados por radar, y se habían tomado fotografías de ellos. Salían en los periódicos y revistas ilustradas. Incluso se hablaba de accidentes de platillos volantes y de unos cuerpecitos de extraterrestres con dientes perfectos que languidecían en los congeladores de las Fuerzas Aéreas en el suroeste de Estados Unidos.
Había algo extraño en la mera invención de la expresión “platillo volante”. El 7 de abril de 1950, el famoso locutor de la CBS Edward R.Murrow entrevistó a Kenneth Arnold, el piloto que, como acabamos de ver, vio algo peculiar cerca de Mount Rainier, y que en cierto modo acuñó el término. Arnold afirmó que los periódicos “no me citaron adecuadamente… Cuando hablé con la prensa no me entendieron bien y, con la excitación general, un periódico y otro lo embrollaron de tal modo que nadie sabía exactamente de qué hablaban… Esos objetos más o menos revoloteaban como si fueran algo así como barcos en aguas muy movidas… Y cuando describí cómo volaban, dije que era como si uno cogiera un platillo y lo lanzara a través del agua. La mayoría de los periódicos lo interpretaron mal y también citaron esto incorrectamente. Dijeron que yo había dicho que eran como platillos; yo dije que volaban al estilo de un platillo”.
Arnold creía haber visto una sucesión de nueve objetos, uno de los cuales producía un “extraordinario” relámpago azul”. Llegó a la conclusión de que eran una nueva especie de artefactos alados. Murrow lo resumía: “Fue un error de citación histórico. Mientras la explicación original del señor Arnold se ha olvidado, el término “platillo volante” se ha convertido en una palabra habitual”. El aspecto y comportamiento de los platillos volantes de Kenneth Arnold era bastante diferente de lo que sólo unos años después se caracterizaría rígidamente en la comprensión pública del término: algo como un frisbee muy grande y con gran capacidad de maniobra.
El ambiente general fue resumido en la revista “Life” unos años más tarde con estas palabras: “La ciencia actual no puede explicar esos objetos como fenómenos naturales, sino únicamente como mecanismos artificiales, creados y manejados por una inteligencia superior”. Nada “conocido o proyectado en la Tierra puede dar razón de la actuación de esos mecanismos”. Y, sin embargo, ningún adulto parecía sentir la menor preocupación por los ovnis. ¿Por qué? En lugar de eso, se preocupaban por la China comunista, las armas nucleares, el macartismo o el alquiler de las viviendas.
El cine no se pudo resistir a la tentación de aprovechar la ocasión. Ya figuran entre los clásicos de las ensaladeras voladoras películas como “Ultimátum a la Tierra” (1951), “Regreso a la Tierra” (1955), “La Tierra contra los platillos volantes (1956), “Encuentros en la Tercera Fase” (1977) o “E.T. el extraterrestre” (1982). ¿De dónde vienen? ¿Qué quieren? ¿Son pacíficos o belicosos? Éstas y otras preguntas similares aparecen continuamente en la prensa cuando se hace eco de algún “contacto” o más comúnmente “encuentro”.
Aceptar que en nuestros cielos hay ovnis no es comprometerse a mucho: la palabra “ovni”, siglas de “objeto volador no identificado”, es un término que incluye algo más que “platillo volante”. Que haya cosas que el observador ordinario, o incluso el extraordinario, no entiende, es inevitable. Pero, ¿por qué, si vemos algo que no reconocemos, llegamos a la conclusión de que es una nave de las estrellas? Se nos presenta una gran variedad de posibilidades más prosaicas.
Una vez eliminados de la serie de datos los fenómenos naturales, los engaños y las aberraciones psicológicas, ¿queda algún residuo de casos muy creíbles pero extremadamente raros, sobre todo casos sustentados por pruebas físicas? ¿Hay una “señal” oculta en todo este alboroto? Desde mi punto de vista, no se ha detectado ninguna. Hay casos de los que se informa con fiabilidad que no son raros, y casos raros que no son fiables. No hay ningún caso –a pesar de más de un millón de denuncias de ovnis desde 1947- en que la declaración de algo extraño que sólo puede ser una aeronave espacial sea tan fidedigna que permita excluir con seguridad una mala interpretación, tergiversación o alucinación.
Se nos bombardea regularmente con extravagantes declaraciones sobre ovnis que nos venden en porciones digeribles, pero muy rara vez llegamos a oír algo de su resultado. No es difícil de entender, ¿qué vende más periódicos y libros, qué alcanza una mayor valoración, qué es más divertido de creer, qué es más acorde con los tormentos de nuestra época: un accidente de naves extraterrestres, estafadores experimentados que se aprovechan de los crédulos, extraterrestres de poderes inmensos que juegan con la especie humana o las declaraciones que derivan de la debilidad y la imperfección humanas?
La manera de proceder de mucha gente está altamente predeterminada. Algunos están convencidos de que el testimonio de un testigo ocular es fiable, que la gente no inventa cosas, que las alucinaciones o tergiversaciones a esta escala son imposibles, y que debe de haber una vieja conspiración gubernamental de alto nivel para ocultarnos la verdad a los demás. La credibilidad en el tema de los ovnis prospera cuando aumenta la desconfianza en el gobierno, que se produce de forma natural en todas aquellas circunstancias en que –en la tensión entre bienestar público y “seguridad nacional”- el gobierno miente. Como se han revelado engaños y conspiraciones de silencio del gobierno en tantos otros asuntos, es difícil argumentar que sería imposible encubrir un tema tan extraño, que el gobierno nunca ocultaría información importante a sus ciudadanos. Una explicación común de la razón de tal encubrimiento es evitar el pánico a nivel mundial o la erosión de la confianza en el gobierno.
Las Fuerzas Aéreas norteamericanas investigaron el fenómeno ovni a través del llamado “Proyecto Libro Azul”, aunque antes, significativamente, se había llamado “Proyecto Grudge” (Fastidio). El esfuerzo que se estaba realizando era desganado y desechable. A mediados de la década de los sesenta, el cuartel general del “Proyecto Libro Azul” se encontraba en la base de las Fuerzas Aéreas Wright-Patterson de Ohio, donde también estaba la base de la “Inteligencia Técnica Extranjera” (dedicada principalmente a averiguar qué armas nuevas tenían los soviéticos). Contaban con una sofisticada tecnología para la consulta de expedientes.
Pero lo que había en esos expedientes no tenía gran valor. Por ejemplo, ciudadanos respetables declaraban haber visto flotar luces sobre una pequeña ciudad de New Hampshire durante más de una hora, y la explicación del caso era que había una escuadrilla de bombarderos estratégicos de una base cercana de las Fuerzas Aéreas en ejercicios de instrucción. ¿Podían tardar una hora en atravesar la ciudad los bombarderos? No. ¿Sobrevolaban los bombarderos la ciudad en el momento en que se decía habían aparecido los ovnis? No. ¿Nos pueden explicar cómo puede ser que se describa que los bombarderos estratégicos “flotaban”? No. Las negligentes investigaciones del Libro Azul tenían un papel poco científico, pero servían para el importante propósito burocrático de convencer a gran parte del público de que las Fuerzas Aéreas se aplicaban a la tarea y que quizá no había nada tras las denuncias de ovnis.
Desde luego, eso no excluye la posibilidad de que en alguna otra parte se desarrollara otro estudio de los ovnis más serio, más científico. Es incluso probable que fuera así, no porque nos visiten extraterrestres sino porque, ocultos en el fenómeno de los ovnis, debe haber datos considerados en otros tiempos de importante interés militar. Desde luego, si los ovnis son como se dice –aparatos muy rápidos y maniobrables-, los militares tienen la obligación de descubrir cómo funcionan. Si los ovnis eran construidos por la Unión Soviética, las Fuerzas Aéreas norteamericanas tenían la responsabilidad de proteger su país. Teniendo en cuenta las notables características de actuación que se les adjudicaba, las implicaciones estratégicas de que hubiera ovnis soviéticos sobrevolando impunemente las instalaciones militares y nucleares norteamericanas eran preocupantes. Si, por otro lado, los ovnis eran construidos por extraterrestres, podrían copiar la tecnología (si pudieran apoderarse de un solo platillo) y conseguir una clara ventaja en la guerra fría. Y, aunque los militares no creyeran que los ovnis fueran fabricados por soviéticos ni por extraterrestres, tenían una buena razón para seguir los informes de cerca.
En la década de los cincuenta, las Fuerzas Aéreas norteamericanas utilizaban ampliamente los globos-sonda, no sólo como plataformas de observación meteorológica, como se anunciaba de manera destacada, y como reflectores de radar, algo que se reconocía, sino también, secretamente, como aparatos de espionaje robótico, con cámaras de alta resolución e intercepción de señales. Mientras los globos en sí no eran muy secretos, sí lo eran la serie de reconocimientos que hacían. La forma de los globos de gran altitud puede parecerse a la de un platillo cuando se ve desde el suelo. Si no se calcula bien la distancia a la que se encuentran, es fácil imaginar que llevan una velocidad absurdamente grande. En ocasiones, propulsados por una ráfaga de viento, hacen un cambio de dirección abrupto, poco característico de un avión y en aparente desafío de la ley de la inercia… si uno no atina a ver que son huecos y no pesan casi nada.
