domingo, 18 de agosto de 2013
Tim Berners-Lee: el padre de Internet
Un caso insólito en el mundo de la ciencia y la tecnología: el científico que no quiso enriquecerse con sus descubrimientos y prefirió, sigue prefiriendo, compartir la propiedad de sus logros con toda la Humanidad.
No es que sea un caso único de altruismo, pero lo cierto es que este tipo de comportamiento escasea en el mundo de la alta tecnología –electrónica, informática, Internet-, tan propicia a generar enormes fortunas, tan juveniles como explosivas. Sin quitarle mérido alguno a los logros, tanto tecnológicos como económicos, de Bill Gates o Steve Jobs, parece indudable que la figura de Berners-Lee destaca, además de por sus innovaciones, también y sobre todo por su generosidad.
Berners-Lee nació en Londres, en 1955. Sus padres eran matemáticos en la Universidad de Manchester, y formaron parte del grupo pionero que fabricó uno de los primeros ordenadores electrónicos que salieron al mercado en los años cincuenta. Tim estudió física en Oxford y enseguida trabajó en una compañía privada dedicada a las telecomunicaciones, donde creó un software simplificado para impresoras. A los 25 años fue contratado como consultor por el CERN (Centro Europeo para la Investigación Nuclear), donde impulsó un proyecto basado en el concepto de hipertexto (texto marcado y sensible que redirecciona a otros textos u objetos), al que llamó ENQUIRE, capaz de conectar a los investigadores y permitirles compartir información actualizada. Al cabo de poco más de un año regresó a Inglaterra para trabajar en un proyecto de “llamada remota en tiempo real”, para una empresa de diseño por ordenador.
Pero aquel breve periodo pasado en el CERN le había abierto horizontes insospechados y consiguió regresar a Ginebra en 1984 –tenía solo 29 años-, esta vez contratado para profundizar en dos campos esenciales para los físicos: la intercomunicación en red para compartir datos en tiempo real, y el lenguaje capaz de comunicar un ordenador a otro mediante hipertexto a través de ciertas direcciones que los identifican.
En 1989, el CERN necesitaba, por la enorme complejidad de los datos que obtenían los científicos en sus experimentos y la necesidad de compartirlos con otros colegas en tiempo real y en el resto del mundo, algún sistema de intercomunicación eficaz y rápido. Berners-Lee llevaba ya tiempo pensando en unificar la rapidez de interconexión del lenguaje de hipertexto y el uso mismo de Internet. Y así fue como se le ocurrió crear los programas que originaron la hoy famosa World Wide Web, esa WWW que antecede a todas las direcciones de Internet que se usan en el mundo entero.
En realidad, lo que Berners-Lee consiguió fue agrupar tecnologías ya existentes: el hipertexto, Internet, los objetos con textos de múltiples fuentes, los diversos códigos de lenguaje…Fue una especie de cristalización generalizadora que agrupó todos esos sistemas de forma que pudieran ser utilizados universalmente. Y no solo por los científicos del CERN sino, en realidad, por cualquier persona que dispusiera de un ordenador con conexión a Internet.
La primera propuesta de la WWW fue preparada en marzo de 1989, pero estaba incompleta. Tim Berners-Lee, con la ayuda de un colega ingeniero, el belga Robert Cailliau, mejoró el sistema inicial y dio paso a lo que hoy conocemos como La Web. De hecho, en agosto de 1991 se puso en marcha el primer servidor, denominado Cern HTTPd (siglas de “Protocolo de Transferencia de HiperTexto”; en inglés, la “d” viene de daemon, “diabillo” que en informática es un subsistema que trabaja en la sombra realizando tareas rutinarias).
Aquel año de 1991 fue crucial para la historia de la Humanidad, no sólo por la puesta en marcha de la Web, sino porque Tim Berners-Lee había decidido no comercializar ni patentar su trabajo. Nadie pudo protestar por ello, por la sencilla razón de que él siempre puso al alcance de todos los investigadores del CERN –en realidad, de cualquier persona que accediese a la web- los códigos de interconexión. Sus estándares fueron públicos y gratuitos desde el principio. Si hubiesen sido patentados por una empresa, todo el mundo dependería de sus desarrollos para comunicarse por Internet, lo que no solo habría encarecido su uso sino que además habría impedido su universalización.
