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jueves, 4 de agosto de 2011

La Guerra de Corea (3) - El desembarco de Inchón


(Continúa de la entrada anterior)

La guerra se endureció. En agosto, el ejército norcoreano se había adueñado de las cinco sextas partes del territorio surcoreano. Taejong, la capital provisional, también había caído en sus manos. Dominaban las costas y mantenían a las fuerzas aliadas de Corea y Estados Unidos apenas en una cabeza de puente en torno a Pusan. El general Walker, más por dar ánimos a la tropa que por convencimiento propio, pronunció la famosa frase de arenga: “¡Ya no habrá más retiradas!” La verdad es que la retirada siguiente sólo podía ser el abandono de Corea y la vuelta a casa. En los cuarteles generales la denominación del territorio que correspondía a las fuerzas de la ONU era el perímetro de Pusan.

Los bombardeos norteamericanos pulverizaban continuamente puntos estratégicos de los norcoreanos, pero éstos demostraron dos virtudes fundamentales: la capacidad y destreza en la reparación de puentes o material destruido y la versatilidad en el combate. Ya no peleaban como en los inicios de la invasión, en tromba masiva, sino en unidades aisladas de tipo batallón, buscando incluso el cuerpo a cuerpo con ferocidad.

A principios de agosto, el ejército norcoreano consiguió romper el perímetro y el comandante Walker ordenó a los marines que contraatacaran. A su llegada a Corea, estas tropas de élite habían aprendido el precio de la derrota temprana. Los rumores de pánico y deserción se sumaron a la humillación de Norteamérica. Los marines constituían una fuerza en sí mismos, con su propia aviación, artillería e infantería, una fuerza altamente disciplinada y efectiva. Muchos de los que lucharon con ellos en Corea se mostraban críticos con su costumbre de atacar sin pensar a qué fuerzas se enfrentaban, considerándolos valientes pero imprudentes. Ello se reflejaba en su gran número de bajas. Como dijo un testigo, “marchaban formando columnas de compañías. Regresaban en pelotones disgregados”. Incluso aquí mantenían su tradición de recoger a sus muertos y heridos, sin importar qué precio debían pagar por ello. Y, al final, obtuvieron resultados. En dos días de contraataque habían obligado a los norcoreanos a retirarse. La ONU controlaba el perímetro otra vez.

A principios de septiembre, los marines se retiraron a los muelles de Pusán. Mientras se reponían de la batalla se rumoreaba que la siguiente misión estaría relacionada con el propósito original del cuerpo: un desembarco por mar.

Efectivamente, el general MacArthur no podía asistir pasivo a aquel desarrollo de los acontecimientos. Concibió entonces una táctica que ya había utilizado en otras ocasiones y todas ellas con éxito: un desembarco a espaldas de las fuerzas enemigas. El 6 de agosto se había reunido en Tokio con el diplomático Averell Arriman y los generales Ridgway, Almond y Norstad para discutir el tema. Se había elegido un punto que parecía ser el único adecuado: Inchon, el segundo puerto de Corea del Sur, 30 km al sudoeste de Seúl.

La propuesta fue trasladada a Washington, a una Junta de mandos militares. El Jefe del Estado Mayor Conjunto, el general Omar Bradley –otro de los héroes de la II Guerra Mundial- desaconsejó la operación alegando que la lentitud de este tipo de acciones las había convertido en ineficaces. Ofrecía como alternativa una operación aerotransportada. Otros sostenían que transportar a los marines lejos del perímetro de Pusan significaba violar una de las reglas básicas de la guerra, a saber, no dividir un ejército frente a un enemigo con superioridad numérica.

De todas formas, el jefe del Estado Mayor del Ejército, general Collins y el comandante supremo de la Flota, almirante Sherman, se trasladaron a Tokio para discutir directamente con MacArthur el plan que éste ofrecía. Las objeciones de Washington se centraban en torno a dos problemas.

1) Técnicos: se reconocía que Inchon era el único punto posible, pero las diferencias de la marea
en ese puerto eran de 9 metros en 6 horas. La marea alta se producía dos veces al día: a las 6.59 y a las 19.19. Había que desechar esta última porque dos horas después se ponía el sol. En la marea baja el cieno penetraba dos millas en el puerto y la velocidad de la corriente podía alcanzar hasta tres millas náuticas. Esto produciría el encallamiento de las lanchas anfibias en el lodo y quedarían expuestas al fuego de la defensa. Sólo un día de septiembre, el 15, las mareas estarían lo bastante crecidas para efectuar un desembarco, e incluso entonces, sólo durante tres horas por la mañana y otras tres por la noche.

Además, el puerto estaba dominado por el islote fortificado de Wolmi-do, situado en el centro de la bahía y con una altura superior a los 100 metros. Debería ser neutralizado en menos de dos horas y, aún así, habría que esperar a la pleamar de la tarde para la llegada de las tropas de asalto

Había otros problemas. Parte del desembarco debía ejecutarse en los muelles y muros de Inchon, no en las playas. Las tropas de desembarco podían ser vistas desde las colinas a ambos lados. A esto se sumaba el peligro adicional de que septiembre correspondía a la estación de los tifones.

2) Estratégicos y logísticos: Inchón estaba muy lejos de las tropas de la ONU en Corea. Quienes desembarcasen quedarían abandonados a sus propios recursos, incluido el avituallamiento. Las fuerzas utilizadas le tenían que ser restadas al general Walker, quien se encontraría más indefenso aún –si esto era posible- en el perímetro de Pusan. Aunque el desembarco fuera un éxito, las tropas de Inchon tendrían sobre sí una misión imposible: cruzar toda Corea del Sur y unirse con las fuerzas de Walker.