El sistema de globos militares más famoso, que fue probado ampliamente en todo Estados Unidos a principios de los cincuenta, se llamaba Skyhook. Otros sistemas y proyectos de globos se denominaron “Mogul”, “Moby Dick”, “Grandson” y “Genetrix”. Aunque decir que todos los ovnis denunciados eran globos militares es ir demasiado lejos, no se ha apreciado suficientemente su papel. No ha habido ningún experimento de control sistemático y deliberado en el que se lanzaran secretamente globos de gran altitud, se hiciera un seguimiento y se anotaran las visiones de ovnis por parte de observadores visuales y por radar.
En 1956, globos de reconocimiento estadounidenses empezaron a sobrevolar la Unión Soviética. En su momento culminante, había docenas de lanzamientos de globos al día. A continuación, los globos fueron sustituidos por aeronaves de gran altitud, como los U-2 y los SR-71, que a su vez fueron reemplazados en gran parte por satélites de reconocimiento. Es evidente que muchos ovnis que datan de este período eran globos científicos, como lo son algunas veces desde entonces. Todavía se lanzan globos de gran altitud, incluyendo plataformas que llevan sensores de rayos cósmicos, telescopios ópticos e infrarrojos, receptores de radio que sondean la radiación cósmica de fondo y otros instrumentos por encima de la mayor parte de la atmósfera de la Tierra.
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sábado, 26 de marzo de 2011
OVNIS: la gran alucinación colectiva (1)
Los ovnis existen. ¿Quién lo duda a estas alturas? El que se convertiría en presidente de Estados Unidos, Jimmy Carter, a la sazón gobernador del estado de Georgia, vio un ovni en la ciudad de Leary el 6 de enero de 1969. Otro similar fue divisado sobre el Mediterráneo el 25 de febrero de ese año por el piloto de Iberia Jaime Ordovás, comandante del vuelo IB-435 Palma-Madrid, y su tripulación. Miles de ciudadanos canarios observaron el 5 de marzo de 1979 un ovni sobre sus cabezas. El 11 de noviembre de 1979, dos ovnis hicieron que el comandante Javier Lerdo de Tejada, al mando de un avión de la compañía TAE, desviara su rumbo y aterrizara de emergencia en el aeropuerto de Manises (Valencia). Todo el pueblo de Frontera (en la isla canaria de El Hierro) observó las luces intermitentes de un ovni que flotaba sobre la población en fiestas el 12 de agosto de 1995 y fue recogido por las cámaras de televisión. Los monitores de vigilancia infrarroja del Polvorín del Ejército de As Gándaras (Lugo) recogieron la imagen de un ovni el 27 de noviembre de 1995… la evidencia de estos casos es abrumadora. ¿O no?
En efecto, se cuentan por cientos de miles los avistamientos de luces en el cielo, objetos con forma definida, encuentros cercanos y hasta apariciones de figuras extrañas cerca de naves aterrizadas. Y fotos. Y huellas. Y casos de efectos fisiológicos provocados por la cercanía de estas naves. Y abducciones. Se trata de lo que se puede definir como “argumento acumulativo” y es el que emplean generalmente los vendedores de misterios en los programas de televisión. Apabullan contando en unos minutos una serie de incidentes misteriosos de toda procedencia, avistados por numerosos testigos ante los que la audiencia no tiene más remedio que rendirse.
La verdad es más compleja. Si bien son ciertos los avistamientos referidos al comienzo de este artículo, su exhaustivo examen ha demostrado que Jimmy Carter y el piloto de Iberia se confundieron con el brillo del planeta Venus; que el espectacular objeto visto desde el archipiélago canario por miles de personas fue un misil intercontinental Poseidón lanzado por un buque de la Marina de los Estados Unidos que navegaba 1.000 km al oeste de las Canarias; que lo que obligó a aterrizar en Valencia al comandante Lerdo de Tejada fue una confusión óptica con las luces de dos torres de gases en combustión de la refinería de petróleo de Escombreras; que un globo del que pendía una plataforma con bombillas que se encendían y apagaban fue lo que causó tanto impacto a los habitantes de la isla de El Hierro; y que fueron simples luces distantes a nivel del suelo lo que grabaron las cámaras infrarrojas del Ejército de Tierra en Lugo.
Pero claro, lo que causa impacto es la noticia. Los medios de comunicación no se ocupan luego de seguir los años de mucho trabajo, tanto de campo (entrevistas a testigos, mediciones in situ) como de gabinete (cálculos, estudio, gestiones informativas) necesarios para llegar al fondo de estas cuestiones y desvelar el supuesto enigma. Esto no interesa a los periodistas, no vende, no capta la atención.
Cincuenta años de investigación ufológica (UFO es el equivalente en inglés a OVNI) han permitido concluir pocas cosas, pero algunas de ellas son universales. Por ejemplo, se ha comprobado que la gente ve cosas que no sabe explicar porque estamos rodeados de estímulos naturales y artificiales que producen visiones coloristas y aparentemente asombrosas, que engañan al lego, pero que, a la vista de un experto, se convierten en reentradas de chatarra espacial, lanzamientos de misiles, globos sonda de investigación, nubes lenticulares, bólidos, cuerpos celestes y un largo etcétera. Otra, que la vista es el menos fiable de los sentidos y que cualquier persona -y un piloto de aviación, no es más infalible por llevar un uniforme e insignias- puede engañarse cuando un fenómeno poco habitual se cruza en su camino.
A veces uno escucha a un ufólogo que se las da de objetivo decir que “aunque el 90% de los informes se puede explicar, aún hay un 10% que se resiste a ser aclarado”. Eso es una gran verdad, pero lo curioso es que todas las historias de ovnis que llegan a las manos de esos autoproclamados estudiosos se encuadran precisamente en el diez por ciento residual. Muchas de las revistas que comercian con la creencia en seres extraterrestres falsifican la realidad y convierten en platillo volante todo lo que tocan. ¿La razón? Según los criterios de esta prensa amarilla, sólo lo morboso, esotérico, maravilloso e inexplicable vende. De ahí que no les convenga desentrañar la verdad.
La fenomenología presuntamente extraña se halla en ese diez por ciento de casos que no sabemos explicar. Pero la cuestión es si son misteriosos porque no se pueden explicar de ninguna manera, ni natural ni tecnológicamente, o sencillamente porque los testigos han aportado datos que falsean la observación. En la jerga ufológica, ¡los casos negativos son aquellos que se han logrado explicar! Los investigadores científicos conservan tanto los expedientes solventados como los informes de observaciones inexplicadas, porque la contrastación entre los dos grupos puede decirnos si se trata de dos universos de datos diferentes o no.
En un estudio de informes de “aterrizajes de ovnis” ocurridos en la península Ibérica entre 1900 y 1985, donde 355 casos quedaron resueltos y 230 no, se demostró que los dos grupos estaban directamente relacionados (la magnitud de ambos aumenta o disminuye a la vez); su aparición coincide sobre todo con la época estival y, concretamente, con el mes de agosto; las curvas de distribución horaria de ambos tipos de sucesos se solapan; y, por último, el reparto de casos por provincia sigue un patrón común (hay más informes en zonas con más investigadores y medios de comunicación). En suma, el conjunto de incidentes ovni “auténticos” no se distingue de los que se encuentran en los ficheros de casos explicados, lo que indicaría que ambos grupos tienen una naturaleza similar.
El problema fundamental de los avistamientos ovni positivos reside en su singularidad: cada caso es una unidad que no encaja en ningún rompecabezas lógico. Apenas existen fenómenos idénticos, cada explicación es un rico inventario de detalles, pero sin correlación con otros. La mayoría de los informes de encuentros cercanos dependen en última instancia de la credibilidad que tenga el testigo que presenta los hechos. Cuando hay vestigios físicos –los más habituales son huellas o marcas en la vegetación- se trata sólo de pruebas circunstanciales, ya que podrían haber sido producidas por animales, rayos, enfermedades… o bromistas. En cuanto a observaciones aéreas, nunca tenemos a la vez un radar que detecta una traza, un reactor que sale en interceptación, un piloto de caza que ve el fenómeno extraño y un radar a bordo que lo corrobora. No. Si un radar detecta un eco extraño, desde el avión interceptador no se ve nada. Y cuando un piloto cree ver un ovni, el radar de tierra no detecta nada. ¿Fantasmas extraterrestres o más bien fallos de la tecnología, efectos ópticos, alucinaciones y fenómenos astronómicos? Porque, eso sí, cuando se trata de un globo sonda estratosférico o de un avión sin plan de vuelo, tanto el radar como el piloto del avión de combate coinciden en sus apreciaciones. ¿La evidencia fotográfica? Las mejores tomas consisten en manchas discoidales que aparecen en los negativos sin que los fotógrafos hubiesen visto nada relevante en el momento de capturar la instantánea. En inglés se usa la palabra "artifact" para denotar esos errores en el procesado o de la película, que nada tienen que ver con los artefactos extraterrestres que algunos creen identificar en estas imágenes.
Esencialmente, todos los casos de ovnis son anécdotas, algo que afirma alguien. Los describen de varias formas, como de movimiento rápido o suspendidos en al aire; en forma de disco, de cigarro o de bola; en movimiento silencioso o ruidoso; con un gas de escape llameante o sin gas; acompañado de luces intermitentes o uniformemente relucientes con un matiz plateado, o luminosos… La diversidad de las observaciones indica que no tienen un origen común y que el uso de términos como ovnis o “platillos volantes” sólo sirve para confundir el tema al agrupar genéricamente una serie de fenómenos no relacionados.
