Los orígenes de la civilización griega se sitúan en torno al mar Egeo en la Edad de Bronce (h. 3500 – 1100 a. de C.), periodo durante el cual los distintos territorios fueron imponiendo su hegemonía.
Gracias a la generalización del uso del cobre y del bronce que se produjo en las tierras del Egeo a comienzos del tercer milenio, lo que facilitó la fabricación de herramientas y armas, su comercio se extendió por todo el Mediterráneo oriental. Así se pusieron en contacto las tierras europeas de Grecia e Italia con las asiáticas de Anatolia, Siria y Palestina y con las africanas de Egipto y Libia. Las islas del Egeo y otras, como Creta, Rodas o Chipre, se usaron como puentes en una navegación que se hacía empleando barcos de remos primero y de remos y velas después. Así, hasta el año 2200 a.C. el dominio de esta zona perteneció a las islas Cícladas, donde se desarrolló la principal cultura de la primera etapa de la Edad de Bronce. Los barcos cicládicos se movían por todo el Egeo llevando productos de un lado a otro, y la flota formó lo que se denomina la primera talasocracia (potencia marítima) de Europa.
Durante el Bronce Medio (2000 al 1500 a. C.), la civilización minoica o cretense ejercía el control de


Hacia el 2000 a. C., los aqueos, pueblo del norte, tomaron la Península Balcánica, se instalaron en sus

La civilización micénica era una de las más brillantes del Mediterráneo. El comercio era uno de los motivos de su esplendor y la sociedad estaba bien organizada. Añádase a ello los perfeccionados conocimientos técnicos que permitían edificar puentes, ciudadelas, tumbas de forma circular… y realizar trabajos de drenaje y de irrigación.

Las formidables murallas que ceñían los palacios micénicos no bastaron para evitar la ruina de

La población disminuyó de forma dramática: cerca de un 70% entre 1250 y 1100 a. C. y las comunicaciones con otras zonas del Mediterráneo –como Creta, Chipre, Egipto y Asia Menor- quedaron interrumpidas durante más de un siglo. Todo un período cultural y político, el del poderoso mundo micénico, llegaba a su fin, y comenzaba lo que los historiadores modernos han llamado la “Edad Oscura” de Grecia.

¿Cómo interpretar la gran crisis que terminó con una civilización tan refinada y vigorosa como la micénica? En la actualidad muchos historiadores consideran que la causa principal del hundimiento fue interna: el lento y fatal declive de las ciudades, a pesar de sus fuertes muros, una época de hambrunas y tal vez alguna epidemia de peste. Es indudable, en efecto, que plagas, sequía y guerras marcaron la agonía de la sociedad micénica. En todo caso, como los palacios habían controlado gran parte de la economía y centralizaban la distribución de mercancías y productos, su completa ruina trajo consigo un desastre ingente.
Los relatos míticos sobre la guerra de Troya y los Siete contra Tebas, que relata el ataque de Argos

En este contexto de crisis, marcado por repetidas contiendas guerreras, hubo también invasiones y migraciones que tuvieron un gran impacto en el territorio dominado por los micénicos.

El eco de esta migración se encuentra en el relato mítico de los Heraclidas. La historia cuenta cómo, tras la muerte del semidios Heracles (el Hércules latino), sus descendientes se refugiaron en Atenas, donde participaron en la defensa de la ciudad contra el asedio de Euristeo, rey de Tirinto, que había sido el gran enemigo de Heracles. Tras derrotarlo volvieron por fin al Peloponeso.
Debemos notar, sin embargo, que muchos historiadores modernos han puesto en duda la tesis de una

Frente a la sofisticada civilización micénica, las sociedades de la Edad Oscura son más sencillas y condicionadas a la economía de subsistencia. Además, los nuevos pobladores no sintieron necesidad de dejar ningún testimonio escrito tras de sí. Se inauguró, de esta forma, un periodo de aislamiento y aparente oscuridad que, sin embargo, tuvo una importancia capital en la historia griega, pues en él se

