jueves, 31 de octubre de 2013
¿Quién tiene más probabilidades de ser alcanzado por un rayo, un hombre o una mujer?
Los números hablan por sí solos: de las 648 personas muertas por el impacto de un rayo en Estados Unidos entre 1995 y 2008, el 82% fueron hombres, y por mucho que intentemos manejar explicaciones de tipo biológico –contenido extra de hierro en el cráneo, o propiedades altamente conductoras de la testosterona-, al final hay que dejar paso al argumento de la estupidez. Los hombres corren más riesgos en las tormentas eléctricas.
Los hombres son más reacios a dejar de lado lo que están haciendo por una “simple” inclemencia meteorológica, y seguirán realizando actividades que los pueden hacer más vulnerables, como la pesca, el camping y el golf. Las actividades deportivas y de ocio están detrás de casi la mitad de fallecimientos causados por un rayo.
Puede ser que las diferencias entre ambos sexos se remonten al sistema básico de estímulo-recompensa que ha formado parte de nuestro entramado biológico durante miles de años. Para la mujer, las ancestrales prioridades biológicas han sido siempre las de proteger su rol reproductivo y cuidar de sus retoños, lo cual descartaba cualquier inclinación por atraer a sus potenciales parejas exhibiendo conductas arriesgadas.
Pero para el hombre, el riesgo de ser alcanzado por un rayo podría quedar en segundo plano ante la necesidad de demostrar a sus competidores –y a sus hipotéticas parejas- que no tiene miedo alguno ante el peligro. Y especialmente por lo que respecta a los jóvenes, quienes tienen mucho que ganar impresionando al resto y elevando así su estatus como parejas atractivas, valientes y saludables. Y entonces…¡zas!
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martes, 29 de octubre de 2013
Sergei Brin y Larry Page - los padres de Google
Dos estudiantes universitarios y un solo anhelo: ser los más rápidos a la hora de hacer una búsqueda en Internet. Con un diseño sencillo, simple y directo, el logo de Google es la primera imagen que multitud de usuarios ve cada mañana. El juego de construcciones Lego inspiró los colores de sus letras.
¿Alguien sabe lo que es un googol? El término fue acuñado por Milton Sirotta, un niño de 9 años, sobrino del matemático estadounidense Edward Kasner, quien le preguntó cómo podría denominar al número más grande de todos, un 10 elevado a cien, o, lo que es lo mismo, un uno seguido de cien ceros. Googol es también el nombre que el estadounidense Larry Page y el ruso Sergey Brin pensaron que mejor le venía a su recién creado motor de búsqueda en Internet, que pretendía ser ese lugar donde encontrar cualquier cosa –libros, artículos, una biografía, canciones…- lo más rápido posible. Pero Page se equivocó, y al registrarlo bailó el orden de las letras, dejando escrita para la posteridad una palabra que ya es universal: Google.
Page, ingeniero informático, y Brin, licenciado en Ciencias Matemáticas, se conocieron en 1995 en la Universidad de Stanford (California), en unas jornadas de orientación para futuros doctores. Al principio no congeniaron, pero su interés por la World Wide Web –sistema de distribución de información basado en hipertextos enlazados y accesibles a través de Internet- acabó por unirles definitivamente. Su objetivo era el mismo: crear una nueva familia de algoritmos para poder asignar de forma numérica la relevancia de diferentes documentos –las páginas web- indexados por un motor de búsqueda. ¿El resultado? Algo que llamaron BackRub, predecesor de Google, casi tan perfecto que los dos nuevos amigos decidieron olvidarse de la Universidad, pedir dinero a profesores y familiares y alquilar un garaje en Menlo Park (California) para mejorar su pequeña gran creación. Así daba sus primeros pasos Google Inc., cuyo famoso buscador comenzó a funcionar el 27 de septiembre de 1998.
Poner en orden el amplísimo mundo de Internet fue la prioridad de ambos jóvenes, que pronto recibieron inyecciones económicas de promotores que creyeron en ellos, como Andy Bechtolsheim, fundador de Sun Microsystems, que les extendió un cheque por 100.000 dólares ese mismo año, y Kleiner Perkins Caufield & Byers y Sequoia Capital, dos de las firmas de capital riesgo más relevantes de Estados Unidos. Entre ambas pusieron sobre la mesa 25 millones de dólares y entonces sí, todo comenzó a rodar.
Con un servidor con 80 CPUs y dos routers HP, Google arrancó para quedarse por mucho tiempo en nuestras vidas. En su primer año de funcionamiento las cifras ya eran escandalosas: 24 millones de páginas catalogadas y 10.000 consultas diarias, que llegarían a convertirse en medio millón en muy poco tiempo. Con empleados en nómina y una estrategia de futuro bien diseñada, abandonaron el mítico garaje y se trasladaron a Palo Alto, desde donde firmaron un contrato con RedHat, compañía que empezó a suministrar el sistema operativo Linux para los servidores de Google.
A pesar de que no se conocen las cifras exactas, se estima que Google mantiene en la actualidad más de 450.000 servidores ordenados en racks de clusters en varias ciudades del mundo. La presencia de centros de datos en diferentes puntos es lo que permite una respuesta lo suficientemente rápida a las peticiones de los usuarios, que llegan a alcanzar los 200 millones al día. El 19 de agosto de 2004, Google entró en los mercados de cotización dentro del índice tecnológico Nasdaq de la Bolsa de Nueva York. Sus acciones se pusieron a la venta a 85 dólares, aunque a lo largo de la sesión superaron los 200. Page y Brin vendieron buena parte de las suyas y se convirtieron, con poco más de 30 años, en dos de los hombres más ricos del sector informático.
Con el paso de los años Google ha añadido innumerables posibilidades a las funciones originales de su motor, pero su filosofía sigue siendo la misma: organizar la información mundial y hacerla universalmente accesible y útil. En ese empeño, la empresa no ha dejado de invertir en nuevas tecnologías que mejoran la vida de los usuarios. Hablamos de Google maps, para ubicar cualquier calle o ciudad; del correo electrónico Gmail, disponible en 39 idiomas; de Google Earth, con imágenes a escala de edificios y lugares; del agregador de noticias Currents o del sistema operativo móvil Android. El gigante de las búsquedas es, además, el candidato más firme a convertirse en el gran dominador de la telefonía móvil del futuro, puesto que todo parece indicar que ésta va a estar cada día más vinculada a Internet.
A Larry Page –hoy Consejero Delegado de Google- y Sergey Brin –director de proyectos especiales- les debemos que el mundo sea hoy más fácil de comprender. O quizás no tanto. La última idea de Google es crear un sistema de manejo de coches sin conductor, para reducir así el número de accidentes en carretera, favorecer el ahorro de energía y hacer de las autopistas lugares más seguros. Su función social continúa creciendo incluso fuera de la red. Algo que se siente y se aprecia en su sede en Mountain View, donde los empleados tienen a su disposición máquinas de helado, salas de masajes y hasta dos chefs, que preparan al momento comida orgánica. Crear ambientes de trabajo sanos y positivos es hoy una clave para el éxito.
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¿De dónde viene la expresión "Atchís" cuando estornudamos?