La mayoría de la gente cuenta lo que ha visto con toda sinceridad, pero lo que veían eran fenómenos naturales, si bien poco habituales. Algunos avistamientos de ovnis resultaron ser aeronaves poco convencionales, aeronaves convencionales con modelos de iluminación poco usuales, globos de gran altitud, insectos luminiscentes, planetas vistos bajo condiciones atmosféricas inusuales, espejismos ópticos y nubes lenticulares, rayos en bola, parhelios, meteoros, incluyendo bólidos verdes y satélites, morros de cohetes y motores de propulsión de cohetes entrando en la atmósfera de modo espectacular. Es concebible que algunos pudieran ser pequeños cometas que se disipaban en el aire. Al menos, algunos informes de radar se debieron a la “propagación anómala”: ondas de radio que viajan por trayectorias curvadas debido a inversiones de la temperatura atmosférica. Tradicionalmente, también se llaman “ángeles” de radar: algo que parece estar ahí pero no está. Puede haber apariciones visuales y de radar simultáneamente sin que haya nada “allí”.
Cuando captamos algo extraño en el cielo, algunos de nosotros nos emocionamos, perdemos la capacidad de crítica y nos convertimos en malos testigos. Desde el principio existió la sospecha de que aquél era un campo atractivo para pícaros y charlatanes. Muchas fotografías de ovnis resultaron ser falsas: pequeños modelos colgados de hilos finos, a menudo fotografiados a doble exposición. Un ovni visto por miles de personas en un partido de fútbol resultó ser una broma de un club de estudiantes universitarios: un trozo de cartón, unas velas y una bolsa de plástico fino, todo bien preparado para hacer un rudimentario globo de aire caliente.
El relato original del platillo accidentado (con los pequeños extraterrestres y sus dientes perfectos) resultó ser un puro engaño. Frank Scully, columnista de “Variety”, comentó una historia que le había contado un amigo petrolero, convirtiéndose en el espectacular reclamo del exitoso libro de Scully de 1950 “Tras los platillos volantes”. Se habían encontrado dieciséis extraterrestres de Venus, de un metro de altura cada uno, en uno de los tres platillos accidentados. Se habían recogido cuadernos con pictogramas extraterrestres. Los militares lo ocultaban. Las implicaciones eran importantes.
Los estafadores eran Silas Newton, que dijo que utilizaba ondas de radio para buscar oro y petróleo, y un misterioso “doctor Gee” que resultó ser un tal señor GeBauer. Newton presentó una pieza de la maquinaria del ovni y tomó fotografías de primer plano del platillo con flash. Pero no permitía una inspección detallada. Cuando un escéptico preparado, haciendo un juego de manos, cambió el engranaje y envió el artefacto a analizar, resultó estar hecho de aluminio de batería de cocina.
La patraña del platillo accidentado fue un pequeño interludio en un cuarto de siglo de fraudes de Newton y GeBauer, que vendían principalmente máquinas de prospección y contratos petroleros sin valor. En 1952 fueron arrestados por el FBI y al año siguiente se los acusó de estafa. Sus proezas deberían haber servido de advertencia a los entusiastas de los ovnis sobre historias de platillos accidentados en el suroeste americano alrededor de 1950. No cayó esa breva.
El 4 de octubre de 1957 se lanzó el Sputnik 1, el primer satélite artificial en órbita alrededor de la Tierra. De los 1.118 avistamientos de ovnis registrados ese año en Estados Unidos, 701, o sea, el 60% -y no el 25% que se podía esperar-, ocurrieron entre octubre y diciembre. Es evidente que el Sputnik y la publicidad consiguiente habían generado de algún modo visiones de ovnis. Quizá la gente miraba más el cielo de noche y veía más fenómenos naturales que no entendía. ¿O podría ser que miraran más hacia arriba y vieran más las naves espaciales extraterrestres que están ahí constantemente?
La idea de los platillos volantes tenía antecedentes sospechosos que se remontaban a una broma consciente titulada “¡Recuerdo Lemuria!”, escrita por Richard Shaver y publicada en el número de marzo de 1945 de la revista de ciencia ficción Amazing Stories. En ella se informaba de que hacía ciento cincuenta mil años los extraterrestres se habían establecido en continentes perdidos, lo que llevó a la creación de una raza de seres demoníacos bajo tierra que eran responsables de las tribulaciones humanas y de la existencia del mal. El editor de la revista, Ray Palmer –que, como los seres subterráneos sobre los que advertía, medía poco más de un metro-, promovió la idea, mucho antes de la visión de Arnold, de que la Tierra era visitada por naves espaciales extraterrestres en forma de disco y que el gobierno ocultaba su conocimiento. Con las portadas de esas revistas en los quioscos, millones de americanos estuvieron expuestos a la idea de los platillos volantes bastante antes de que fuera acuñado el término.
Con todo, las pruebas alegadas parecían pocas, y a menudo caían en la credulidad, la broma, la alucinación, la incomprensión del mundo natural, el disfraz de esperanzas y temores como pruebas y un anhelo de atención, fama y fortuna. En ciencia, todo depende de la prueba. En una cuestión tan importante, la prueba debe ser irrecusable. Cuanto más deseamos que algo sea verdad, más cuidadosos hemos de ser. No sirve la palabra de ningún testigo. Todo el mundo comete errores. Todo el mundo hace bromas. Todo el mundo fuerza la verdad para ganar dinero, atención o fama. Todo el mundo entiende mal en ocasiones lo que ve. A veces incluso ven cosas que no están.
Si nadie ha podido demostrar que el diez por ciento de los casos sin explicación sean naves de otros mundos, ¿por qué tanta gente cree a pies juntillas que lo son? El desarrollo del fenómeno ovni ha seguido la típica dinámica de generación de un mito socio-cultural inducido por los medios de comunicación, tal y como veremos en las siguientes entradas
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jueves, 24 de marzo de 2011
¿Quién inventó la batidora de cocina?
Los mecánicos estadounidenses George Schmidt y Fred Osius, residentes en el estado de Wisconsin, fabricaron en 1904 las primeras batidoras industriales de la historia. Seis años después, en 1910, ampliaron su empresa junto con el ingeniero Chester Beach, que había desarrollado un nuevo motor eléctrico, ideal para ser aplicado en las batidoras domésticas, mercado al que trataban de acceder sus socios. Sin embargo, su invención no obtuvo todo el éxito que cabía esperar.
La primera máquina batidora doméstica lanzada con verdadero éxito al mercado apareció en 1923, desarrollada y comercializada por la compañía estadounidense Air Mix Incorporated. Aquellos prototipos utilizaban un motor externo, sujeto a la batidora mediante unos tirantes. Hasta 1931 no se fabricó una batidora con motor incorporado, en una mejora desarrollada por la compañía Flexible Shaft de Chicago.
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lunes, 21 de marzo de 2011
¿Cómo se mide el peso de un planeta?
El peso (o la masa) de un planeta viene determinado por el efecto gravitatorio que ejerce sobre otros cuerpos. La ley de la gravitación universal de Newton establece que toda la materia del universo, por escasa que sea, atrae al resto con una fuerza gravitatoria proporcional a su masa. Cuando se trata de objetos del tamaño de los que encontramos en la vida cotidiana, esta fuerza es tan minúscula que no la notamos, pero adquiere gran relevancia en el caso de objetos de dimensiones planetarias o estelares.
Para usar la gravedad con el fin de conocer la masa de un planeta, hay que medir de algún modo la intensidad del “tirón” que imprime sobre otro cuerpo. Si el planeta en cuestión cuenta con algún satélite natural, entonces la naturaleza habrá hecho el trabajo por nosotros. Tras observar el tiempo que tarda el satélite en orbitar alrededor del planeta, se pueden aplicar las ecuaciones de Newton para deducir la masa del ese planeta.
Pero si el planeta carece de satélites naturales, hay que aplicar más ingenio. Aunque Mercurio y Venus, por ejemplo, no tienen lunas, ejercen un pequeño empuje el uno sobre el otro y sobre el resto de planetas del sistema solar. Como consecuencia de ello, los planetas recorren órbitas algo distintas de las que seguirían si no existiera ese efecto perturbador. Aunque hay que aplicar unas matemáticas un poco más complejas, e intervienen más incertidumbres, la astronomía se sirve de estas desviaciones para determinar la masa de los planetas que carecen de lunas.
¿Y con objetos tales como los asteroides, con masas tan exiguas que no causan ninguna alteración mensurable en las órbitas de otros planetas? Hasta años recientes, solo existían estimaciones de la masa de estos cuerpos basadas en sus diámetros aparentes y en suposiciones sobre su composición mineral.
En la actualidad, en cambio, varios asteroides han recibido la visita de sondas espaciales. Igual que un satélite natural, cuando una nave pasa cerca de un asteroide su trayectoria experimenta una desviación que depende de la masa del planetoide. Esta desviación se evalúa desde la Tierra mediante un seguimiento cuidadoso del artefacto y la medida del efecto Doppler que experimentan sus emisiones de radio.
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sábado, 19 de marzo de 2011
¿Perciben los perros el tiempo?
La mayoría de los perros nunca llegan tarde a una comida. Saben exactamente dónde estar y a qué hora todos los días. También saben cuándo llegará su amo a casa y, como un reloj, se plantan delante de la puerta esperando que se abra. Cuando vemos ese comportamiento, asumimos que los perros tienen un sofisticado sentido del tiempo. Pero, ¿cómo es de verdad el tiempo para un perro?