En las últimas décadas, los arqueólogos se han ocupado mucho de esta época para disipar en lo posible su oscuridad y precisar el desarrollo de la sociedad y la cultura en esos cuatro siglos, que han dividido en periodos según la decoración de la cerámica y sus motivos geométricos. El rasgo más visible que define a este periodo es el uso habitual del hierro, metal que sustituyó al bronce. Hay que tener en cuenta que el cobre y el estaño, necesarios para la fundición del bronce, tenían que ser importados; no así el hierro, que era más accesible, y, por tanto, más adecuado para las comunidades aisladas y autosuficientes de la Edad Oscura.
También se abandonaron las grandes tumbas de cúpula y los enterramientos colectivos característicos del mundo micénico. Ahora se encuentran tumbas aisladas, individuales, modestos sepulcros de cista (formados por losas hincadas en el suelo, cubiertas por otras losas), a veces excavados en rocas, y las ofrendas fúnebres son mucho más pobres. Se practicaba la inhumación en general, pero también la incineración; ambos métodos variaban según las zonas y el momento.
Una de las transformaciones más visibles que se produjeron a lo largo de esta época fue el modo de poblamiento. La destrucción de los centros de poder micénicos y la quiebra de su sistema económico, basado en la producción ordenada de bienes y mercancías, hicieron que la población se dispersara y se refugiara en regiones diversas, donde formaron pequeñas comunidades que se fortificaron o aprovecharon las ruinas de los anteriores centros habitados. Se crearon, de esta manera, nuevos núcleos urbanos que cabe considerar como semillero de las futuras ciudades-estado griegas, las

Durante largo tiempo, estos poblados permanecieron aislados, sin contactos comerciales ni culturales con otros territorios. Sin embargo, a comienzos del siglo X a. C., los griegos realizaron los primeros intentos de colonizar la zona costera de Asia Menor, que pronto se convirtió en una franja de prósperas ciudades helénicas. Sin duda fue la penuria y la sobrepoblación de la península griega la que empujó a muchos de sus habitantes a cruzar el mar hacia Oriente en busca de tierras más prósperas. De esta forma se continuó con renovado empeño la tradición marinera que había florecido ya en la antigua Creta minoica, quinientos años atrás, y además sirviéndose del mismo tipo de naves, tan frágiles y audaces como las cretenses.
Según la tradición mítica, el primer contingente de colonos de estirpe jonia (procedentes del Ática y Eubea) partió de Atenas a la costa asiática, donde fundaron (o en el algún caso refundaron) las ciudades de Mileto, Éfeso y Esmirna, y poblaron islas como Samos o Quíos. Poco después, otros colonos dorios se establecieron más al sur y algunos eolios originarios de Tesalia- lo hicieron más al norte y en la isla de Lesbos. Nuestra información sobre estos primeros tiempos de la colonización deriva de los datos lingüísticos, que muestran la extensión geográfica de los diversos dialectos griegos (jonio, eolio y dorio), aunque hay que tener en cuenta que la población helénica se mezcló pronto con los nativos de cada región, como los lidios y los carios.
Las ciudades griegas que surgieron en esas comarcas ricas y abiertas al comercio y a las influencias de Oriente florecieron como poleis ilustres y prósperas, y se convirtieron en la avanzadilla cultural y artística del mundo helénico. Poco después, los colonos griegos llegaron al sur de Italia y más allá, hasta llegar al siglo VIII a. C., la gran época de la colonización, en competencia con los fenicios.

Siglos después, a finales del IX o comienzos del VIII a. C., los griegos importaron de los fenicios

Resulta paradójico que fuera en esa época de ausencia de escritura –en los siglos que median entre el ocaso del mundo micénico y la invención del nuevo alfabeto- cuando se generara el núcleo de temas que alimentarían la literatura griega clásica. En esos siglos creció y se mantuvo en la memoria popular un fabuloso recuerdo de hazañas de otro tiempo: la guerra de Troya, el regreso de los Heraclidas, el asalto a Tebas, la gesta fabulosa de los Argonautas en pos del vellocino de oro… Estas sagas heroicas muy pronto se entrelazaron con la más vieja mitología religiosa para sugerir argumentos a los cantares épicos, mucho antes de que esa poesía pudiera quedar fijada en la escritura. Se desarrolló, así, una tradición oral que los aedos, los poetas, ya iban difundiendo en palacios y plazas siglos antes de que Homero compusiera sus grandes poemas, en el siglo VIII a. C.

Ya en el siglo X a.C., la sociedad griega se había forjado un tipo de orden muy distinto de la anarquía

En definitiva, en la Edad Oscura se forjó el principio de una comunidad política realizada con éxito en muchas ciudades autónomas y pujantes, abiertas al intercambio y ansiosas de renombre, que fueron cobrando prosperidad en la época arcaica. El brillante y agitado siglo VIII a. C., la época homérica, se afirmó enraizado en esa edad anterior, una época que gracias a arqueólogos e historiadores nos va resultando cada vez menos oscura.
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