La palabra es tan sólo una onomatopeya, es decir, una imitación del sonido real que se escribe de muy distinta forma según cada idioma, pero suena aproximadamente igual en todos. Para poder estornudar, se necesita mucho aire. La persona afectada aspira profundamente y el aire, al tener la boca abierta, pasa por las cuerdas vocales. Allí se crea un sonido del tipo “aaaaahhh”. En la segunda parte del proceso de estornudo el aire sale por la nariz de una forma rápida y violenta. Este aire puede alcanzar una velocidad de unos 160 km por hora. Esta enorme presión que se genera de un modo brusco forma, como en una explosión, el sonido “chissss”.
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lunes, 28 de octubre de 2013
Recogida y reciclado de residuos solidos - una tarea pesada
Cada año, miles de toneladas de basura son arrojadas sobre ríos, océanos y tierras de nuestro planeta, poniendo en peligro un futuro cada vez menos lejano. A pesar de que el reciclado es una alternativa válida en cuanto a la forma de tratar los residuos, el ritmo al que éstos crecen parece desafiar cualquier intento de paliar uno de los mayores problemas a los que se enfrenta la sociedad de hoy.
Nuestro planeta está empachado. Su vieja panza rebosa plásticos, vidrios, hierros y un sinfín de materiales que np puede –que no sabe- digerir. Sus moradores lo alimentan con los despojos más inútiles, más nocivos. Lo engordan con las sobras, con lo que nadie quiere, sin saber que, poco a poco, va enfermando de manera irreversible.
En épocas pasadas, los residuos de nuestros ancestros tenían una naturaleza muy distinta. Prácticamente todo lo que se tiraba era reciclado por la propia Tierra, reutilizado sabiamente e incorporado de nuevo a la vida. Existían pocos desechos que la Naturaleza no fuera capaz de asimilar y éstos, como la hoja de un cuchillo o de cualquier otra herramienta, eran objetos demasiado preciados para ser abandonados por puro capricho.
En nuestros días, sin embargo, el brutal crecimiento de la población, el desarrollo de una tecnología cada vez más sofisticada y el despilfarro provocado por un frenético modo de vida basado en la posesión y la comodidad están haciendo de la basura un problema de consecuencias imprevisibles, desde la falta de espacios donde acumular los desechos hasta el grave impacto que producen sobre la salud del planeta.
Aunque los consumidores han utilizado plásticos durante sesenta años, su uso para diferentes envases se ha incrementado de forma alarmante durante los últimos treinta años. En 2011, solo en Estados Unidos, se fabricaron 14 millones de toneladas de plástico, como contenedores y envases, otros 11 millones de toneladas como parte de objetos de larga duración, como electrodomésticos, y otros 7 millones de toneladas de materiales de un solo uso, como platos y cubiertos. Sólo el 8% de ese plástico fue recuperado para reciclaje.
La composición de la basura ha ido variando a través del tiempo y en función del lugar donde se origina. Hoy en día, los residuos sólidos urbanos se pueden clasificar en tres grandes bloques, que implican problemas y soluciones concretas para cada uno de ellos. Los residuos inertes están formados por materiales empleados en la construcción, como cañerías, ladrillos, metales, vidrios… Los productos orgánicos procedentes de los restos de comida se incluirían en los llamados residuos fermentables; y el papel, el cartón y los plásticos en los residuos combustibles, cuyo destino, a pesar de su nombre, no debería ser la combustión, sino el reciclado.
Hace algún tiempo, recorrer la ciudad con un desvencijado carro en busca de chatarras, trapos, cartones o botellas era una tarea relativamente frecuente. Los chatarreros y traperos se anunciaban a pleno pulmón recuperando todo aquello que en las casas ya parecía no ser útil, mientras recolectaban un valioso tesoro de desperdicios. Aún en nuestros días, en muchos lugares del mundo, un buen número de familias obtiene de la venta de desperdicios los ingresos suficientes como para seguir subsistiendo.
Pero el vertiginoso aumento de los residuos urbanos, tanto en cantidad como en diversidad, genera un irrecuperable amasijo de restos de comida, cristales, plásticos y papeles que carecen de utilidad incluso para aquellos improvisados recicladores urbanos.
Se hace necesaria, pues, una selección previa desde los hogares y las empresas para el posterior tratamiento de los residuos de acuerdo con su naturaleza. Los residuos orgánicos son una excelente fuente de fertilizante para las tierras de cultivo. El papel y el cartón pueden reciclarse para elaborar más papel y más cartón sin necesidad de acudir continuamente a la fibra virgen, es decir, a la que se obtiene directamente de los árboles, haciendo que el impacto ecológico sobre los bosques sea considerablemente menor.
El caso del cristal no es muy diferente. La elaboración de cristal virgen exige una explotación de minerales en una cuantía económica muy superior al del propio cristal.
Desgraciadamente, son muchos los vertidos de basuras que se producen de manera incontrolada. El cauce de un río, una ladera o un descampado pueden convertirse, de la noche a la mañana, en una montaña de desechos con una imparable capacidad de crecimiento. Las consecuencias, además del negativo impacto visual con el que una zona puede quedar afectada, pueden acarrear serios problemas de salud. Los vertidos incontrolados atraen a animales no deseados –como determinados insectos o roedores- con gran capacidad para la propagación de enfermedades.
Estos inconvenientes se remedian, en parte, con la creación de vertederos sanitariamente controlados, en los que los residuos son compactados y aislados del exterior mediante capas de arcilla. Las basuras, al no estar en contacto con el aire, se someten a un tipo de fermentación llamada anaerobia –sin presencia de oxígeno-, en la que se forman gases como el metano o el dióxido de carbono, que pueden aprovecharse como fuente de energía.
Un vertedero sanitariamente controlado, siempre que cumpla una serie de requisitos y garantías, puede ser ventajoso desde el punto de vista económico y ambiental y una solución para todos aquellos materiales no reciclables.
La solución que mejor ataja el problema de la basura es no crear basura. La promoción de un producto de moda, la asepsia llevada a extremos irracionales o la comodidad hacen de cualquier acto de la vida cotidiana, por trivial que resulte, una excelente oportunidad para crear residuos.
Sirva como ejemplo el típico regalo impecablemente envuelto en un determinado tipo de papel, bajo el cual se halla otro papel de diferente textura, que esconde una caja de gran tamaño, que alberga una sofisticada estructura de cartón, que protege una cajita de madera en cuyo interior, abrigado por un mullido envoltorio de burbujas de plástico, se encuentra un diminuto y decepcionante recuerdo de vacaciones. Reducir, por tanto, es un paso imprescindible del que se debe tomar conciencia para no incrementar de manera innecesaria el volumen de los desechos y el gasto de energía.
La segunda erre encabezaría el siguiente paso: reutilizar. Son muchos los productos de usar y tirar que se manejan en una sociedad moderna. Un ejército de maquinillas de afeitar, servilletas, botellas, cucharillas para el café, pañuelos, pañales o manteles invade nuestro cubo de basura con total impunidad.
Un ejemplo clásico es el de las botellas de refresco. Se fabrican cientos de diseños diferentes para un mismo volumen de bebida cuando podría existir un modelo único que se reutilizarse a lo largo y ancho de un país tras las oportunas medidas de higienización. Con ello, se reduciría en diez veces el consumo de energía y el peso de las basuras.