Se dice que un año humano equivale a siete años caninos. Pero, ¿nos dice algo esa extendida teoría acerca de la comprensión del tiempo por parte de los perros? En realidad no. La idea de los "años caninos" proviene de la comparación entre la esperanza de vida de los perros con la de los hombres y no sería correcto trasladar esa escala al concepto de percepción temporal.
Para comprender cómo perciben el tiempo los perros, primero debemos saber cómo lo hacemos nosotros, los humanos. Cada persona experimenta el transcurso del tiempo de diferentes maneras en distintos momentos. Albert Einstein explicó una vez el principio de la relatividad de esta manera: "cuando un hombre se sienta con una chica bonita durante una hora, le parece un minuto. Pero haz que se siente sobre una estufa caliente un minuto... le parecerá más largo que una hora. Eso es relatividad".
Aunque la experiencia temporal es relativa para cada persona, todos pensamos en el tiempo de forma muy parecida. Por ejemplo, nuestros recuerdos están estrechamente unidos a la manera en que interpretamos el transcurso del tiempo. Nuestra capacidad para recordar acontecimientos en un orden preciso es fundamental en nuestra memoria y percepción temporal. También somos capaces de predecir cosas. Aunque no todos afirmamos tener poderes psíquicos, todos contamos con que determinadas cosas sucederán en el futuro, aunque sea algo tan sencillo como que el sol saldrá por la mañana. Estas capacidades tienen consecuencias importantes; por ejemplo, la memoria y la predicción nos dotan de un sentido de la continuidad, la historia personal y la autoconciencia.
¿Tienen los perros esas mismas habilidades? Si pudieras meterte en el cerebro de un perro, ¿verías el recuerdo del hueso que estuvo royendo esa misma mañana?
Lo cierto es que las investigaciones sobre la sensibilidad temporal de los perros no abundan, pero podemos extrapolar lo que se ha aprendido tras muchos años de observación y experimentación con otros animales, como roedores, aves o primates. En sus estudios sobre percepción animal del tiempo, el etólogo William Roberts llegó a algunas conclusiones interesantes respecto a los recuerdos y anticipación de los animales. Afirma que los animales están "atrapados en el tiempo", es decir, sin las sofisticadas habilidades mentales necesarias para percibir el tiempo -como dar forma a los recuerdos- los animales viven únicamente el presente. Según Roberts, los animales están "atrapados en el tiempo" porque no pueden "viajar en el tiempo" mentalmente hacia el pasado o el futuro. Los humanos, consciente y voluntariamente, podemos recuperar recuerdos específicos o pensar en el futuro y anticipar acontecimientos. Los animales no.
Para muchos, esta teoría es falaz. Después de todo, ¿no podemos adiestrar a los animales? Y ese adiestramiento ¿no depende de los recuerdos generados por los animales?
Según Roberts, esto no es necesariamente así, al menos según como nosotros entendemos los recuerdos. Los animales pueden ser entrenados para hacer cosas de la misma forma que los niños. De acuerdo con estudios realizados con niños, a la edad de cuatro años los pequeños ya han aprendido muchísimas cosas -gatear, caminar...- pero sin recordar dónde o cómo lo hicieron. En otras palabras, no tienen la habilidad de memoria episódica o de recordar acontecimientos individuales del pasado. Un perro puede saber cómo responder a la orden "siéntate" sin guardar memoria de cómo lo aprendió.
Por supuesto, esto no es todo lo que interviene en el cerebro de un perro cuando predice la hora de llegada de su amo. Los ritmos biológicos intervienen en esto. Los investigadores han descubierto a través de la experimentación con palomas que un "reloj interno" les enseña cuándo y dónde encontrar comida. Del mismo modo, los perros pueden usar los ritmos circadianos -fluctuaciones diarias en las hormonas, temperatura corporal y actividad neuronal- para saber cuándo habrá comida en el bol o la hora aproximada en la que sus amos regresan de trabajar. En lugar de recordar cuánto tiempo media entre comidas o a qué hora se sirve la comida, los perros reaccionan a un estado biológico dado en un momento concreto del día. Y reaccionan a ese estímulo de la misma forma a la misma hora todos los días.
Si los perros no pueden almacenar recuerdos como los humanos, ¿pueden hacer planes para el futuro? Como acabamos de ver, los humanos contamos con dos habilidades muy importantes para ayudarnos a comprender el tiempo: la capacidad de recordar secuencias ordenadas de acontecimientos y de anticipar necesidades o sucesos que tendrán lugar en el futuro. Los estudios muestran que los animales podrían tener también esas capacidades, aunque en menor medida.
Los científicos han investigado las memorias a corto y largo plazo de los animales para ver cómo son de precisas las secuencias de acontecimientos que recuerdan. En los experimentos de memoria a corto plazo, palomas y primates deben recordar lo suficientemente bien una secuencia como para repetirla en el mismo orden y obtener una recompensa. Los animales lo hicieron bastante bien en estas tareas, pero sus recuerdos se desvanecieron muy rápido. Es posible que lo que hicieran es aprender a ir desde el recuerdo más débil al más fuerte en lugar de "aprender" o "recordar" propiamente dicho.
Otros investigadores averiguaron que palomas y simios se las arreglaban bien en tests memorísticos en los que debían recordar una secuencia determinada tras una pausa de tiempo variable entre el aprendizaje y la repetición. Sin embargo, necesitaron muchísimo entrenamiento, sugiriendo que la habilidad de recordar no era algo natural para ellos. Parece que los animales perciben el tiempo de forma diferente a los humanos, cuya memoria temporal es mucho más sofisticada.
Además, los animales no parecen anticipar bien las necesidades futuras, sugiriendo a los investigadores que no tienen el concepto mental de "futuro". Por ejemplo, cuando se les da la opción, palomas y ratas prefirieron una recompensa pequeña pero inmediata que una futura pero mayor.
En una de las pruebas, los científicos presentaban a los primates una elección entre un plátano y dos plátanos. Como se puede esperar, siempre elegían dos plátanos. Pero cuando ambas opciones comenzaban a aumentar en número de bananas, los animales dejaron de tener claras sus preferencias: como no estaban suficientemente hambrientos en ese momento como para comerse 10 plátanos, la mitad de las veces preferían la opción de cinco plátanos sin darse cuenta de que podían guardar el excedente para más tarde, es decir, satisfacían la necesidad inmediata sin planificar para una posible necesidad futura. Esto no es probable que le pase a un humano, que a menudo utiliza el raciocinio y la anticipación.
Pero entonces, ¿qué ocurre con las ardillas, por ejemplo, que acumulan provisiones para los meses de invierno? Tal comportamiento ¿no parece demostrar que los animales sí pueden anticipar necesidades futuras?. Lo más seguro es que no sea así. Varios estudios han averiguado que esos animales no paran de acumular incluso cuando lo ya almacenado desaparece inexplicablemente. Esto podría significar que los animales no entienden por qué recogen comida, lo que ello significa para su futuro o incluso de qué futuro se trata. Simplemente, les empuja el instinto. Los humanos, por el contrario, sí entienden el propósito de sus acciones y son capaces de cambiar de estrategia si los resultados no son los deseados.
Por tanto, si los animales están "atrapados en el tiempo", como sugiere Roberts, los humanos serían los únicos seres vivos capaces de comprender el tiempo. Es tu elección si prefieres ignorar ese hecho o tratar de aprender algo del espíritu canino de "vivir el momento".
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martes, 15 de marzo de 2011
¿El sobrepeso tiene algo que ver con los huesos pesados?
No, la mayoría de las veces es una excusa. El hecho es que la estructura ósea del ser humano supone, aproximadamente, un 12% del peso corporal total. Son muy escasas las diferencias individuales. Este porcentaje es válido en las personas de peso normal, por supuesto; en caso de sobrepeso, ese dato porcentual baja.
Quien tenga un BMI (Body Mass Index o Índice de Masa Corporal) situado en el ámbito ideal de los 70 kg de peso, dispondrá de unos 8,5 kg de hueso. Si alguien tuviera realmente unos huesos que fueran más pesados que los del término medio, llegarían a alcanzar, como mucho, los 10 kg. Naturalmente, cuando se adelgaza, no se modifica el peso de los huesos.
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domingo, 13 de marzo de 2011
¿Arte o juego de niños?
El arte es omnipresente en nuestra vida diaria. La vemos y oímos hablar de ella en los medios de comunicación. Pero, ¿has pensado alguna vez sobre ello? ¿Qué es exactamente el arte? El hombre se ha estado preguntando esta cuestión durante siglos y no es posible dar con una definición tan precisa como la de un perro o un tenedor.
Una definición sacada de un diccionario podría ser: “el uso consciente de la imaginación creativa, especialmente en la producción de objetos estéticos”.
El Arte implica esfuerzo, intención, planificación. Muchas de las definiciones de arte incluyen además palabras como producción, expresión, disposición... Esto es, hay una diferencia esencial en sentarse en una roca que nos encontramos por casualidad que arrastrar la misma roca y llevarla a nuestro jardín junto a otras cuatro para hacer un círculo de asientos "naturales". Esto último es arte porque hemos elegido los materiales y los hemos colocado de una manera no solamente útil, sino también satisfactoria para nuestro sentido estético. Así que el arte tiene tanto que ver con las intenciones del artista como con el arte propiamente dicho.
