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sábado, 9 de agosto de 2014

Las ciudades preindustriales y postindustriales – La revolución urbana




En el siglo XVIII, con la Revolución Industrial, la ciudad empezó a transformarse y a adquirir una morfología completamente distinta a la que había tenido hasta entonces, que provenía de épocas previas a la Edad Media. La gran transformación causada por la Revolución Industrial, así como el escaso cambio ocurrido en la ciudad antes de la misma, permite abarcar con la expresión “ciudad preindustrial” a cualquier ejemplo anterior. Evidentemente, existen elementos distintos entre, por ejemplo, la ciudad renacentista y la medieval, pero, a grandes rasgos, mantienen las mismas características. Con la ciudad industrial y postindustrial se perdieron estas características, pues apareció el urbanismo en respuesta a los nuevos problemas que planteó la nueva ciudad.

La Revolución Industrial supuso el fin de una época y el comienzo de una nueva era para la Humanidad gracias a la mecanización industrial y su aplicación a numerosos campos, como el de los transportes. Es inevitable, en consecuencia, que estos descubrimientos afectaran y modificaran, además, el marco en el que fueron creados y desarrollados: la ciudad.

En la actualidad, la ciudad está sometida a constantes cambios. Estos cambios vienen sucediéndose desde la Revolución Industrial, aunque, en los últimos cincuenta años, las transformaciones han sido mayores y más rápidas. Esta situación contrasta claramente con la ciudad preindustrial, la cual no sólo no sufrió muchas transformaciones hasta la Revolución Industrial, sino que muchas de sus estructuras fueron heredadas de la época clásica.

Uno de los elementos más característicos de la ciudad preindustrial eran las murallas, siendo claves para que en una sociedad rural como la de la Edad Media las ciudades no se despoblaran, al ser ellas un elemento defensivo capaz de atraer población. Sin embargo, las murallas no sólo suponían un obstáculo para los posibles enemigos, sino que, además, constituían una verdadera barrera para los propios habitantes y para el desarrollo de la propia ciudad, cuya morfología interna se vio claramente afectada por la presencia de murallas.

En primer lugar, la muralla jerarquizó el entramado de calles de la ciudad, alcanzando una mayor
importancia aquellas que conducían a las puertas de las murallas. Además, hicieron imposible el crecimiento superficial de la ciudad, con lo que se produjo una densificación muy fuerte, reduciéndose al mínimo los espacios abiertos y acentuándose el crecimiento espontáneo en las zonas colindantes a la muralla. Este crecimiento –que muchos autores denominan orgánico, al no estar planificado- implica la aparición de calles de trazado laberíntico –como las de la ciudad de Toledo-, donde los espacios abiertos –como plazas y espacios verdes- no tenían sentido, al ser la calle un lugar de paso y no un lugar donde poder estar.

Si bien el crecimiento espontáneo y la irregularidad eran característicos del trazado urbano de estas ciudades, no siempre era así. En determinados casos, la zona principal de la ciudad donde se ubicaba la nobleza y el clero tenía unas características distintas, apareciendo plazas en torno a edificios importantes como las catedrales, y, en general, una trama algo más regular y planificada, que iba difuminándose hasta llegar a la zona de las murallas, donde, además de ubicarse las clases sociales más bajas, se encontraban las áreas dedicadas a la agricultura, siendo esta presencia de zonas de cultivo en el interior de las murallas otra de las características de estas ciudades preindustriales. Aunque había una segregación social y de usos, ésta siempre se producía en las zonas periféricas, y nunca fuera de ella, ya que el escaso desarrollo de los transportes no lo permitía

El Renacimiento supuso un cambio muy importante de mentalidad con respecto a la Edad Media; sin
embargo, la vuelta renacentista hacia lo clásico no pudo plasmarse en las ciudades de la misma forma que los autores de la época lo habían reflejado en numerosos tratados sobre cómo debía ser la ciudad. Por primera vez, se pensaba en una ciudad planificada, con un plano regular y grandes espacios libres en forma de plazas. Este nuevo pensamiento suponía crear prácticamente una ciudad nueva, algo inviable en Europa, donde sólo en pequeñas ciudades planeadas como fortificaciones –es el caso de Naarden, en Holanda-, en pequeños núcleos levantados en sitios reales –como Aranjuez-, o bajo determinadas circunstancias –como el incendio de Londres de 1666- se llevaron a la práctica algunas de las teorías propuestas por estos autores.