Reciclar, la siguiente medida, exige una selección previa de los materiales de interés, es decir, papeles, vidrios, plásticos, metales y materia orgánica. Diversas experiencias serias de reciclado en algunas ciudades han demostrado que al menos el 85% de lo que antes se llamó basura es material recuperable. Existen, no obstante, dificultades en el reciclado de algunos productos, como ciertos plásticos o las pilas domésticas. Éstas contienen mercurio, cadmio, plomo y otros metales, que se convierten en contaminantes altamente tóxicos y suponen un serio peligro si entran en contacto con cursos de agua. El reciclaje es difícil al no existir compañías con la suficiente tecnología para procesarlas y no hay una infraestructura de recogida conveniente.
A pesar de los esfuerzos y por muchos y eficaces que quieran ser los métodos para minimizar el impacto que supone la avalancha de residuos a la que el planeta está sometido, la única forma real de detenerla es un cambio radical en la forma de vida.
Se hace necesario, pues, conjugar de manera sabia el desarrollo de la humanidad sin comprometer la salud del gran lugar donde habita antes de que ella misma forme parte de esa gran riada de residuos sólidos.
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Conservar la comida
Las primeras referencias sobre técnicas de conservación de alimentos datan de hace unos 5.000 años, consistiendo en unas tablillas mesopotámicas y en inscripciones grabadas en los templos egipcios. Gracias a estos documentos, sabemos que los egipcios secaban carnes y pescados ya hacia el año 3000 a.C., y que los mesopotámicos salaban pescados hacia esas mismas fechas. Por lo demás, la primera alusión escrita a la salazón del pescado figura en una tablilla que data del 1500 a.C.
En el primer milenio a.C. los chinos practicaban el ahumado, la salazón y el secado de carnes y pescados, el enharinamiento de las legumbres y grasas y la conservación de distintos frutos en miel. Cuando hacía calor, los griegos y los romanos preservaban la carne en vinagre o la embadurnaban también con miel. Asimismo, preparaban los pescados con salmuera y plantas aromáticas –tal y como hacemos hoy, por ejemplo, con las anchoas-. También disponían en ocasiones de nieve de las montañas que almacenaban en pozos durante el invierno.
En 1810, Napoleón, preocupado por la buena alimentación de sus tropas, ofreció un premio de 12.000 francos a quien presentase un sistema para mejorar la conservación de los alimentos. Este premio lo ganó el cocinero y repostero parisiense Nicholas François Appert (1750-1841), que creó el primer método moderno de conservación de alimentos, antecedente del enlatado. Appert había estudiado durante diez años la conservación de alimentos y, a partir de 1790, puso a la venta carnes, frutas, legumbres y otros alimentos conservados en botes de vidrio herméticamente cerrados.
El procedimiento de Appert consistía en la eliminación de los fermentos por el calor –calentaba los alimentos hasta los 100 ºC, una vez aislados de la atmósfera en envases de cierre hermético, originalmente en frascos sellados con corcho-. Este método -dado a conocer por Appert en su “Libro de todos los hogares: el arte de conservar durante varios años todas las sustancias animales y vegetales”- fue perfeccionado por otros investigadores, como el británico Peter Durand, que aquel mismo 1810 había firmado un contrato de abastecimiento de raciones con el ejército y a quien se atribuye la invención de la lata metálica de conservas.
Una de aquellas latas de conservas primitivas que tuvo más éxito comercial fue la de la leche condensada. La leche condensada se obtiene aumentando la densidad de la leche extrayendo el agua al vacío, a temperaturas de 45 a 50º C a partir de leche entera o desnatada. Una vez llenados los botes de chapa, se somete la leche durante 20 minutos a una temperatura de 110ºC para mejorar su conservación.
La primera patente para la fabricación de este producto fue presentada en 1835 por un abogado británico apellidado Newton, quien, sin embargo, no supo sacar provecho de su invención. En 1849, el estadounidense Ebenezer N.Horsford desarrolló un procedimiento similar, que, en 1853, su ayudante Gail Borden aprovechó, mejorándolo, para comercializar con gran éxito por todos los Estados Unidos el nuevo producto. Aprovechando el sistema de fabricación perfeccionado por Borden, se abrió en 1866 la primera fábrica de leche condensada europea, puesta en marcha por el suizo Henri Nestlé, en la ciudad helvética de Cham.
En 1867, el ingeniero francés Charles Teillier dio a conocer sus estudios sobre la conservación de los alimentos por el frío, lo que le llevó a inventar los primeros aparatos frigoríficos de la historia y a acondicionar un buque –al que llamó Frigorifique- que, en 1876, realizó el primer transporte de carne fresca entre Argentina y Francia.
Desde muchos siglos atrás, los indígenas de la península canadiense de Labrador tenían la costumbre de pescar y dejar que los peces así obtenidos se congelaran a temperatura ambiente para consumirlos hasta meses después. Entre 1912 y 1915, el naturalista y traficante de pieles estadounidense Clarence Birdseye comprobó repetidamente in situ que este pescado no perdía nada de su valor gastronómico. Intuyendo las posibilidades comerciales de este procedimiento, Birdseye creó en 1924 Freezing Company, una empresa en Massachusetts dedicada a la producción y comercialización de alimentos congelados –no sólo pescado-, que consiguió pronto vencer las reticencias que este tipo de alimentos creaba a los consumidores. A partir de 1939, esta misma compañía –ya transformada en Birds Eye- comenzó a comercializar alimentos precocinados. Los primeros platos preparados congelados se sirvieron en 1945 a los pasajeros de las líneas aéreas estadounidenses.
Resulta curioso que aunque la lata de conserva se inventara en 1810, el primer abrelatas patentado no apareciera hasta 1858, cuarenta y ocho años después. Cuando, poco después de inventarse la lata de conserva, el inglés William Underwood estableció en la ciudad estadounidense de Nueva Orleáns la primera fábrica de conservas, no juzgó necesario desarrollar un instrumento que sirviera para abrir fácilmente sus envases –proponía a los usuarios utilizar cualquier instrumento que éstos tuvieran a mano-. Una de las razones que explican este curioso olvido es que, por entonces, las latas estaban hechas de grueso hierro y pesaban hasta medio kilo y no era sencillo diseñar un instrumento que las perforara fácilmente. Para ello fue necesario que aparecieran unos envases de acero más delgado, con un reborde alrededor de la parte superior. Mientras tanto, las latas se abrían con martillos y escoplos –o con las bayonetas, navajas o un certero disparo en el caso de los soldados-.
El primer abrelatas de la historia, inventado por Ezra J.Warner, era una voluminosa y pesada herramienta, con una forma a mitad de camino de la bayoneta y la hoz, cuya hoja curva se introducía en el borde de la lata ejerciendo para ello una gran presión o dando un golpe seco y haciéndolo luego deslizarse por todo el contorno de la tapa de la lata. Cualquier desliz o despiste hacía de este instrumento una peligroso arma. Ello provocó que este primer abrelatas fuera prácticamente ignorado por los consumidores particulares, por lo menos hasta que el ejército estadounidense lo adoptó como parte del equipo de los soldados.
El abrelatas moderno de rueda cortante que gira alrededor del reborde del envase fue fruto del inventor estadounidense William W.Lyman, que lo patentó en 1870, comercializándolo con un gran éxito. En 1925, la empresa Star Can Opener Co, de San Francisco, perfeccionó el aparato de Lyman añadiéndole una rueda dentada. Este modelo fue reproducido por el primer abrelatas eléctrico, presentado en 1931.
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domingo, 27 de octubre de 2013
¿A qué velocidad se mueve nuestra galaxia?