Bien, así que buena parte del arte es intencionalidad. Pero, también, el arte es arte cuando es declarado como tal. En el Museo de Arte Moderno de San Francisco se celebró una vez una exposición de animales disecados cubiertos de barro. Algo muy parecido hacen continuamente niños de todo el mundo utilizando el barro de sus jardines y parques. La diferencia entre las piezas del museo y el resultado del juego de un niño es, precisamente, la intencionalidad y el esfuerzo. El creador de la exposición de San Francisco pretendía que su trabajo fuera una expresión artística personal. Las pegajosas figuras modeladas por los niños no son más que subproductos de un juego. A menos que tu hijo pretenda crear intencionadamente una obra de arte, sus pringosas manipulaciones con el lodo no serán más que porquería. Por otro lado, si realmente el objetivo de tu hijo no era jugar, sino expresarse de algún modo a través del barro, entonces estamos ante un desgraciado y común hecho en la vida artística: que el público no siempre aprecia el trabajo del artista. Y es que el reconocimiento popular es un elemento práctico pero fundamental en el arte.
El Arte comenzó probablemente como una forma de comunicación o conservación de información. Arqueólogos y antropólogos han especulado con que las primeras pinturas rupestres eran "archivos" relacionados con las actividades de caza de la tribu. Más adelante, es probable que esas figuras cobraran algún tipo de importancia simbólica. De la misma forma que tendemos a pensar que cada vez que llevamos una determinada prenda de vestir nos suceden cosas buenas, quizá aquellos primeros hombres asociaron ciertos animales, plantas o personas con la buena y la mala suerte, cambios estacionales como nieve o inundaciones, caza exitosa y otros acontecimientos relevantes en la vida de una tribu de cazadores-recolectores.
Los objetos y piezas descubiertos demuestran que, en la elaboración de los mismos, al ir pasando el tiempo, había algo más que la mera utilidad. Incluso herramientas diarias, como puntas de flecha o cuchillos, comienzan a mostrar intentos de embellecimiento artístico. Aquellos primeros artesanos -o artistas- no sólo buscaban el utilitarismo, sino un refinamiento en su apariencia.
Esta tendencia tuvo continuidad en la mayoría de las civilizaciones más antiguas y no hay duda de que las imágenes en los sarcófagos de las momias egipcias, las estatuas griegas, los mosaicos bizantinos y los bajorrelieves budistas, todas ellas con intencionalidad religiosa, son algo que es universalmente considerado como arte. El mayoritario carácter religioso del arte antiguo se explica quizá porque la religión proporcionaba un muestrario de símbolos fácilmente reconocibles que podían producirse en masa y, como el arte era sobre todo simbólico, las creencias, los mitos, eran un tema más accesible que cualquier otro.
Sea como fuere, vemos en ciertas culturas el nacimiento y desarrollo de un nuevo arte secular, centrado en la gente, en los acontecimientos cotidianos en lugar de figuras idealizadas de carácter espiritual o mítico. Retratos, bustos y monumentos hacen su aparición. Por supuesto, en muchos casos se producían solapamientos entre temas religiosos y seculares (los gobernantes, por ejemplo, eran representados como Zeus o Poseidón o los bajorrelieves indios de mujeres se parecían mucho a las representaciones de diosas). Este fue el panorama hasta finales del siglo XIX.
Junto al arte secular vino el desarrollo del arte decorativo, que comprende desde objetos tan grandes como un edificio o el diseño de jardines, a tan pequeños como un camafeo pintado a mano. En todos ellos, sin embargo, hay un esfuerzo visible de creación, de cuidado por la estética más allá del propósito meramente utilitario.
Hoy, el concepto y el mundo del arte se ha complicado enormemente. Y no han cesado los debates sobre la naturaleza y propósito del arte, debates de los que jamás saldrá una respuesta definitiva y universal. Después de todo, si alguien afirma "La Mona Lisa es arte porque es hermosa" y otra persona dice "La Mona Lisa no es arte porque no es hermosa", no hay manera de decidir entre las dos proposiciones. Otros debates giran alrededor de si el arte debería tener un propósito didáctico o basta con que apele a nuestros sentidos creando objetos hermosos ("el arte por el arte"). Hoy, mucha gente cree que el arte no tiene que ser necesariamente bello; básicamente: "La Mona Lisa no es hermosa, pero es arte". La respuesta inmediata es "¿Y cómo lo sabes?"
Este tipo de polémicas complican aún más el asunto, especialmente cuando nos enfrentamos al arte moderno. ¿Es arte un lienzo vacío? ¿Es arte un retrete sobre un pedestal? ¿Es arte un montón de latas aplastadas colocadas en un cubo de basura de alambre? En último término, solo podemos estar de acuerdo en calificar todo ello de arte en cuanto que implican esfuerzo, intención y manipulación, pero no podremos llegar a ninguna otra conclusión, especialmente si pretendemos compararlo con otras formas artísticas que se han venido cultivando desde hace siglos, ya sea la pintura o la porcelana.
Lo mismo es válido para la música, la literatura, la danza... aunque no han sido objeto de debates tan encendidos como en el caso de las artes visuales (con la posible excepción de la literatura). ¿Cómo clasificar la televisión y el cine que se nos ofrece en los medios de comunicación? ¿Qué estándares son válidos para calificarlo como arte o no?
En resumen, el arte ha servido durante siglos, y de esto no cabe duda alguna, como medio de estimular la imaginación y la creatividad, ya fuera arte religioso, secular, pintura, escultura, decorativo, figurativo o conceptual. Quizá la mejor manera de definir el arte es como un trabajo elaborado, calculado para causar algún tipo de efecto, ya sea en el público o en el propio artista. A menudo está pensado para agradar y tiene un significado simbólico oculto en él. Pero existen tantas excepciones que en realidad no hay una regla estricta y fácil que permita abarcar todas las manifestaciones artísticas.
Como última reflexión, si cuando eras pequeño decidiste decorar tu cuarto con la sola ayuda de tus dedos y un bote de pintura, a menos que tuvieras padres con una mente extraordinariamente abierta y comprensiva, lo que hiciste no fue arte. Si, ya adulto, haces lo mismo y afirmas que es una expresión artística personal, entonces sí es arte. Que el resto del mundo aprecie tu arte es otra cuestión.
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jueves, 10 de marzo de 2011
La Escuela Nueva y María Montessori: el niño no es un adulto en pequeño
“Dejar hacer lo que quiera al niño que no ha desarrollado su voluntad es traicionar el sentido de la libertad. Porque la libertad es, por el contrario, una consecuencia del desarrollo de la personalidad, alcanzada mediante el esfuerzo y la experiencia personal”. Estas palabras de María Montessori expresan el sentido de su método: ayudar al niño a desarrollar, libre y conscientemente, su personalidad. Toda una apasionante aventura que ella quiso seguir desde un primer momento.
Desde la aparición de las primeras escuelas institucionalizadas en la Edad Media, las universidades, y a lo largo de todo el siglo XIX en que aparecieron las primarias, la escuela se había centrado siempre en los contenidos que había que enseñar y en cómo hacer que el profesor los expusiera con la mayor eficacia docente. Se partía de un supuesto comúnmente aceptado: “El niño es un adulto en pequeño”. Un supuesto falso, como demostró, entre otros, María Montessori.
La llamada Escuela Nueva representa un deseo de entender al ser humano, buscando en la psicología infantil el origen de qué es el hombre. Por eso, aunque la eclosión de este movimiento tuvo lugar en el primer cuarto del siglo XIX, su origen ha de buscarse mucho más atrás. Se reconocen como precursores a personajes tan diversos como Rousseau y Pestalozzi (siglo XVIII) y Froëbel y Leon Tolstoi (siglo XIX). Aunque sólo Pestalozzi y Froëbel dedicaron su vida a la enseñanza y crearon escuelas y métodos –Froëbel fundó los jardines de infancia-, Tolstoi creó una efímera escuela, a la que llamó Yasnaia Poliana, y la principal aportación de Rousseau fue una obra de honda repercusión pedagógica: el “Emilio”. En ella, propone una educación sin disciplina, cercana a la Naturaleza y que respete las inclinaciones naturales del niño. En tal sentido, Rousseau formuló –sin saberlo- los principios básicos de la que después sería llamada Escuela Nueva.
Avanzado el siglo XIX, el filósofo estadounidense John Dewey sería el alma máter de la Escuela Nueva. Su célebre lema “Learning by Doing” (“Aprender haciendo”), resume y, a la vez, pone de manifiesto todo su renovador programa educativo. Su contemporáneo, el alemán Herbart, reconocido como el padre de la pedagogía científica, generó por su parte una forma de entender la educación y el papel docente totalmente centrados en la acumulación de conocimiento por el alumno –logocentrismo-, a los que se opondría el propio Dewey –junto a la sueca Ellen Key-, formulando su instrumentalismo, que propugnaba, como base del aprendizaje, que el niño actuara en libertad. La educación, así, se tornaba por primera vez experimental, conectada con los intereses infantiles reales y mucho más cercana a la vida real.
En 1899, Ferriére fundó en Ginebra la Oficina Internacional de la Escuela Nueva, centro que fue el primero de una cadena cuya mayor importancia fue la de introducir la expresión Escuela Nueva. Ya en el siglo XX, antes de la Primera Guerra Mundial, Claparéde fundó en Francia el Instituto de Ciencias de la Educación Jean-Jacques Rousseau, que pronto vería nacer su homólogo en EEUU con el nombre de The New Education Fellowship.