A estos argumentos respondió MacArthur con los suyos, que se apoyaban en la historia militar y en la política del momento. Invocando la primera recordó que el factor sorpresa había sido siempre decisivo y había derrotado abiertamente al factor dificultad. No era su intención recurrir al VIII Ejército, clavado en el sudeste de Corea, alrededor de Pusan, para emprender un largo, costoso y lento avance por tierra remontando la península, donde podían sufrir un revés debido a la superioridad numérica del enemigo. Era preferible, según MacArthur, golpear en la retaguardia del adversario y obligarlo a combatir en dos frentes simultáneamente. En cuanto a las dificultades de desembarco en Inchon, según el general quedaban compensadas por sus ventajas. En primer lugar, y sobre todo, Inchon distaba sólo 30 km de Seúl, la capital de Corea del Sur, por donde debían pasar todos los pertrechos enemigos en dirección al perímetro de Pusan, en el sur. En segundo lugar, al noreste de Inchon estaba el campo de aterrizaje de Kimpo. Y, finalmente, una vez que Seúl cayera, MacArthur habría ejecutado un movimiento envolvente a gran escala y habría obligado al enemigo a dar la vuelta y retroceder para defenderse.

El tema político lo introdujo con tanta habilidad como doble intención y con una fogosidad y
elocuencia propias de la mejor escuela dramática: “Sólo tenemos dos posibilidades: desembarcar en Inchon o seguir soportando bajas en Pusan, donde la situación es poco menos que desesperada. ¿Quién aceptará la responsabilidad de la tragedia? Yo no, por supuesto. El prestigio de Occidente se halla en entredicho. Millones de asiáticos contemplan tensos la marcha de esta guerra. Debe quedar claro, sin embargo, que el comunismo internacional se ha lanzado aquí a la conquista de la Tierra; no en Berlín, Viena, Londres o París, sino aquí, en Corea del Sur. Si perdemos la guerra contra el comunismo en Asia, Europa estará en peligro; si vencemos, la libertad de Occidente quedará garantizada. Hemos de actuar, y enseguida o pereceremos”.

Las tesis del comandante en jefe fueron aceptadas en Washington. MacArthur se trasladó al acorazado Monte MacKinley para dirigir las operaciones y en la noche del 14 al 15 de septiembre, después de vencer un durísimo tifón, las tropas de desembarco estaban concentradas frente a Inchón. No eran, además, tropas sustraídas al general Walker, sino la 1ª y la 7ª Divisiones de Infantería de Marina que formaron el 10º Cuerpo de Ejército, cuyo mando directo fue confiado –por delegación expresa de MacArthur- al general Almond En total, 40.000 soldados de élite y bien pertrechados, dispuestos a todo. La mayor flota de invasión desde la Segunda Guerra Mundial.

Las previsiones se cumplieron de manera casi matemática. Durante los días que precedieron al
desembarco se procedió a bombardear intensamente por mar y aire varias localidades, entre ellas, Inchon, con el fin de confundir al enemigo. Y, posteriormente, al amanecer del 15 de septiembre, los primeros barcos de la expedición, compuesta de 230 navíos, se sitúo en posición. La fortaleza de Wolmi-do, una pequeña isla fortificada en el canal de desembarco, fue arrasada por la aviación, las defensas costeras no reaccionaron a tiempo y a las ocho de la mañana, MacArthur recibía el primer informe positivo. A partir de aquí la ofensiva norteamericana fue frenética.

Como siguiente paso tras el exitoso desembarco, se decidió reconquistar Seúl, puesto que ello sería un símbolo, una señal de que los norcoreanos estaban perdiendo la batalla. El 17 de septiembre MacArthur reúne sus tropas para asaltar la capital. Conquistan el fundamental aeródromo de Kimpo, pero al entrar en Seúl encuentran una feroz resistencia. Fue una batalla
urbana y despiadada, combatiendo calle por calle. Hubo numerosas bajas, civiles y militares, y la ciudad sufrió una destrucción masiva. Pero, al final, tras diez días de combates, Seúl está casi controlada. El general americano sólo ha perdido 536 hombres, mientras que 21.000 norcoreanos han muerto o sido capturados. Los soldados americanos descubrieron grandes fosas comunes, que ponían de manifiesto que los comunistas no habían perdido el tiempo durante su corto dominio, asesinando a todos aquellos que resultaban sospechosos de no simpatizar con el nuevo régimen.

Los norcoreanos estaban desconcertados. Una vez conocido el desembarco de Inchon, apenas se ocuparon de él. Pretendían asestar un golpe definitivo en Pusan y volver luego su atención a la aventura de MacArthur. Pero la ruptura del cerco de Pusan por parte del general Walker deshizo todos sus planes. Los norteamericanos habían conseguido formar una gran tenaza que dejaba aisladas, sin avituallamiento y sin esperanza a las tropas del sudoeste. Fue el golpe final para los norcoreanos. En quince días las tropas de Estados Unidos hicieron más de 100.000
prisioneros.

El 29 de septiembre de 1950, MacArthur devolvió a Syngman Rhee su puesto en el
Parlamento de Seúl. El presidente, lloroso, decía al general: “le admiramos y veneramos con todo nuestro corazón como salvador de nuestro pueblo”. Sin embargo, la asociación del general con el régimen de Rhee, cada vez más despiadado, causó hondas preocupaciones en Washington. Los surcoreanos realizaron una limpieza de “sospechosos” de colaboracionismo que recordaba sospechosamente la de los comunistas.

(Continúa en la siguiente entrada)

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