Hasta el siglo XX nos habría sido totalmente imposible tener un cálculo ni siquiera aproximado de la velocidad a la que se mueve la Vía Láctea por el espacio. Muchos científicos ni siquiera creían que la galaxia se moviera. Todo esto cambió cuando se demostró que el universo se está expandiendo a partir de la gran explosión del Big Bang, en la que la Vía Láctea y miles de millones de galaxias más empezaron a expandirse a través del cosmos.
Pero, ¿cómo podemos ser capaces de medir la velocidad a la que viaja nuestra Vía Láctea? Durante la década de los 40 se creía que debía haber evidencias residuales del Big Bang en forma de radiación cósmica de fondo infiltrada por todo el espacio. Cuando esto se confirmó en los años sesenta, se usó como marco de referencia para calcular la velocidad a la que viaja nuestra galaxia: 2,1 millones de kilómetros por hora.
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viernes, 25 de octubre de 2013
La Caza de Brujas en Estados Unidos (y 3)
(Viene de la entrada anterior)
El anticomunismo estadounidense alcanzó su apogeo bajo el mandato de Eisenhower. Los hombres de Hoover investigaban a los candidatos a toda una serie de puestos que iban desde el de embajador en el extranjero hasta el de asesor del Congreso. Y supervisaban las purgas de seguridad interna en todo el gobierno, destruyendo vidas y carreras basándose en sospechas de deslealtad o de homosexualidad.
En el Congreso, tres comisiones de investigación colaboraban ahora con el FBI en su lucha contra la amenaza comunista. El Comité de Actividades Antiamericanas de la Cámara de Representantes perseguía a los izquierdistas de Hollywood y denunciaba a los simpatizantes entre el clero. El Subcomité de Seguridad Interna del Senado perseguía las intrigas soviéticas en las Naciones Unidas y a los simpatizantes comunistas en los cuerpos docentes universitarios. Y, por último, el Subcomité de Investigaciones del Senado se hallaba ahora bajo el mando de un nuevo presidente, el senador Joseph McCarthy, ensalzado y aclamado en la Convención Republicana como un verdadero héroe nacional.
McCarthy llevaba tres años en pleno apogeo. Debía una parte de su fama y poder a su uso y abuso de informes del FBI proporcionados por los agentes de enlace en el Congreso de Hoover. McCarthy y su principal investigador, un antiguo miembro del FBI llamado Don Surine, leían páginas y páginas de informes de la Oficina sobre la amenaza comunista. A su vez, Surine mantenía informado a Hoover sobre el trabajo de McCarthy.
El orden de su razonamiento era el siguiente: el comunismo es malo y quienes trafican con ese mal son ilegítimos y deben ser excluidos del mercado de ideas y del mercado de trabajo. En Washington, McCarthy dirigió una extensa y pública investigación del personal de La Voz de América, que no dio por resultado el descubrimiento de ningún comunista pero, en cambio, provocó el despido o la renuncia de muchos de sus empleados. Para control de las oficinas de empleo en la industria se establecieron listas negras de personal sospechoso. Las bibliotecas de todo el país, con la prohibición de algunos libros y revistas, no pudieron escapar del ambiente dominante de presión y censura. En algunos casos, como ocurriera con la biblioteca de la ciudad de San Antonio (Texas), dos de los libros prohibidos fueron “La Teoría de la Relatividad” de Einstein y “La montaña mágica”, de Thomas Mann.
En 1952 se aprobó la Internal Security Act (lo Ley McCarran, por el nombre de su impulsor. Era ésta una ley sobre Seguridad Interna que permitía el registro y vigilancia de aquellas asociaciones que se hallasen bajo sospechas de realizar actividades subversivas. Incluso dos senadores de tendencias liberales, como Hubert Humphrey y Herbert Lehman, propusieron la apertura de reservas territoriales vigiladas para aislar y recluir a los subversivos en caso de conflicto. El veto ejercido por el Presidente a estas dos medidas, no muy distantes de la idea de abrir campos de concentración, fue el último intento de la Administración Truman para guardar un equilibrio entre la defensa de los derechos individuales y las exigencias de la seguridad nacional.
La ley McCarran tendría su continuidad en una segunda ley aprobada en 1952 y asociada a ésta, la Inmigration and Nationality Act, también vetada por el Presidente, según la cual se exigía a todos los visitantes extranjeros la prestación de una prueba de lealtad. Ambas leyes serían confirmadas por el Tribunal Supremo. Estas medidas legislativas de contenido anticomunista se prolongarían en los años siguientes, destacando de entre todas ellas, por su contenido simbólico, la confirmación constitucional que realizó el Tribunal Internacional de Justicia en 1951, de una ley de 1940 por la que se prohibía la enseñanza del pensamiento de Marx y Lenin en todos los niveles educativos.
Los ataques del senador McCarthy eran imprecisos y dispersos, pero en ocasiones, cuando los informes del FBI hacían su pulso firme, su puntería era certera. A veces daba en el blanco, como cuando amenazó con revelar el hecho de que la CIA tenía a un empleado muy bien retribuido que había sido detenido por actividades homosexuales, o cuando intentó arrancar una declaración a un funcionario del Fondo Monetario Internacional que el FBI sospechaba que era un agente soviético.
Hoover entendía a McCarthy. A un periodista le dijo: “Lo veo como un amigo, y creo que él me ve así también. Seguramente es un hombre polémico. Es serio y honesto. Tiene enemigos. Cada vez que ataques a los subversivos de cualquier clase, comunistas, fascistas, o hasta el Ku Klux Klan, vas a ser víctima de la crítica más extremadamente feroz que puede hacerse. Yo lo sé bien”.
Pero cuando McCarthy empezó a arañar los pilares de la seguridad nacional, Hoover hubo de luchar para controlar el daño que el senador infligía al anticomunismo y al gobierno estadounidenses.
En el verano de 1953, el senador comenzó a planear un ataque inquisitorial contra la CIA. McCarthy lanzó acusaciones de pertenencia al Partido comunista o de actividad comunista encubierta contra empleados de la CIA en las sesiones ejecutivas de su comité de investigación. Allen Dulles, el director de la Agencia, estaba profundamente desconcertado: McCarthy le había advertido de que la CIA no era “ni sacrosanta ni inmune a la investigación”.
Los agentes de Hoover le dijeron que “el senador McCarthy había encontrado que la CIA resultaba un “objetivo” muy jugoso”. El enlace del FBI en el Congreso, Lou Nichols, informó de que el senador y su personal habían reunido a “31 testigos potencialmente amistosos” dispuestos a declarar contra 59 empleados y agentes de la CIA.
Los objetivos de McCArthy incluían a James Kronthal, un jefe de delegación de la CIA homosexual sospechoso de haber sucumbido al chantaje soviético, que se suicidaría durante la investigación; un segundo agente de la CIA que mantenía “una relación íntima” con Owen Lattimore, un funcionario del Departamento de Estado falsamente acusado por McCarthy de ser el principal espía soviético en Estados Unidos; y varios empleados de la CIA sospechosos de “alcoholismo, perversión, relaciones sexuales extramatrimoniales, delitos de narcóticos y uso indebido de fondos de la CIA”.
Muchas de las acusaciones de McCarthy se derivaban directamente de borradores de informes del FBI aún no confirmados, entre ellos rumores de tercera mano. Receloso ante la revelación masiva de expedientes del FBI, Hoover mandó aviso al senador de que echara el freno. Lejos de ello, McCarthy recargó su arma y apuntó de nuevo. Esta vez, contra el ejército, un terreno especialmente sensible.