Pero la Primera Guerra Mundial frenó el proceso de crecimiento de esta nueva corriente educativa, aunque también tuvo, no obstante, un efecto positivo: el desolado panorama del momento influyó en la Escuela Nueva, añadiendo la voluntad de que la educación en los valores sociales y la solidaridad evitaran que el género humano se permitiera de nuevo tal devastación. Con ese fin, en 1920, nacería la Liga Internacional para la Nueva Educación. Lo que en un principio fueron teorías y prácticas aisladas comenzó a consolidarse cuando, en 1940, se convirtió en ley en Francia, a iniciativa de Wallon. La legislación educativa francesa se propagó luego –al menos como fuente de inspiración- a todo el mundo occidental. Esta nueva educación parte de la atención a la psicología del niño –que no aprende como un adulto- para adecuar el contenido a cada caso particular.
Además, la escuela ha de tener relación y adaptarse a la vida extracolegial, basarse en la experiencia vital del propio docente, promover ideales pacifistas y respetuosos del prójimo, valorar la opinión de las familias de los alumnos y, por último, dar el papel de guía del proceso de aprendizaje al maestro.
Por esa vía, la enseñanza llegó, desde el desconocimiento de las diferencias individuales, a colocar en el lugar central la forma personal de aprender de cada alumno. Se pasó de tener a los niños pegados a los pupitres a hacerlos actuar y aprender bajo la guía de la experiencia y del conocimiento de un adulto. Esa evolución, sin embargo, no fue un proceso fácil ni mucho menos. Y en ella tuvo un papel primordial María Montessori.
María Montessori imprimió un gran impulso a la pedagogía científica. Su afán por negarse a las filósofías –“a mí me inspira sólo la realidad”- le hizo aplicar las enseñanzas de las nuevas ciencias al campo del conocimiento del hombre y del niño. Fue la creadora de un método absolutamente empírico, en el que el niño va descubriendo todo por sí mismo, aprendiendo de sus aciertos y errores.
María Montessori nació en la población italiana de Chiaravalle, en la provincia de Ancona, a fines del verano de 1870. Era hija única de un funcionario italiano, austero y riguroso, descendiente de una vieja familia de la nobleza de Bolonia, y de su esposa, una persona creyente, de religión católica, de carácter dulce y bien educada. La pequeña María destacó por su afición al estudio, concretamente hacia las matemáticas –nadie imaginaba por aquel entonces una mujer ingeniero- y la medicina. Finalmente, cuando ya la familia residía en Roma, cursó esta carrera, pero pronto notó cierto vacío profesional a su alrededor. Una mujer médico sólo debía dedicarse a las enfermedades propias de su sexo, y no era este el camino de la joven María. Así, aunque en 1896 se convirtió en la primera mujer doctora en medicina de Italia, en pocos años alcanzó otro doctorado: en pedagogía. María Montessori, a la que no arredraban las dificultades, había encontrado su camino: sería maestra de niños, pero con un alto nivel universitario.
En los albores del feminismo, María siguió también los progresos de la mujer en su lucha social. Colaboró con el movimiento feminista, que tenía su centro en Londres, pero no tardó en darse cuenta que su lugar estaba al lado de los niños: “Trabajar a favor del niño, con la intención prodigiosa de salvarlo, equivaldría a conquistar el secreto de la humanidad”, afirmaría más tarde en uno de sus libros, titulado, sencillamente, “El niño”.
Marginada de la enseñanza universitaria, María Montessori se introdujo en un campo poco apreciado: la psiquiatría. Fue nombrada ayudante de la Clínica Psiquiátrica, visitó los manicomios y los orfelinatos, interesándose por las patologías infantiles de tipo mental. Luego continuaría sus estudios en Londres y París, donde se centró en el estudio del caso del salvaje de Aveyron, un niño encontrado en estado salvaje y que, a pesar de no hablar, era totalmente normal. Lo que escribieron sobre él el psicólogo Itard –que convivió con él- y el médico Seguin, que profundizó en su estudio, cayó en manos de María, que lo utilizó como base para su trabajo con niños frenasténicos. Su entusiasmo y su eficacia hicieron que el ministro de Instrucción Pública le encargase una serie de conferencias dedicadas a docentes en educación especial y, posteriormente, la dirección de la Escuela Normal de Ortofonía durante dos años. En 1898, asistió en Turín a un congreso sobre educación especial y preparación del maestro de niños deficientes. Poco a poco, su seguridad en que un método mejor adaptado era clave a la hora de educar la llevó a aseverar que los métodos empleados con sujetos especiales eran igualmente idóneos para sujetos normales.
Fue entonces cuando decidió emprender una obra apasionante. En 1907 abrió en Roma la primera de sus escuelas especiales, las “Case dei Bambini”. En ella, se acogía a todos los niños menores de seis años que por diferentes motivos, no podían ser atendidos por sus familias durante el día. Pronto, la Casa de los Niños comenzó a ser reconocida, incluso internacionalmente, y empezó a atraer a una auténtica riada de pedagogos y educadores de todo el mundo.
María Montessori pensaba que dentro de todo niño duerme un hombre al que hay que facilitar que salga creando un ambiente adecuado, libre y respetuoso con las espontáneas manifestaciones del niño, aunque manteniendo un constante seguimiento de él. En su época, la escuela funcionaba con una rígida disciplina de premios y castigos, incluso corporales. Su rechazo de tales métodos la llevó a pensar que educar es dejar que se desarrolle el niño, más que intentar que se adapte.
Por entonces se hizo mayoritaria la opinión de que el desarrollo de la inteligencia proviene primordialmente de las sensaciones. De ahí que la estimulación sensorial fuera la base del método Montessori. Para ello creó un material específico, muy novedoso, que permitiera al alumno experimentar con los cinco sentidos. Así, en pocos años, el “método Montessori” aportó algunos elementos inéditos hasta entonces en las escuelas: ábacos de colores, cubos de madera de distinto tamaño, letras de alfabeto recortadas en papel de lija, pegadas a gruesos cartones, que los niños podían reseguir con los dedos mientras tenían los ojos vendados…
Pero no sólo el material era importante para ella; el mismo ambiente del aula debía ser hermoso, estéticamente estimulante y atractivo. Ésta es una de las características externas más innovadoras de la Escuela Nueva. Montessori fue la primera que adaptó lavabos, percheros, libreros, estanterías… para que el niño pudiera manejarlos como lo hace un adulto.
Durante las clases, sólo se impone al niño una restricción: antes de utilizar un material, ha de devolver a su sitio el anterior. El maestro recibe el nombre de director, pero su papel es casi inapreciable, ya que lo único que tiene que hacer es guiar: fijar conceptos básicos y presentar el material, de modo que el alumno descubra e identifique los conceptos, pero mediante un conocimiento propio, no impuesto. Por ejemplo, el maestro no explicará qué es un cuadrado, sino que lo enseñará en diferentes tamaños, con diferentes texturas y colores y sugerirá al niño un juego con cuadrados. Al fin, éste accederá por sí solo a la noción de cuadrado, yendo de la realidad al concepto.
En este tipo de escuelas no había castigos ni premios: “ni palo ni zanahoria”, como decía. Eran, sencillamente, las “casas de los niños”. Y los pequeños se encontraban tan a gusto en ellas que algunos lloraban porque el domingo no podían ir.
La científica María era a la vez hegeliana y cristiana: su espíritu le aconsejaba sumar, no restar. No todo el mundo lo entendía así, pero la joven no sólo era testaruda, sino que creía en su propia causa y su propia moral. Una moral que le causaría bastantes problemas. Tuvo un hijo, al que llamó Mario y al que amó tiernamente, pero de cuyo padre no habló jamás. Y sin embargo, ella afirmó rotundamente: “Los niños tienen un profundo sentimiento de su dignidad personal. Su alma queda con frecuencia herida más allá de lo que un adulto pueda imaginar. Por eso, una característica esencial de nuestro método consiste en respetar la dignidad del niño en un grado jamás alcanzado hasta ahora”.
Las escuelas se fueron extendiendo más allá de Italia: Inglaterra, Francia, Holanda, España, Norteamérica, Japón, la India… donde tuvieron una magnífica acogida. Incluso un personaje conflictivo como Mussolini admiró el método Montessori y protegió las nuevas escuelas. Pero cuando ella se dio cuenta de que el fascismo quería manipular a la infancia, se enfrentó con el dictador. La respuesta fue inmediata: clausura de las escuelas en Italia y expulsión de la “doctora”, que se instaló en la España republicana, concretamente en Cataluña. Por poco tiempo: la guerra de 1936 provocó su huída a Inglaterra, y en 1939, al estallar la Segunda Guerra Mundial, a la India. Allí fue muy bien recibida: su amistad con Gandhi le había abierto nuevos caminos. Sin embargo, al poco tiempo fue internada por los ingleses en un campo de prisioneros hasta el final de la guerra.
Otra persona se hubiera rendido pero la infatigable doctora Montessori no. Volvió a Europa, se instaló en Holanda, y desde allí coordinó la red mundial de escuelas esparcidas por todo el mundo. Pero todo tiene su fin y María Montessori, profundamente apenada por todo lo que había significado la Guerra Mundial, murió cerca de su escuela de Amsterdam, en 1952.