Sólo España, en su colonización del continente americano, pudo llevar a la práctica esta nueva concepción urbana al crear ciudades nuevas de planta regular y plano ortogonal, donde, en torno a una gran plaza que reunía los edificios más importantes, se articulaba la ciudad, con un conjunto de plazas de menor importancia unidas entre sí.

En definitiva, la etapa renacentista hizo pequeñas reformas en las ciudades, las plazas y los jardines, pero no supuso un cambio radical con respecto a la ciudad medieval.

La Revolución Industrial produjo urbanización: en otras palabras, se puede decir que el grado de urbanización de una ciudad tuvo a partir de entonces mucho que ver con la industrialización de la misma, ya que la industria demanda gran cantidad de mano de obra. Esta llegada de nuevos trabajadores procedentes sobre todo de zonas rurales, incrementó considerablemente la población de la ciudad, que gracias a la aparición del ferrocarril y del tranvía, iba a crecer superficialmente, haciendo necesario derribar, en consecuencia, la muralla preindustrial.

Actualmente, algunas ciudades –como Ávila y Ferrara- conservan su muralla o parte de ella debido a que su crecimiento no fue tan grande como para derribarla, mientras que, en las que ya no quedan restos de muralla, elementos como las primeras estaciones de ferrocarril, situadas justo en la muralla al no poder entrar el tren a la ciudad, nos indican el antiguo trazado de las fortificaciones.

El crecimiento derivado de la Revolución Industrial iba a suponer la aparición de nuevas tramas
urbanas y de una segregación social que, con el aumento espacial de la ciudad, se hizo mayor. Por un lado, e inmediatamente después del casco antiguo, apareció el ensanche, con calles de gran calidad que trazaban manzanas regulares, donde se asentaba la burguesía. El ensanche realizado por Haussmann entre 1853 y 1859 en París es uno de los mayores y más significativos de los realizados en Europa. En contraste con estos espacios de calidad, aparecerían barrios destinados a la clase obrera, espacios de muy baja calidad próximos a las industrias, con condiciones sanitarias muy deficientes y con una organización caótica.

El crecimiento de la ciudad iba a traer consigo una serie de problemas a los que intentó poner solución el urbanismo, que apareció precisamente como respuesta a los nuevos problemas de la ciudad. El urbanismo utópico, que intentó generar ciudades más pequeñas y fáciles de gobernar, o la arquitectura funcional son ejemplos de esta preocupación surgida a raíz del gran crecimiento que adquirieron las ciudades.

A partir del siglo XX, comenzaron a tomarse medidas para corregir los problemas de las grandes concentraciones urbanas. La deslocalización industrial hacia zonas con suelos más baratos implicó, por un lado, la aparición de nuevos espacios vacíos en la ciudad, que, en la mayoría de los casos, han sido rehabilitados como espacios abiertos y zonas verdes.

Junto con esta deslocalización industrial se produjo un incremento en las ciudades-satélite y ciudades-dormitorio, mientras que, en las ciudades principales, se producía un estancamiento e, incluso, una pérdida de población desde principios de la década de los ochenta, sobre todo en las zonas centrales de la ciudad, que están perdiendo su uso
residencial a favor del sector terciario. La proliferación de espacios multifuncionales y peatonales es otra de las características de las zonas centrales.

En la actualidad, las únicas ciudades en crecimiento son las de los países en vías de desarrollo, aunque tal crecimiento es espontáneo y no planificado, todo lo contrario a las ciudades de los países desarrollados, donde la planificación urbana mediante planes de ordenación dirige el crecimiento y las transformaciones de la ciudad.

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