El 12 de octubre de 1953, el senador dio comienzo a una semana de audiencias a puerta cerrada en relación con las sospechas de espionaje soviético en el centro del Cuerpo de Señales del Ejército en Fort Monmouth, New Jersey, donde había trabajado Julius Rosenberg. Este era ingeniero electrotécnico en el Cuerpo de Señales cuando el FBI se enteró de que era un comunista encubierto. Se sospechaba que siete ingenieros que trabajaban con radares y radios en el Cuerpo de Señales eran miembros de la red de espionaje atómico, y cuatro de ellos todavía andaban sueltos el día en que murieron los Rosenberg.
El senador había obtenido un resumen de tres páginas de una carta de 1951 de Hoover al general Alexander R.Bolling, el jefe de la inteligencia militar, donde se nombraba a 35 trabajadores de Fort Monmouth como presuntos subversivos. Un especialista en radar y un ingeniero electrónico no tardaron en ser despedidos porque habían conocido de antes a Julius Rosenberg. Otros 33 fueron suspendidos mientras duraran las investigaciones de seguridad. Pero el ejército no encontró a ningún espía entre ellos.
La furia de McCarthy se desbordó. Se había creado el marco idóneo para las que se darían en llamar “Audiencias Ejército-McCarthy”, que constituirían el primer gran acontecimiento informativo en vivo en la historia de la televisión. El espectáculo alcanzó su punto álgido el 4 de mayo de 1954. McCarthy sacó su copia de la carta de Hoover sobre los 35 presuntos subversivos de Fort Monmouth y se la arrojó al atildado secretario del Ejército. Hoover se sintió incomodado al ver a McCarthy esgrimir públicamente la carta: no había muchas personas que supieran que el senador había disfrutado de acceso a sus archivos secretos.
Como a la postre el senador no consiguió más que algunos titulares, se centró en Irving Peress, un dentista de Nueva York que había sido reclutado en 1952 y ascendido a comandante en noviembre de 1953. Resultó que Peress era miembro del izquierdista Partido del Trabajo Americano y se había negado a responder las preguntas referentes a su filiación política en un impreso. Los mandos superiores de Peress recibieron la orden de retirarlo del ejército en 90 días.
Posteriormente, en enero de 1954, McCarthy lo citó ante el Subcomité que presidía, donde Peress se negó a responder acogiéndose a la quinta enmienda. McCarthy entonces escribió una carta al Secretario de Defensa Robert Stevens, exigiendo que Peress fuera sometido a una corte militar. Pero aquel mismo día, Peress presentó su renuncia al Ejército, que le fue concedido con honores. Esto enfureció al senador y sus seguidores anticomunistas, que preguntaban airados: “¿Quién ha ascendido a Peress?”. En realidad, su ascenso se había acogido a la Ley Doctor Draft, que el mismo McCarthy había votado en su día.
Cuando el 18 de febrero de 1954 llamó a declarar al Subcomité al general Zwicker, un héroe de la 2ª Guerra Mundial y superior de Peress, lo maltrató de forma humillante diciéndole que tenía la inteligencia de un niño de cinco años y que no era digno de llevar el uniforme.
Semejante abuso causó un hondo malestar en todos los sectores, desde los propios militares a la prensa pasando por senadores de ambos partidos y veteranos. Cuando McCarthy obligó al Secretario de Defensa Robert T.Stevens a firmar un acuerdo en virtud del cual se plegaba a la mayoría de las demandas del primero, la paciencia de las altas esferas comenzó a llegar al límite.
En ese momento, Hoover y el presidente Eisenhower llegaron a la conclusión de que el ataque de McCarthy al ejército y a la CIA estaba subvirtiendo la causa del anticomunismo. A instancias de ambos, el fiscal general Brownell promulgó una resolución señalando que la posesión por parte de McCarthy de la carta de Hoover constituía un uso no autorizado de información clasificada, un delito federal. McCarthy respondió haciendo un llamamiento a todos y cada uno de los dos millones de funcionarios públicos de Estados Unidos para que le enviaran todos los secretos que tuvieran sobre corrupción, comunismo y traición. Eisenhower, furioso, promulgó un decreto estableciendo que ningún miembro del poder ejecutivo del Estado respondería al requerimiento de declarar ante el Congreso sobre ningún asunto y en ningún momento, lo que constituiría la reivindicación más radical de privilegios para el ejecutivo de toda la historia de la presidencia estadounidense.
Las presiones sobre McCarthy se incrementaron. Bebía bourbon por la mañana y vodka por la noche, dormía dos o tres horas antes de acudir a la televisión nacional para arremeter contra los comunistas clandestinos del gobierno estadounidense. El drama que se representaba en televisión era tremendo, pero no lo era menos el juego que se desarrollaba entre bastidores.
A esto se unió la petición televisada de McCarthy para poder hacer públicos los archivos del FBI sobre sus víctimas. Eisenhower se encolerizó. El senador pensaba ir aún más lejos. Había llegado a su conocimiento la Operación Keelhul, un vergonzoso acuerdo en virtud del cual Eisenhower, antiguo jefe supremo de las fuerzas aliadas en Europa durante la Segunda Guerra Mundial, había dejado en manos de los ejércitos soviéticos a millares de anticomunistas rusos y húngaros aun a sabiendas de que serían deportados o incluso fusilados. No sólo lo conocía sino que además estaba dispuesto a sacarlo a la luz pública pidiendo explicaciones por tan miserable comportamiento, mantenido éste por un personaje que, por aquel entonces, era presidente.
La respuesta de Eisenhower fue inmediata. Convocó a los altos mandos del Ejército para preparar su ofensiva contra McCarthy, pero no de manera directa, sino utilizando la vieja técnica de la desautorización. El 8 de junio, en la Casa Blanca, Eisenhower les dijo a sus ayudantes: “Muchachos, estoy convencido de una cosa. Cuanto más podamos hacer que McCarthy amenace con investigar nuestra inteligencia, más apoyo público vamos a conseguir. Si hay alguna forma de que pueda engañarle para que renueve su amenaza, estaré encantado de hacerlo y lograr que haga tal cosa”.
Hoover les dijo a sus hombres que pusieran fin a cualquier clase de colaboración con el senador. Sin la guía de los archivos del FBI, McCarthy se quedó encallado. La CIA, por su parte, inició una operación destinada a confundirle. Uno de los hombres de McCarthy había intentado chantajear a un agente de la CIA, diciéndole que, o bien proporcionaba a McCarthy documentos clasificados de la CIA en privado, o McCarthy le destruiría a él en público. Allen Dulles y su experto en contrainteligencia, Jim Angleton, aconsejaron al agente de la CIA en cuestión que proporcionara desinformación a McCarthy sobre el comunismo en las fuerzas armadas estadounidenses, con la idea de confundirle y engañarle justo cuando su confrontación con el ejército se acercaba a su punto culminante.