Montessori hizo una aportación trascendental a la pedagogía, al introducir elementos de análisis científico en la escuela. Sus prácticas se basan en estudios psicológicos, no en teorías no contrastadas. En suma, María Montessori fue un genio de la pedagogía que partió de su saber médico para crear un método muy avanzado, cuya repercusión es evidente en la enseñanza actual. Su testamento es un método, sus escuelas y sus libros. En el último que publicó, “La mente absorbente del niño”, escribió un pensamiento que deberíamos meditar siempre: “No eduquemos a nuestros hijos para el mundo de hoy. Este mundo ya no existirá cuando ellos sean mayores. Por eso, debemos ayudar al niño a cultivar sus facultades de creación y de adaptación”. Toda una lección.
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martes, 1 de marzo de 2011
Apariciones marianas
El ser humano, en todas las culturas y lugares, ha estado viendo desde siempre dioses y demonios. Sus respectivas religiones y creencias daban forma a lo que veían y oían y el cristianismo no ha sido ajeno a este fenómeno. Las apariciones de santos, especialmente de la Virgen María en la Europa occidental desde finales de la época medieval hasta la moderna, están bien atestiguadas. En la tecnificada civilización occidental del siglo XX, se vieron OVNIS. Entonces, en un mundo azotado por el horror y la incertidumbre, se veían vírgenes –sobre todo por parte de pastores, campesinos y niños-
Un caso típico es el de una mujer o una niña campesinas que dicen haber encontrado a una niña o mujer extrañamente pequeña –algo así como de un metro de altura- que se le revela como la Virgen María, la Madre de Dios. Ésta le pide a la sorprendida testigo que vaya a las autoridades civiles y de la Iglesia locales y les ordene decir plegarias por los muertos, obedecer los mandamientos o construir un santuario en aquel mismo lugar. Si no acceden, los amenaza con temibles castigos, quizá una plaga. Otras veces, en épocas de epidemia, María promete curar la enfermedad, pero sólo si se cumplen sus demandas.
La testigo intenta hacer lo que le dicen. Pero cuando informa a su padre, su marido o el sacerdote, le ordenan que no cuente la historia a nadie; es una tontería femenina, una frivolidad o una alucinación demoníaca. Así, ella no dice nada. Días después se le vuelve a aparecer María, un poco molesta porque no se ha honrado su petición. “No me creerán –se lamenta la testigo-. Dame una señal”.
Se necesita una prueba.
Así, María –que no había previsto que tendría que proporcionar una prueba- le da una señal. Los del pueblo y los curas se convencen enseguida. Se construye el santuario. Ocurren curaciones milagrosas en la vecindad. Llegan peregrinos de todas partes, la economía local mejora. Se nombra a la testigo original guardiana del sacro santuario.
En la mayoría de los casos que conocemos, se creó una comisión de investigación, formada por autoridades civiles y eclesiásticas, que atestiguaban si la aparición era genuina… a pesar del escepticismo inicial, casi exclusivamente masculino. Pero el nivel de las pruebas no solía ser alto. En un caso se aceptó seriamente el testimonio delirante de un niño de ocho años dos días antes de morir por una epidemia. Algunas comisiones siguieron deliberando durante décadas o incluso hasta un siglo después del acontecimiento.
En “Sobre la distinción entre visiones verdaderas y falsas”, un experto sobre el tema, Jean Gerson, alrededor del año 1400, resumió los criterios para reconocer la credibilidad del testigo de una aparición: uno era la disponibilidad a aceptar consejo de la jerarquía política y religiosa. Así, aquél o aquella que viesen una aparición molesta para los que estaban en el poder era ipso facto un testigo poco fiable, y se podía hacer decir a santo sy vírgenes lo que las autoridades querían oír.
Las “señales” que supuestamente proporcionaba María, las pruebas que se ofrecían y que se consideraban irresistibles eran cosas como una vela ordinaria, un trozo de seda o una piedra magnética; un pedazo de ladrillo de color; huellas; una recolección extraordinariamente rápida de cardos por parte de la testigo; una sencilla cruz de madera hincada en la tierra; verdugones y heridas en la testigo; y una variedad de contorsiones –una niña de doce años con la mano en extraño gesto, o las piernas dobladas hacia atrás, o una imposibilidad de abrir la boca que la deja muda temporalmente- que se “curan” en cuanto se acepta la historia.
En algunos casos es posible que los relatos de compararan y coordinaran antes de dar testimonio. Por ejemplo, en una ciudad pequeña podía haber múltiples testimonios de la aparición de una mujer alta y reluciente la noche anterior, toda vestida de blanco, con un niño en el regazo y envuelta en una luz que iluminaba la calle. Pero, en otros casos, personas que estaban físicamente junto a la testigo no pudieron ver nada, como en este informe de una aparición en Castilla en 1617:
“Ay, Bartolomé, la dama que me ha venido a ver esos días pasados se acerca a través del prado, y se arrodilla y abraza la cruz… ¡mira, mírala!” Aunque el joven puso toda su atención en ello, no vio más que unos pájaros que volaban por encima de la cruz”.
No es difícil encontrar motivos posibles para inventar y aceptar estas historias: trabajo para los curas, notarios, carpinteros y mercaderes, y otros estímulos a la economía regional en una época de depresión; el ascenso de condición social de la testigo y su familia; nuevas oraciones para familiares enterrados en cementerios que fueron abandonados más tarde a causa de la plaga, la sequía y la guerra; exaltación del espíritu público contra los enemigos, especialmente los moros; mejor urbanidad y obediencia a la ley canónica, y confirmación de la fe de los piadosos. El fervor de los peregrinos en esos santuarios era impresionante: no era raro que mezclaran fragmentos de roca o barro del santuario con el agua y se la bebieran como medicina. Pero no pretendo sugerir que la mayoría de testigos inventaran la historia. Había algo más:
Es de destacar que casi todas las apremiantes peticiones de María fueran de lo más prosaico, como por ejemplo en esta aparición de 1483 en Cataluña:
“Te exhorto por tu alma que exhortes a las almas de los hombres de las parroquias de El Torn, Milleras, El Sallent y Sant Miquel de Campmaior a exhortar a las almas de los curas para que pidan a la gente que pague los diezmos y todos los impuestos de la Iglesia y restituya lo que poseen encubierta o abiertamente que no sea suyo a sus verdaderos propietarios en el plazo de treinta días, porque será necesario, y que observen la santificación del domingo. Y, segundo, que dejen de blasfemar y ejerzan la caridad correspondiente ordenada por sus antepasados muertos”.
A menudo el testigo ve la aparición justo después de despertar. Francisca la Brava atestiguó en 1523 que se había levantado de la cama “sin saber si tenía el dominio de sus sentidos”, aunque en un testimonio posterior declaraba estar totalmente despierta. (Era la respuesta a una pregunta que permitía una serie de posibilidades: totalmente despierta, adormecida, en trance, dormida) A veces la ausencia de detalles es total, como en el aspecto de los ángeles acompañantes; o se describe a María alta y baja a la vez, madre e hijo a un tiempo… características que indudablemente sugieren el material de un sueño. En el “Diálogo sobre milagros”, escrito alrededor de 1223 por Caesarius de Heisterbach, las visiones clericales de la Virgen María ocurrían con frecuencia durante los maitines, que se rezaban a medianoche.
Es natural sospechar que muchas de esas apariciones, quizá todas, fueran una especie de sueño, en vigilia o dormido, compuesto por mistificaciones (y por engaños; había un negocio floreciente de milagros inventados: pinturas y estaturas religiosas halladas por casualidad o por orden divina). Se hablaba del tema en “Las Siete Partidas”, el códice de ley canónica y civil compilado bajo la dirección de Alfonso X el Sabio, rey de Castilla, alrededor de 1248. En él podemos leer lo siguiente:
“Hay hombres que descubren o construyen fraudulentamente altares en campos o ciudades, diciendo que son reliquias de ciertos santos en esos lugares y con la pretensión de que realizan milagros y, por esta razón, gente de muchos lugares se ve inducida a ir en peregrinaje a fin de llevarse algo de ellos; y hay otros que, influidos por sueño o fantasmas vacíos que se les aparecen, erigen altares y simulan descubrirlos en las localidades antes citadas”.
Al enumerar las razones de las creencias erróneas, Alfonso traza una línea continua que va desde la secta, la opinión, la fantasía y el sueño hasta la alucinación. Una suerte de fantasía llamada antoiança se define de este modo:
“Antoiança es algo que se detiene ante los ojos y luego desaparece, como si uno lo viera u oyera en trance, y por consiguiente sin sustancia”.
Una bula papal de 1517 hace una distinción entre las apariciones que afloran “en sueños o por inspiración divina”. Está claro que las autoridades seculares y eclesiásticas, incluso en épocas de extrema credulidad, estaban alerta ante las posibilidades de mistificación e ilusión.
A pesar de todo, en la mayor parte de la Europa medieval, estas apariciones eran recibidas gratamente por el clero católico romano, especialmente porque las admoniciones marianas eran muy convenientes para el sacerdocio. Bastaban unas cuantas “señales” patéticas como prueba, una piedra o una huella, y nunca algo que no fuera susceptible de fraude. Pero, a partir del siglo XV, en los albores de la Reforma protestante, la actitud de la Iglesia cambió. Aquellos que declaraban tener un canal independiente con el cielo burlaban la cadena de mando de la Iglesia hasta Dios. Además, algunas apariciones –por ejemplo, las de Juana de Arco- tenían desagradables implicaciones políticas o morales. Los inquisidores describieron los peligros que representaba la visión de Juana de Arco en 1431 en estos términos:
“Se le mostró el gran peligro que corre quien tiene la pretensión de creer que tiene apariciones y revelaciones así y, en consecuencia, miente sobre asuntos que conciernen a Dios, expresando falsas profecías y adivinaciones no conocidas por Dios, sino inventadas. De lo que puede derivarse la seducción de personas, el comienzo de nuevas sectas y muchas más impiedades que subvierten a la Iglesia y los católicos”.
