viernes, 23 de agosto de 2013
¿Qué guardan los camellos en sus jorobas?
Grasa.
Las jorobas no almacenan agua, sino grasa, que los animales utilizan como energía de reserva. El agua la guardan repartida por todo el cuerpo, especialmente en la corriente sanguínea, lo que les protege contra la deshidratación.
Los camellos pueden llegar a perder hasta el 40% de su peso antes de que comiencen a tener problemas de salud, y pueden pasar hasta siete días sin beber. Cuando lo hacen no se quedan cortos: pueden ingerir hasta 225 litros de una sola vez.
Aquí siguen unos cuantos datos interesantes de los camellos que no tienen nada que ver con sus jorobas.
Antes de que los elefantes consiguieran su gran reputación por su memoria, los antiguos griegos pensaban que eran los camellos los animales que nunca olvidaban.
Los sabuesos de caza persas –Salukis- acechaban desde los cuellos de los camellos, aguardando a que apareciera el ciervo, saltando entonces en su persecución. Un Saluki podía saltar hasta seis metros.
La famosa cita de los Evangelios de Mateo, Marcos y Lucas en la que se dice que “es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que un hombre rico entre en el reino de Dios”, es probablemente un error de traducción: la palabra aramea original “gamta”, que significa una cuerda basta, se confundió con “gamla”, camello. Aunque no tiene demasiado sentido, sirve de consuelo a los más acaudalados.
Estos iconos de los desiertos arábigos y africanos vienen en realidad de Norteamérica. . Como los caballos y los perros, los camellos evolucionaron en las extensas tierras de pasto de América hace 20 millones de años. En aquellos días se parecían más a jirafas y gacelas que a las jorobadas bestias de carga que hoy conocemos. No fue hasta unos 4 millones de años que cruzaron el estrecho de Bering hasta Asia. Se extinguieron en Norteamérica durante la última glaciación y, a diferencia de los caballos y los perros, no han regresado a ese continente.
No se sabe por qué las especies de camello americano se extinguieron. La explicación más verosímil es la del cambio climático. Más concretamente, dicho cambio pudo afectar al contenido de silicio de la hierba de la que se alimentaban. A medida que el clima americano se hacía más frío, el contenido de silicio del pasto se triplicó, endureciéndolo. Ello tuvo un efecto nefasto sobre los dientes de los rumiantes, y caballos y camellos acabaron muriendo de inanición, incapaces ya de masticar.
Hay también evidencias de que estas especies, ya muy debilitadas, vieron cortada su ruta de escape hacia Asia al desaparecer el brazo de tierra firme del estrecho de Bering hace 10.000 años. El ser humano terminó de exterminarlos.
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