El 9 de junio de 1954, McCarthy cayó. El tema del día era su vana búsqueda de espías en Fort Monmouth. El abogado de McCarthy, Roy Cohn, se enfrentaba al abogado del ejército en la audiencia, Joe Welch. Este le estaba machacando, y Cohn parecía un sapo en las garras de un águila. McCarthy, exhausto y con resaca, acudió en su defensa. Cohn había hecho un trato con Welch: si el ejército no preguntaba cómo Cohn había evitado el servicio militar en la Segunda Guerra Mundial y en Corea, una pregunta que no tenía una buena respuesta, McCarthy no sacaría el tema de Fred Fisher. Welch había mantenido su palabra. Pero ahora McCarthy la rompió. Posiblemente pocas personas entre la enorme audiencia televisiva habían oído hablar de Fisher, un abogado republicano del bufete de Welch. McCarthy, con una voz que destilaba veneno, lo mencionó como miembro del Gremio Nacional de Abogados, “el baluarte legal del Partido Comunista”. Fisher se había unido a dicho gremio en la Facultad de Derecho de Harvard, y lo había dejado poco después de la licenciatura.
Luego McCarthy se volvió contra Welch: “No creo que usted ayudara nunca a sabiendas a la causa comunista. Creo que la ayuda involuntariamente cuando trata de convertir esta audiencia en una parodia”.
Welch se quedó perplejo, pero no mudo. Su reproche resonó con fuerza: “Dejemos de arruinar a este muchacho (Fisher), senador. ¿Es que no tiene ningún sentido de la decencia, señor? ¿Finalmente no le queda ningún sentido de la decencia?”.
Se preparó un dossier contra sus colaboradores, Roy Cohn y G.David Schine, acusando al senador de haber presionado al Ejército para que el último, entonces un soldado raso, recibiera trato de favor. De la noche a la mañana, McCarthy se convirtió en el investigado por su propio Subcomité Permanente de Investigaciones, cuyas audiencias comenzaron en abril de 1954.
Las sesiones, que duraron 36 días, fueron televisadas y seguidas por 20 millones de espectadores. La conclusión a que llegaron, tras escuchar a 32 testigos, fue que McCarthy no había tomado parte en las presiones, pero que Cohn había “persistido en ellas de forma agresiva”. McCarthy –que ya era un alcohólico por aquella época- fue exculpado de los cargos en su contra pero poco después, el Senado, harto de sus filípicas y métodos le censuró (por 67 votos a 22) por “conducta impropia de un miembro del Senado”.
Además, su actuación ante las cámaras bajo otra luz hizo que aquellos que seguían las audiencias contra él por televisión lo vieran como un individuo agresivo, matón, orgulloso y poco honesto. Su popularidad en las encuestas se desplomó. Y, en medio del torbellino, se encontró también abandonado por sus propios colegas. Sus continuas investigaciones sobre la lealtad de sus compañeros políticos, ridiculizando públicamente a través de los medios de comunicación a altos funcionarios, no sólo habían dejado de tener utilidad para los republicanos después de ganar las elecciones, sino que se habían vuelto contra el propio partido. Un buen número de republicanos, incluido el propio presidente, tan sólo habían tolerado a McCarthy, sintiéndose incómodos ante sus excesos; pero su tolerancia había llegado a su fin.
El propio Eisenhower presionó al senador Everett Dirksen para que abandonara la colaboración con McCarthy; movió a medios afines para denigrarlo (con sangrantes caricaturas y rumores sobre su supuesta –y falsa- homosexualidad- y, finalmente, llegó a un acuerdo con un ambicioso político del partido demócrata llamado Lyndon B.Johnson para iniciar la confrontación contra su compañero de filas.
Sus últimos años fueron los de una sombra política cada vez más alterada psicológicamente. Tras su censura, continuó con su labor senatorial durante otros dos años y medio, pero su carrera estaba arruinada. Sus colegas en el Senado lo evitaban, sus discursos ante una Cámara semivacía los pronunciaba entre las muestras de desinterés de los oyentes. La prensa, que antes había reproducido cada una de sus frases, se olvidó de él.
Las tesis de McCarthy fueron probablemente exageradas, su paranoia excesiva, su egocentrismo colosal y sus métodos repulsivos, pero en la actualidad, conforme se van desclasificando archivos secretos, algunos historiadores van tomando conciencia de que la infiltración comunista en las instituciones norteamericanas era más profunda de lo que se había supuesto en un principio aunque no tanto como avisaban los extremistas como McCarthy.
Éste, sin embargo, fue sólo una figura más, ruidosa eso sí, en un movimiento mucho más amplio. Como Truman confesaría en sus memorias, su Administración había ayudado a crear un “monstruo ideológico que interesaba en ese momento a todo el país, pero sin percibir, si se administraba por locas manos, hasta dónde podía llegar”. Es posible, como señalan algunos estudiosos, que las medidas anticomunistas adoptadas por las Administraciones de Estados Unidos en el periodo 1946-1955, fruto de la evolución de los acontecimientos internacionales, fueran más importantes que la escénica actuación de McCarthy.
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miércoles, 23 de octubre de 2013
La Caza de Brujas en Estados Unidos (2)
(Viene de la entrada anterior)
El 26 de marzo de 1947, el Comité de Actividades Antiamericanas de la Cámara de Representantes (HUAC por sus siglas en inglés) se reunió para escuchar el testimonio público de J.Edgar Hoover, director del FBI. Fue un momento épico en la vida de éste. Tenía entonces 52 años y llevaba dirigiendo el FBI casi un cuarto de siglo. Era el rostro del anticomunismo en Estados Unidos.
Hoover declaró aquel día al Congreso y al pueblo estadounidenses que el Partido Comunista, impulsado por los sueños de dominación mundial de la Rusia soviética, se estaba introduciendo en las estructuras sociales y políticas de Estados Unidos con la misión de subvertir el país, y que la administración de Truman no se estaba tomando en serio la amenaza. “El comunismo, en realidad, no es un partido político –declaró-. Es una forma de vida, una forma de vida maligna y diabólica. Revela una condición semejante a la enfermedad que se propaga como en una epidemia, y, como en una epidemia, es necesaria una cuarentena para impedir que infecte a la nación”.
Sobre el papel, el Partido Comunista podía parecer una fuerza insignificante en la política estadounidense –Hoover dijo que tenía 74.000 miembros-, pero explicó que su influencia era infinitamente mayor: “Por cada miembro del Partido hay otros diez preparados, dispuestos y capaces de hacer el trabajo del Partido. Aquí reside la mayor amenaza del comunismo, ya que éstas son las personas que se infiltran y corrompen diversas esferas de nuestro modo de vida.”.
Hoover proclamó su apoyo político al Comité de Actividades Antiamericanas y a sus miembros en la guerra contra el comunismo. Ahora formaban un equipo. El FBI reuniría pruebas en secreto, trabajando por el “implacable procesamiento” de los subversivos. El Comité haría su mayor contribución por medio de la publicidad, lo que Hoover denominaba “la revelación pública de las fuerzas que amenazan a Estados Unidos”.
Aquel día Hoover rompió con la más alta autoridad del país. Durante el siguiente cuarto de siglo y hasta el día de su muerte, solo obedecería las órdenes ejecutivas cuando considerara oportuno. Su testimonio fue un acto de desafío a la administración de Truman, una declaración de que Hoover ahora se había aliado con los enemigos políticos más acérrimos del presidente en el Congreso.
Él estaba por encima de los poderes presidenciales. Cinco días antes, después de meses de presión por parte de Hoover, Truman había firmado una orden ejecutiva disponiendo la que sería la mayor investigación gubernamental de toda la historia de Estados Unidos: el Programa Federal de Lealtad y Seguridad. El FBI comprobaría los antecedentes de más de dos millones de funcionarios públicos y realizaría profundas investigaciones de las vidas personales y las creencias políticas de más de 14.000 de ellos. El programa no desvelaría la presencia de ningún espía soviético en el aparato del Estado (aunque se procesaron y despidieron a 378 personas); sin embargo, la caza de los desleales se extendería a todo el sistema político estadounidense.