Berners-Lee lo tenía claro: para él, navegar por la red debería ser gratis para todo el mundo. Por eso, en pro de esa universalidad, creó el HTML (siglas inglesas de “Lenguaje de Marcado de HiperTexto”), que permite que dos ordenadores hablen el mismo idioma y puedan comunicarse y compartir documentos. También creó la URL (Uniform Resource Locator, “Localizador Uniforme de Recursos”), lo que hoy llamamos “dirección web”. Y, por supuesto, el ya citado protocolo HTTP que permite la transferencia de las comunicaciones a través de Internet.
Aquel primer servidor web del CERN de 1991 tuvo un éxito inmediato, y a los pocos meses ya había en el mundo una veintena de servidores más; en 1995 eran más de 200 y hoy son más de …¡600 millones!”.
La Web pública y gratuita ha hecho posible que cualquiera pueda utilizar Internet, y no sólo comunicando ordenadores entre sí, sino, como ahora ocurre, usando dispositivos móviles como los teléfonos inteligentes. También ha facilitado la interconexión a otras páginas de Internet con solo un clic en una palabra subrayada, permitiendo integrar en un solo documento el texto, la imagen y los enlaces a otros sitios web. Todo lo cual ha hecho explotar literalmente el mundo de la comunicación y ha fomentado la aparición de todo un universo de nuevas tecnologías de la información y la comunicación (TIC). En realidad, ha supuesto el advenimiento de una nueva sociedad basada en la transmisión universal de imágenes, texto y sonido. El éxito de Google, YouTube o Facebook, el inmenso negocio de Apple o Microsoft, ¿hubieran sido lo mismo si Berners-Lee no hubiese inventado algo que luego ofreció gratuitamente a la Humanidad entera?
Pero este científico generoso y soñador sigue trabajando con una visión altruista de la sociedad del futuro. Al terminar su trabajo en el CERN, aceptó integrarse en el Laboratorio de Ciencia de la Computación (LCS) del MIT, en Massachussetts. Allí dirige desde 1995 el Consorcio W3C, que coordina el desarrollo de la WWW y que es gestionado conjuntamente por el Laboratorio de Computación e Inteligencia Artificial (CSAIL) del MIT, el Consorcio Europeo para la Investigación Informática y Matemática y la Universidad japonesa Keio. Cuenta con más de cuatro centenares de miembros en todo el mundo y elabora todas las normas técnicas de Internet, además de establecer los estándares para la Web y sus aplicaciones.
Berners-Lee sigue investigando, militando a favor de un acceso a Internet y a sus aplicaciones lo más abierto y gratuito posible. En ese sentido, es firme partidario de los sistemas como Linux, y por tanto contrario a los sistemas operativos cerrados de Microsoft y Apple. Su trabajo actual se enfrenta al problema de la red semántica, que debería permitir la búsqueda de información en numerosas bases de datos compatibles, de forma de los ordenadores pudieran manejarlas directamente. Esto haría que los resultados de una búsqueda fueran muy precisos, con una o muy pocas respuestas; no como ocurre ahora, que los buscadores ofrecen miles de respuestas a una búsqueda determinada, sin discriminar lo que vale de lo que no.
A nadie le extrañará que Berners-Lee no sea un hombre rico. Trabaja en un despacho pequeño; eso sí, en un centro investigador de excelencia; y confiesa que tiene un sueldo aceptable y que no necesita más. De hecho, su modestia es legendaria, y a pesar de los muchos honores –es miembro, por ejemplo, de la prestigiosa Royal Society británica, desde 2001- y premios recibidos, sigue prefiriendo su trabajo en el laboratorio y una vida familiar que mantiene rigurosamente alejada de los focos mediáticos.
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