Juana de Arco fue quemada en la hoguera por sus visiones.
En 1516, el quinto Concilio Luterano reservó a “la sede apostólica” el derecho a examinar la autenticidad de las apariciones. Para los campesinos pobres cuyas visiones no tenían contenido político, los castigos no alcanzaban la máxima severidad. La aparición mariana que tuvo Francisca la Brava, una madre joven, fue descrita por el licenciado Mariana, el señor inquisidor, como “en detrimento de nuestra fe católica y para disminución de su autoridad”. Su aparición “era todo vanidad y frivolidad”. “En derecho la podíamos haber tratado con más rigor” seguía el inquisidor, “pero en deferencia a ciertas razones justas que nos mueven a mitigar el rigor de las sentencias, decretamos como castigo a Francisca la Brava y ejemplo para que otros no intenten cosas similares la condena a ser puesta sobre un asno para recibir cien latigazos en público por las calles acostumbradas de Belmonte, desnuda de cintura para arriba, y el mismo número en la ciudad de El Quintanar del mismo modo. Y de ahora en adelante no dirá ni afirmará nada en público o en secreto mediante palabra o insinuación lo que ha dicho en sus confesiones o en otro caso será perseguida como impenitente y persona que no cree o no está de acuerdo con lo que ordena nuestra sagrada fe católica”.
A pesar de los castigos, asombra la frecuencia con que los testigos se mantenían en sus trece e –ignorando los estímulos que les ofrecían para confesar que estaban mintiendo o soñando o confusos- insistían en que real y verdaderamente habían tenido aquella visión.
En una época en la que prácticamente todo el mundo era analfabeto, antes de los periódicos, la radio y la televisión, ¿cómo es posible que los detalles religiosos e iconográficos de estas apariciones fueran tan similares? Quizá la respuesta se halle en la dramaturgia religiosa (especialmente en las representaciones de Navidad), en los predicadores itinerantes y peregrinos, en los sermones de las iglesias. Las leyendas sobre los santuarios se extienden con rapidez. A veces llega gente que vive a cien kilómetros de distancia o más con el fin, por ejemplo, de curar a su hijo enfermo con un guijarro pisado por la Madre de Dios. Las leyendas influían en las apariciones y viceversa. En una época acosada por la sequía, las epidemias y las guerras, sin servicios sociales o médicos disponibles para la mayoría, que desconocía la ilustración pública y el método científico, el pensamiento escéptico era raro.
¿Por qué las apariciones son tan prosaicas? ¿Por qué es necesaria la aparición de un personaje tan ilustre como la Madre de Dios para que en un pequeño lugar poblado por unos miles de almas se reconstruya un santuario o el populacho se abstenga de maldecir? ¿Por qué no entregan mensajes importantes y proféticos cuya significación se pueda reconocer en años posteriores como algo que sólo podía haber emanado de Dios o los santos? ¿No habría potenciado esto en gran manera la causa católica en su lucha a muerte contra el protestantismo y la Ilustración? Pero no se sabe de apariciones que adviertan a la Iglesia, por ejemplo, contra la ilusión de un universo centrado en la Tierra, o que censuren la complicidad con la Alemania nazi, dos temas de gran importancia moral además de histórica en los que, meritoriamente, el papa Juan Pablo II reconoció el error de la Iglesia.
Ni un solo santo criticó la práctica de la tortura y quema de “brujas” y herejes. ¿Por qué? ¿No eran conscientes de lo que ocurría? ¿No eran capaces de captar su maldad? ¿Y por qué María siempre da órdenes al pobre campesino de informar a las autoridades? ¿Por qué no las amonesta ella misma? O al rey. O al papa. En los siglos XIX y XX, es cierto, algunas apariciones han adquirido gran importancia: en Fátima, Portugal, la Virgen mostró su cólera en 1917 por la sustitución del gobierno de la Iglesia por un gobierno secular, y en Garabandal, España, en 1961-1965, amenazó con el fin del mundo si no se respetaban a partir de entonces doctrinas políticas y religiosas conservadoras.
Creo ver muchos paralelos entre las apariciones marianas y las abducciones por extraterrestres; aunque en el primer caso, los testigos no son llevados al cielo a gran velocidad ni sufren intromisiones en sus órganos reproductores. Las criaturas que se declaran ver son diminutas, casi siempre de apenas un metro. Vienen del cielo. El contenido de la comunicación, a pesar del supuesto origen celestial, es mundano. Parece haber una clara relación con el hecho de dormir y soñar. A los testigos, normalmente mujeres, les da apuro hablar, especialmente después de enfrentarse a la ridiculización por parte de los varones en posiciones de autoridad. A pesar de todo, persisten: insisten en haber visto realmente lo que dicen. Hay distintas maneras de transmitir las historias; se comentan con afán y eso permite hacer coincidir los detalles entre testigos que no se han visto nunca. Otras personas que estaban presentes en el momento y lugar de la aparición no ven nada inusual. Las “señales” o supuestas pruebas, sin excepción, no son algo que los humanos no puedan adquirir o comprar por su cuenta. Ciertamente, María parece contraria a la necesidad de pruebas y, ocasionalmente, está dispuesta a curar sólo a los que habían creído el relato de su aparición antes de proporcionar “señales”. Y mientras no hay terapeutas, se extiende por la sociedad una influyente red de curas parroquiales y jerarcas que tienen un interés personal en la realidad de las visiones.
En nuestra época todavía hay apariciones de María y algunos ángeles, pero también de Jesús. Cuando Jesús le dice a una mujer con problemas por un matrimonio “intolerable” que eche de casa al pobre diablo, esto plantea problemas a los defensores de una posición coherente con las Escrituras. En este caso, quizá se podría decir que prácticamente toda presunta guía se genera en el propio interior. ¿Y si alguien contase un sueño en el que Jesús aconsejaba, por ejemplo, el aborto o la venganza? Y si, ciertamente, es necesario hacer distinciones entre sueños y concluir, pues, que algunos sueños son un invento del soñador, ¿por qué no todos?
En 1858 se informó de una aparición de la Virgen María en Lourdes, Francia; la Madre de Dios confirmó el dogma de su concepción inmaculada que había sido proclamado por el papa Pío XI sólo cuatro años antes. Algo así como cien millones de personas han ido desde entonces a Lourdes con la esperanza de curarse, muchas de ellas con enfermedades que la medicina de la época no podía vencer. La Iglesia católica romana rechazó la autenticidad de gran cantidad de las curaciones llamadas milagrosas: sólo aceptó sesenta y cinco en casi un siglo y medio (de tumores, tuberculosis, oftalmitis, impétigo, bronquitis, parálisis y otras enfermedades, pero no, por ejemplo, la regeneración de una extremidad o una columna vertebral partida). De las sesenta y cinco curaciones, hay diez mujeres por cada hombre. Las posibilidades de una curación milagrosa en Lourdes, por tanto, son de una entre un millón; hay tantas posibilidades aproximadas de curarse después de una visita a Lourdes como de ganar la lotería, o de morir en el accidente de un vuelo regular de avión…. Incluyendo el que va a Lourdes.
La tasa de remisión espontánea de todos los cánceres, agrupados, se estima entre uno por cada diez mil y uno por cada cien mil. Si sólo el 5% de los que van a Lourdes fueran a tratarse de un cáncer, debería de haber entre 50 y 500 curaciones “milagrosas” sólo de cáncer. Como sólo 3 de las 65 curaciones atestiguadas son de cáncer, la tasa de remisión espontánea en Lourdes parece ser inferior que si las víctimas se hubieran quedado en casa. Desde luego, si uno se encuentra entre los 65 curados, será muy difícil convencerle de que su viaje a Lourdes no fue la causa de la remisión de la enfermedad… Post hoc, ergo propter hoc (en latín, “después de esto, luego a consecuencia de esto”, o lo que es lo mismo, un razonamiento inadecuado desde el punto de vista científico: si después de ir a Lourdes me curo, es Lourdes lo que me ha curado).
Está demostrado que la mente puede causar ciertas enfermedades, incluso enfermedades fatales. Cuando se hace creer a pacientes con los ojos vendados que se les está tocando con una hoja de hiedra o roble venenoso, generan una desagradable dermatitis de contacto roja. La curación por la fe puede ayudar en enfermedades placebo o mediatizadas por la mente: un malestar en la espalda, fiebre del heno, asma, parálisis histérica y ceguera, y falso embarazo (con cesación de períodos menstruales e hinchazón abdominal). Hay enfermedades en las que el estado mental puede jugar un papel clave. La mayoría de las curaciones de finales del Medievo que se asocian con apariciones de la Virgen María eran parálisis súbitas, de poco tiempo, parciales o de todo el cuerpo. Además, se mantenía en general que sólo se podían curar de este modo los creyentes devotos. No es sorprendente que la apelación a un estado mental llamado fe pueda aliviar síntomas causados, al menos en parte, por otro estado mental quizá no muy diferente.
(De "El Mundo y sus Demonios", de Carl Sagan) Leer Mas...
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