A estas acciones se asociaron las labores de investigación y seguimiento realizadas por el FBI, cuyos informes permanecieron en secreto para mantener el anonimato de las confidencias o acusaciones de lo que generalmente se conoció como el grupo de soplones, agentes infiltrados en determinados ámbitos que delataban a los elementos más sospechosos. En el proceder de los agentes policiales y del Comité, se institucionalizó la noción de la duda razonable, lo que permitió procesar a los investigados cuando no existían las pruebas suficientes para demostrar los hechos por los que estaban acusados.
A mediados del verano de 1948, el poder político de Harry Truman estaba en su nivel más bajo. J.Edgar Hoover sabía cómo trabajar en secreto. Pero en esta ocasión escogió la publicidad. Así como antaño había utilizado el cine para acrecentar el poder y la reputación del FBI en la guerra contra los gángsteres de la década de 1930, ahora utilizó a los políticos, los periódicos y la televisión en la guerra contra el comunismo. Su estrategia no tenía nada que ver con el cumplimiento de la ley: sus testigos no eran fiables; la información que recababa mediante escuchas telefónicas sin orden judicial y micrófonos ilegales resultaba inadmisible, y los cables descifrados eran demasiado secretos para compartir su contenido.
Pero Hoover sabía el modo de emplear la inteligencia como instrumento de guerra política. A tal fin, preparó una poderosa arma para los republicanos y los cazadores de rojos del Congreso, quienes, a su vez, asestaron un duro golpe al presidente y los demócratas.
Envió al subdirector Lou Nichols, que gestionaba el departamento de relaciones públicas del FBI y actuaba como enlace entre Hoover y el Congreso, a reunirse con miembros y colaboradores del HUAC, así como de un subcomité de investigación del Senado. Nichols, que llevó un montón de expedientes secretos y confidenciales del FBI, filtró los nombres de dos informadores del FBI a los congresistas y sus colaboradores. Su trabajo no era un secreto en Washington: el periodista sensacionalista Drew Pearson no tardó en divulgar que Nichols entraba y salía de la sede central del HUAC “como una pelota de bádminton animada”.
El 31 de julio de 1948, Elizabeth Bentley compareció ante el HUAC. No era precisamente el testigo ideal. El FBI la había considerado poco fiable durante años; desde 1942 hasta 1944, sus afirmaciones sobre el espionaje soviético se habían archivado en la “caja de los chiflados”. Su testimonio resultaba inutilizable en un tribunal de justicia debido a su inestabilidad y a su alcoholismo Cualquier juicio basado en su testimonio conduciría “a una absolución en circunstancias muy embarazosas”, según advertía un colaborador de Hoover.
Sin embargo, Hoover la envió al Congreso. Allí habló largo y tendido de su trabajo como correo para el servicio de inteligencia soviético durante la Segunda Guerra Mundial. Dio nombres: 32 en total, entre ellos el subsecretario del Tesoro, Harry Dexter White; siete miembros del personal del cuartel general de la Oficina de Servicios Estratégicos de “Wild Bill” Donovan, incluido el secretario personal de Donovan, Duncan Chaplin Lee; y varios personajes de la administración de Roosevelt, desde las fuerzas armadas hasta la Casa Blanca. Aunque una gran parte de su testimonio fuera de oídas, aquella fue la primera revelación pública que tuvo el gobierno estadounidense de que había sido infiltrado por espías soviéticos. Y aquel conocimiento vino de Hoover.
Al día siguiente, el Comité citó a un jefe de redacción de la revista “Time” llamado Whittaker Chambers.
Chambers solía decir la verdad, pero no toda la verdad, cuando estaba bajo juramento. Había contado ya su historia al FBI y al subsecretario de Estado, A.A.Berle, más de seis años antes. Por entonces, el FBI había escuchado a Chambers con incredulidad. Hoover y sus hombres simplemente no podían aceptar la palabra de un hombre que antes había sido un comunista comprometido. Pero ahora lo hicieron.
Tenía un aspecto ajado y los ojos enrojecidos y su historia resultó fascinante. Se había afiliado al Partido Comunista en 1925, y en la década de 1930 había sido agente de la inteligencia soviética durante seis años. Explicó que los soviéticos habían tenido espías en puestos destacados en la administración de Roosevelt. Uno de ellos fue Laurence Duggan, un jefe de la división latinoamericana del Departamento de Estado que había trabajado en la formación del Servicio Especial de Inteligencia del FBI. El otro era Alger Hiss, otra figura destacada del Departamento de Estado, que ahora dirigía el Fondo Carnegie para la Paz Internacional. El presidente del Fondo era John Foster Dulles, que sería el próximo secretario de Estado si los republicanos conquistaban la presidencia en noviembre.
La mañana del 3 de agosto de 1948, el investigador jefe del Comité de Actividades Antiamericanas, Robert Stirpling, llevó a Chambers a una sala de audiencias cerrada para iniciar el interrogatorio. Primera pregunta: ¿había sido Chambers “consciente en algún momento, cuando era miembro del Partido Comunista, de la supuesta red de espionaje, que se estaba organizando o que funcionaba en Washington”?
“No, no lo fui”, contestó Chambers.
Aquello era una mentira descarada. Pero cuando el Comité se reunió en público aquella mañana ante una multitud de periodistas y fotógrafos en la sala de audiencias del Comité de Mediación y Arbitraje, el mayor escenario público del Capitolio, Chambers cambió su declaración. Dijo que había pertenecido “a una organización clandestina del Partido Comunista de Estados Unidos” desde 1932 hasta 1938. Nombró a ocho miembros de la red; el nombre más conocido era, con mucho, el de Alger Hiss.
Alger Hiss, de la Oficina de Asuntos Políticos Especiales del Departamento de Estado era una figura emergente en la diplomacia estadounidense. Había estado en Yalta mientras Roosevelt, Churchill y Stalin trataban de organizar el mundo de la posguerra. Llevaba diez años como agente comunista infiltrado en el gobierno de Estados Unidos.
“El objetivo de aquel grupo por entonces no era principalmente el espionaje –explicó Chambers-. Su objetivo original era la infiltración comunista del gobierno estadounidense. Pero el espionaje era sin duda uno de sus objetivos a la larga”. Este era un aspecto crucial. La infiltración y la influencia política invisible eran inmorales, pero posiblemente no ilegales. En cambio, el espionaje era traición, y tradicionalmente se castigaba con la muerte.
La diferencia no pasó desapercibida al miembro más inteligente del HUAC. El congresista Richard Nixon formuló a Chambers las preguntas más incisivas de la jornada. Él sabía cuáles eran las preguntas exactas que había que plantear porque conocía las respuestas de antemano. Llevaba cinco meses estudiando los archivos del FBI por cortesía de J.Edgar Hoover. Nixon lanzó su carrera política gracias a su encarnizada persecución de Hiss y los comunistas secretos del New Deal.
Truman, que ridiculizaba a los cazadores de rojos como Nixon, denunció la persecución de Hiss. Pero ni una sola vez criticó a Hoover en público: no se habría atrevido a ello.
Las acciones de los agentes federales y del Comité no se limitaron a las personas individuales, sino también a numerosos grupos y partidos políticos a los que se consideraba de dudoso patriotismo. El partido comunista americano no estuvo prohibido legalmente hasta 1954, pero por las acciones de las que fue objeto, es como si lo hubiera estado desde el principio. Desde luego, no todo era limpio en ese partido. En 1948, once de sus dirigentes fueron arrestados y condenados a prisión bajo la acusación de organizar y fomentar una conspiración para derribar al gobierno americano. El Tribunal Supremo confirmó la sentencia.
Los motivos para mirar con desconfianza al comunismo no se limitaron al mencionado arriba y al ya expuesto de Alger Hiss. En 1950, Klaus Fuchs confesó a los británicos que había espiado para los soviéticos y que había pasado los secretos de la bomba atómica a Moscú; de entre sus confidentes o colaboradores en Estados Unidos, figuraban Harry Gold y David Greenglass, que implicaron al matrimonio Rosenberg.
El físico Julius Rosenberg y su esposa fueron acusados de haber entregado al vicecónsul soviético en Nueva York, A.Jakovlev, información acerca de la bomba atómica, que habrían obtenido del centro nuclear de Los Álamos. El proceso, iniciado en 1950, tuvo una resonancia espectacular en la vida de Estados Unidos; después de un controvertido y discutido desarrollo legal, la pareja fue condenada a muerte en 1951 y ejecutada en 1953.
Los casos Hiss y Rosenberg causaron una inmensa conmoción en la sociedad norteamericana, dieron mayor fuerza a los que defendían la tesis de que los comunistas estaban profundamente infiltrados en las instituciones del país, justificando un endurecimiento de la batalla interior. Y aquí entra McCarthy.
Como dijimos, durante sus dos primeros años como senador su trayectoria fue bastante anodina, a no ser por su encendida defensa de un grupo de soldados nazis de las Waffen SS acusados de perpetrar la matanza de Malmedy, argumentando –sin presentar prueba alguna- que sus testimonios habían sido obtenidos bajo tortura. Fue en febrero de 1950 cuando comenzaría a pronunciar firmes denuncias sobre la infiltración comunista en la Administración norteamericana aprovechando la inicial campaña puesta en marcha por la Administración Truman.
McCarthy logró unir muchas voluntades y apoyos con su demagogia fácil y un tono de voz sin fuerza, monocorde y repetitivo, nada parecido al de un líder carismático. Según las encuestas de 1953, nada menos que el 60% de los norteamericanos apoyaban al Comité de Actividades Antiamericanas y la labor de McCarthy. Las clases medias norteamericanas, desilusionadas por las sucesivas crisis y por las debilidades mostradas por la Administración frente al fortalecimiento del enemigo exterior, inmersas en una campaña en la que tantas veces habían reclamado su participación, vieron en McCarthy al hombre que debía encabezar con fuerza la defensa de los valores esenciales de Estados Unidos.
La cosa comenzó en febrero de 1950, cuando pronunció un discurso en el club de Mujeres Republicanas de Wheeling, Virginia Occidental. Aunque no existen grabaciones del mismo, parece que sacó una hoja de papel que dijo que contenía una lista de 205 comunistas que trabajaban para el Departamento de Estado. Tiempo después McCarthy comentaría que aquella carta, objeto de un inmenso debate histórico, había sido enviada en 1946 por el Secretario de Estado al congresista Adolph J.Sabath. En aquella carta se decía que una investigación interna había resultado en la recomendación de despido para 284 personas, de las que, en el momento del discurso, 79 ya habían sido expulsadas de su puesto de trabajo. Lo cierto es que McCarthy fue cambiando el número de sospechosos y parece que la lista procedía de una investigación llevada a cabo por el FBI unos años antes.
Las acusaciones de McCarthy provocaron la formación de un Subcomité de Investigación en el Senado, presidido por el senador Millard Tydings, para verificar dichas acusaciones. El número inicial de sospechosos a investigar era de 81, pero McCarthy añadió rápidamente varias docenas de nombres hasta sumar 159. En su momento, ninguno de los acusados fue condenado por la Subcomisión y ello dio motivos para calificar a McCarthy de paranoico que veía comunistas donde había sólo gente de carácter liberal o incluso indiferente. La desclasificación de documentos en los archivos soviéticos –como el archivo Venona (archivo de la Internacional Comunista mantenido en Moscú)- arrojó nueva luz sobre el asunto.
De los 159 sujetos de la lista, los archivos soviéticos proporcionaron evidencia de que nueve eran efectivamente espías al servicio del KGB. Muchos otros pueden, como mínimo, ser considerados riesgos para la seguridad, gente que no sólo entonces sino ahora, nunca serían admitidos a trabajar para agencias gubernamentales de carácter “sensible”. Entre esas personas se encontraba gente con historial de irresponsabilidad financiera y adicción al juego, personas con parientes viviendo en países hostiles a Estados Unidos y vulnerables al chantaje y simpatía probada hacia una potencia extranjera considerada enemiga, lo que en la Guerra Fría incluía a todos aquellos que tuvieran inclinaciones comunistas. De hecho, la desclasificación de archivos ha puesto de manifiesto que varios centenares de norteamericanos que espiaron para la URSS durante las décadas de los treinta, cuarenta y cincuenta del pasado siglo, eran miembros –incluso en secreto- del Partido Comunista de Estados Unidos.
Muchos de las listas de McCarthy tenían en su historial factores que podían suponer un riesgo de seguridad. Unos pocos habían sido miembros del Partido Comunista o la Liga de Jóvenes Comunistas. Muchos habían pertenecido a organizaciones alineadas con el mencionado partido y en algunos casos su pertenencia había sido reciente o todavía en vigor. En otros casos, la inclusión en la lista fue incidental, como en el caso de Herbert Fierst, quien se relacionaba en su trabajo con varias personas que tenían lazos con el espionaje soviético.
Pero todo esto no se sabría más que con el tiempo. Mientras tanto, el inicio de la Guerra de Corea, en junio de 1950, con la invasión de Corea del Sur por parte de las tropas comunistas de Corea del Norte y la implicación de Estados Unidos en el conflicto unos meses después, dieron fuerzas renovadas a las acciones de McCarthy. La campaña del senador acusando al Subcomité del Senado de blandura frente al comunismo tuvo una incidencia directa en las elecciones, en donde logró presentar tantas acusaciones contra el presidente de ese Subcomité, Tydings, que cayó derrotado en aquéllas.
McCarthy tenía una gran habilidad para manejar a la prensa, a la radio y a la televisión, en donde realizaba acusaciones complejas mezclando burdamente diferentes asuntos, desde los desastres en la contención comunista exterior de los demócratas hasta los datos de las actividades comunistas en diferentes partes del país. Durante veinte años de traición –utilizando las palabras de McCarthy, los demócratas dirigidos por Roosevelt y Truman, habían conspirado para entregar América y el mundo a los rojos, habían entrado en la Segunda Guerra Mundial para ayudar a Rusia y cedieron todo a Stalin en Yalta. Harry (como llamaba a Truman) había cedido China a los comunistas y había planteado la Guerra de Corea de tal forma que ésta sólo podía acabar en una derrota. La teoría de la conspiración tendría sin lugar a dudas un papel fundamental en la victoria del candidato republicano a presidente, Dwight D.Eisenhower, en 1952.
(Finaliza en la siguiente entrada)
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